Un Libro Una Hora: Un autor en una hora | Sidonie-Gabrielle Colette

Cadena SER Cadena SER 7/15/23 - Episode Page - 56m - PDF Transcript

Un autor en una hora con Antonio Martínez Asensio

Bienvenidos a Un Autor en Una Hora donde vamos a contarles la vida de un autor a través de sus

obras destacando alguna escena de cada uno de sus libros. Hoy les vamos a contar Colette. Colette

es una de las figuras más relevantes de la literatura francesa del siglo XX. La mujer y la

autora que escandalizó a la sociedad parisina de su época con una indagación fresca y sin tabús de

la liberación femenina. Es la autora de casi más de 40 obras, novelista, guionista, periodista,

libretista, actriz y bailarina, tuvo una vida apasionante. Sidoní Gabriel Colette nace el 28 de

enero de 1873 en Saint-Sauveur-en-Puisay, a unos 200 kilómetros de París. Es la segunda hija del

matrimonio formado por Adèle Sidoní, que ya tenía dos hijos de un matrimonio anterior, y Jul

Colette, antiguo capitán del ejército que había perdido una pierna en combate. Los Colette no son

la típica familia rural, el padre tiene inquietudes literarias, aunque sólo escribió dos poemas

en su vida, y la madre es una gran lectora que enseña a leer a su hija pequeña antes de los

tres años. Sidoní Gabriel lee Alphonse D'Amegrimé a Victor Hugo y a Balzac. Las partes que les resultan

difíciles o aburridas se las salta. Los primeros 10 años de su vida son años de prosperidad familiar,

pero la familia va perdiendo parte de su patrimonio, en parte por hacer frente a las deudas contraídas

por el primer marido de la madre, y en parte por la incapacidad gestora del padre. Se ven obligados

a abandonar Saint-Sauveur y se trasladan a Satillon Colligny a unos 40 kilómetros, donde el hermanastro

de Colette ejerce de médico y les acoge temporalmente. Soy hija de una mujer que en un terruño

vergonzoso, avaro y estrecho, abrió su casa rústica a los gatos herrantes, a los vagabundos y a las

criadas embarazadas. Soy hija de una mujer que veinte veces, desesperada por carecer de dinero para

los demás, corrió bajo la nieve, azotada por el viento, a gritar de puerta en puerta en casa de

los ricos que un niño acababa de nacer en un hogar indigente que no tenía pañales y estaba desnudo

en unas desfallecientes manos desnudas. Jamás podría olvidar que soy hija de una mujer que se

inclinaba, temblorosa, todas sus arrugas deslumbradas entre los sables de un cacto, sobre una promesa de

flor, una mujer tal que ella misma no cesó de florecer, infatigablemente, durante tres cuartos de

siglo. Con seis años Colette empieza a ir a la escuela, ocho años después llega al pueblo una

joven maestra profesional, Manuas del Teguén, que será el modelo en el que se inspire para el

personaje de la señorita Sergent en Claudín en la escuela, y diseña un curso para que las

chicas del pueblo obtengan el certificado de enseñanza media. Su maestra dirá que Sidonique

Gabriel es una estudiante inteligente que destaca en lengua francesa y música y que es un desastre

en ciencias. Pero además Sidonique Gabriel es la líder de sus clases, siempre dispuesta a jugar a

cosas que no son propias de niñas, las canicas o trepar a los árboles e introduce la costumbre de

referirse a sus compañeras por el apellido, como hacen los chicos, con lo que pasa a ser Colette a

secas. En Claudín en la escuela Colette crea a la primera adolescente del siglo rebelde,

mal hablada, reservada, imprudente y desequilibrada en cuestiones eróticas, encantada y asqueada

alternativamente ante el descubrimiento de lo que significa convertirse en mujer. Es una novela

sobre la hipocresía contada desde la perspectiva de una inocente. Esta escena que les vamos a contar

está justo al principio de la novela y es una buena presentación de Claudín y una muy buena muestra

del estilo de la primera Colette. Cuenta cómo llega el pueblo la persona que lo cambiará todo en la

vida de Claudín. Cuando hace dos meses cumplí 15 años, alargué mis faldas hasta los tobillos,

demolieron la vieja escuela y cambiaron a la maestra. Mis pantorrillas, que atraían las miradas,

exigían las faldas largas que me daban demasiado aspecto de una muchacha mayor. La vieja escuela se

estaba derrumbando. La maestra de 40 años es fea, ignorante y dulce y siempre está azarada ante

los inspectores de primaria. Se están levantando unos edificios nuevos que serán la nueva escuela.

Las habitaciones del primer piso destinadas a los maestros son feas e incómodas. La planta

baja está ocupada por dos clases, una grande y una pequeña, de fealdad y suciedad increíbles,

con mesas desgastadas por el uso. Jamás tuve compañeras de mi posición social, pues las escasas

familias burguesas de Montigny enviaban a sus hijas por afectación a internados en la capital de

la provincia, de modo que la escuela solo contaba como alumnas a hijas de gente vulgar, labradores,

gendarmes y sobre todo de obreros. Por cierto, todas ellas se iban bastante mal lavadas.

Claudín no quiere irse de Montigny, no tiene madre y su padre no hace más que trabajar y no se

ocupa de ella. No imagina que podría estar más correctamente educada en un convento en cualquier

instituto. Claudín tiene como compañera Sacler una niña dulce de bellos y tiernos ojos, muy

enamoradiza, a la larguirucha Anaís, fría, viciosa y tan imposible de conmover que jamás se

ruboriza y a las zovejas, dos hermanas gemelas, buenas alumnas que irritan a Claudín y a Magy Belom,

muy divertida y poco despierta para su edad. El resto a nuestros ojos es la ed, el bulgo. En el

curso de este diario presentaré a otras compañeras, pues es decididamente un diario o algo parecido

en lo que voy a comenzar. La maestra ha recibido el aviso de traslado. Se pasa el día llorando,

lo que inspira en las niñas una vigorosa aversión hacia su sustituta. Llega la nueva maestra,

la señorita Seguzón, acompañada por su madre, una mujer gorda con cofia que sirve a su hija y la

admira. La señorita Seguzón parece todo menos buena, es peli roja y de buena figura, detalle y

cadera redondos, aunque fea. Su ayudante, Emé, la obtené, sin embargo, es muy guapa. Claudín no

se iba bien con la nueva maestra. Durante los recreos, como el húmedo frío de este fe otoño no

me invita a jugar, charlo con la señorita Emé. Nuestra intimidad progrese rápidamente, de naturaleza

felina, delicada y friolera, muy cariñosa. Me gusta contemplar su carita que, de súbito,

adquiere una tonalidad sonrosada y sus doradas pupilas de arqueadas pestañas. Hermosos ojos

que se lo piden sonreír. Emé tiene 19 años, parlotea con una fan de ternura y unos gestos

mimosos con movedores. Sus pómulos son un poco pronunciados y bajo su cortanariz, su boca

parece algo abultada y forma una graciosa comisura a la izquierda cuando ríe. Tiene un cutis delicado

a la vista que el frío ni siquiera amorata. Pequeña señorita Lantené, tu cuerpo flexible busca y

desea un bienestar desconocido. Si no fueras maestra adjunta en Montañí, tal vez serías, no quiero

decir que. Sin embargo, cuánto me gusta oírte y verte a ti, que tienes cuatro años más que yo y

de quien a cada instante me siento la hermana mayor. Las novelas de Claudín son divertidísimas y

apasionantes, pero tengo que contarles algunas cosas esenciales en la creación de Claudín. Colette

conoce, con 16 años, al periodista parisino Oggy Gauthier Villag, conocido como Willy, 14 años

mayor que ella. Willy era una celebridad, uno de los periodistas más influyentes y mejor pagados de

París y el prototipo de calavera parisino. En ese momento goza de cierta notoriedad en los círculos

literarios porque, aunque en realidad es quien encarga los trabajos a otros escritores, luego les

da un retoque final y la obra resultante aparece solo bajo su nombre. Colette y Willy se casan el 15

de mayo de 1893. Viven modestamente en un apartamento de la Ruiz Jacob, aunque no hay evento cultural al

que la pareja no asista. Según Colette, el primer año de su matrimonio es uno de los periodos más

desgraciados de su vida, pero no queda de esa época nada porque las cartas que Colette escribía a

su madre fueron quemadas a su muerte. Quedan reflexiones muy duras en sus libros como esta

reflexión en La Casa de Clodín. Sólo un sueño podría arrebatar su infancia a una niña y colocarla

ni sorprendida ni reacia en mitad de una hipócrita y aventurera adolescencia. Sólo un sueño podrá

convertir a una niña amorosa en la criatura desagradable que será mañana, en la astuta cómplice

del extraño, la olvidadiza que abandonará la casa de su madre sin volver la vista atrás. Así me

fui yo, a una tierra en la que una diligencia, entre el repicar de campanas, se detiene ante una

iglesia para depositar a un joven vestido de tafetán y a una joven cuya falda arrugada recuerda los

exfoliados pétalos de una rosa. No derrame una lágrima. Willy es infiel a Colette con diferentes

mujeres y no lo oculta. Un año después de casarse, Colette recibe una carta anónima con una dirección

de momat en la que se le comunica que podrá encontrar a su marido con un amante. Cuando Colette se

presenta allí les encuentra a los dos, pero no en la cama, sino estudiando con atención un libro de

cuentas. Ella se llama Saglot Quinceler y al final se hacen amigas, como le sucede a Colette con otras

amantes de su marido. Poco después de este hecho, Colette enferma, tiene fiebre muy alta, dolor de

estomago e hinchazón, permanece en la cama 60 días, probablemente por una agonorrea aguda dada la

promiscuidad del marido. Colette y Willy se trasladan a Belil, una isla junto a la Bretaña,

siguiendo el consejo médico de cambiar de aires. Colette hará esta reflexión en su libro Mis

Aprendizajes. En pocas horas, un hombre sin escrúpulos convierte a una chica ignorante en un

prodigio licencioso. El asco no es nunca un obstáculo, viene después como la honestidad. No

permitas que contemple durante mucho rato la sombra alagadora del priapo, que la luz de la luna o de

la lámpara proyecta en la pared. Esta sombra desenmascarará, finalmente, la sombra de un hombre

marcado ya por la edad. Una mirada acuosa, turbada e elegible. El trémulo regalo de las lágrimas. La

voz espléndidamente velada. La extraña ligereza de un cuerpo obeso. La dureza de un edredón relleno de

piedra. No se sabe a ciencia cierta si es Willy quien anima a Colette en 1895 a apuntar sus

recuerdos de la escuela primaria, sin escatimar detalles picantes, o si es ella quien tiene la

idea. Es en esa época cuando Colette escribe seis breves artículos de crítica musical. Acaba

de cumplir 24 años cuando termina el manuscrito de su primera novela, Claudín, en la escuela y se

la entrega a su marido, que no ve ningún valor en ella y la mete en un cajón. Dos años después se

trasladan a un apartamento más lujoso y moderno en la orilla derecha del Sena, cercano a la casa de

Marcel Proust. Aunque parecían representar el ideal de pareja moderna, Colette dirá con el tiempo

que aquella vida era insana para ella, por su subordinación al hombre con el que estaba casada.

Al hacer una limpieza en su escritorio, Willy se encuentra con los cuadernos de Colette y empieza

a leerlos de nuevo.

El manuscrito es rechazado por varias editoriales, hasta lograr que Allendorf acceda a publicar

Claudín en la escuela. Willy, antes de la publicación, le manda retocar el texto y le hace varias

sugerencias, como por ejemplo introducir entre Claudín y una amiga una amistad muy íntima y por

eso, alegando una colaboración o que eran ideas suyas, Willy firma las cuatro novelas. Es verdad

que Willy las editó, ayudó a darles forma, influyó en el tono y su intervención a veces fue

importante, pero también es cierto que explota a su mujer, ya que él se convierte en el único

propietario de los derechos. Willy se autodenomina el padre de las Claudín, a lo que Colette replica

que también son hijas suyas. Tras la muerte de Willy, Colette ganó una demanda para quitar el nombre

de su marido de los títulos de crédito de las novelas, pero tras la muerte de Colette, el hijo

de Willy consiguió reponer el nombre de su padre.

Escritos totalmente de mi puño y letra. De vez en cuando aparece en ellos una caligrafía muy fina

que cambia una palabra, añade una broma o una seca reprimenda.

Claudín en la escuela se publica a finales de marzo de 1900. Se venden 40.000 ejemplares en dos meses.

A nivel comercial, la serie de novelas de Claudín es uno de los mayores éxitos de la literatura

francesa. A finales de 1900, Colette empieza a escribir Claudín en París. Es la única novela

de amor que Colette escribió jamás, la única en la que el amor ofrece esperanza de curación y

restitución. Esta es la escena con la que empieza la novela, que curiosamente cuenta la enfermedad

que sufrió y que la tuvo tanto tiempo en la cama, pero en otro contexto. Cuenta cómo se va de Montigny

y deja su querida escuela y a sus profesoras parirse a París.

Hoy empiezo de nuevo mi diario, forzosamente interrumpido por mi enfermedad, mi grave enfermedad,

pues me parece que de veras estuve muy enferma. Todavía no me siento muy fuerte,

pero el periodo de fiebre y aflicción ha pasado a la historia. Claro que no concibó que la

gente viva en París por gusto sin verse obligado a ello, pero empiezo a comprender que uno se

puede interesar por lo que sucede en estos grandes cajones de seis pisos.

Claudín va a contar en sus cuadernos por qué está en París y por qué se fue de Montigny de la

escuela tan querida y tan fantasiosa, donde la señorita, Serzón, sin preocuparse por el que dirán,

continúa mimando a su pequeña Eme, mientras las alumnas arman un alboroto de mil demonios.

Estaré muy cansada cuando termine, porque saben ustedes, estoy más delgada que el año pasado y

un poco más alta. A pesar de mis 17 años cumplidos ante ayer, apenas a pariento 16. A ver,

miremonos en el espejo. ¿Oh? Sí.

Cuenta el viaje, la llegada, su instalación en un piso oscuro entre dos patios, en la gruja

cop triste y pobre que deja a Claudín en un acongojado aturdimiento. Ve llegar sin moverse una

una las cajas de libros, luego los muebles y al fin a su padre excitado y dinámico,

presumiendo de que está a dos pasos de la Sorbonna, cerca de la sociedad de geografía y con la

biblioteca de Saint Geneviève al alcance de la mano. Claudín se niega a salir, se niega obstinalmente

a ocuparse de nada útil. Al cabo de diez días tenía tan mala cara que hasta papá lo notó y se

puso enseguida como loco, pues él lo hace todo a fondo y sin medida. Me sentó sobre sus rodillas,

contra su gran barbatrículor y me acunó con sus manos nudosas, que a fuerza de tanto instalar

estantes olían a pino. Yo no decía nada y apretaba los dientes, ya que le guardaba un feror rencor.

Luego mis crespados nervios dieron paso a una bonita crisis y ardiendo de fiebre me metió en la cama.

Colette, en los primeros seis años del siglo, escribe para su marido al menos un libro al año,

las cuatro novelas de Claudín y dos obras de teatro de gran éxito. Willi le regala a Colette

una casa solariega del siglo XVIII en Besançon, donde Colette pasará los veranos. Escribe en el

jardín, monta a caballo, contesta a la correspondencia, conduce una pequeña calesa y hace ejercicio cada

día a las seis de la mañana. Willi pasa ese tiempo yendo y viniendo a París, lo que suele dejar a

Colette con una sensación de celos y abandono. Colette señala en diversos textos que sus celos

son obsesivos, pero justificados. Willi recibe a sus amantes en el apartamento de ambos.

En 1901, tras su estancia anual en el festival de Beguen, acompañados por Georgy Raúl Duval,

una rica heredera norteamericana que se acuesta con los dos, Colette empieza a escribir Claudín

Casada, en la que relata la seducción de la protagonista por una hermosa peli roja que luego

la tradiciona con su marido. Cuando la novela ya está en máquinas, en imprenta, Georgy intenta

parar la edición para evitar que la relación de los tres salga a la luz. Ofrece una importante

cantidad al editor para comprar y destruir toda la primera edición. Este acepta, pero Willi tiene

los derechos de autor y revende el libro que es publicado en mayo. En verano ya ha vendido 60.000

ejemplares. Claudín Casada es una novela con prometedora, al menos para el lector, que se

siente como un voyeur. Es así como arranca la novela justo antes de la descripción de la

noche de bodas de Claudín. En nuestro matrimonio hay algo que no va bien, seguro. Renaud aún no

lo sabe. ¿Cómo habría de saberlo? Hace seis semanas que regresamos. Se acabó el vagabundeo

climático y febril que durante 15 meses nos ha llevado errantes desde la agú de Bassanot hasta

Montigny, desde Montigny hasta Beirut, desde Beirut hasta un pueblo vadense que al principio con

gran regocijo de Renaud, yo creí que se llamaba Förel-Lenfis-G, porque un enorme cartel sobre

el río proclama que se pescan truchas y porque yo no sé alemán. El invierno anterior, hostil y

aferrada al brazo de Renaud, Claudín vio el Mediterráneo erizado por un viento frío e iluminado por

un sol penetrante. Demasiadas sombrillas, demasiados sombreros y rostros les tropearon aquel viaje y

sobre todo el encuentro inevitable de un amigo, de diez amigos de su marido, de familias a las

que proporcionó pases de favor, de señoras, en cuyas casas cenó. Este hombre horrible se muestra

amable con todos, en particular con quienes menos conoce, porque con los otros, con los verdaderos

amigos, explica con una suavidad sin pudor. No merece la pena matarse intentando caerles bien,

si está seguro de ellos. Claudín nunca ha podido comprender esos inviernos de la costa azul donde

los vestidos de encaje se estremecen bajo cuello de cibelina. Ese abuso quebran todos los nervios

de Claudín y le dejó el alma poco resignada a los pequeños guijarros del camino. Y tan valiante,

arrebatada, en un estado semi doloroso, semi delicioso de embriaguez física y casi de vértigo,

acabe por pedir gracia y reposo y enamorada definitiva. Y aquí estoy, de regreso. ¿Qué

después lo que necesito? ¿Qué me falta todavía? Procuremos poner un poco de orden en este lío

de recuerdos aún muy cercanos y ya tan lejanos. En enero de 1902, Willy monta una versión teatral

en dos actos de Claudín en París, con un prohémio de un acto que resume Claudín en la escuela. La

obra se representa durante cinco meses y Claudín se convierte en el personaje de ficción más famoso

de la época. Parte del éxito hay que atribuírselo al actriz protagonista, Paulette, que salta a la

fama con la obra. Willy hace un gran trabajo publicitario, no sólo comercializa productos

relacionados con la obra, sino que además se exhibe por todo París con Colette y con Paulette,

vestidas igual con el mismo corte de pelo, creando la fantasía del menace à trois descrito en la

novela. Colette también se convierte en una celebridad, ofrece la imagen de una esposa moderna

que acepta un matrimonio abierto aunque interiormente piense que si él renunciase a las otras mujeres

podrían ser felices. Willy tolera e incluso alienta como modo de diversión las aventuras

lésbicas de su mujer, aunque luego siente celos. Ni una sola de tus sonrisas dirigidas a los ojos

de otra mujer ha dejado de provocar en mí el más vulgar deseo de matar, pero tus celos,

tus celos pesados, torpes y retrospectivos, ellos son mi gloria, mi irritación, mi juguete y

mi tristeza. Con la fuerza de tus celos has resucitado la sombra de la mujer que se alza entre

nosotros. Me indolente, mi complaciente amigo de antaño, mi tiránico dueño de hoy. Entérate de

una cosa, jamás arenada para curar tus celos. En 1905 Colette conoce a la marquesa de Bellevueff,

Missy, con la que inicia una relación poco después. Solo unos meses más tarde comienzan los

trámites del divorcio entre Colette y Willy. Claudine Seba es una especie de aviso tanto para el

público como para su patrón. Colette quiere escribir algo diferente de las Claudine, de hecho

esta novela no está contada por Claudine, la narradora es Annie Sampson, una ingenua madurita

casada con un tirano acabado, al que ella ha adorado desde la infancia. Una Claudine mayor y

más sabia se convierte en su mentora y confidente, ayuda a distinguir a Annie entre amor y sometimiento

y a reconocerse como una niña maltratada. La escena que les vamos a contar es justo el

principio del libro cuando Annie es consciente de que su marido la ha abandonado.

Ahora que se ha ido, Annie teme moverse, respirar, vivir. Piensa que un marido no debe dejar a

su mujer y más cuando se trata de este marido y de esta mujer. Cuando Annie tenía 13 años y Alain

ya era el dueño de su vida, un dueño muy apuesto, pelirrojo, más blanco que un huevo de ojos azules

que deslumbraban a Annie, ella esperaba sus vacaciones de verano en casa de la abuela Las Aguís

con toda su familia y contaba los días para que llegara. A los 12 años lo amaba como ahora,

con un amor confuso y aterrorizado, sin coquetería y sin astucia. Todos los años vivíamos uno al

lado del otro durante casi cuatro meses pues se educaba en Normandía, en uno de esos colegios,

tipo anglosajón, donde las vacaciones suelen ser largas. Alain llegaba dorado y blanco,

con cinco o seis pecas bajo las azules pupilas y empujaba la puertecilla del jardín como se

planta una bandera en una ciudadela. Annie lo esperaba con su vestido de todos los días,

con miedo a que notara que se engalanaba para él. Y Alain se llevaba a Annie con él, leían,

jugaban. Él no pedía su opinión, se burlaba con frecuencia, decía lo que había que hacer,

pasaba su brazo por los hombros de Annie y miraba alrededor con aire malvado como diciendo que

vengan a quitármela. Él tenía 16 años y ella 12. Algunas veces, y es una demanda que todavía

hice ayer humildemente, posaba en su blanca muñeca mi mano atezada y suspiraba, que negras soy. Y con

una sonrisa orgullosa mostraba a sus cuadrados dientes, respondiendo, sed formosa querida Annie.

Crecieron sumamente juiciosos, sin besos ni gestos feos. Alain es tan honrado como apuesto. A los 24

años se declaró, ahora nos casaremos. Y se lo dijo, como le habría dicho antes, ahora jugaremos a

los salvajes. Ha sabido siempre también lo que debía hacer que, sin él, eme aquí como un

inútil juguete mecánico del que se ha extraviado la llave. ¿Cómo sabría ahora dónde está el bien y el mal?

Colette inicia en esta época su carrera teatral, representando una obra de aficionados en el jardín

de alguna de sus ricas amigas, e inicia sus clases de pantomima con el famoso mimos Josvagg. Se

consolidó a su relación con Missy. Poco después tiene lugar el debut profesional de Colette,

su familia política le cierra las puertas porque en esa época dedicarse profesionalmente al teatro

era sinónimo de prostitución. Colette debuta en el teatro Guayal con su primer papel hablado,

con una obra de un solo acto escrita por Willy. Colette va vestida de hombre e interpreta a un

joven gigolo que conoce a una prostituta. Para Colette, su carrera de actriz es un acto de

rebelión y autoafirmación. Arrotó su matrimonio, vive con una mujer y está orgullosa de su provocación.

Entre otras cosas, actúa con un pecho al aire. Tras el divorcio, a Colette le corresponde

una pensión de mil francos al año. La cocinera y el secretario abandonan a Willy y se van a

vivir con Missy y Colette. Pero antes de irse, el secretario rescata del escritorio de Willy,

los manuscritos de Claudín Casada y Claudín Seba. En 1909, Colette publica La Ingenua Libertina.

Esta novela habla de la burguesía parisina de mitad del siglo XIX. La pequeña min, una hermosa

joven, adorada por su madre, que recibe una estricta educación, pero que no duda en mentir y

dañar a quienes la quieren, buscando una gran aventura y una gran pasión, como cuentan los libros que

lee. Es una novela profundamente femenina y feminista, sensual y erótica. Esta es la escena

con la que arranca la novela, que cuenta muy bien cómo es Min.

La madre suspira mientras cose. A cada puntada, la aguja se clava en el hule donde borda un cuello

grande para Min. Al oír el tintineo de las tijeritas, la fina nariz de Min se levanta, se

separan los cabellos de plata y acechantes, asoman dos hermosas pupilas oscuras. Es una

falsa alarma. La madre se pone a enhebrar apaciblemente otra aguja y Min puede agacharse de nuevo sobre

el diario abierto semi-escondido por el cuaderno de deberes de historia. Está leyendo lentacuidadosamente

el epígrafe París de Noche, en el que cuentan que dos bandos rivales enfrentaron y se degollaron

literalmente a causa de una mujer, una moza apellidada de fontaine y apodada casco de

cobre por sus soberbios cabellos rojos. El periódico cuenta que esa criatura, que apenas

cuenta 16 años, es popular en el lugar por su equívoco encanto y su audacia. Boxea, lucha

y se hace falta, se lia tiros. Y dice el periódico que hubo cinco muertos y que a los jefes

de las bandas aún no se les ha podido echar el guante.

Mamá dobla la labor y, de prisa, de prisa, el diario desaparece debajo del cuaderno donde

Min garabatea la aventura. A causa de este tratado, Francia perdió dos de sus mejores

provincias, sin embargo, tiempo después, habría de firmar otro tratado mucho más

ventajoso. Un punto, un rasgo de tinta trazado con regla al pie del deber de historia, el

papel secante alisado con su mano larga y transparente y Min que exclama victoriosamente.

¿Se acabó? Colette firma, a finales de 1910, un contrato

como columnista con Le Matin. A su madre, le parece que malgasta su talento porque dice

que el periodismo es la muerte del novelista. Tres años después, sus artículos empiezan

a aparecer bajo el subtítulo del diario de Colette. El periódico tiene una tirada de

un millón de ejemplares. Onghi, de su venel, coeditor de Le Matin, se convierte en su segundo

marido. Colette está embarazada. La mujer que cada noche muestra un pecho desnudo en

el escenario se convierte en baronesa. Onghi tiene dos hijos de su anterior matrimonio.

La salud de la madre de Colette empeora y muere después. Pero Colette no cance la

su actuación en el Bataclan ni va al funeral.

Una carta, la última, llegó rápida, después de la risueña epístola de la taúd de madera

de Ebano. Ah, ocultemos debajo de la última carta la imagen que no quiero ver. Una cabeza

semivencida que se movía de un lado a otro sobre la almohada. Su cuello enjuto y su impaciencia

de pobre cabritilla atada con una corta soga. Mi madre, al escribirme la última carta,

quiso sin duda asegurarme que ya había abandonado la obligación de emplear nuestro lenguaje.

Ha escrito también más abajo, Amor mío. Me llamaba así cuando nuestras separaciones

se hacían demasiado largas y me echaba de menos. Pero tengo escrúpulos esta vez de

reclamar para mí sola una palabra tan ardiente. Ocupa su lugar entre las líneas lazos de

golondrinas, bolutas vegetales, entre los mensajes de una mano que intentaba transmitirme un

alfabeto nuevo o el croquis de un lugar entrevisto al amanecer bajo irnos rayos que jamás alcanzarían

el opaco Zenit. Colette sigue llevando una actividad frenética

durante el embarazo y dos semanas después del parto asiste a una fiesta en Versalles.

La pequeña Colette es criada como tantos otros niños de la época por una ama de

cría inglesa severa y poco afable hasta que se la envía a un internado cuando cumple los ocho años.

La primera guerra mundial los coge desprevenidos. Oggy de Souvenel, que en ese momento tiene 38

años y el grado de subteniente es asignado a un regimiento a Verdun en primera línea de frente.

Colette empieza a escribir Che Guy, una historia sobre una mujer madura al final de su vida amorosa

y un joven al principio de la suya. La novela es un éxito impresionante.

Poco tiempo después de publicarse en septiembre de 1920, Che Guy lleva ya 72 rediciones.

Che Guy es ante todo una novela intimista. Se dice que Colette creó a Lea,

la protagonista, para ayudarse a sí misma en vejecer. Logra que empatizemos y sintamos la

nostalgia y la tristeza del final del amor. Logra que nos pongamos en la piel de una mujer madura

que debe enfrentarse a la vejez y al gran cambio que eso conlleva en su vida.

Esta es la escena con la que arranca la novela. Lea acaba de levantarse, está con su joven amante,

Che Guy, hijo de una de sus amigas. Todo es ambiguo, todo parece un juego,

hasta que Che Guy, de pronto, anuncia que se casa.

Lea, dame el collar de perlas. Me oyes, Lea. Dame el collar.

No llegó respuesta alguna desde la enorme cama de hierro forjado y cobre cincelado que brillaba

en la penumbra como una armadura. ¿Por qué no me quieres dar el collar?

Me queda también como a ti y hasta mejor. Bajo la sábana asoman dos magníficos brazos desnudos

de muñecas finas cuyas delicadas manos se alzan en el aire. Es Lea que le dice a Che Guy que

deje ya de jugar con el collar de perlas. La silueta de Che Guy se recorta en las cortinas

rosadas de la ventana por las que se filtra la luz del sol, lo que le hace parecer un elegante

diabillo danzando entre las llamas del infierno. Cuando se ríe, Lea le dice que si sigue riendose

así se le llenará la cara de arrugas. Él dejó de reír inmediatamente, relajó la

frente y se acarició la barbilla con la habilidad de una vieja coqueta. Se miraban con aire hostil,

ella acodada sobre la lencería y las sábanas de encaje. Él, sentado a la amazona al borde de

la cama pensando, vaya una para hablarme de las arrugas que tendré. Y ella, ¿por qué se pondrá

tan feo cuando se ríe él que es la viva imagen de la belleza? Lea sonríe al verlo como más le gusta,

primero rebelde y después sumiso, apenas maniatado pero incapaz de liberarse. Seguí se deja caer sobre

el espléndido hombro de la mujer, acurrucándose contra ella en busca del familiar hueco que lo

resguarda de las largas mañanas. Pero Lea le dice que se tiene que dar prisa porque hoy Seguí ha

quedado a comer en casa de su madre. Lea dice que irá después a tomar el café. A Seguí se le ilumina

la cara con socarronería y dice que han invitado a la bella Maguilog y a su hija.

Venga, quítate el collar de una vez. ¡Qué lástima! Suspiro Seguí abriendo al cierre,

quedaría muy bien en la canastilla. Lea se incorporó apoyándose en un codo.

¡Qué canastilla! La mía. Dijo Seguí con una solemnidad purlesca. Me canastilla la de mis joyas,

la de mi boda. Seguí, se tira de la cama y se va al baño mientras Lea se vuelve a costar boca

arriba comprobando que la víspera seguía tirado los calcetines sobre la chimenea, el calzoncillo

sobre el secreter y colgado la corbata del cuello de un busto de Lea. Sonríe ante ese

fogoso desorden masculino y entorna sus grandes ojos azules de una serenidad infantil en cuyos

párpados aún lucen unas pestañas de color castaño. A los 49 años, Leonid Valón, alias Lea del

Ombal se hallaba al final de una brillante carrera de cortesana con una economía saneada, de buena

chica que en la vida ha ahorrado las catástrofes más alagadoras y aflicciones más exaltadas.

Ocultaba la fecha de su nacimiento, pero no le importaba confesar, dejando caer sobre

Seguí, una mirada de voluptuosa condescendencia que había alcanzado la edad en la que una

puede permitirse algún pequeño capricho. Le gusta el orden, la lencería fina, los

vinos añejos, comer bien sin derrochar. Ha pasado de ser una muchacha rubia que levantaba miradas a

convertirse en una rica cortesana madura sin llamar la atención ni presumir. Las mujeres maduras

envidian la salud de hierro de Lea, las jovencitas admiran su opulento busto y unas y otras envidian

su largo idilio con Seguí. Lea cree que casar a Seguí no es humano, que darle una jovencita a

Seguí es como echar una servatilla a los perros. Todavía no ha reaccionado a la noticia, ayuda a

vestirse a Seguí y hacerse el nudo de la corbata. Seguí la deja hacer, extasiado, docil, indeciso.

Ella le cepilló el pelo que caía sobre sus orejas, hizo bien la raya fina y azulada que

partía el cabello negro de Seguí. Le tocó las sienes con un dedo mojado de perfume y besó

rápidamente porque no pudo evitarlo. Los labios, tentadores cuya respiración percibía tan cerca.

Colette se mueve en diferentes ambientes y su talento es respetado por los escritores de

más prestigio y por todo el mundo cultural en general. Llega a la cima de su popularidad cuando

recibe la legión de honor. Al mismo tiempo, su marido es elegido senador de su distrito. Con 45

años, Colette inicia una relación sentimental con su hijastro de 17, Bertrand de Souvenel, hijo

de Henry, imitando la historia que relata en Seguí. Como dijo Oscar Wilde, lo peligroso de

escribir es que lo que se escribe puede fatalmente hacerse realidad. Ogui y Colette inician los

trámites del divorcio. Poco después del divorcio conoce al que será su tercer marido, Moguís

Goudeket, 16 años más joven que ella, y entonces empieza a escribir en los urnal dos columnas

semanales en primera plana y un relato corto mensual. Colette nunca será rica pese a su

ingente producción, intercala su actividad literaria con actividad teatral. En el verano de 1927

emprende un nuevo proyecto literario al rayar el día, que no es autobiografía ni tampoco novela,

usa nombres reales de amigos, pero hay también un componente de ficción y se presenta en forma

de diario. Termina el libro en enero de 1928. He seleccionado para que se hagan una idea de la

belleza de esta obra dos fragmentos del final prácticamente las últimas líneas. Es brutal

la madurez de Colette, la profundidad, la belleza del texto. Llega el alba. He sabido que ningún

demonio sostiene su proximidad, su palidez, su azulado deslizamiento, pero nunca se habla de

los demonios traslúcidos que la traen amorosamente. Un azul de adioses ahogado, diseminado por la

niebla, penetra a bocanadas con la bruma. Necesito poco sueño. Desde hace varias semanas la siesta me

basta. Cuando se me apoderen de nuevo las ganas de dormir, dormiré de manera vehemente y embriagada.

No tengo más que esperar la reanudación de un ritmo ininterrumpido durante algún tiempo. Esperar,

esperar. El azul frío ha entrado en mi cuarto arrastrando un débil color sonrosado que lo turba.

Es la aurora, chorreante, contraída, apegada a la noche. La misma hora mañana me verá recoger

las primeras subas de la bendimia. Pasado mañana adelantándome a esta hora quiero, no tan

apriza, no tan apriza, que tenga paciencia al hambre profunda del momento en que da a luz al día.

Aún está errante el ambiguo amigo que saltó por la ventana. Al tocar el suelo no renunció a su forma.

He faltado tiempo para perfeccionarse, pero que solo yo le asista. Y ahí están,

matorrales, brumas, meteoros, un libro abierto sin límites, cepas, navío o ases. Colette inicia

una curiosa actividad comercial con la finalidad de aumentar sus ingresos. Decide sacar una línea de

productos de belleza con su nombre, que incluye además maquillar ella misma a sus clientas.

Completa el proyecto con un librito titulado Colette en el que expone sus secretos de belleza.

En junio de 1932 abre una tienda en la que pasa cinco tardes a la semana y se conservan

fotografías de ella maquillando a las clientas. Acaba abandonando el negocio porque se da cuenta

de que escribiendo puede ganar más dinero. En esos momentos empieza a escribir La Gata.

En ese año aparece publicada en una revista la primera entrega de una de sus obras más

escandalosas, Lo Puro y Lo Impuro, una especie de biografía de la poetisa lesbiana inglesa

René Vivien a la que Colette conoció personalmente. Es un gran escándalo, así que la publicación de

La Gata se produce con una opinión pública muy condicionada. La Gata cuenta un triángulo

amoroso en el que interviene una gata doméstica. Saja, La Gata, tiene pinceladas femeninas que

hacen verosímil y ambiguo el triángulo. Colette maneja un erotismo muy levemente insinuado.

Esta escena que les vamos a contar es el arranque de la novela cuando vemos que aparece por primera

vez Saja, es una escena deliciosa. Los jugadores de poker familiar dieron muestras

de fatiga a eso de las diez. Camille luchaba contra el cansancio como se lucha a los diecinueve años,

es decir, de improviso parecía fresca y lozana, luego o bostezaba detrás de sus manos juntas

y reaparecía pálida, blanca a la barbilla, un poco oscuras las mejillas bajo los polvos de

matizocre y dos lagrimitas en el rabillo de los ojos. La madre le dice que tendría que acostarse,

pero Camille contesta que son sólo las diez y con la mirada busca al su prometido hundido en el fondo

de una butaca. Camille le llama mientras tira el pitillo al jardín, enciende otro cigarrillo y entre

saca y baraja las cartas del poker abandonado, disponiéndolas cabalísticamente. Alain vuelve la

cabeza sin levantar la nuca hacia la abierta ventana por donde llega un suave olor a espinacas y

en ofrezco, pues han cegado el césped durante el día. Un cristalino tintineo anunció que los

jarabes de las diez de la noche y el agua fresca entraban en las temblorosas manos del viejo Emil

y Camille se levantó a llenar los vasos. Su prometido fue el último en ser servido y con

una sonrisa cómplice le ofreció el empañado vaso. Lo contempló mientras bebía y se turbó

bruscamente ante los labios que apretaban los bordes del vaso. Sin embargo, él se sentía

tan fatigado que rehusó participar de la turbación y sólo apretó ligeramente los blancos dedos,

las uñas rojas que le cogían el vaso vacío. Camille le pregunta si irá al morzar al día

siguiente y Alain le contesta que se lo pregunte a las cartas. Camille retrocede y esboza una mímica

de clown. Se pone a hablar precipitadamente rascando con una uña aguda los bordes de

Carmín que tienen las comisuras de los labios. Alain la escucha sin tedio ni indulgencia. Hace

muchísimos años que la conoce y sabe que es una muchacha moderna. Sabe cómo conduce un coche

un poco demasiado deprisa, un poco demasiado bien, atenta la mirada y en su boca fresca siempre

apunto un grosero insulto para los taxistas. Sabe que miente sin rubor igual que los niños

y los adolescentes que es capaz de engañar a sus padres a fin de reunirse con él después de la

cena en las wad, donde bailan juntos aunque sólo beben su moderaranja pues Alain no le gusta el alcohol.

Le había entregado antes de sus responsales oficiales a sol y sombra sus labios prudentemente

limpios y sus senos impersonales, siempre prisioneros de un doble escote de tul y de encajes y unas piernas

muy bonitas, enfundadas en unas impecables medias que compraba escondidas. Medias como las de mi

estanguet ¿sabes? Cuidado con las medias Alain. Las medias, las piernas, era lo mejor que tenía.

De pronto el padre pregunta dónde está la gata. Alain busca la gata con la vista y se despega de la

butaca hombro tras hombro, luego la cintura y finalmente las posaderas descendiendo por fin

perezosamente los cinco peldaños de la escalinata. El jardín vasto rodeado de jardines exhala en la

noche el olor graso de los campos de flores alimentados sin cesar. Alain escucha a Camille

llamándole desde lo alto de la escalinata. Alain, por capricho, se abstiene de contestarle y se

dirige hacia las cineblas más seguras, tanteando con el piel borde del césped. Una luna velada,

agrandada por la bruma de los primeros diastribios, domina en lo alto del cielo. Un reflejo plateado,

semejante a un pez, se lanza desde un macizo yendo a parar contra las piernas de Alain.

Ah, estás ahí, Saja. Te estaba buscando. ¿Por qué no has venido esta noche a la mesa?

Respondió la gata. ¿Cómo que gurrumiao? ¿Y por qué gurrumiao? ¿Es esta la forma de hablarme?

Insistió la gata. Aciendas, acarició ciernamente el esbelto lomo, más suave que el pelo de una

liebre, y encontró bajo su mano las naricillas frescas dilatadas por el apresurado ronroneo.

Es mi gata, mi gatita. Decía bajito la gatita. Una nueva llamada de Camille llegó desde la casa

y Saja desapareció bajo un seto de recortados arbustos verde y negros como la noche.

En abril de 1935 Colette se casa con Moïse Goudeket. Él tiene 45 años y ella 62. Ese año es elegida

para formar parte de la Real Academia de la Lengua y la Literatura Francesa de Bélgica. En 1937

inicia un programa de radio semanal dirigido a las mujeres en el que aborda problemas de la vida

cotidiana y a finales de 1938 inicia su colaboración con Pagui Swag. En ese momento es el diario más

leído en París. Comienza la Segunda Guerra Mundial. Colette dice que está acostumbrada a pasar las

guerras en París. Empiezan los problemas físicos importantes. Tiene artritis, le duele la cadera,

comienza a cogear. Dos días antes de que los alemanes entren en París la pareja se marcha a

Cugmont donde vive la hija de Colette. Luego se marchan a Lyon. Terminan regresando a París donde

Colette sigue escribiendo y publicando. En 1941 los nazis arrestan en París aproximadamente a

mil judíos entre los que está el marido de Colette. Tardan mucho en liberarlo y lo hacen

gracias a las influencias de Colette. En 1942 Colette encarga una silla de ruedas con motor.

Ese verano empieza a escribir el relato que será el mayor éxito de su carrera, Gigi. La historia

de Gigi, una joven que es iniciada en el arte de la seducción por su tía, es llevada al cine por

Bidsen Minnelli en 1958 con Les Lycaron de protagonista. Esta es la primera escena de esta

novela corta en la que ya podemos ver la forma de ser Desilbert. Gigi.

No te olvides de ir a casa de ti, Alicia. ¿Me oyes, Gilbert? Ven, que te haga los rezos. ¿Me oyes?

Abuela, ¿crees que podría ir sin los papillotes? No creo. Repuso calmosamente la señora Álvarez.

Sobre la azul llamita de un ornillo de alcohol puso las viejas tenacillas con brazos terminados en

dos bolitas de metal macizo y luego preparó los papeles de seda.

Abuela, ¿y si para cambiarme hicieras una onda a un lado? Ni hablar. La máxima excentricidad

permitida a una chica de tu edad es rizarse las puntas del pelo. Siéntate en la banqueta.

Al sentarse, Gilbert dobla sus zancudas piernas de quinceañera. Su falda escocesa descubrió unas

medias de hilo acanalado que le llegan más arriba de las rodillas, que son, sin saberlo ella,

la perfección misma. Pocapantorrilla y en peine alto unos encantos que hacen lamentar a la señora

Álvarez, que su nieta no haya estudiado danza. El olor vagamente avainillado del papel y el calor

de las tenacillas adormilan a la muchacha, obligada a permanecer quieta. La abuela le recuerda que le

ha dicho mil veces que cuando esté sentada en un asiento bajo debe juntar las rodillas y doblarlas

a la vez a la derecha o a la izquierda para evitar una indecencia. Gilbert le pide a la abuela que le

haga las faldas algo más largas para que cuando se siente no tenga que estar todo el rato doblada

como una zeta. Hace cargo abuela con estas faldas tan cortas siempre tengo que estar pensando en lo

que yo me sé. Callate, no te da vergüenza llamar a eso lo que yo me sé. Pues me encantaría llamarlo

de otra forma pero la señora Álvarez apagó el ornillo. Su pesada silueta español la se

reflejó en el espejo de la chimenea. No hay otro. Decidió. Dentre la maraña de rizos rubio ceniza

emerge una mirada incrédula de un hermoso azul oscuro y le pide a su abuela que le haga las faldas

un palmo más largas pero la abuela le contesta que a su madre no le gustaría tener una hija que

aparentase 18 años o más. Gilbert se arregla la falda que le trepa por encima del flaco estómago

y pregunta si se pone el abrigo de diario y su abuela le contesta que hoy es domingo y que se

pondrá el abrigo liso y su canotía azul marino. La abuela Inés utiliza el apellido español de un

difunto amante y alrededor de ella gravita su irregular familia. Su hija soltera André abandonada

por el padre de Gilbert que ha elegido la mediocre existencia de las cantantes secundarias en un

teatro subvencionado y su hermana Alicia que vive sola y a la que respetan por sus joyas.

La señora Álvarez contempló a Sonieta desde el canotía de fieltro adornado con

una pluma cuchillo hasta los zapatos de confección. No puedes juntar las piernas. Cuando te pones

así el sena podría pasarte por debajo. No tienes ni pizca de vientre pero siempre hayas manera de

sacar barriga y ponte los guantes por favor. La indiferencia de las niñas castas decidía aún

todas las actitudes de Gilbert. Podía tener un aspecto de arquero, de rígido ángel o de

chiquillo con faldas pero casi nunca el de una jovencita. Colette es ya una celebridad. Tras

la liberación la gente acude a visitarla y ella los recibe en lo que llama su diván balsa en el que

trabaja y come. En mayo de 1945 es elegida miembro de la academia Goncourt. Las mujeres,

los judíos, los poetas y los miembros de la academia frances no podían ocupar ninguna de

las diez sillas. Solo si había hecho una excepción en 1910 con Judith Gauthier, Colette es la segunda

excepción. Colette llegará a ser presidenta de la academia Goncourt entre 1949 y 1954.

Empieza a trabajar en sus memorias sobre la guerra, tituladas la estrella vespertina. En enero de

1948 cumple 75 años. Recibe un homenaje público. En ese momento está escribiendo el fanal azul

que ha empezado dos años antes y finalizará un año después. Será el último libro que

escribe. Se va acercando el final. Su letra se vuelve picuda como la de su madre. Empieza a

perder la memoria, el dolor y la sordera contribuyen a su aislamiento. El 3 de agosto de 1954 fallece

en París. Recibe el primer funeral de Estado que la República Francesa ha dado nunca a una mujer.

Durante dos horas más de 6.000 personas desfilan ante su féret. Al final sus elásticas piernas

de bailarina le fallaron. Llevaba dientes postizos. Apenas veía y estaba sorda. Pero cuando murió

sostenía la mano de un hombre que la amaba. Cuando Colette tenía 36 años había escrito

unas palabras con las que quiero terminar este programa. Si no has perdido el pelo, si no se

te han caído los dientes uno a uno y tus miembros aún te responde. Si en la hora final el polvo

de la eternidad no ha cegado tu mirada a la prodigiosa luz y si al final sostienes una

mano amada entonces túmbate y sonríe. Duerme feliz, duerme afortunada.

Y hasta aquí esté un autor en una hora que hemos dedicado a Colette. Hemos citado varios fragmentos

del magnífico libro de Judith Zürmann, Secretos de la Carne, vida de Colette, editado por Siruela.

Gracias por estar ahí y gracias por leer. Un autor en una hora en la cadena ser.

Un programa escrito y dirigido por Antonio Martínez Asensio con las voces de Laura Carrero

Vertío y Marisol Navajo y la colaboración de Olga Hernan Gómez, diseño sonoro de Mariano

Revilla, edición y montaje de sonido de Borja González, redacción Laura Martínez Pérez

y en las redes Virginia Díaz Pacheco.

Y ya sabéis, el canal de subtítulos en español de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de

la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jes

de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo sour.

a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo y a todos los que están en el mundo

Machine-generated transcript that may contain inaccuracies.

Sidonie-Gabrielle Colette (1873-1954) es una de las figuras más relevantes de la literatura del siglo XX. Novelista, guionista, periodista, libretista, actriz y bailarina, es autora de una obra extensa entre las que destacamos 'Gigi', 'Chéri', 'La gata' y la serie de Claudine: 'Claudine en la escuela', 'Claudine en París', 'Claudine casada' y 'Claudine se va'. Fue miembro de la Academia Goncourt desde 1945, que llegó a presidir entre 1949 y 1954 y también fue condecorada con la Legión de Honor.