Un Libro Una Hora: 'Soy leyenda', una novela crucial en el desarrollo del concepto de monstruo en la literatura

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Un libro una hora, dirigido por Antonio Martínez Asensio.

Bienvenidos al podcast de Un Libro Una Hora.

En este episodio os vamos a contar soy leyenda de Richard Matheson.

Richard Matheson nació en Nueva Jersey en 1926 y murió en California en 2013.

Está considerado uno de los autores más influyentes del siglo XX por escritores de la talla de

Ray Bradbury o Stephen King.

Además de su contribución a la ciencia ficción, el terror, la fantasía y el western, Matheson

destaca por su labor como guionista.

Es el autor del hombre menguante o de la casa infernal.

Soy leyenda, se publicó en 1954.

Es una novela extraordinaria que plantea una de las grandes preguntas de la literatura

de ciencia ficción y tiene un final absolutamente extraordinario.

Es terrorífica, triste, profunda y a ratos hermosa, un clásico.

Vamos allá.

En héroe de 1976, en aquellos días nublados, Robert Neville no sabía con certeza cuándo

se pondría el sol y a veces ellos ya ocupaban las calles antes de que él regresara.

Durante toda su vida, la hora del crepúsculo estaba relacionada con el aspecto del cielo

y por lo general prefería no alejarse demasiado.

Neville comprueba que las ventanas no tengan alguna madera suelta porque los ataques más

violentos dejan tablones rotos o medio arrancados.

Luego revisa el invernadero y el depósito de agua.

A veces las piedras que arrojan por encima del muro agujerean los cristales del invernadero.

Cuando abre la puerta de la calle aparece en el espejo una imagen de sí mismo absolutamente

distorsionada.

Hace un mes que ha colgado allí un espejo agrietado.

Ha puesto también algunas cabezas de ajo.

Entra en la habitación que ahora utiliza de almacén y sale arreglar los tablones.

Permaneció allí durante un rato de pie en el jardín, contemplando la calle larga y silenciosa.

Era un hombre alto, tenía 36 años y su ascendencia era inglesa y alemana.

En su rostro nada llamaba especialmente la tensión excepto la boca, ancha y firme.

Y los brillantes ojos azules que observaban ahora las ruinas de las casas vecinas las

había quemado para evitar que se acercaran por los tejados.

Cuando vuelve a entrar enciende otro cigarrillo y toma la copa de media mañana.

Tiene que deshacerse de la basura acumulada en el vertedero, quemar los platos y vasos de papel

y quitar el polvo a los muebles y lavar el fregadero y la bañera y cambiar las sábanas

y la funda de la almohada.

Vive solo.

Esas cosas pueden esperar.

A mediodía recoge cabezas de ajo en el invernadero, los corta y les hace un agujero para atravesarlos

con un alambre hasta formar unos 25 collares.

Sale, los clava en los tablones de las ventanas y retira luego los viejos que han perdido su

olor.

Pasa la tarde haciendo estacas, mientras el altavoz del dormitorio deja llegar el sonido

de la tercera, la séptima y la novena de Beethoven, con la música llena el terrible

vacío del tiempo.

A partir de las cuatro de la tarde empezó a contemplar el reloj de pared.

Trabajaba en silencio, con los labios apretando el cigarrillo, los ojos clavados en el taladro

que mordía la madera sembrando el suelo de un polvo blanquecino.

Las cuatro y cuarto, las cuatro y media, las cinco menos cuarto, solo faltaba una hora

y los asquerosos bastardos lo deharían la casa, tan pronto como se pusiera el sol aparecerían.

Se prepara la cena, cierra la puerta con llave y coloca la tranca.

Llegan a las seis y veinticinco, Ben Corman grita, sal, névil, después de cenar en la

sala trata de leer.

Se ha preparado un whisky con soba, ojea un texto de fisiología, del altavoz instalado

en la puerta del vestíbulo le llega a gran volumen la música, pero no está lo suficientemente

alta porque névil oye sus murmullos y sus pasos, sus gritos, sus gruñidos y sus peleas.

De vez en cuando una piedra o un ladrillo golpean la casa.

Y todos se reúnen allí para lo mismo.

Si tuviera tiempo, aislaría la casa y evitaría los ruidos.

Aún después de seis meses le destrozan los nervios, ya ni siquiera los mira, al principio

había abierto una mirilla en la puerta para espiarlos, pero un día las mujeres se dieron

cuenta y le incitaban a salir de la casa con ademanes obscenos.

La presencia de las mujeres complica las cosas, le provocan para que se decida salir, y névil

siente ese calor insoportable en las entrañas.

Sintió que el estómago se le retorcía como un alambre, recogió el libro e intentó leer

concentrándose en cada palabra, pero un segundo después el libro estaba otra vez sobre sus

rodillas, miro hacia la biblioteca, aquella sabiduría no calmaría nunca su fuego, siglos

y siglos de palabras no podían satisfacer aquel deseo imperativo y racional, se sintió

enfermo, humillado, se le habían terminado todas las posibilidades, lo habían obligado

al felibato y debía asumirlo.

Tiene yéndose a la cama con tapones, así terminan todas sus noches, cuando se cepilla

los dientes, cuidadosamente son poco más de las diez, tendido en la cama espera que

le venga el sueño, pero tiene grabados a esos hombres de caras blancas que se arrastran

por la calle buscando incesantemente cómo llegará él, algunos en cuclillas, acechando

como perros, chirreándoles los dientes y balanceándose hacia adelante y hacia atrás,

las noches pronuncia mentalmente el mismo deseo, que llegue la mañana, adiós, haz que llegue

la mañana, sueña con Virginia y grita durante el sueño y los dedos se le clavan en la colcha

como garras.

El despertador sonó a las cinco y media, Neville estiró el brazo entumecido y lo paro, buscó

los cigarrillos, encendió uno y se sentó a fumar en la cama, al cabo de un rato se

levantó, cruzó la sala y espió por la mirilla, afuera en el césped, las oscuras figuras

se alzaban como guardianes, mientras miraba algunas empezaron a alejarse y se oían murmullos

de descontento, otra noche llegaba su fin.

Oye el grito de Ben Corman, sal, Neville, enseguida se alejarán más débiles que antes, quizá

se han atacado entre ellos lo que ocurra menudo, nada los une, obedecen solo a una necesidad,

una vez vestido, Neville escribe la lista de los recados del día, necesita un torno

y lo encuentra en Sears, lo carga en la furgoneta y luego registra el edificio, ve a cinco en

el sótano escondidos en oscuros lugares y haya uno en una nevera, cuando ve al hombre

metido allí en ese ataúd de porcelana no puede contener la risa, solo un mundo sin

humor justifica esa risa, hacia las dos se detiene y almuerza, todo parece tener sabor

a ajo, no entiende por qué el ajo les aleja, si es por el olor hay muchos puntos oscuros,

que no salgan de día, que no soporten el ajo, que los maten definitivamente las estacas,

que teman las cruces y que eviten los espejos, después del almuerzo va de casa en casa y

utiliza todas las estacas, cuarenta y siete.

Ese día no había buscado madera, no había revisado el generador, no había recogido

los trozos de espejos rotos y siquiera había cenado, no tenía petito, sucedía menudo,

no podía hacer aquello y comer luego despreocupadamente ni aún después de cinco meses, pensó en los

niños que había visto aquella tarde y apuró su vida, alpadeó y las paredes de la habitación

bailaron un poco ante él, te estás embolachando, hombre, se dijo a sí mismo, y qué importa,

me replicó, tenía alguien más derecho.

Afuera, Ben Corman lo invita a salir una noche más, Neville se pregunta por qué no

saliera ahora, sólo así podrá librarse definitivamente de ellos, convirtiéndose

en uno más, por qué sufrir tanto cuando con sólo abrir una puerta y bajar unos escalones

se solucionaría todo enseguida.

Hay una ínfima posibilidad de que existan otros como él en alguna parte intentando

sobrevivir, esperando poder encontrar algún día agentes de su especie, pero cómo puede

encontrarlos si viven a más de un día de viaje.

El cuarto comienza a girar sobre sí mismo y el suelo se ondula bajo la silla, una agradable

neblina cubre todas las cosas, cuando la música se acaba, Neville siente que un frío le sube

por las piernas, eso le pasa cuando bebe demasiado, ya no hay consuelo en el alcohol, el derrumbe

se adelanta a la dicha.

Neville se levantó y comenzó a pasearse, que haré ahora, caeré en la rutina de todas

las noches, ver pensar en aislar la casa, pensar en las mujeres, que esperaban aquellos

malditos, suponían que iba a sucumbir y entregarse, quizá estaban en lo cierto, ya estaba

levantando la tranca de la puerta, afuera oyeron el ruido de la tranca y un alarido

de anticipación llenó la noche, Neville giró sobre sí mismo, retrocedió y golpeó

con los puños, la pared con tal fuerza que habitó el hierzo y se lastimó la piel, después

de un rato logró recuperar la calma, puso la tranca en la puerta y se dirigió al dormitorio,

se dejó caer en la cama de espaldas, gemiendo, la mano izquierda golpeó una vez debilmente

el cabezal de la cama, Dios mío, pensó, hasta cuándo, hasta cuándo.

Cuando abre los ojos, son las diez y tiene una resaca brutal, se siente vencido, pero

sin pensarlo coge su coche y se dirige a toda velocidad hacia el cementerio donde está

enterrada Virginia, su mujer, se sorprende al ver dentro de la cripta a un hombre, furioso,

Neville lo arrastra por el suelo y lo arroja violentamente fuera de la cripta, el cuerpo

que da cara al cielo, luego entra de nuevo y se sienta junto a la taúd, apoya a la frente

en el frío metal, es como sentir la caricia de las suaves manos del silencio, no sabe

cuánto tiempo ha transcurrido cuando deja la cripta, cierra la puerta silenciosamente,

entonces tropieza con el hombre, está muerto, realmente muerto, el cambio ha sido inmediato,

parece como si llevase varios días muerto, la luz del día ha matado al vampiro, Neville

se pregunta si tendrá la luz el mismo efecto sobre los que todavía están vivos, por primera

vez en meses se siente excitado, le queda mucho por investigar, en un barrio residencial

encuentra una casa con la puerta abierta y una mujer en el dormitorio, la agarra por

las muñecas y la arrastra escaleras abajo hasta la calle, la mujer muere agitando las

manos entre gritos de terror, ya no necesitará más estacas, se va de allí al supermercado

y luego se da cuenta de que tendría que haberse llevado el cadáver para investigar, mira

su reloj, son las tres, tiene tiempo, va de nuevo a buscar el cadáver.

Tardó media hora aproximadamente en encontrar la casa, la mujer seguía en la cera tal como

la había dejado, Neville se puso los guantes, abrió las puertas de la camioneta, se acercó

a la mujer y la metió en la caja, después se sacó los guantes, alzó la muñeca, miró

el reloj, solo eran las tres, tenía tiempo, las tres, se acudió el reloj y se lo acercó

al oído con el corazón en un puño, el reloj se había parado.

Siente frío en las venas al imaginarlos esperándole ante la casa, la puerta del garage se ha

quedado abierta, la gasolina, los equipos, el generador, pisa a fondo el acelerador,

que ocurrirá si ya están esperándolo, cómo podrá entrar en casa, empieza a oscurecer,

de pronto un hombre sale corriendo de un edificio y grita, a Neville se le hiela la sangre, el

grito del hombre queda resonando en el aire, por el retrovisor ve a otro hombre que sale

de una casa y corre detrás de él, los neumáticos chirrían al doblar la esquina, todos están

esperándole frente a la casa, siente un nudo de terror en la garganta, las caras blancas

se van volviendo hacia él, algunos salen corriendo del garage, Neville aprieta el acelerador

y los va atropellando como si fueran bolos, los rostros blancos pasan ante la ventanilla

con gritos desgarradores, al darse cuenta de que le siguen, acelera y piensa andar toda

la vuelta a la manzana y funciona, porque al llegar de nuevo a su casa no hay nadie

delante, tiene que dejar la camioneta correr por la cera cuando oye la voz de Ben Corman

llamándole a gritos, se detuvo bruscamente, Corman salió de entre las sombras del garage

y choco contra él casi derribándolo, sintió sus manos frías y fuertes apretando el cuello

y un fétido aliento que le bañaba el rostro, Neville retrocedió tras tabillando hacia la

cera, la boca blanca y fungor sale y buscó la garganta, Neville alzó bruscamente el

puño derecho y lo dejó caer con toda su fuerza sobre el pecho de Corman, se oye un sonido

sordo, Neville subió rápidamente los escalones del porchí, se retuvo de pronto, Dios mío

las llaves, las llaves están en la guantera, uno de ellos salta hacia Neville cuando sale

de nugo de la furgoneta, Neville da un salto, cruza el césped y alcanza el porche, se detiene

para buscar la llave y otro hombre sube tras él, el impacto lleva a Neville contra la

casa, otra vez aquel aliento fétido y la boca entre abierta sobre su cuello, hunde la

rodilla en el vientre del hombre y luego le empuja con todas sus fuerzas, abre la puerta

y entra, un brazo pasa por la abertura, Neville golpea el brazo con la puerta hasta que oye

como se quiebran los huesos, luego cierra de un portazo, pone la tranca con manos temblorosas

y se queda allí, en la oscuridad, con el pecho agitado y los brazos y las piernas extendidos

e insensibles, cuando mira por la mirilla ve que están destrozando la camioneta, volcada

en medio de la calle, no hay luz, lleno de ira va por sus armas, abre la puerta y empieza

a disparar hasta gotar las balas, luego golpea ciegamente con las culatas de las armas, observando

aterrorizado como vuelven los mismos que ha herido, solo cuando siente un intenso dolor

en el hombro se da cuenta de lo que está haciendo y se mete en casa de nuevo, apoyándose

contra la pared de pie en la fría oscuridad de la casa, Neville volvió a escuchar los

gritos de los vampiros, casi sin fuerzas golpeó el yeso de la pared, los lágrimas

le corrían por las barbudas mejillas, la mano lastimada le dolía intensamente, todo

estaba perdido, todo, Virginia, sollozó como un niño perdido y asustado, Virginia,

Virginia.

Dos meses después la casa al fin es confortable otra vez, después de tres días de trabajo

ha logrado aislar las paredes, es un descanso no tener que oír nuevamente a Ben Corman,

he encontrado una nueva camioneta, por suerte no habían estropeado el generador, aparentemente

los vampiros no conocían su importancia, ahora intenta beber un poco menos, hasta duerme

por las noches, profundamente y sin pesadillas, sentado escuchando música piensa sobre cómo

y dónde comenzar su investigación, aquella noche se desata una tormenta, entonces Neville

recuerda que fue durante una tormenta de arena hace tiempo cuando Virginia empezó a encontrarse

mal, estaba agotada, en realidad la mitad de los vecinos estaban igual y en la fábrica

donde trabajaba Neville estaba de baja la mayor parte del personal, se plantearon de

hecho Sicati debería dejar de ir a la escuela, afuera sonó una bocina, Neville terminó el

café de un sorbo y fue al cuarto de baño a la base de los dientes, luego cogió la chaqueta

del armario y se la puso, hasta luego querida, le dijo a Virginia besándola, quédate tranquila,

hasta luego dijo ella, ten cuidado, Neville cruzó el jardín, sintió entre los dientes

el polvo del aire, podía hablarlo y le producía picazón en la nariz, buenos días, dijo cuando

entró en el coche, buenos días, respondió Ben Cortman. Neville se dedica a destilar un aceite

esencial del ajo, el sulfuro de Alilo, busca a una mujer en una casa y se lo inyecta, pero no

ocurre nada, también se pregunta por qué reaccionan ante la cruz, así que se lleva a esa mujer a

su laboratorio y le coloca una cruz junto a su cara, cuando la mujer después de atardecer abre

los ojos y vea a Neville, empieza a respirar agitadamente, Neville le pregunta pero ella no

contesta, solo aparta la cabeza con un sordo grito de horror y se retuerce en la silla, cuando Neville

acerca su mano ella le muerde, cuando Neville arroja el cuerpo a la calle, los oye a huyar como

chacales disputándose los restos, se limpia la herida, el tiempo le ha demostrado que está

inmunizado, piensa que el temor a la cruz es cultural, solo los cristianos lo tienen, los judíos o los

maometanos sienten temor ante símbolos distintos, otra cosa de la que se da cuenta Neville es que no

hace falta que acierte en el corazón con las estacas que la muerte se produce por la hemorragia,

hay algunos cuerpos que se deshacen literalmente cuando se la clava. El corazón de Virginia se había

parado, Neville miraba que el pálido rostro y acariciaba tímidamente los dedos de su mujer,

sentado al borde de la cama inmóvil, había quedado insensible como un bloque de carne y huesos,

no palpadeaba, respiraba tan lentamente que parecía muerto, algo le había pasado a su mente.

Todo separó, la vida y el mundo había hecho un alto junto con Virginia, siguió así durante más

de una hora, con la mirada fija en el rostro de Virginia, entonces recordó cómo había llevado a

su hija hacia poco al incendio, al pozo donde quemaban a todos los muertos, no permitiría que

echaran allí a Virginia, todos sin excepción debían ser llevados a los fuegos enseguida,

no había otro sistema a primera vista de evitar el contagio, solo las llamas podían destruir

las bacterias, así era la ley, pero Neville buscó aguja e hilo, coció la manta hasta que solo dejó

asomar el rostro de Virginia, luego la cerró sobre la boca, la nariz y los ojos, la cogió en brazos,

la colocó en el asiento de atrás del coche y arrancó, la enterró en un terreno cubierto de

matorrales, unas lágrimas interminables empañaron el mundo, Inneville echó la tierra cálida sobre

el cuerpo inmóvil, al volver se tumbó en la cama y se dedicó a beber, de pronto escuchó como alguien

estaba abriendo la puerta de la calle, sintió un escalofrío que le corría por la espalda,

pensó que sería ven, unos nudillos golpearon la puerta, débilmente. Por la ventana abierta

entraba un aire helado. ¿Quién? Preguntó incapaz de abrir, trastabilló, dio un paso atrás, se volvió

y se apoyó de espaldas en la puerta respirando jadeante, no corrió nada, Neville se contuvo,

enseguida sintió que se ahogaba, alguien se movía fuera murmurando, Neville cruzó los brazos sobre

el pecho y luego de pronto abrió la puerta de un tiro, ni los rayos de la luna iluminaron el umbral,

ni siquiera gritó, se quedó allí clavado en el suelo, mirándola inexpresivamente.

Dijo Virginia. El departamento de ciencias está en el segundo piso de la biblioteca pública de Los

Ángeles. Neville ha decidido estudiar la sangre, el enorme edificio de piedra gris alberga toda la

literatura de un mundo muerto. El último hombre del mundo está encerrado en sus ilusiones, encuentra

libros sobre higiene, fisiología, terapéutica, un poco más allá bacteriología. Llevan los libros al

coche, al poner en marcha el motor ve que ha aparcado en un lugar prohibido y empieza a llamar

a gritos a la policía. Se va reyendo durante un kilómetro sorprendido de que aquello le

parezca tan divertido. Después de leer y tratar de entender llega la conclusión de que las bacterias

pueden explicar la existencia de los vampiros y de pronto todo parece aclararse. Sólo las bacterias

pueden explicar la progresiva rapidez de la plaga, el aumento geométrico de las víctimas. Necesita

un microscopio, pero ya es de noche. Se duerme dándole vueltas a todo, pasan los días y Neville no es

capaz de encontrar las respuestas, se desespera, vuelve a beber. Neville siguió ebrio durante dos

días y había decidido seguir así hasta el fin del mundo o hasta el fin del whisky y lo hubiera

cumplido si no hubiese sido por una casualidad. Ocurrió en la tercera mañana cuando salió

tambaleándose al porche para saber si el mundo se mantenía firme. Había un perro vagabundeando

en la cera. Cuando yo el ruido de la puerta de la calle dejó de usmear, alzó la cabeza y salió

sacudiendo sus delgadas patas. Por un momento Neville sorprendido, quedó inmóvil, petrificado,

con los ojos clavados en el perro. El animal se aleja con el rabo entre las piernas, está vivo

a la luz del sol. Neville salta hacia adelante, ahogando un grito y trastavillando, recupera el

equilibrio y echa a correr detrás del perro llamándole. El perro, por la otra acera, corre con la

pata izquierda en el aire y las negras garras arañando las losas. Neville sigue gritando y

corriendo hasta que le duele el costado. El perro se vuelve un instante y luego se mete entre unas

casas y desaparece gemiendo. Es castaño y blanco, mestizo, con la oreja izquierda desgarrada y caída.

Durante una hora Neville vaga por el barrio, buscando en vano y llamando de cuando en cuando.

Vuelve a casa seriamente deprimido, cruzarse con un ser vivo, encontrar un compañero después

de tanto tiempo y perderlo tan a prisa. Se siente tan débil y enfermo que tiene que acostarse,

pero no se duerme. Por la tarde volvió a buscarlo. En dos manzanas a la redonda examinó todos los

patios, todas las calles, todas las viviendas. Cuando volvió hacia las cinco, dejó un plato de leche

y una salchicha en la cera y los rodeó con un collar de ajos, con la idea de que los vampiros no

se acercasen. Más tarde se le ocurrió que si el perro estaba contagiado, el ajo lo alejaría

también, pero entonces como vagaba por las calles a la luz del día, quizá aún no estaba enfermo,

pero como había sobrevivido a los ataques nocturnos, de pronto se le ocurrió. Y si bien esta noche

ha traído por la leche y ellos le atacan, no podría soportarlo, se suicidaría, pensó.

Neville podría haberse suicidado hace tiempo, pero no se resigna ni acepta aquella vida,

aunque la vida sea un viaje estéril y sin sentido. La idea de aguantar 40 años más en esas condiciones

lo estremece. Ocho meses después de que la plaga haya aniquilado a su última víctima,

nueve meses después de que haya hablado por última vez con un ser humano, diez desde que murió

Virginia, ahí está, sin futuro y sin presente, pero todavía en la brecha. Intenta por un instante

volver a pensar en el problema de las bacterias, pero se da cuenta de que sólo es capaz de pensar

en el perro. En ese momento siente la desesperada necesidad de creer en un dios protector porque

quiere al perro, lo necesita. A la mañana siguiente la leche y la salchicha habían desaparecido.

Neville miró arriba y abajo de la cera. Había dos mujeres, pero no al perro. Suspiró aliviado,

gracias a Dios, pensó. Enseguida hizo una moica. Si fuese una persona religiosa, pensó, diría que

han atendido mi plegaria. Antes de desayunar preparó un poco más de leche y otra salchicha y llevó

todo a la sombra para que la leche no se estropease. En su momento ya añadió un tazón con agua fresca.

El perro llegó al día siguiente alrededor de las cuatro. Cruza lentamente la calle,

vigilando la casa con ojos precavidos. Algo le pasa en la pata izquierda. Neville se obliga a

permanecer inmóvil y mirar. Es increíble la vista del perro alimentándose, castañeteando las

mandíbulas y chasqueando la lengua. Satisfecho. Le devuelve una cálida impresión de normalidad.

El perro termina de comer y se aleja. Neville contiene sus ganas de salir tras él. Piensa que

si un perro ha conseguido sobrevivir escondido, un ser humano también ha podido hacerlo. Trata

de cambiar de idea. Es peligroso alentar esperanzas. A la mañana siguiente el perro aparece de nuevo.

Neville abre la puerta sigilosamente y sale. Enseguida el animal se aparta de un salto y

echa a correr calle abajo. Neville se sienta en los escalones del porche. El perro desaparece

otra vez entre las casas. Neville espera un cuarto de hora y vuelve a entrar. Después pone afuera

más comida. Durante unos días Neville salió al porche cuando el perro terminaba de comer.

Se le escapaba siempre, pero medida que pasaban los días se detenía más confiado. En medio de

la calle para mirar hacia atrás. Neville no lo perseguía nunca. Sentado en el porche lo miraba

y esperaba. Aquello parecía un juego. Un día Neville se sentó en el porche antes de que el perro

llegase y cuando apareció en la cera de enfrente siguió sentado. Durante casi un cuarto de hora

el perro se paseó por la cera arriba y abajo sin acercarse a la comida. Neville se alejó del

plato y el perro pareció animarse. Camina de un lado a otro por la calle sin saber qué hacer.

Mirá a Neville la comida y otra vez a Neville. Neville le tranquiliza con palabras. 10 minutos

más tarde el perro se mueve en círculos cada vez más pequeños. De pronto el perro corre,

arrebata la comida y sale a toda prisa. Las carcajadas de Neville lo siguen a través de la calle.

Después el perro se acerca al agua y bebé ávidamente alzando de cuando en cuando la cabeza

para vigilar. Pasan unos días y el perro vuelve a acercarse al plato y al tazón sin titubeos,

casi con audacia, con la seguridad de quien tiene conciencia de sus conquistas. Neville habla sin

cesar, halagando o vertiendo palabras cariñosas en la mente temerosa del animal. Cada día se

sienta un poco más cerca. Neville sigue hablándole hasta acostumbrarlo despacio al sonido de su voz.

El animal casi nunca lo mira. Hasta que un día el perro no aparece. Neville está desencajado,

se ha acostumbrado tanto a sus hidas y venidas que ha llegado a organizarse su vida alrededor de

las comidas del perro. Todo se reduce al deseo de verlo y tocarlo. El tercer día por la tarde estaba

en el garage cuando yo el ruido del tazón corrió afuera conteniendo el aliento. ¿Has vuelto?

gritó. El perro se asustó y dejó el plato bruscamente con el hocico chorreando agua.

El corazón de Neville dio un salto. El perro jadeaba con la lengua afuera. Los ojos le brillaban.

Dijo Neville con la voz rota. No. El perro seguía retrocediendo por el césped con las patas

flacas y temblorosas. Neville se sentó enseguida en los escalones del porche y permaneció allí

estemeciéndose. No. Pensó angustiado. Oh, Dios. No. Miro al perro que rela mía el agua. No. No. No.

El perro está contagiado. Neville extiende la mano. El perro se echa atrás enseñando un poco

los dientes. Luego desaparece. Neville no duerme aquella noche. Se dice que tiene que atraer al

perro aún está tiempo de curarlo. A la mañana siguiente se sienta junto al tazón y observa

estremeciéndose que el perro cruza la calle de espacio. Sus ojos están más opacos que el día

anterior. Intenta acariciarle, pero el perro se aparta gruñendo. Esta vez lo sigue y por fin

ve el escondite. Por la tarde el perro sale de entre las casas, moviéndose lentamente sobre sus flacas

patas. Neville espera inmóvil a que alcance la comida. Luego rápidamente se inclina y lo toma

por el lomo. El perro trata de morderlo, pero Neville le aprieta la boca con la otra mano. Unos gemidos

de terror le estremece en la garganta. Entra rápidamente en la casa, se dirige al dormitorio

y pone al perro sobre un lecho de mantas que ha preparado por si acaso. El perro se esconde

debajo de la cama. Estaba cenando cuando yo aquel terrible lamento. Con el corazón en la boca se

apartó de la mesa de un salto y corrió hasta el dormitorio. Abrió la puerta y encendió la luz.

En el rincón, bajo la mesa de trabajo, el perro alañaba el suelo tratando de abrir un agujero.

Se volvió bruscamente y reculó hacia la pared, mostrando los dientes amarillos con un rugido

en la garganta. De pronto Neville comprendió qué sucedía. Era de noche y el animal,

la terrorizado, trataba de cavar un escondrijo. Neville decide recurrir al cloroformo, así por

lo menos podrá examinarle la pata e intentar curarlo. El perro está demasiado asustado,

así que Neville se tumba en la cama, escucha en la oscuridad los gemidos del perro. Se está

muriendo, se va a morir y Neville no puede hacer nada. El perro se ha enredado en la colcha y empieza

a huyar poseído por el terror. Neville se arrodilla y le pone las manos sobre el lomo para calmarlo.

El perro lanza un ladrido entrecortado y las mandíbulas castañetean bajo la colcha. Neville

le acarice al cuerpo suavemente, hablándole con voz calma y dulce, durante cerca de una hora,

con una voz baja y monocorde. Y lentamente aquellos temblores van cediendo y una sonrisa

anima el rostro de Neville. Una hora más tarde levanta al perro que durante unos instantes se

resiste y empieza a gemir. Pone al perro aún envuelto en la colcha sobre sus rodillas. Se queda

así durante horas acariciando y hablando. El perro respira con más facilidad. A eso de las

once, Neville va sacando lentamente la colcha y la cabeza del perro queda descubierta. Durante un

rato el animal trató de zafarse de las caricias, pero Neville le sujetó con una mano en el cuello y

con la otra lo rascó y acarició suavemente. Pronto estarás bien, murmuró muy pronto.

El perro lo miró con ojos tristes y enfermos y luego sacó la lengua y lamió la palma de Neville.

Neville sintió un nudo en la carcanta. Miró al perro silenciosamente. Las lágrimas le

corrieron por las mejillas. Una semana después murió el perro. La muerte del perro no supone la

desesperación que el propio Neville temía. En cierto modo siente morir esperanzas y excitaciones

vanas. Aceptando así su cárcel sin intentar imposibles fugas ni golpear inútilmente los

muros conformado vuelve al trabajo. Como indica Vicky Hidalgo, sin soy leyenda no existirían

los zombies tal y como los conocemos hoy, porque sin ella los zombies seguirían teniendo su origen

en los ritos del budú y no serían esa más enabarcable y anónima que identificamos con el mito.

Mateson explica la causa de la infección con una destreza y un detalle que te llevan a pensar

que esa pandemia es completamente posible. El libro es la crónica de un pionero solitario e

individualista que elimina eficazmente a sus enemigos abriendo camino a una nueva sociedad que

no tendrá más remedio que rechazarlo como hombre para preservarlo como mito. Richard Mateson insufla

tal realismo a la narración que la exficiente sensación de soledad es casi insoportable,

algo que a la postre resulta más terrorífico que los propios vampiros. Junio de 1978 había

salido a cazar a Cortman. Este era ahora su principal entretenimiento, una de las pocas

diversiones. En los días en que podía dejar el barrio y no había reparaciones urgentes en la casa,

Neville buscaba desesperadamente, debajo de los coches, en los matorrales, las chimeneas,

los armarios bajo las camas, en las neveras, en cualquier lugar donde un hombre pudiera esconderse.

Dos años después de la muerte del perro, Neville se ha convertido en un hombre más

corpulento y más sereno. La reposada vida de Hermitaño le ha hecho ganar algunos kilos. Desde

hace un tiempo ha dejado de afitarse, solo de vez en cuando se recorta la barba espesa y rubia,

lleva el pelo largo y suelto. Contrastando con el oscuro color moreno de la cara, sus ojos azules

parecen más serenos y claros. Se sienta en un porche a fumarse una pipa cuando ve una mancha

blanca en medio del campo. De pronto, advierte que se mueve.

Valpadeó. Los músculos se pusieron rígidos. Un sonido de duda le salió de la garganta.

Luego, incorporándose, alzó la mano izquierda para evitar el deslumbramiento del sol,

morió convulsivamente el extremo de la pipa. Una mujer abrió la boca y la pipa cayó al

suelo pero no se molestó en recogerla. Durante largo rato se quedó allí, de pie en el porche,

mirando. Cerró los ojos, los volvió a abrir. Todavía seguía allí. Sinteó que el corazón

le golpeaba el pecho. La mujer no lo ha visto. Cruce el campo con la cabeza baja. Neville

alcanza a distinguir el pelo rojizo que se mueve con la brisa, los brazos que caen flojos a los lados.

Es una visión tan increíble después de tres años. No puede creerlo. Una mujer viva bajo la

luz del sol. Es muy joven. No tiene mucho más de veinte años. Lleva un vestido blanco, arrugado

y sucio. Su piel es morena. Neville piensa que se ha vuelto loco. Lleva tiempo preparándose

para una alucinación semejante. Pero puede oír hasta sus pisadas. Alza el brazo izquierdo y la llama.

La mujer levanta la cabeza y ambos se miran. Neville quiere gritar otra vez pero no le sale

la voz. Se queda con la mente en blanco. Girando rápidamente, la mujer echa correr a través

del campo. Durante un instante Neville no supo qué hacer. Al fin sintió que el corazón le

ahogaba y se lanzó a la calle. Sus pesadas botas golpearon el pavimento. ¡Esperé! Grito. La mujer

siguió corriendo. Neville vio cómo saltaba alejándose por el terreno irregular. Y de pronto se dio

cuenta. Comprendió que no podría detenerla con palabras. Neville saltó a la otra cera y corrió.

Estaba viva. No podía creerlo. ¡Viva! Una mujer viva. Neville grita que no va a hacerle daño. Ella

tropieza y cae. Vuelve la cara y Neville ve una vez más aquella expresión de terror. Neville la

coge por el brazo pero las afiladas uñas de la mujer le cruzan toda la frente y la sí en derecha

hasta llegar a correr de nuevo. Neville le da alcance y al cogerla le desgarra el vestido. La

mujer le pegó un punta pie en el tobillo. Furioso Neville la bofetea. La mujer baja la cabeza y lo

mira aturdida. De pronto rompe a llorar. Se hinca de rodillas y se cubre la cabeza con los brazos

como protegiéndose de otros golpes. Neville le dice que no lo va a hacer daño. Ella lo mira entonces

pero se echa hacia atrás como si el rostro de Neville la asustara. De pronto la mujer advierte

la desnudez de su pecho y se cubre con la tela rota. Pasan un rato mirándose recuperando el

aliento con dificultad. Neville no sabe qué decir. Le pregunta a su nombre. La muchacha no puede hablar.

Mirá fijamente a Neville temblándole los labios. Luego le dice que se llama Ruth. Neville siente una

descarga que le corre por todo el cuerpo. Siente ganas de llorar. La muchacha dormía. Dieron las cuatro

de la tarde. Neville había entrado por lo menos una veintena de veces en el dormitorio para controlar

si se despertaba. Ahora en la cocina tomaba café y pensaba. Y sí está enferma. Se preguntaba a

sí mismo. Empezó a preocuparse unas pocas horas antes y ahora no podía dejar de pensar en ello.

Me importaban las razones. Tenía la piel quemada por el sol. La había visto a la luz del día. También

el perro había dado a la luz del día. Los dedos de Neville no cesaban de tan borilear sobre la mesa.

Conseguir que entrar en casa fue difícil. Ella se resistió pidiéndole que no la matase. Sólo

lloraba e imploraba. Una vez dentro la mujer había adoptado la misma actitud que el perro,

acurrucada en un rincón. No había querido comer ni beber nada. Finalmente Neville decidió arrastrarle

al dormitorio y encerrarla bajo llave. Va de nuevo al dormitorio y despierta a Ruth. La mujer sigue

inmóvil. A Neville se le quedan rígidas las mandíbulas y los dedos se le agarrotan sobre el

hombro. Y de pronto se da cuenta de que tiene una cruz en una cadenita colgada del cuello. Cuando

Ruth se despierta, Neville retrocede. Le pregunta a la mujer de dónde viene. Ella le contesta que

de Inglewood le cuenta que su marido ha muerto y que ella vive sola, que se ha estado moviendo de un

sitio a otro. Se van hacia la cocina. Abré la puerta de un armario y cogí un puñado de dientes

de ajo. Los pone en un plato. Los corta y los machaca. Un olor acre, brota del interior. Neville

le acerca el plato a la nariz. La mujer vuelve la cabeza protestando. Neville le pone el plato aún

más cerca. Con una visible náusea, la mujer se aparta. De repente se incorpora y corre al baño.

Da un portazo y Neville oye cómo vomita. Cuando sale, Neville le dice que probablemente esté

infectada. He tenido un estómago delicado durante toda la vida. La semana pasada vi morir a mi

marido hecho pedazos ante mis propios ojos. Perdidos niños a causa de la plaga y en estos últimos

días he vagado de un lado a otro, escondiéndome durante la noche y sin comer apenas. Desquiciada

por el miedo, durmiendo con intermitencias. De pronto oigo que alguien grita. Usted me persigue,

me golpea, me arrastra y luego porque no tolero el olor de un plato de ajos bajo mi nariz, dice que

estoy infectada. Se apoya contra el respaldo del sofá cerrando los ojos, tironeando nerviosamente

del vestido. Por un momento intenta poner en su lugar el pedazo roto pero la tela vuelve a caer y

la joven deja escapar un sollozo de impotencia. Neville se inclina hacia adelante, comienza a

sentir mala conciencia a pesar de sus sospechas y dudas. Neville le pide sacarle un poco de sangre,

Ruth entonces dice que se marcha. Neville la convence para que vuelva al sofá, luego le sirve un poco

de whisky. Piensa que no importa si está infectada o no. La mujer mueve la cabeza negativamente,

le pregunta por qué quiere que se quede. Neville la mira sin saber que responder. Luego Neville empieza

a contarle sus dudas. No entiende por qué después de tres años algunos todavía están vivos,

por qué pasan las horas de sol en estado de coma, no sabe qué es lo que los mantiene vivos.

Ruth se ha puesto a la bata de Neville. Neville le pide de nuevo que le deje analizar su sangre,

pero Ruth le pide que lo hagan al día siguiente. Neville teme que esté infectada pero acepta,

le ofrece beber un poco de vino. De pie en la oscuridad de la cocina,

descorchando la botella. Neville miró hacia la sala. Ruth tenía el cuerpo de un adolescente,

no parecía que hubiera tenido dos hijos. Y lo más insólito en todo este asunto,

pensó, es que no me provoca ninguna excitación si nos hubiésemos encontrado dos años antes.

Quizá todo hubiera sido distinto. Neville no para de hacer preguntas a Ruth sobre su

marido, sobre cómo vivían. Ruth, en cambio, le pregunta cosas sobre sus investigaciones.

Neville sabe que si ella está infectada tratará de curarla por todos los medios,

pero casi le preocupa más que no tenga el vacilo porque entonces tendrá que establecer

con ella una relación determinada. Quizá ser marido y mujer tener hijos. Eso es más difícil.

Ya no piensa en su mujer, ni en su hija, ni en su pasado. Basta el presente y teme amar de nuevo.

Para calmar la ansiedad busca su pipa y el tabaco. Cuando Ruth le llama por su nombre,

Robert siente un nudo en la garganta. Oírlo en labios de una mujer después de tres años es raro

e inquietante. Ruth le dice que se irá al día siguiente, que no quiere alterar su vida ni que

se sienta obligado a nada. Entonces Neville le pide perdón. Le dice que ha pasado demasiado

tiempo solo. Cuando Neville cuenta lo que hace cada día y cómo mata a los que están infectados,

Ruth dice que es horrible. Neville la mira sorprendido. Horrible. Es curioso. No se le ha

ocurrido pensarlo durante años. Para él la palabra horrible carece de significado. Un horror

acumulado termina por convertirse en costumbre. Le explica que si los deja vivir cuando mueran,

irán a por él como todas las noches. Ruth le pregunta cómo sabe que morirán. Neville dice

que lo sabe. Neville y la joven callaron y en la sala solo se oye el sonido de la aguja rozando

los surcos interiores del disco. Ella tenía la mirada fija en el suelo. Es curioso, pensó Neville.

Justificará ahora lo que ayer parecía necesario. Nunca había pensado que podía estar equivocado.

La presencia de la mujer despertaba ahora otros pensamientos. Pensamientos extraños.

Neville le pregunta si cree que está equivocado y Ruth tarda en responder. Luego dice solo que no

puede juzgarlo. Por la noche Neville se despierta soñando con Virginia. Ruth acude a su habitación

a oír los gritos. Está apoyada contra la pared con los brazos colgando y los puños apretados.

Vestida. Neville le pregunta si iba a marcharse mientras él dormía. Ruth dice que no. Neville le

dice que se vaya a dormir pero en realidad quiere que se quede con él. No quiere estar solo. La joven

se ha acercado y de pronto, sin titubeos, sin forcejeos, Neville la aprieta contra él y se

transforman en dos seres que se funden en la profunda soledad de la noche. Las manos de Ruth

acarician los hombros de Neville una y otra vez y Neville la aprieta contra él con fuerza y cerrando

los ojos se pierden aquellos cabellos tibios y suaves. Se besan largo rato y las manos de Ruth

abrazan con fuerza el cuello de Neville. Se sientan luego a la tenue luz de la sala. Neville le dice

que lo siente. Neville allí en el sofá había perdido la noción del tiempo. Lo había olvidado

todo el tiempo y el lugar. Estaba con ella. Estaban solos en el mundo y se necesitaban.

Eran los únicos supervivientes de un oscuro terror y de pronto sintió la necesidad de

ayudarla cuanto antes. Ven, dijo, te analizaré ahora. El cuerpo de la joven se puso tenso.

No, no, dijo Neville rápidamente. No temas nada. Si encontramos algo te curaré. Juro que te curaré,

Ruth. Pero verás como no encontraremos nada. Ruth lo miraba en la oscuridad sin decir palabra.

Neville se incorporó y la acogió de la mano. Sentía una excitación totalmente distinta.

Quería curarla. Ayudarla. La joven está pálida. Neville desinfecta la aguja, luego se incline y

besa a Ruth en la mejilla. Ruth cierra los ojos y Neville clava la aguja. Extraí la sangre y la

extiende en la platina. La muchacha se sienta en silencio mirándolo trabajar con los ojos perdidos,

moviendo nerviosamente las manos en el regazo. De pronto se levanta y se acerca a Neville que

se inclina ya sobre el microscopio. Le pide que no mire. Pero ya es tarde. Neville ya ha visto.

Mirá a la joven, confundido. La maza le golpea en plena frente. Neville siente que la cabeza le

estalla de dolor y cae de costado sobre el microscopio. Ruth murmura que le suplicó que

no lo hiciera y vuelve a golpearle. Neville la agarra por las piernas y la joven deja caer la

maza por tercera vez, ahora en la nuca. Cuando vuelve en sí, el silencio reina en la casa.

Consigue llegar a rastras hasta el baño. Se lava la cara con agua fría y se pone una toalla húmeda

en la frente. La sala está vacía. La puerta de la calle está abierta. La joven se ha ido.

Sobre la mesa, junto al volcado microscopio, hay una carta. Robert, ahora ya lo sabes. Ya has

descubierto que te espiaba y sabes que casi todo lo que dije era falso. Te escribo esta carta porque

quiero salvarte en la medida de lo posible. Cuando me pidieron que te espiara no me interesaba tu

vida porque yo tenía un marido Robert y tú lo mataste. Pero ahora las cosas son distintas.

Yo sé ahora que tú no elegiste este modo de vida, como nosotros no elegimos el nuestro. Estamos

infectados. Pero a pesar de tus descubrimientos, seguiremos vivos. Descubrimos el modo y vamos

a crear una nueva sociedad sin prisas pero sin pausas. Nos libraremos de esos miserables castigados

por la muerte y aunque yo no lo quiera, hemos decidido matarte a ti y a tus semejantes.

La carta de Ruth continúa diciendo que tratará de salvarle. Le pide que se vaya de la casa,

que escape a las montañas y se salve. Y luego le cuenta que pueden vivir a la luz del sol,

aunque solo sea durante cortos periodos, que pueden vivir con el germen en la sangre,

que toman unas píldoras que impiden que el germen se reproduzca, que el descubrimiento de

esa píldora frenó la eliminación ayudándoles a reconstruir el mundo y le dice que le deja una

de sus píldoras. Como señala Gorka Rojo, soy leyenda, no solo marca un antes y un después en lo que

se refiere a la figura del vampiro, sino que además su influencia ha sido crucial en el

desarrollo del concepto del monstruo en la literatura. Stephen King decía que en la narrativa de Richard

Mateson el horror podía esperarte en un comercio al lado de casa, a la vuelta de la esquina. Y eso

le marcó profundamente en su posterior obra. Son los temas psicológicos y filosóficos los que

conforman el núcleo argumental y narrativo de soy leyenda y particularmente la noción de que la

raza humana no tendrá por qué ser considerada la habitante titular del planeta. Robert Neville

es el último ser humano conocido y su dificultad para entender esa terrorífica situación es el

eje central de la novela. Ya no hay buenos ni malos, ya que cada uno defiende su mundo con la

paradoja de que compiten por el mismo espacio. Enero de 1979 aparecieron de noche. Llegaron

en coches oscuros. Venían provistos de linternas, rifles, hachas y palos. Llegaron de la oscuridad

con un rugir de motores y los afes de luz largos y blancos de los faros doblaron la esquina buscando

la calle. Los hombres vestidos de oscuro tienen una clara idea de lo que hacen. Matan a los siete

vampiros que hay en la calle. ¿Es esta la nueva sociedad de la que Ruth le ha hablado? Esos hombres

parecen asesinos y no seres que defienden su existencia. Neville asiste a través de la mirilla

a la muerte definitiva de Ben Corman y piensa que no merece morir a manos de aquellos desconocidos.

Decide que no va a luchar. Se entregará a la justicia de aquel nuevo mundo. Cuando lo llamen,

saldrá y se rendirá. Pero no lo llaman. Neville retrocede jadeando al oír ruido de hachas en la

puerta de la calle. Él no es un vampiro, es un hombre, porque se comportan así. Y de pronto lo

entiende. No van a llevarlo ante sus tribunales para juzgarlo, para acabar con él. En tantos

hombres, Neville trata de defenderse a tiros, pero enseguida siente un golpe en el pecho y caide

bruce soltando la pistola. Los hombres oscuros arrastraron el cuerpo inconsciente fuera de la

casa, a la soledad de la noche, a aquel mundo que les pertenecía y que ya no sería nunca más el mundo

de Neville. Neville se despierta y contempla el cielo raso de yeso. Se pregunta dónde está.

El dolor es espantoso. Se mira el pecho y ve una amplia venda con una mancha roja y húmeda. Tiene

una ventanilla con barrotes a un costado. Mira por la abertura. Un buen rato. El confuso ruido

viene de afuera. Tres años de soledad en la casa para terminar así, piensa. Está todavía tumbado

de espaldas cuando se abre una puerta. No puede volverse. El dolor es insoportable. Oye pasos que

se acercan a la cama y se detienen junto a ella. Alza los ojos, pero no vea nadie. Piensa que es

subverdugo, así que cierra los ojos y espera. Pero es rude la que está a su lado, arrodillada,

secándole la frente, humedeciéndole los labios con un trapo frío y húmedo. Le sujeta la cabeza,

ayudándole a beber. El dolor aumenta y ahora es cortante y frío. Neville piensa que probablemente

eso es lo que sentían ellos cuando las picas les atravesaban el corazón. Ruth le pregunta por

qué no se marchó. Neville le dice que quiso irse varias veces, pero estaba demasiado habituado a la

casa. Tú, tu sociedad es realmente algo fantástico. Jadeo, quiénes eran esos asesinos que destrozaron

mi casa? El Consejo de Justicia? La mirada de la mujer era fría y serena. Ha cambiado,

pensó Neville de pronto. Todas las sociedades nuevas son primitivas. Tú ya lo sabes, son como

grupos terroristas que transforman la sociedad a base de violencia. Es inevitable. Tú mismo utilizaste

la violencia, Robert. Mataste muchas veces. Neville no teme a la muerte. No entiende por qué,

pero no lo asusta. Neville piensa que Ruth es un nuevo converso, un nuevo militante de esta

religión de la violencia. Neville la mira. Ruth dice que él es el último representante de la

vieja raza, que cuando él desaparezca no quedará nadie como él en su mundo. El rostro de Neville

cambia, siente de pronto sobre él el peso de una profunda soledad. Mira por la ventana, pregunta si

hay gente afuera. La mujer mueve la cabeza afirmativamente, le dice que están esperando su

ejecución. Se miran a los ojos. Luego algo parece ceder en ella, está muy pálida. Le dice que sabía

que no tendría miedo. Impulsivamente acaricia la mano de Neville, le dice que es muy valiente. Neville

siente la presión de su mano. Ruth le cuenta que ella es oficial de rango de la nueva sociedad y

entonces Neville le pide que no deje que sean demasiado brutales, demasiado crueles.

Robert escúchame, quieren ejecutarte, aunque esté herido tienen que hacerlo. La gente ha estado

esperando afuera toda la noche, te tienen miedo, Robert te odian y quieren que pagues con tu vida.

Se desabrocha la blusa y buscan el corpiño, saca un paquetito y lo pone en la mano derecha de Neville,

le dice que es para que sea más breve. Luego se inclina y roza con sus labios frescos los de Neville,

se incorpora y se abrocha la blusa. Neville oye sus pasos alejándose hacia la puerta y luego el

ruido de llaves, cierra los ojos y unas lágrimas ardientes le corren por las mejillas, adiós Ruth,

adiós al mundo. De pronto apoyándose en un brazo se sienta en la cama, el dolor es espantoso pero

Neville no se hunde, con las mandíbulas apretadas saca las piernas de la cama y se pone de pie,

sintiendo apenas el movimiento de sus piernas y tambaleándose cruza el calabozo.

Calleó contra la ventana y miró a la calle, estaba llena de gente, se abrupaban a la luz

de grisácea de la mañana, el sonido de sus voces llegaba a él como el zumbido de abejas. Neville

los miró, agarrado con la mano izquierda de los barrotes y con los ojos febriles, entonces alguien

lo vio, durante un rato las voces elevaron un poco, se oyeron algunos gritos pero luego el silencio

se extendió sobre sus cabezas como una pesada capa, todos volvieron hacia Neville sus rostros

pálidos, Neville los observó serenamente y de pronto razonó, yo soy el anormal, la normalidad

es un concepto mayoritario, norma de muchos no de uno solo. Y comprende la expresión que refleja

en aquellos rostros, angustia, miedo, horror, le tienen miedo, ellos le ven como a un monstruo

terrible y desconocido de una malignidad más odiosa que la de la plaga, un espectro invisible

que como prueba de su existencia siembra el suelo con los cadáveres desangrados de sus seres queridos.

Y Neville los comprende y deja de odiarlos, la mano derecha aprieta el paquetito de píldoras,

por lo menos el fin no será violento, por lo menos no habrá una carnicería. Neville

observó a los nuevos habitantes de la tierra, no era uno de ellos, semejante a los vampiros,

era una anatema y un terror oscuro que debían eliminar y destruir, y de pronto nació la nueva

idea, divirtiéndolo a pesar del dolor, tosioca raspeando, se dio vuelta y se apoyó en la pared

mientras se tomaba las píldoras, se estrecha el círculo, un nuevo terror nacido de la muerte,

una nueva superstición que invade la fortaleza del tiempo, soy leyenda.

Y así les hemos contado, soy leyenda de Richard Matheson, hemos seguido la edición de la editorial

minotauro con traducción de Jaime Bella Vista. Gracias por estar ahí y gracias por leer. Un

libro Una Hora en la Cadena Ser. Un programa escrito y dirigido por Antonio Martínez Asensio,

con las voces de Eugenio Barona y Estela Fernández y la participación de Olga Hernán Gómez,

Ambientación Musical de Mariano Revilla, edición y montaje de sonido de Pablo Arevalo y en las

redes Virginia Díaz Pacheco. Suscríbete a Un Libro Una Hora. Todos los episodios y contenidos

adicionales en la app de Cadena Ser y en nuestros canales de Apple Podcast, Spotify,

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Richard Matheson (Nueva Jersey, 1926- California, 2013) es uno de los autores más influyentes del siglo XX en ciencia ficción, terror, fantasía y western. Es el autor de 'El hombre menguante' o de 'La casa infernal'. 'Soy leyenda' se publicó en 1954.