Un Libro Una Hora: 'Se acabó el pastel', una comedia brillante y profunda

Cadena SER Cadena SER 3/19/23 - Episode Page - 54m - PDF Transcript

Un libro una hora, dirigido por Antonio Martínez Asensio.

Bienvenidos al podcast de Un libro una hora.

En este episodio vamos a contarles si acabó el pastel de Nora Efron.

Nora Efron nació en Nueva York en 1941 y murió en 2012.

Fue escritora, productora, guionista y directora de cine.

Efron comenzó su carrera profesional escribiendo en periódicos y revistas.

Escribió el guión de Silkwood de cuando Harry encontró a Sally y dirigió películas

como Algo para Recordar y Julie y Julia.

Dos años antes de morir vio la luz su último libro.

No me acuerdo de nada.

Se acabó el pastel, se publicó en 1983.

Es una novela deliciosa, divertidísima y sin embargo profunda y triste a ratos.

Llena de reflexiones muy valiosas sobre la pareja y llena de una dignidad impresionante.

Es una gran comedia y una gran novela.

Vamos allá.

El primer día no me pareció divertido.

El tercero tampoco lo encontré gracioso pero logré hacer un chistecito.

Lo más injusto de todo este asunto, dije, es que ni siquiera puedo salir con un chico.

La razón por la que Rachel Samstad ni siquiera puede salir con un chico después de enterarse

de que su segundo marido, Mark, tiene un amante, es que está embarazada de siete meses.

Sus compañeros de terapia sueltan una carcajada, tal vez solo para animarla un poco.

Está en Nueva York, en casa de su padre, llorando la mayor parte del tiempo.

Llegué a Nueva York en el puente aéreo, unas horas después de descubrir el asunto.

Te el que me enteré por una dedicatoria muy molesta a mi marido en un libro de canciones

para niños que ella le había regalado, canciones infantiles.

En el piso de su padre no hay nadie porque solo unos días antes a su padre lo ha metido

en un manicomio su hija Eleanor, conocida para diferenciarla de Rachel como la buena

hija.

Rachel tiene las llaves porque el año pasado vivió allí con frecuencia porque Mark y

ella estaban arruinados.

Tenían muchas cosas de valor pero no tenían dinero.

Tal vez lo que fundió el dinero de la pareja fue la aventura de Mark con Telma Rice.

Cuando Telma se marchó a Francia, la factura del teléfono fue enorme, aunque Rachel todavía

no sabía nada acerca del recibo el día que descubrió un libro de canciones infantiles

con esa desagradable dedicatoria.

Mi querido Mark, así empezaba.

Quería regalarte algo que celebrara lo que ha ocurrido hoy, que tanto aclara nuestro

futuro.

Ahora puedes cantarle a Sam estas canciones y algún día te las cantaremos juntos.

Te quiero, Telma.

Eso era todo, apenas podía creerlo.

Bueno, lo cierto es que no lo creí.

Volví a mirar la firma y trate de leer cualquier otro nombre, el de una persona extraña y

no el de alguien conocido.

Porque Telma acaba de ir a comer a casa de Rachel, ella y Jonathan, su marido.

Lo más humillante es que después Telma llamó para dar las gracias a Rachel y para pedirle

la receta.

Rachel estaba segura de que Mark tenía una aventura con alguien.

Estaba urgando en sus cajones buscando pistas cuando descubrió el libro de canciones.

Lo que no se podía imaginar es que fuera Telma, una mujer altísima, con el cuello

tan largo como un brazo y la nariz como un pulgar mientras que Mark es una persona bastante

corta de estatura.

No recuerdo a cuántas fiestas fuimos desde que ese asunto se llevaba en secreto.

Ni cuantas veces dije al volver a casa mientras me quitaba la ropa.

¡Vaya, qué cosa tan divertida ha dicho Telma esta noche!

Había que ser idiota, había que ser idiota, pero si yo sabía incluso que Telma tenía

un amante, todo el mundo lo sabía.

Ella solía hablar abierta y descuidadamente de la posibilidad de que enviaran a Jonathan

su marido a algún puesto lejano del Departamento de Estado y de que ella se quedaría en Washington

y compraría un apartamento.

Rachel incluso llegó a preguntar a Mark si creía que Telma tenía un amorío con un

senador.

Mark contestó que no.

Rachel insistió y dijo que seguro que estaba aliada con alguien porque hablaba de comprar

un apartamento.

Mark meneó la cabeza como si no pudiera querer que lo hubieran arrastrado a una conversación

tan perdidamente femenina y siguió leyendo una revista.

Luego corrió el rumor de que Telma había ido a que le depilasen las piernas sin ser

verano y las amigas apostaron a que era el congresista Toffler porque estaba sentado

a su lado en la última cena que dio.

Rachel dijo que se le preguntaría a Mark que también se sentó junto a ella, al otro

lado.

Tenía que haberme lo figurado desde luego.

Cuando me di cuenta, el asunto ya duraba meses, exactamente siete, el tiempo que yo

llevaba embarazada.

Tenía que haberme enterado debí sospechar algo antes, sobre todo desde que Mark empezó

a ir tanto al dentista que el verano.

Luego llegó el otoño y volvimos a Washington y todas las tardes Mark salía de su despacho

de encima del garaje diciendo que iba a comprar calcetines.

Para volver con las manos vacías, afirmando lo increíble que era encontrar un par de

calcetines decentes en esta ciudad.

Cuatro semanas tarde en comprenderlo.

Tras encontrar el libro con la dedicatoria, Rachel llama a Mark a la consulta de su psiquiatra,

una guatemalteca que se parece a Carmen Miranda.

Le dijo que fuera a casa inmediatamente porque se había enterado de lo suyo con Telma Rice.

Y Mark no volvió enseguida a casa, llegó dos horas después porque estaba con Telma

en el psiquiatra haciendo una consulta doble.

Cuando Mark llegó por fin, Rachel había ensayado un discurso sobre cuánto se querían

y que debían arreglar su matrimonio, que tenían un hijo y estaban a punto de tener

otro, pero Rachel no había entendido bien la situación.

Estoy enamorado de Telma Rice.

Esa era la situación, luego añadió que aunque quería a Telma Rice no mantenía relaciones

sexuales.

Al parecer, pensaba que yo podía aceptar el hecho de que estuviera enamorado de ella,

pero no el de que se acostase con ella.

Eso es mentira, pero si es verdad, le dije, bueno, mire, una parte de mí quería creer

que era cierto, aunque sabía que no lo era.

Los hombres son capaces de practicar el coito con una persiana.

Si es verdad, lo mismo podrías acostarte con ella porque no cuesta nada, es gratis.

Un poco después, Mark, tras repetir toda una serie de cosas tiernas sobre Telma, afirmar

que no la dejaría y que Rachel era una arpía, una zorra, un pico, una quejica y una gruñona

que odiaba Washington, dijo que, a pesar de todo, esperaba que Rachel se quedase junto

a él.

En aquel momento, a Rachel se le pasó por la cabeza que a lo mejor estaba loco.

Se quedó sentada en el sofá con las lágrimas corriéndole por la cara y el grueso vientre

descansando sobre sus muslos.

Cuando Mark se marchó en el coche, Rachel arregló a Sam, llenó una maleta de pañales,

llamó un taxi y se fue al aeropuerto.

Algo que nunca he entendido es que debe hacerse para que cuando una se case sigan ocurriéndole

cosas.

Suceden cosas cuando una está soltera.

Me gusta la rutina del matrimonio.

Me encanta pensar qué poner para la cena, dónde colgar los cuadros y cuando devolver la invitación

a los Richardson, pero la vida tiende a marchar a paso de tortuga.

Durante el verano, en que Mark veía Telmar Rice en secreto, fingiendo que iba al dentista,

me dediqué a guisar.

Así es como me gano la vida.

Escribo libros de cocina.

Los libros de cocina se venden bien, son muy personales y entretenidos, son de cocina casi

por accidente.

Rachel escribe capítulos acerca de sus amigos, de parientes, de viajes o de experiencias e

incluye recetas de manera circunstancial.

Rachel ha tenido también un programa de televisión que hizo que los libros se vendieran aún

mejor.

Se acabó el pastel, es la única novela de Nora Ephron, una de las más agudas y brillantes

periodistas new yorkinas.

Un libro muy divertido, a veces agridulce, escrito con un humor que se ha comparado

con el de Woody Allen, Philip Roth y Eric Ayon.

Fue un resonante web-seller en Estados Unidos.

Una infidelidad de su primer marido, Carl Verstein, uno de los periodistas que destaparon

la trama del escándalo Watergate, inspiró la novela, publicada en 1983, y que posteriormente

se adaptó al cine en 1986, dirigida por Mike Nichols y protagonizada por Jack Nicholson

y Maryl Streep.

Nora Ephron fue pionera y maestra de las generaciones posteriores.

Las incitó desde varias disciplinas a no dejarse vencer, ni por la rigidez de las convenciones

sociales, ni por los hombres sin escrúpulos.

A la mañana siguiente sonó el timbre de la puerta.

Había estado levantada toda la noche esperando que se presentara Mark a decirme que todo era

una equivocación tremenda, que me quería mucho, que debía estar loco, que no sabía

lo que le había pasado y que nunca volvería a ver a Telma si yo regresaba inmediatamente

a Washington.

Rachel abre la puerta de golpe y ve que se trata nada menos que de Jonathan Rice, vicesecretario

de Estado y compañero de cuerdos, el marido de Telma.

Rachel rompe a llorar y se echan el uno en brazos del otro.

Resulta que Jonathan se ha pasado la mitad de la noche discutiendo la situación con Telma

y con Mark y cuando comprendió que ninguno de los dos pensaba hacer nada, tomó el puente

aéreo para ir a ver a Rachel.

Jonathan le dice que quiera a su mujer que nunca ha querido a nadie más que a ella,

que la ha amado durante 19 años y que siempre la querrá, pero que nunca ha visto a Telma

tan prendada de nadie como de Mark y viceversa.

Pasó entonces a dar una descripción detallada de los regalos que Mark había hecho a Telma,

de los restaurantes a los que le había llevado, de las comidas que habían pedido, de los

viajes de trabajo a los que ella le había acompañado, de los hoteles en los que se

habían alojado, del servicio de habitaciones, servicio de habitaciones, incluso si habían

hecho subir la cena a la habitación y de las flores que habían llegado por la mañana.

Sólo de pensar en las flores me dieron ganas de morirme.

Rachel sabe que Mark es un gran luchador que nunca hace simplemente algo, sino que organiza

una campaña para lograrlo.

Durante todos esos meses, su energía se ha dirigido a Telma, pero Jonathan le dice que

la relación de Mark con Telma no durará mucho porque hay muchas cosas que Mark no

sabe sobre Telma y cuando las descubra, dejará de quererla.

Tú sabes esas cosas horribles de Telma y la sigues queriendo.

Yo sé esas cosas horribles de Mark y les sigo queriendo.

¿Qué te hace pensar entonces?

¿Qué van a dejar de quererse uno al otro cuando averiguen lo que nosotros sabemos de

ellos?

Jonathan cree que va a poder persuadir a Telma con argumentos, pero Jonathan tiene que competir

con alguien muy apetecible para la cama y para el que lleva años de casado es difícil

luchar contra eso.

Además, Rachel piensa que si ella hubiera vivido 19 años con Jonathan Rice, se habría

escapado con el chico de los recaos.

Le dice a Jonathan que ella no va a volver con Mark, que no se va a quedar esperando

a que esa historia se acabe y empieza a llorar otra vez.

La primera mañana que me desperté, la impresión de verme catapultada de mi vida de mantequilla

de cacahuete y gelatina a una tragedia clásica era tan grande que me quedé francamente pasmada

al descubrir que no se trataba de una pesadilla.

A la segunda mañana eso ya se me había pasado.

Me quedé en la cama viendo como los movimientos del niño producían pequeñas olas en mi barriga

y preguntándome qué iba a ser de mí.

Rachel cree en el fondo que Mark terminará volviendo, pero se pregunta qué pasará si

no lo hace.

¿Qué hará ella?

¿Dónde vivirá?

¿Cuánto dinero necesitará?

¿Quién dormirá con ella?

La última cuestión le parece muy interesante porque no puede imaginar que vuelva a recuperar

su figura.

Piensa que los únicos hombres que se interesarán por ella tendrán que estar habituados a mujeres

completamente deformes y Rachel cree que eso prácticamente descarta a casi todos, menos

a los médicos.

Se siente torpe, hinchada, pesada, se dice que si el embarazo fuese un libro deberían

quitarle los dos últimos capítulos.

Amargor, eso es lo que yo padecía, pensaba tumbada en la cama, eso resumía toda aquella

confusión.

Amargor, Amargor compuesto, Amargor de dos cifras, Amargor en fase final.

Las lágrimas brotaban de mis ojos mientras esa imagen me iluminaba y lo único que podría

haberla hecho más satisfactoría desde el punto de vista melodramático y masoquista

era el haber estado tumbada en la bañera.

Nada como llorar en la bañera para tener auténtica compasión de una misma.

Nada como el momento en que está mojada hasta la última parte de tu persona, cuando le enjugarte

las lágrimas de los ojos solo sirve para humedecerte aún más la cara.

Rachel toma el metro para ir a la terapia, hace dos años que no va, desde que se trasladó

a Washington.

Echa una mirada por el vagón, un japonés está tomando fotografías de los viajeros.

Todos los que van en el vagón se sienten incómodos.

Rachel trata de no mirarlo pero es imposible, luego sonríe porque sale mejor en las fotos

y sonríe.

El japonés le hace una foto cuando un hombre con camisa a cuadros que está sentado a su

lado le guiña un ojo.

Inmediatamente Rachel se pregunta si será soltero y entonces piensa lo horrible que

sería volver a ser soltera.

Es una idea tan deprimente que casi se echa a llorar, pero recuerda al japonés de la

cámara y para, no quiere que nadie, ni siquiera un extranjero en el metro, le tome una fotografía

llorando.

El hombre de la camisa a cuadros volvió a guiñar el ojo y comprendí que aunque fuese

soltero, universitario y normal, jamás me relacionaría con alguien que guiñara el

ojo abiertamente a mujeres embarazadas en el metro.

Entonces me ocurrió que debía de pasarle algo malo a alguien que le guiñara el ojo

en el metro a una mujer embarazada.

Claro que a todo el mundo le pasa algo malo sin lugar a dudas, pero aquel tipo probablemente

le ocurría algo realmente malo.

Tal vez fuese un violador, pensé, o un navajero.

Entonces disimuladamente se quita el anillo de diamantes que lleva puesto hace un movimiento

vago como si se alisara la piel del cuello y lo deja caer astutamente dentro del sostén.

En terapia todos adoptan un aire de auténtico horror cuando Rachel les cuenta por qué ha

vuelto.

Es difícil decir que su marido está enamorado de otra, así que lo que dice es que su marido

cree que está enamorado de otra.

Luego les habla un poco de Telma, dice que prácticamente carece de nariz y que anda

como un pingüino y con eso se siente mejor.

Después dice que Mark es un cretino y con eso se siente mejor todavía.

Todos le preguntan cómo se siente.

Querida, enfadada, estúpida, desgraciada, pensé durante un momento, y culpable.

«Tú no has hecho nada», dijo Yves, «ha sido él».

«Pero yo lo elegí a él», contesté, «de todos modos no es algo definitivo», dijo

Yves.

«Volverá».

«¿Y entonces qué?», pregunté.

«Es como un objeto bonito que de pronto se rompe en mil pedazos y por mucho que lo

pegués siempre seguirá horriblemente roto».

«Eso es el matrimonio», sentenció Sydney, «pedazos rotos que se vuelven a pegar».

Vanessa le pregunta qué es lo que quiere porque cuando Mark aparezca tendrá que saberlo.

Rachel se queda pensando y luego dice que quiere que vuelva para poder gritarle y decirle

que es un cretino y quiere que deje de verla, quiere que le diga que nunca la ha querido

de verdad, quiere que ella muera, quiere que él también muera, que vuelva muerto.

Rachel sonríe, es la primera vez que la situación le arranca una sonrisa, pero nadie se la devuelve

porque todos tienen la vista en un punto detrás de Rachel.

«Me volví para mirar detrás de mí, en la puerta había un hombre con una media de

nylon metida en la cabeza, empuñaba a un revolver de cañón corto, me cogió por el

cuello, me puso en pie de un tirón y me apretó la pistola en la sien.

Encima de la mesa, ordenó, dinero, joyas, todo lo que tengáis que pueda servirme, esconded

algo y mataría a esta señora así, apuntó un momento a la pared, apretó el gatillo

y disparó».

Rachel siente como el anillo de diamantes le aprieta contra el pecho, se lo regaló

Mark cuando nació Sam, llegaron al hospital cuando las contracciones sucedían cada cinco

minutos y Mark se sentó junto a ella en la sala de partos cogiendo la en brazos, susurrando,

cantando, haciendo pequeñas bromas, portándose muy bien.

Y cuando el médico dijo que algo andaba mal, que tal vez se habían roscado el cordón

umbilical en el cuello del niño, guardó una calma absoluta, siguió susurrando, cantando

y bromeando mientras la llevaban al quirófano y la dormían para hacerle una cesaria de

urgencia.

Cuando Rachel se despertó, Mark seguía allí, lloraba y reía y tenía en brazos a Sam.

Mark se lo puso encima, se sentó luego a su lado en la estrecha camilla y les abrazó

a los dos hasta que Rachel volvió a dormirse.

Cuando me desperté, dos horas después me dio el anillo, se había marchado solo para

comprarlo, el diamante tenía un engaste antiguo, rodeado de diamantes diminutos, parecía una

delicada flor de hielo.

Al día siguiente, Mark lo volvió a llevar al joyero para grabarlo, Rachel, Mark y Sam.

Siempre me he preguntado qué habría hecho en otras circunstancias con el anillo de diamantes

que llevaban el sostén.

Pero Rachel realmente no tiene elección porque el atracador de la media de Nylon es el hombre

de la camisa a cuadros del metro, el que le guiñaba el ojo y seguro que le ha visto

guardar el anillo en el sostén, así que Rachel se lo va.

El atracador pide entonces que se tiren todos al suelo mientras sigue apretando la pistola

contra la sien de Rachel y empiezan a retroceder hacia la puerta, llevándola sujeta con él.

Abre la puerta del pasillo y se quita la media de Nylon.

Bajan en el ascensor y una vez en la calle el atracador sale corriendo.

Cuando Rachel vuelve a entrar en la consulta todo el mundo está de pie con aire un poco

confuso.

Llaman a la policía, llevan a todos a la comisaría en un coche patrulla y pasan la

tarde en una habitación pequeña pintada de verde mientras cada uno espera su turno.

Rachel le cuenta todo al inspector Nolan, lo del metro, el hombre de la camisa de cuadros

y recuerda en ese momento que el japonés llevaba colgada una tarjetita de identidad

de esas que dan en los congresos.

Terminé la entrevista con el inspector Nolan y le di el número de teléfono de mi padre

y el de la casa de Washington por si acaso.

Y hasta que no estuve en el metro, no me pregunté si el inspector Nolan sería soltero.

No era exactamente mi tipo, pero fíjese a dónde me había llevado mi tipo.

Luego me pregunté si sería o no circunciso, después si sería feliz casada con un policía.

Nolan veronica boys en se acabó el pastel, se ve la naturalidad de su estilo, cierta

aliviantad y sobre todo un humor desopilante y lucido que permite entender hasta qué punto

la risa es esencial para atravesar las peores tragedias.

Nora Ephron logra reírse de sí misma y de la situación y de un modo lucido convierte

el dolor en literatura.

Y como señala Lucía Sellas en Hop Down, gracias a se acabó el pastel, Nora Ephron

no solo consiguió hacerse rica y resarcirse del daño que su ex marido le había ocasionado,

sino que también descubrió el lugar en el que terminaría desarrollando el resto de su

carrera, la industria cinematográfica.

Tras la adaptación de su novela comenzó a escribir guiones, primero llegó Silwood

y después, cuando Harry encontró a Sally, dio el salto a la dirección contando historias

de mujeres, aquellas que el 90% de los directores no estaban interesados en rodar.

Así llegaron las taquilleras, algo para recordar y tienes un email.

Rachel conoció a Mark en Washington, en casa de su amiga Betty.

Todas las navidades daba una fiesta a la que asistía el todo Washington y en una de ellas

estaba Mark.

Era un periodista famoso, así que Rachel lo reconoció en cuanto entró.

Llevaba una barba negra, pero en la parte izquierda de la barbilla tenía una franja

blanca porque la piel de debajo carecía de pigmentación, igual que una bofeta, pero

a Rachel siempre le han gustado los hombres con aspecto extraño e interesante.

Tal vez porque ella también es rara e interesante.

Mark y Rachel salieron a cenar, Mark le contó la historia de su primer día de trabajo en

el periódico, ella le contó la de que quería tocar el ukelele en la orquesta del colegio

y luego se formó en la cama.

Allí se quedaron unas tres semanas, de cuando en cuando él se levantaba para escribir un

artículo y Rachel para llamar a su contestador automático de Nueva York.

En cierto momento se levantaron de la cama y dieron un paseo por las proximidades del

pensón building, donde la radio del guarda emitía una vieja canción.

Mark extendió las manos, pero Rachel le dijo que no sabía bailar.

Él, de todas formas, la cogió en sus brazos y bailó.

Cerré los ojos y me relajé.

La gente siempre me dice que me relaje.

El peluquero me dice que me relaje, lo mismo que el dentista, el instructor de gimnasia

y alrededor de la docena de profesores de tenis que trataron de corregir mi revés.

Pero la única vez que me relajé en toda mi vida fue durante los tres minutos que bailé

con Mark Feldman en el pensón building.

Mark le dijo que la quería, estaban locamente enamorados, utilizaban el puente aéreo, hablaban

todo el rato.

Rachel se hizo la mejor amiga de sus mejores amigos, Mark el mejor amigo de los mejores

amigos de Rachel, hubo regalos, conciertos, langostas de kilo y medio en el palm, hasta

que un día Rachel llegó a Washington, entró en su piso y en el cenicero se encontró

una colilla de la marca Virginia Slim.

Mark aseguró que era de la asistenta, luego dijo que era de su hermana, después que se

lo había virlado a una mecanógrafa del periódico.

Más adelante fueron a un cóctel de presentación de su libro y Rachel le vio hablando con una

periodista muy mona y cuando Rachel se acercó, Mark le estaba contando su primer día de

trabajo.

Al fin, Mark se marchó para hacer una gira de presentaciones y una amiga de Rachel le

dijo que Mark estaba teniendo una aventura.

Desde luego podríamos hablar durante días de las razones que tuvo Mary para contármelo.

Me alegro de que me lo dijera, me evitó descubrirlo más adelante, pero aún así resulta extraño.

De todos modos, Mark y yo rompimos.

Fui en avión a Washington, recogí mis cosas y tuve con Mark una pelea imponente en la

que me acusó de la cosa que los hombres consideran más insultante en una mujer, querer casarse.

El siguiente hombre con el que Rachel tuvo relaciones vivía en Boston.

Ella iba en avión a Boston un fin de semana así y otro no, era completamente feliz.

Pero apareció Mark, lleno de arrepentimiento y de regalos.

Le envió flores, le mandó joyas, le envió chocolate, le llamó por teléfono susurrando

jergas y coanalítica, dijo que había cometido la mayor equivocación de su vida, que quería

volver con ella, que la amaría para siempre y que nunca volvería a hacerle daño.

Dijo que quería casarse con ella, que sería mejor que fuera haciéndose a la idea.

Se lo pidió muchas veces y ella siempre se negaba.

Libró una campaña por ella, habló de niños, para siempre jamás.

Vamos a cantar todas las canciones que sepamos acerca del matrimonio.

No quería casarme con Mark por dos razones.

En primer lugar, no tenía confianza en él.

Y en segundo lugar, yo ya había estado casada.

Es inevitable el momento en que todo te molesta, en que te pone frenética, que fume, que tosa

por las mañanas, que desparrame migas de pan, que exagere, que conduzca como un loco o que

diga, entre tú y yo, entre tú y yo.

Cuando te enamoras de alguien, una parte de tu amor la constituyen las diferencias entre

los dos.

Cuando te casas, las diferencias empiezan a volverte loca.

Yo creo que resulta casi imposible vivir con otra persona.

De pronto, no queda nada del matrimonio, salvo los momentos de irritación, seguidos por

las disculpas, seguidos por los momentos de irritación, seguidos por las disculpas.

Al final, lo que queda es un compromiso social.

Se es una pareja, se va juntos a todos los sitios y luego se produce la ruptura.

Es horrible que se deshaga un matrimonio o un cuando uno lo quiera, pero allí estaba

Marc, con sus grandes ojos castaños y sus rosas de enamorado.

Para siempre jamás dijo, para siempre eternamente afirmó, te querré siempre, no solo una hora,

no solo un día, no solo un año, sino siempre.

Durante mucho tiempo no le creí, luego sí, creía en el cambio, creía en la metamorfosis,

creía en la redención, creía en Marc.

Me casarme con él fue el acto más premeditado que haya realizado jamás.

Me casé con él contra toda evidencia.

Me casé con él convencida de que el matrimonio no da resultado, de que el amor muere, de

que la pasión se apaga y al hacerlo incurrí en esa especie de romanticismo que estara

una persona cínica y realmente capaz de vivir.

Cuando Rachel llega al piso de su padre, Marc está allí, sentado en el sofá leyéndolo

en un libro a Sam. Levanta la vista, saluda con la cabeza a Rachel y sigue leyendo. Rachel

se sienta en una silla y observa una chaqueta de lana que Marc ha colgado en el respaldo,

una chaqueta nueva. Rachel piensa que primero le ha destrozado el corazón y luego ha salido

a comprarse una chaqueta nueva y para emperar las cosas, una chaqueta bonita. Marc deja

el libro, manda a Sam a la cocina a comer galletas y mira a Rachel.

Rachel dice que no con la cabeza porque no puede creer que eso sea todo lo que tiene

que decirle, ni una palabra cerca de Telma, ni una palabra de que debía haberse vuelto

loco, ni una palabra sobre lo mucho que lo siente, nada. Tal vez es un modo de quitar

importancia a la situación.

Te quiero. Quiero que vuelvas a casa. ¿Es donde debes estar?

No iré a casa, si vas a continuar viéndola. No voy a volver a verla más.

Hay un largo silencio. Rachel espera que le coja de la mano o le toque la cara, pero

no lo hace. Rachel piensa que no puede ir, aparte alguna y mucho menos a casa, con un

hombre cuya idea de disculparse no incluye siquiera una hipócrita demostración de cariño.

Sé que esto te resulta difícil, pero también lo es para mí.

Y entonces se echó a llorar. Marc rompió a llorar, no podía creerlo. Me pareció que

si alguien tenía derecho a llorar en aquella escena era yo, pero el hombre me había virlado

el papel.

Sufro mucho.

Rachel mira a Marc y se derrumba. Le dice que está bien, que volverá a casa. Y entonces

Marc, dejando de llorar, le dice que ya puede ponerse el anillo otra vez. Y Rachel le cuenta

lo que ha pasado.

A Marc le parece tan divertido que se plantea escribir un artículo sobre ella. Marc escribe

tres artículos a la semana y aunque la mayoría tratan de la vida política, hay lo suficiente

sobre la vida doméstica para que, a veces, apenas acaba de suceder una cosa cuando Marc

ya le está dando vueltas tratando de modificarla, de ponerla a patas arriba y de ampliarla

a 850 palabras para el periódico del día siguiente. Marc dice que le comprará otro

anillo.

Es como si todo encajara. Era un símbolo de que las cosas iban muy bien. Y ahora que

marchan mal, es mejor que no lo tenga para que me lo recuerde.

El último vuelo de las líneas aéreas del este entre Nueva York y Washington sale a

las 9 de la noche. Cuando eran solteros y Marc vivía en Washington y Rachel en Nueva

York nunca podían pelearse en serio hasta muy tarde porque no se podía cerrar la puerta

de golpe y marcharse a casa. Un día iban en el avión cuando Marc le pidió que se casara

con él y le dijo que jamás volvería a pedírselo en un avión. Así que esa vez fue cuando

Rachel le dijo que sí. Rachel, Sam y Marc toman el último vuelo hacia Washington.

La zafata vino por el pasillo cobrando los billetes. Marc y yo siempre repartíamos los

gastos. Yo pagaba mis cosas, siempre lo hacía. Los dos ganábamos dinero y cada cual pagaba

lo suyo. Pero no le parece que aquella noche especial debería haberme pagado el billete

con su propia tarjeta de crédito? Pues no lo hizo.

De pronto Sam vomita en la chaqueta nueva de Marc y empieza a llorar. Hay una especie

de murmullo extraño en los asientos de alrededor y el olor empieza a extenderse por las filas

próximas. Rachel coge a Sam para ir al lavabo con él. Marc empieza a limpiarse la chaqueta

con el pañuelo. Rachel le pregunta si se compró esa chaqueta con Telma. Pero no espera

escuchar su respuesta. La tendencia de Marc enamorarse siempre va acompañada del impulso

de comprarse ropa en presencia de la persona amada. En el lavabo tumba a Sam en la tapa

del retrete. La cabeza del niño cuelga fuera de la taza. Al terminar Rachel se mira en

el espejo. Tiene cara descansada. Bueno, iba a casa. Iba a casa con mi marido. Amaba

a mi marido. La ciudad de Nueva York era un sitio maravilloso, pero comparada con mi

matrimonio parecía del todo insignificante. Jamás pensé que mi matrimonio sobreviviese

a una infidelidad. Pero así era. Confiar en que no se presentaría a una situación

semejante había sido una actitud poco realista por mi parte. Dicen que todos los matrimonios

pasan por algo parecido. Los tópicos se arremolinaron en mi cabeza y me mareé. Puse a Sam en el

suelo del lavabo y bómite. El título original de la novela en inglés es

Harvard, que quiere decir Acidez o Amargura, como la protagonista de Se Acabó el Pastel

dice en un fragmento de la novela. Y es que esa es una de las principales características

de la novela, la mezcla de lo dramático de la situación con la forma tan divertida de

contarlo. Esa forma de reírse de uno mismo que era característica de Nora Ephron y que

es la base de la buena comedia, que nos está haciendo sonreír aunque nos cuende una historia

profunda como ésta. Otra de las características de la novela es que la protagonista es una

mujer judía y hay muchas referencias a eso, muchos chistes privados que nos muestran también

una parte muy importante de la sociedad norteamericana.

Arthur y Julie Segal son los grandes amigos de la pareja. Viajan juntos, salen juntos,

se ven todos los sábados y todos los domingos por la noche. Rachel les llamó desde Nueva

York la noche que descubrió la aventura de Mark, les impresionó, se quedaron pasmados.

Fue un alivio para Rachel darse cuenta de que no lo sabían. Arthur y Julie propusieron

ir a ver a Mark, pero Rachel recuerda que una vez vio a Arthur abrazado a una mujer

que no era Julie y al volver a casa se lo dijo a Mark y él dijo que eran amigos pero

que no se mezclaban en sus propias vidas. Dos días después, Arthur tocó el timbre

de Mark y Rachel en plena noche y les dijo que estaba enamorado. Mark le recordó que

llevaba a ocho años casado y que tenía una niña y le pidió que no lo echara a perder

por un polvo. Siguieron hablando mucho tiempo.

Se hizo tarde, las dos, las tres de la mañana. Sentados a la mesa de la cocina, bajo el resplandor

amarillento de las criminales luces de la calle, escuché a Mark. El matrimonio se basa

en la confianza, sentenció. Si se traiciona tal confianza no queda nada.

Me sentí muy complacida. Mi marido el converso. Mi marido el verdadero creyente. Mi marido

el marido. Ve a un consejero matrimonial, dijo. Haz algo. Así lo hicieron.

Arthur y Julie viven solo a unas manzanas. A la mañana siguiente de volver, Rachel va

a verlos nada más levantarse de la cama. Arthur mira a Rachel de la forma en que alguien

mira cuando sea muerto alguien de la familia. Le da un abrazo largo y silencioso con el que

sobran las palabras. Rachel les cuenta que Mark ha prometido no ver más a Telma. Julie

sale de la alcoba, rodea a Rachel con los brazos y le da muchas palmaditas. Rachel llora

en su hombro. Arthur tiene que marcharse a dar clase. En cuanto se va, Rachel le pregunta

a Julie qué debe hacer. Ve a casa. Sigue trabajando. Cuida de Sam. Ten el niño. Espera

que se acabe la cosa. Terminará cansándose de ella. Se hará tan regañón como piensa

que tú eres. Al final, se aburrirá con ella en la cama, tanto como se aburre contigo.

Y cuando eso ocurra, pensara que tendrá menos problemas si se queda contigo. Rachel le pregunta

si tiene que quedarse parada como un salmón ahumado y Julie le dice que ella ha pasado

por eso y que si quiere seguir casada, sí. Aunque sabe que esperar que se acabe el asunto

es algo horrendo, doloroso y humillante. Rachel le dice que es horrible que te pongan

los cuernos, pero luego no lo es tanto. Que dentro de un tiempo podrá pasar ratos de

hasta 15 minutos sin pensar en qué han estado en la cama juntos. Que el único secreto es

aguantar. Y si no da resultado, lo intentaremos con el próximo.

Cuando Rachel llega a casa, Mark está en su despacho escribiendo un divertido artículo

sobre el puente aéreo. Rachel sube al cuartucho del tercer piso que utiliza como cuarto de

trabajo. En la máquina de escribir hay un artículo que estaba redactando sobre las patatas.

Saca la hoja y pone otra en blanco. Tengo que escribir todo esto, pensé. Algún

día quizá escriba algo que no sea un libro de cocina y aprovecharé todo esto. Pero no

pude. Escribirlo significaba darle carácter permanente, admitir que había sucedido algo

real. Suena el teléfono. Es su amiga Betty, ha leído en la prensa lo del atraco. Luego

le dice que ya sabe con quién está aliada Telmar Rice y cuando Rachel le pregunta con

quién, Betty dice que con Arthur Siegel porque los ha visto tomándose una copa juntos. Rachel

le dice que nadie está aliado con Telmar porque se la encontró en el ginecólogo y

le dijo que tenía una infección horrorosa y que está muy deprimida. Rachel sabe que

diciéndoselo a Betty lo va a saber todo el mundo. Pero lo primero que hace Betty es proponerle

que hagan las tres un baile para animar a Telmar.

La primera noche que volví a casa hice gambas al curry. Nos sentamos y hablamos de cosas

intrascendentes. Hablamos de todo menos de lo que había pasado. Trate de no llorar. Trate

con todas mis fuerzas de no preguntarle a dónde había ido por la tarde. Me resistí

enérgicamente a entrar en su despacho y volverlo todo patas arriba para buscar más pruebas.

Pero al fin decidí. ¿Qué demonios? Ve a echar un vistazo. ¿Las cosas no pueden empeorar?

Y resultó que Mark había cerrado la puerta con llave y no pude entrar.

El martes por la mañana Rachel toma un avión a Nueva York para realizar una demostración

culinaria. Allí ve a Rachel su productor. Tuvieron una aventura hace tiempo pero Rachel

no se enamoró de él. Luego volvieron a ser amigos. Rachel empezó a salir con Mark

y Rachel con Helen. A Rachel nunca le gustó Mark ni a Rachel le gustó Helen. Y justo

antes de que Rachel le cuente lo que ha pasado con Mark, Rachel le cuenta que Helen se ha

enamorado de una mujer. Caminan del brazo hacia el centro. Cuando entran en centro al

parque, Rachel pesa a Rachel. Le propone que vaya a su casa, que hagan el amor y que se

quede a vivir con él, que se traiga a Sam, que se case con él.

Pero no estamos enamorados. Le recordé. Sigo queriendo a Mark y tú aún quieres a Helen.

Y no haríamos más que abrazarnos como dos cornudos bajo una tormenta. Sin nada que nos

uniera, salvo el deseo de castigar a las dos personas que nos han destrozado el corazón.

A la mañana siguiente, Rachel vuelve en avión a Washington. Se siente mejor. Al menos hay

un hombre que quiere estar casado con ella. Toma un taxi para ir a casa. Se pregunta si

Mark le habrá echado de menos. A lo mejor ha entrado en razón. A lo mejor ha recordado

que la quiere. A lo mejor está lleno de remordimientos. Hay un coche de policía parcado frente a

la casa. Han detenido al hombre de la camisa de rayas y le han traído su anillo recuperado.

Cuando los policías se van, Mark le dice que ha llamado Telma y que está muy enfadada

con ella. Y él también, porque ahora toda la ciudad sabe que tiene un herpes.

Es así que es buena. Escucha, hijo puta. Dile a Telma que si sigue llamando a esta

casa le diría a Betty que tiene purgaciones. Y correré la voz en el mundillo periodístico.

Mark se levanta, sale a grandes zancadas de la habitación y cierra de un portazo. Rachel

oye que el coche arranca y se marcha. Rachel lleva a Sam a la cocina. Se lo deja Juanita

a la criada y se va derecha al despacho de Mark. La puerta está abierta. Rachel se sienta

en la silla de su escritorio, abre el cajón y saca la carpeta de los recibos de teléfono.

Allí está todo. Llamadas locales que Mark ha cargado al número de casa. Conferencias

en Francia en mayo. Llamadas en agosto. Saca los recibos del American Express. Y está

el Hotel Mario de Alejandría, el Plaza de Nueva York, el Rich Calton de Boston y las

flores, muchísimas flores. Las primeras flores se enviaron a mediados de marzo. Rachel se

acuerda de que en esa fecha ella se fue con Sam Atlanta. Vuelve a guardar los papeles

en las carpetas y cierra el cajón. Luego se queda sentada mirando por la ventana. Sobre

la mesa hay un periódico abierto. No era el periódico del día. Era del domingo la sección

inmobiliaria. Sentí un nudo en el estómago y durante un instante me quedé sin aliento.

Lo abrí en fincas urbanas. Mark lo había estudiado con detalle. Había señalado todas

las casas con cuatro o más habitaciones del respetable barrio del noroeste de Washington.

Cerré los ojos para contener el vértigo. Así que estaban mirando casas.

Rachel le pide prestado el coche a Juanita y se dirige a Cleveland Park, donde vive Telma.

Pasa frente a su casa. Las persianas de delante están echadas. Parece que no hay nadie. Empieza

a pensar en presentarse en el hotel Mario de Alejandría e irrumpir en su habitación

cuando de pronto ve su propio coche. El asiento de Sam está fijado a la parte de atrás. En

aquel momento a Rachel le parece el colmo de la indecencia. Rachel camina hasta la casa

de los raíz. Trata de atisbar por una grieta entre la persiana y una ventana. De pronto

tropieza y se cae. Se ha torcido un tobillo y por un momento piensa que ha sufrido una

distensión en los músculos del vientre, pero el dolor pasa pronto. Ve que ha tropezado

con un cable que rodea la casa. Cuando lo sigue descubre Ayona, tan tumbado boca abajo

en el suelo podando los rododendros con unas tijeras eléctricas. Cuando se da la vuelta

lo primero que le dice es que no debería haber dicho eso del herpes. Y luego le cuenta

que Mark y Telma están mirando casas, que han encontrado algo que les gusta en la calle

25, que hablan de comprarla enseguida y de amueblarla del todo para que unos meses después

de que Rachel tenga el niño, puedan irse los dos a vivir en ella. Y que Mark cree que

puede conseguir la custodia compartida. Rachel, justo entonces, se pone de parto.

No recuerdo mucho. Me acuerdo de que Jonathan se puso en pie de un brinco y entró corriendo

en la casa. Recuerdo que Mark apareció unos minutos más tarde. Recuerdo el viaje al hospital.

Acuse a Mark de buscar una casa. Él me acusó de husmear donde no me importaba. Recuerdo

la sala de partos y la repentina aparición de mi ginecólogo.

El niño está en posición transversal, le van a hacer otra cesárea. No está permitido

que en las cesáreas esté el marido, pero van a dejar a Mark entrar en la sala de partos.

Rachel piensa que su marido es un extraño y que no quiere que la vea destripada. Le pide

a Mark que le cuente el nacimiento de Sam y Mark empieza a contarle cuando el médico

dijo que algo vio mal, que perdían el latido del corazón. Rachel lo ha oído docenas de

veces. Y el médico dijo, vamos a hacer una cesárea de urgencia y te llevaron a otra

parte. Fue usted muy valiente y estaba terrorizado. Me senté en la sala de espera y delante de

mí había un hombre comiendo una pizza de salchichón. 15 minutos después salió el

médico, me llevó a la sala de partos y allí estaba Sam. Haciendo aquellos ruiditos curiosos,

lo pusieron en mis brazos y tú te despertaste diciendo, es nuestro niño y lo tumbé encima

de ti y yo me tendía a tu lado. Rachel dice que fue un día estupendo y se pone a llorar.

Aquel día Mark y Rachel se quedaron sentados con su blando y pequeño envoltorio. Estaban

tan orgullosos de ellos mismos, de su niño. La paternidad les llenaba de arrogancia. Era

el segundo matrimonio de ambos, sabían lo que hacían, educarían a sus hijos en un

campo de amapolas repleto de amor y de holgura económica. Darían pistolas a sus hijas y

muñecas a sus hijos. Recuerdo que después del nacimiento de Sam, pensé que nadie me

había hablado nunca de lo mucho que querría a mi hijo. Claro que ahora comprendo algo

que no dice nadie. Un hijo es una bomba. Cuando se tiene un niño, se produce una explosión

en el matrimonio y cuando se asienta el polvo, el matrimonio es distinto de lo que era, ni

mejor ni peor necesariamente, pero diferente. Las luchas por el poder en el matrimonio adquieren

un nuevo campo de batalla. Rachel no nota nada pero el médico la está

abriendo. Transcurre un minuto, luego dos. Cuando Rachel abre los ojos, ve que una enfermera

cruza la habitación en dirección al pediatra. En sus brazos ve la cabeza mojada del niño

con cabellos negros y erizados. Ve un brazo, un brazo muy delgaducho, unas piernas largas

y flacas. Las piernas oscilan, luego un ruido parecido a una tosecilla, un gritito.

Nathaniel cerré los ojos, estaba bien, oí que lo decían, ya está. Nathaniel nació antes

de tiempo, no podía echarle la culpa, algo se estaba muriendo en mi interior y él tenía

que salir. Nathaniel se queda en la planta octava del

hospital con tubos y pantallas conectados por todo su cuerpecito de rana, mientras Rachel

le da vueltas a su matrimonio. ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha ido mal? Siempre llega a la misma

conclusión, Mark está loco. Pero aceptar eso significa renunciar a saber lo que ha

ocurrido, asumir el misterio. Mark va al hospital todos los días, todos menos el del cumpleaños

de Telma. En esa fecha llama para decir que tiene que ir a Nueva York a hacer una entrevista.

El último día que Rachel pasa en el hospital, Marvin, el ginecólogo, le quita los puntos

y se sienta en una butaca de cuero de imitación y de pronto pregunta a Rachel si cree en el

amor y ante la sorpresa de Rachel le repite la pregunta.

Unas veces creo que el amor muere pero la esperanza resurge siempre, otras que la esperanza

muere pero el amor resurge siempre. Unas veces creo que el amor es tan natural como

en las mareas y otras me parece que el amor es un acto de voluntad. En ocasiones creo

que hay personas a quienes el amor se les da mejor que a otras y a veces creo que todo

el mundo lo finge. En ocasiones creo que el amor es esencial y a veces me parece que

la única razón por la que el amor es fundamental es que si no lo tienes te pasas la vida buscándolo.

Mmm, sí, dije, creo en el amor.

Cuando Rachel se va a casa, Nathaniel sigue en el hospital, los dos van poco a poco cobrando

fuerzas. Cuando le sacan de la incubadora Rachel puede al fin cogerlo en brazos y darle

de comer. Le lee a Sam montones de cuentos de hermanos pequeños y no le pregunta a Mark

cómo estás, ¿qué pasa? ¿Me quieres todavía? ¿Me quieres un poco? ¿Sigues pensando en

comprar una casa con ella? ¿Qué le regalaste en su cumpleaños? ¿Has terminado con ella?

¿La dejarás alguna vez? Dos semanas después Betty les invita a cenar. Rachel llevará

el postre. Decide hacer un pastel de limón.

Si tuviera que hacerlo de nuevo prepararía otra clase de pastel. El que tiré a Mark

causó un alboroto tremendo, aunque uno de arándanos habría sido mucho mejor porque

le habría estropeado definitivamente la chaqueta nueva, la que compró con Telma.

El sábado por la tarde sale dar un paseo y comprar los ingredientes del pastel. Por

el camino pasa por la joyería donde Mark había comprado el anillo de diamantes. Recuerda

que aún no lo ha llevado a arreglar, lo tiene en el bolso en un sobrecito. Leo Rothman,

el dueño, abre a Rachel y le da un beso muy fuerte. Cuando Mark la cortejaba era a Leo

a quien compraba joyas, así que Leo casi se siente como el administrador de su matrimonio.

Dice que no tardará más de un minuto en volver a colocar la piedra, que se ha quedado un

poco descolgada tras el atraco. Leo le cuenta que el diamante del anillo es una piedra perfecta

y le pregunta si le ha gustado el collar. El collar? Repetí. Leo alzó la vista y la

lupa se le cayó del ojo. Debo desconfundirme con otro cliente, dijo. No, no se confundé,

repliqué. Sabía que Mark había comprado algo mientras yo estaba en el hospital. De

manera que le había comprado un collar por su cumpleaños. Yo estaba en el hospital, tumbada en

la cama con un tubo en la nariz y él le había comprado un collar. Leo termina de encajar el

diamante en la montura y de repente Rachel le pregunta cuánto. Leo le contesta que no es nada,

pero Rachel le dice que cuánto le daría por el anillo. Leo se le queda mirando. Le dice que

15.000, exactamente lo que pagó Mark por él. El corazón le empieza a latir muy deprisa a Rachel,

ha comprendido que acaban de proporcionarle el medio de acabar con su matrimonio. Se va a casa

con el talón de Leo y prepara el pastel. Está como en trance, se queda sin habla, no dice nada,

nada en absoluto durante varias horas. A las ocho, Mark y Rachel llevan el pastel a casa de Betty.

Solo están las dos parejas, ellos dos y Betty con Dimitri, el hombre con quien vive. Dimitri es el

hombre de mejor humor que haya conocido jamás, cosa que pone furiosa a Betty con lo que Dimitri se

ríe y al final Betty también. Parecen muy felices juntos, aunque nunca se sabe. Fijese en toda la

gente que pensaba que Mark y yo éramos felices, yo incluida. Cuando llegan a casa de Betty, Mark y

Dimitri van a la cocina a hervir las langostas y Betty y Rachel se sientan en el cuarto de estar.

Betty empieza a hablar del baile que supuestamente van a darte el MA-BETI-RACHEL. Rachel se queda

sentada escuchando y se bebe una botella entera de vino blanco mientras Betty sigue y sigue hablando.

A la hora de cenar ya está un poco cogorza, se comen las langostas. Rachel prácticamente no abre

la boca en toda la noche, a nadie parece importarle. Después de las langostas saca del congelador el

pastel de limón. Rachel lo cubre de nata montada y lo pone a reposar. En ese momento Betty comenta

que Richard y Helen van a divorciarse y que ella es lesbiana. De pronto alguien se pregunta cómo

es posible estar tanto tiempo con una persona casado con ella y no saber algo tan esencial de la

otra persona. Rachel empieza a marearse. Quizá debía intervenir yo y decir que se puede querer a alguien

o desear quererlo de tal manera que uno no se entere de nada en absoluto. Decides quererlo,

confiar en él, casarte con él, vivir la rutina del matrimonio y de pronto notas que las cosas no

son como eran pero es una campana lejana algo envuelto en un velo y cuando resulta que algo va mal no

es que lo supieras de siempre es que estabas en otra parte. Mark está sentado frente a Rachel

al otro lado de la mesa. Rachel le mira, piensa que le sigue queriendo, piensa que es el hombre más

guapo que ha conocido. Todavía le encuentra interesante pero sabe que algún día se acabará todo eso y

entre tanto ella va entrando en años, le aterra a estar sola y no soporta la idea del divorcio.

Pero moriría antes de quedarme aquí sentada pensando qué hacer para que vuelvas a quererme.

Antes moriría que pasar otros cinco minutos registrando tus cajones sin saber dónde estarás,

figurándome la próxima traición y preguntándome si mi pobre cuerpo maduro y marchito con cicatrices

necesarias volverá a excitarte de nuevo alguna vez. No puedo comparecerme de mí misma,

no aguanto sentirme como una víctima, no soporto esperar sin esperanza.

Rachel mira el pastel y empieza a temblar, piensa que si le tira el pastel nunca la

querrá y entonces comprende que en realidad no la quiere, lo ve con una claridad resplandeciente,

eso es todo. Coge el pastel y se lo lanza, va a parar principalmente a su mejilla derecha pero

suficiente. La nata y el relleno de limón se le quedan pegados en la barba y la nariz y en

las pestañas y en la chaqueta aterrizan trozos de masa. Rachel suelta una carcajada, Mark también

se echa a reír como si aquello formara parte de una broma, un juego del que han excluido a Betty

y a Dimitri, se limpia y dice poniéndose en pie que es hora de que se marche en la casa.

Betty les mira con los ojos en blanco, Rachel dice que no va a ir al baile y se va.

Claro que escribo esto después, mucho, mucho después y me preocupa haber hecho lo mismo de

siempre, ocultar la ira, enmascarar el dolor, fingir que no existieron en beneficio del relato,

porque si cuento la historia domino la versión, porque si cuento la historia puedo hacer reír y

prefiero que se rían a que tengan lástima de mí, porque si cuento la historia no me duele tanto,

porque si cuento la historia puedo soportarla. El último día que Rachel pasa en Washington

hace tostadas a la francesa Parasam y va al hospital a ver a Nathaniel. Pregunta al pediatra si

Nathaniel podrá viajar a Nueva York al día siguiente. Llama a Nueva York y habla con Richard,

le dice que se instalarán en su casa unas semanas hasta que ella encuentre piso, vuelve a casa y

empieza a preparar la cena. Cuando se acuestan, Mark la rodea con los brazos, le dice que ha sido

una velada deliciosa y se duerme. Dos años antes, cuando Rachel estaba embarazada de Sam,

Mark le cantaba una canción todas las noches y todas las mañanas. La llamaban la canción de

Petunia, era una canción muy tonta, Mark siempre la cantaba con melodía y letras distintas,

nunca rimaba ni era melodiosa. Pero cada vez que Mark la cantaba, me sentía segura y querida de una

forma que jamás creí posible. Siempre quise escribir alguna de las palabras porque eran estúpidas y

divertidas y hacían que me sintieran muy feliz, pero nunca lo hice y ya no la recordaba. Me acordaba

de la sensación que me producían, pero no de la letra, lo que no constituía la peor manera de empezar a olvidar.

Y así les hemos contado, se acabó el pastel de Nora Efron. Hemos seguido la edición de la

editorial anagrama con traducción de Benito Gómez Ibañez. Gracias por estar ahí y gracias por

leer. Un Libro Una Hora en la Cadena Ser. Un programa escrito y dirigido por Antonio Martínez

Asensio, con las voces de Eugenio Barona y Estela Fernández y la participación de Olga Hernán

Gómez, Ambientación Musical de Mariano Revilla, edición y montaje de sonido de Pablo Arevalo y

en las redes Virginia Díaz Pacheco. Suscríbete a Un Libro Una Hora, todos los episodios y contenidos

adicionales en la App de Cadena Ser y en nuestros canales de Apple Podcasts, Spotify, iBox,

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Nora Ephron (Nueva York, 1941-2012), fue escritora, productora, guionista y directora de cine. Escribió el guion de 'Silkwood' o 'Cuando Harry encontró a Sally' y dirigió películas como 'Algo para recordar' y 'Julie y Julia'. Dos años antes de morir vio la luz su último libro, 'No me acuerdo de nada'. 'Se acabó el pastel' se publicó en 1983 y es su única novela.