Un Libro Una Hora: 'Por quién doblan las campanas', una novela de gran complejidad ideológica

Cadena SER Cadena SER 5/21/23 - Episode Page - 55m - PDF Transcript

Un libro una hora, dirigido por Antonio Martínez Asensio.

Bienvenidos al podcast de Un Libro Una Hora.

En este episodio os vamos a contar por quién doblan las campanas de Ernest Hemingway.

Ernest Hemingway nació en 1899 en Oak Park en Illinois, forma parte ya de la mitología

del siglo XX, no solo gracias a su obra literaria, sino también a la leyenda que se formó en

torno a su azarosa vida y a su trágica muerte.

Es el autor de Adiós a las Armas y el Viejo y el Mar, que ya les hemos contado en un libro

Una Hora.

Es autor de fiesta o de muerte en la tarde.

En 1954 obtuvo el premio Nobel.

En julio de 1961, sumido en una profunda depresión, se quitó la vida.

Público por quién doblan las campanas en 1940 tuvo un éxito inmediato y es que es un novelón

lleno de diálogos apasionantes y de escenas inolvidables y es una novela de una gran

complejidad ideológica que tuvo un impacto movilizador en la lucha antifascista.

Además, es una maravillosa historia de amor.

Estaba tumbado en el suelo tapizado de agujas de pino del bosque, con la barbilla apoyada

en los brazos cruzados, mientras el viento soplaba en lo alto entre las copas.

La ladera allí no tenía mucha pendiente, pero más abajo se volvía muy empinada y

se distinguía la sombra de la carretera asfaltada que se penteaba por el puerto de montaña.

Junto a ella corrió un torrente y un poco más lejos, vio un aserradero y la blanca cascada

de la represa iluminados por la luz estival.

El joven extiende la fotografía de un mapa militar sobre el suelo del bosque y lo estudia

con atención. Le acompañan Selmo que le observa por encima del hombro. Es un anciano

bajo y robusto que lleva una blusa negra de campesino, unos pantalones grises que casi

se tienen solos de pie y unas alpargatas de suela de esparto.

El joven busca el puente, pero desde allí no se ve. Estudian el puesto de guardia. Hay

otro pasado el puente. En el primero hay cuatro hombres y un cabo, en el otro hay más. En

el puente siempre hay dos. El joven pregunta de cuántos hombres disponen.

Más de un centenar, pero están desperdigados en partidas pequeñas. ¿Cuántos necesitará?

Se lo diré cuando haya visto el puente. ¿Quiere ir a verlo ahora? No, prefiero ir a ocultar

los explosivos hasta que llegue el momento. Si es posible quisiera esconderlos en un

lugar seguro que como mucho esté a media hora del puente.

El joven es alto y delgado, con mechones rubios descoloridos por el sol y el rostro curtido

por el sol y el viento. Lleva una camisa de franela desteñida a unos pantalones de campesino

y alpargatas de esparto.

El joven se llamaba Robert Jordan y estaba hambriento y un poco preocupado. Tenía

hambre a menudo, pero no acostumbraba a preocuparse porque le daba igual lo que pudiera ocurrirle

y sabía por experiencia lo fácil que era moverse tras las líneas enemigas en ese país. Era

tan fácil como atravesarlas, siempre que contara uno con un buen guía. Lo difícil

era no conceder demasiada importancia a lo que pudiera ocurrirte si te atrapaban. Eso

y decidir en quién confiar.

Robert Jordan ha ido hasta allí para volar un puente. Están en la Sierra de Guadarrama

entre Segovia y Madrid. Jordan sabe volar cualquier tipo de puente y los ha volado de

todas las formas y tamaños. En los dos vultos hay explosivos y equipo suficiente para volarlo.

Las órdenes son volarlo a una hora concreta coincidiendo con el momento en el que vaya

a producirse una ofensiva de la República para que no lleguen refuerzos de los sublevados

por la carretera del puente. El problema es saber en qué momento exacto se producirá

la ofensiva. Justo antes habrá un bombardeo aéreo para preparar el terreno. Anselmo

vuelve acompañado por otro hombre que lleva una caravina a la espalda.

Salú, camarada, le dijo al de la caravina con una sonrisa. Salú respondió al otro

arrellañadientes. Robert Jordan miró su rostro tosco y sin afectar, era casi redondo, igual

que su cabeza, y apenas tenía cuello. Tenía los ojos muy pequeños y demasiado separados

y sus orejas eran pequeñas y estaban pegadas a la cabeza. Era un hombre corpulento de casi

un metro ochenta de estatura y manos y pies muy grandes.

Es el jefe del grupo que está en esa zona. Se llama Pablo. Le pide a Jordan la documentación

y Robert se la da, aunque se da cuenta de que Pablo no sabe leer. Le dice que se fijen

los ellos. Uno es del SIM, el servicio de inteligencia militar. El otro es del estado

mayor. Pablo le pregunta qué va a hacer con toda la dinamita que lleva. Jordan se lo cuenta.

Pablo le contesta que no se pueden volar puentes cerca de donde uno vive, que hay que vivir

en un sitio y actuar en otro. Anselmo se vuelve contra Pablo y le dice que es un burro y que

no puede anteponer los intereses de su madriguera a los de la humanidad.

Cada cual tiene que hacer lo que puede según sus posibilidades. Dijo, vivo aquí y acludo

más allá de Segovia. Si armájaleo aquí nos echarán de estas montañas, solo podremos

seguir aquí si estamos quietos igual que hacen los zorros. Sí, respondió amargamente

Anselmo. Así hacen los zorros, pero lo que nos hace falta son lobos.

Ordeán, un pequeño prado y rover ve que la hierba está cortada en varios sitios y

que se han clavado algunas estacas en el suelo. Ve un sendero en la hierba por donde han

llevado a unos caballos a abrevar al torrente y estierco el fresco. Los atan allí por la

noche para que pasten y los ocultan en el bosque durante el día. Un caballo relincha

entre los árboles. Al pie de un árbol están amontonadas las sillas de montar tapadas

con una lona encerada. Hay cinco caballos en un cercado de cuerda. Pablo le cuenta que

dos de ellos eran de dos guardias civiles a los que mataron. Jordan le pregunta si ha

matado a muchos guardias civiles y Anselmo dice que Pablo fue quien voló el tren de

Arevalo y le cuenta que con ellos iba un extranjero que se encargó de la voladura.

Caskin dijo Robert Jordan. Debía de ser Caskin. Sí, repitió Pablo. Era un hombre

muy raro, algo parecido. ¿Qué ha sido de él? Murió en abril. Es lo que le pasa a

todo el mundo. Se envenció el otro en tono sombrío. Así acabaremos todos. Así acaban

todos los hombres, dijo Anselmo. Y así ha sido siempre.

En 1937, Ernest Hemingway fue enviado a España para cubrir en calidad de periodista la Guerra

Fibil Española. Tres años más tarde, finalizada ya la contienda, empezó a escribir por quién

doblan las campanas. En julio de 1940, Hemingway había terminado de trabajar en el manuscrito

y poco después, en el mes de octubre, el libro se publicó y fue un enorme éxito,

que incluso incluyó una candidatura al Premio Pulitzer. Hemingway sólo podía escribir

de aquello que conocía a fondo. A diferencia de quien imagina emociones que no ha experimentado

y busca explorarse a sí mismo en la página, Hemingway prefería la mirada del testigo de

cargo, que narra la guerra con la mano torcida por las esquirlas de un mortero. Traslada a

su literatura el clima, la geografía, las intrigas y las escaramuzas de la guerra civil,

la novela se encuentra maniáticamente documentada.

Robert Jordan piensa que no ha empezado con buen pie. Creé que Pablo se está echando

a perder y que no lo oculta, que cuando empiece a disimular, será que ha tomado una decisión.

En cuanto tenga el primer gesto amistoso, será que ha tomado esa decisión. Luego se dice

que es mejor no pensar tanto. Lo suyo es volar puentes, no pensar. Está muerto de hambre.

Piensa que ojalá Pablo les dé bien de comer. Llegan al extremo de un pequeño valle en

forma de cubeta. El campamento está debajo de un saliente rocoso que se alza ante ellos

entre los árboles. Es un buen campamento. Está tan escondido como la madriguera de

un oso. Hay una cueva enorme en el saliente. En la puerta hay un hombre con las piernas

extendidas en el suelo y la carabina apoyada en la roca, al que llaman el gitano. Le saluda

y les dice que no pongan la dinamita dentro de la cueva, porque hay fuego. Anselmo entra

y sale después con un cuenco de piedra lleno de vino tinto y tres tazas sujetas por las

asas. Pablo dice que la comida está lista. Una chica se agacha al salir de la cueva cargada

con una pesada cazuela de hierro. Robert Jordan la vio de refilón y le pareció notar algo

raro. Ella sonrió y dijo hola camarada. Robert Jordan respondió salud y se esforzó en no

mirarla fijamente ni apartar la mirada. La muchacha le puso delante la cazuela de hierro

y él reparó en sus preciosas manos morenas. Luego lo miró a la cara y sonrió. Sus dientes

blancos contrastaban con su tez morena y la piel y los ojos eran del mismo color castaño

dorado. Tenía los pómulos promidentes, los ojos alegres y la boca recta y delavios gruesos.

Su cabello era del mismo color dorado y oscuro de un campo de trigo tostado por el sol, pero

lo llevaba tan corto que parecía la piel de un castor. La muchacha se sienta en frente de

Jordan y lo mira. Robert le devuelve la mirada y ella sonríe cruzando los brazos por encima de las

rodillas. Las piernas de la chica asoman largas y limpias por las perneras de los pantalones cuando

se sienta con los brazos cruzados sobre las rodillas. Por debajo de la camisa gris se adivina la forma

de sus pechos pequeños y respingones. Cada vez que la mira, Robert nota un nudo en la garganta.

Comen directamente de la cazuela sin decir palabra, conejo en cebollado con pimientos y

guisantes en una salsa de vino tinto, muy bien cocinado. La chica se llama María, lleva tres

meses en las montañas. Le afeitaron el pelo en la cárcel de Valladolid. Iban el tren que

asaltó el grupo de Pablo. Robert Jordan reparó de pronto en que él y la chica no estaban solos y

también en que le costaba mirarla porque le cambiaba la voz. Estaba violando la segunda de las

dos reglas de oro para llevarse bien con los españoles. Invita los hombres a tabaco y deja en

paz a las mujeres. Y de pronto le paró en que no le importaba. Había tantas cosas que le traían

sin cuidado que más daba otra. Robert le pregunta si está con alguno de los hombres y es el gitano

el que le contesta que no está con nadie, que no quiere saber nada de nadie. María se ríe y le dice

a Robert que es verdad que no está con nadie y ni siquiera con él. Robert vuelve a notar cómo

se le forma el nudo en la garganta. Contesta que le parece muy bien porque no tiene tiempo para

mujeres. María lo mira y se sonroja de pronto y se va a la cueva. Jordan pregunta cuánto son y

Anselmo le contesta que siete, cinco hombres y dos mujeres. María y la mujer de Pablo Pilar. El

gitano dice que Pilar es una auténtica salvaje y que es más valiente que Pablo. Le cuenta que

cuando estalló la guerra Pablo mató a más gente que el tifus pero que se ha vuelto flojo y que bebe

demasiado. Jordan se pone al día del armamento y la munición que tienen. Cuando están hablando

sale de la cueva una mujer que empieza a increpar al gitano para que se vaya a hacer el relevo.

Robert Jordan vio a una mujer de unos 50 años, casi tan grande como Pablo e igual de gorda

que alta, que llevaba una falda negra de campesina, una blusa del mismo color, gruesos calcetines de

lana, alpargatas negras y con un rostro moreno que parecía un modelo para un monumento en granito.

Sus manos eran grandes pero bonitas y llevaba el pelo grueso y rizado recogido en un moño en la nuca.

Saluda a Robert Jordan y le tiende la mano con una sonrisa. Lo primero que pregunta es cómo van

las cosas en la República. De pronto ve a Pablo entre los árboles y le grita que es un borracho

que se ha llevado una bota de vino para beber solo en el bosque. Se vuelve hacia Robert Jordan y

mueve la cabeza. Le dice que era muy bueno pero que ahora está acabado y de pronto le pide que

sea bueno con María, que tenga cuidado con ella porque lo ha pasado muy mal. Le dice que ha visto

cómo estaba María después de hablar con él y que debería irse de allí. Robert dice que si

siguen vivos cuando todo termine se la llevará. Pilar le dice que habrá así trae mala suerte.

Y le pide ver su mano. Robert se la tiende y ella la abre, la sostiene entre sus manazas morenas,

la frota con el pulgar y la examina con cuidado. Luego la suelta, se pone de pie y lo mira sin sonreír.

Robert le pregunta que ha visto y ella dice que no ha visto nada. Jordan no se lo cree. Pilar le

cuenta que muy cerca está la gente del sordo que son ocho y que se avisan con tiempo a otras partidas

pueden reunir cincuenta fusiles bastante fiables. Esa tarde bajan a ver el puente ocultándose entre

los pinos. Era un puente de hierro de un solo arco con una garita de centinela a cada extremo. Tenía

la anchura suficiente para que en él se cruzaran dos coches y unía con sólida elegancia los dos

lados de un profundo barranco en cuyo fondo saltaba lo lejos, levantando espuma entre las rocas y las

piedras, un arroyo que desembocaba en el torrente principal. Jordan saca un cuaderno de notas y traza

a toda prisa unos apuntes, mientras Anselmo no le quita ojo a la carretera el puente y las garitas

de los centinelas. Con los prismáticos vea los centinelas muy de cerca. Es una sensación extraña.

Cuando llegan a la cueva hay un ambiente raro. Pablo no deja de beber. Pilar, su mujer,

le trata mal y él parece aislarse cada vez más. En un momento dice que él no está por lo del

puente. Jordan piensa que tendrá que hacerlo solo, buscarse otros compañeros, pero Pilar dice que

ella sí que está por lo del puente y contra Pablo y que estar por lo del puente es estar por la

República. Todos los demás se ponen del lado de Pilar. Anselmo llama cobarde a Pablo y la

atención llega hasta el punto de que Robert Jordan se plantea si tendría que matar a Pablo,

pero al final Pablo cede y todos se sientan alrededor de Jordan para que les cuente sus planes.

Luego se van a dormir. Robert se acuesta fuera de la cueva. Se había quedado dormilado en el saco y

tenía la sensación de llevar mucho rato dormido. Lo había tendido en el suelo del bosque al resguardo

de unas rocas que había cerca de la entrada de la cueva. Se había vuelto de lado. Había rodado

sobre la pistola que se había atado con un acollador a la muñeca y se había metido en el

saco con los hombros y la espalda tan fatigados. Las piernas tan cansadas y los músculos tan

tensos que el suelo le pareció blando y desperezarse en el saco contra el forro de franella. Un acto

casi voluptuoso. De pronto se despierta cuando nota que le tocan en el hombro. Se vuelve rápidamente

empuñando la pistola dentro del saco. Es María. Suelta la pistola, saca los brazos y la abraza.

Al hacerlo nota que ella está tiritando. Le pide que se meta en el saco con él. Ella dice que no debe

y él la llama conejito y la besa en la nuca. María dice que tiene miedo pero se meta en el saco con

él. Hay sitio de sobra para ambos. Robert intenta besarla en los labios pero ella aprieta la cara

contra la almohada de ropa. Dice que le da vergüenza y que está asustada. No debo si tú no me quieres.

Te quiero. Y yo a ti. Te quiero. Ponme la mano en la cabeza. Robert le pone la

mano en la cabeza y se alacaricia y de pronto ella se aparta de la almohada y se echa en sus

brazos muy cercadel apretando la cara contra la suya y llorando. Robert la sujeta a su lado

sintiendo su cuerpo joven. Le acaricia la cabeza, besa la sal húmeda de sus ojos y mientras la

chica llora él nota los pechos firmes y redondeados rozándole la camisa. No sé besar, no sé cómo se

hace. No hay por qué besarse. Sí, quiero besarte, quiero hacerlo todo. Robert le dice que no hay

necesidad de hacer nada que es también así pero que lleva demasiada ropa. Ella se quita algo de ropa.

¿Podré irme contigo como dijo Pilar? Sí. Pero no a un hospicio contigo. Seré tu mujer.

Sigan allí tumbados. Todo lo que ha estado tapado ahora está destapado. La espereza del tejido ha

sido reemplazada por una suavidad firme y redondeada y una fría tibieza, fría por fuera y cálida por

dentro, larga, ligera, próxima, solitaria, contorneada, feliz, joven y encantadora. Y a Robert

Jordan, aquella cálida suavidad solitaria le encoge el pecho de un modo que casi no puede resistir.

Entonces es cuando ella le cuenta que le han hecho cosas, varios hombres, cuando estaba en la cárcel.

Ya no me querrás. Pero no he besado nunca ningún hombre. Cuando me hicieron aquello, luché hasta

perder el sentido, luché hasta que uno se, me sentó en la cabeza y le mordí y entonces me

mordazaron y me sujetaron las manos detrás de la cabeza y los otros me hicieron aquello.

Te quiero, María. Nadie te ha hecho nada. No pueden tocarte. Nadie te ha tocado con Egito.

De verdad lo crees. Y podrás quererme. Se besan. Ella le aprieta contra él y su boca se abre poco a

poco y de pronto, al abrazarla, él se siente más feliz que nunca, una felicidad etérea,

enamorada, exultante y despreocupada. Siente tan solo una enorme sensación de alegría.

Sigue allí tumbados y él nota su corazón latiendo contra el suyo y la acaricia suavemente.

Si lo hacemos todo, a lo mejor será como si lo otro no hubiera pasado. Pilar me lo dijo.

Me advirtió que te dijera que no estoy enferma. Ella entiende de esas cosas y me dijo que te lo

dijera. Hablé con ella y le conté que te quiero. Te quise al verte hoy y te he querido siempre,

aunque no te hubiese visto hasta hoy. Se lo dije a Pilar y me aconsejó que, si alguna vez te lo contaba

todo, te dijera que no estaba enferma. Lo otro me lo dijo hace mucho, poco después de lo del puente,

que a nadie se le puede hacer nada si no lo acepta y que, si alguna vez amaba a alguien,

lo olvidaría todo. Quería morirme, ¿sabes? Y ahora me alegro de no haber muerto.

Hacen el amor. Robert duerme profundamente. Al amanecer ve que María ha desaparecido. Hace

frío y se vuelve a dormir. Le despierta el ruido del motor de unos aviones, una patrulla fascista

de tres fiat minúsculos, brillantes y veloces. Luego nueve más. Le siguen tres bombarderos

bimotores Henkel 111 pasando volando a menos de mil pies y luego otros tres. Robert sale del saco

y ordena todo cuando otros zumbidos se convierten en un estruendo ensordecedor y otros nueve

bombarderos ligeros Henkel llegan en oleadas, rasgando el cielo a su paso. Robert pregunta a

los hombres si alguna vez han pasado tantos aviones y le dicen que no. Robert Jordan decide que,

a partir de ahora, cada hombre que esté de guardia debe anotar los vehículos que pasan.

Por quién doblan las campanas narra tres días de mayo de 1937. El protagonista Robert Jordan se

basa en el profesor norteamericano Robert Merriman, que no sobrevivió a la guerra y a quien Ernest

y su compañera conocieron en Valencia. Marta Gellhorb escribió que Merriman les habló del

frente de Aragón ante un mapa extendido en el suelo, como si impartiera una clase de economía

a la Universidad de California. Otros rasgos del protagonista provienen del propio Hemingway.

Jordan ha escrito un libro sobre España, busca en la guerra una forma menos inútil de la muerte y

está obsesionado con el suicidio de su padre. Deciden ir a ver al sordo. Van a pie. María,

Pilar y Robert. Por el camino Pilar le cuenta a Robert el pasado de Pablo y lo que hizo en el

pueblo cuando estalló la guerra matando a todos los fascistas. El sordo les ofrece ayuda para la

operación. Ocho hombres. Pilar les deja solos a la vuelta y ellos, de pronto, como en un impulso,

vuelven a hacer el amor en el campo apasionadamente llenos de deseo. Luego echan a andar de vuelta.

En ese momento no estaba allí. Andaba a su lado pero iba dándole vueltas a lo del puente y lo veía

todo con tanta claridad y nitidez como cuando uno enfoca el objetivo de una cámara. Luego se

puso a pensar en todo lo que podía ir mal. Pasta. Había hecho el amor con aquella chica y ahora que

tenía la cabeza despejada de verdad empezaba a preocuparse. Una cosa era pensar en lo que había

que hacer y otra preocuparse. No debía preocuparse. Ya sabía lo que podría tener que hacer y lo que

podía ocurrir y desde luego podía ocurrir. Uno se metía en esto sabiendo por lo que luchaba.

Sabe que tiene que utilizar aquellas personas como si fuesen tropas. Robert Jordan piensa que él

solo es responsable de ellos en combate. Las órdenes las ha dado Halls, un buen general. Y la única

manera de probar que son imposibles es cumplirlas. Sabe que si la República sale derrotada nadie que

crea en ella podrá seguir viviendo en España. Ya ha ocurrido en los sitios donde los fascistas

están en el poder. Jordan tiene otras cosas que hacer después de la guerra. Si combate en ella,

es porque se libra en un país al que ama y porque cree en la República. Después volverá

a ganarse la vida dando clases de español y escribirá un libro. María ha hecho mella en su

fanatismo. Hasta ahora no ha afectado a su resolución pero ahora está dispuesto a renunciar con gusto

a un final de héroe o de mártir. Quiere pasar mucho, mucho tiempo con ella, casarse con ella.

Pero entre tanto, la vida se limitaba a lo que pasará hoy. Esta noche, mañana, hoy, mañana por la

noche. Pasado mañana y así sucesivamente. Ojalá, con que más le valía aceptar el tiempo que tuviese

como regalo. Tal vez fue eso lo que podía esperar de la vida. Tal vez así fuese su vida y en lugar

de contar con 70 años contara con 48 o 70 horas o más bien 72, 24 horas al día. Fian un total de

72 en tres días. Puede que sea posible vivir una vida tan plena en 70 horas como en 70 años,

siempre que uno haya alcanzado cierta edad cuando empiecen a contar las horas. Lo cierto es que lo

del puente tiene mala pinta. Es imposible hacerlo de día y para colmo empiezan a aparecer nubes,

baja la temperatura y se pone a nevar. Eso hace que todos se queden dentro de la cueva y la

atención con Pablo se incrementa. Con Robert Jordan, con María y sobre todo con Pilar,

hasta el punto de que Agustín, uno de la partida, le termina golpeando varias veces,

sin que Pablo reacciona. Robert Jordan tiene la mano en la pistola por debajo de la mesa, por si

acaso. Pablo le pide a Jordan que les cuente a los demás qué van a hacer después de volar el

puente. Le pregunta dónde piensa llevarlos. Pablo dice que son un atajo de ilusos capitaneados por

una mujer que tiene los sesos entre los muslos y un extranjero que ha venido a destruirles.

Pilar le grita que se vaya y Pablo se va aunque sigue nevando. El único ruido que se oye después en

la cueva es el crepitar del fuego. Jordan pregunta dónde está el fusil ametrallador, el único que

tiene ni primitivo le contesta que está en el rincón envuelto en una manta. Todos hablan sobre si

Pablo es un peligro, se habría que eliminarle y todos votan que sí. Pilar mueve la cabeza,

se muere de los labios y no dice nada. Es en ese momento justo cuando vuelve Pablo. De pronto está

diferente, más amistoso. Cuando pasa la tormenta, Robert Jordan se prepara un lecho con ramas fuera

de la cueva y se mete en su saco. María se va con él. Vuelven a dormir juntos. Abrazados.

Con él amanecer se levantó un viento cálido. Y oyó cómo se derretía la nieve en los árboles y

el ruido sordo que hacía al caer. Era una mañana de finales de primavera. Con sólo respirar una

boca nada de aire comprendió que la nevada había sido una tormenta pasajera en las montañas y que

la nieve habría desaparecido a mediodía. Luego llevó el trote de un caballo que se acercaba y los

cascos que resonaban amortiguados por la nieve fundida. Oyó también el golpeteo de la funda de

una cabina y el crujido del cuero de la silla de montar. Le dice a María que meta la cabeza dentro

del saco y saca su pistola. Vea al jinete que llega entre los árboles, le apunta. Monta un enorme

caballo tordo castrado y lleva una boina de color khaki, un capote y un par de gruesas botas negras

y un pequeño fusil automático. Su rostro es joven y de rasgos duros. En ese momento vea Robert

Jordan. Alarga el brazo hacia la funda y al inclinarse para tirar de ella Robert Jordan ve la

insignia escarlata que lleva en el lado izquierdo de la pechera y dispara apuntando al centro del

pecho, un poco por debajo de la insignia. El pistoretazo retumba en los bosques nevados. El

jinete cae al suelo con el piedra hecho atrapado en el estribo. El caballo echa a galopar entre los

árboles arrastrando, lo dando tumbos boca abajo. Primitivo sale de la cueva y Jordan le grita que vaya

por el caballo. Luego le dice a María que se vista. Aquel soldado de caballería iba desprevenido,

pensó. No estaba siguiendo las huellas de un caballo y no estaba ni alerta ni alarmado. Tampoco

estaba siguiendo las huellas al puesto. Debía deformar parte de una patrulla desperdigada por

estas montañas, pero cuando sus camaradas lo echen de menos seguirán sus huellas hasta aquí,

a menos que se funda la nieve o que le ocurra algo a la patrulla. Todos han salido de la cueva y

están caravina en mano y con las granadas en el cinturón. Pilar le alcanza un furrón lleno de

granadas a Robert Jordan que coge tres y se las guarda en el bolsillo. Entra por el fusil a

metrallador. El gran caballo torto está sudando y se estremece un poco. Robert Jordan le da unas

palmaditas en la cruz. Robert dice que sus huellas conducen hasta el campamento, así que hay que

hacer que vayan hacia otra parte. Pablo dice entonces que lo montará, se esconderá y lo traerá de

vuelta cuando se haya fundido la nieve. Todos se preparan para marcharse si vienen los demás.

Robert Jordan da instrucciones a todos, se alejan del campamento. El sol empieza a somar por encima

de las montañas. Buscan un buen emplazamiento para la metralladora. Los hombres no saben exactamente

cómo funciona y Robert les enseña. Pablo había subido por el camino que conducía al puerto de

montaña y había descrito un círculo por el llano que dominaba el fusil a metrallador. Robert

Jordan lo vio bajar por la pendiente siguiendo las huellas que el caballo había dejado a llegar.

Después desapareció entre los árboles que había a su izquierda. Espero que no tropiese con la

caballería. Pensó Robert Jordan, lo estaría directamente hasta nosotros. Dios sabe lo que

le ocurrirá al sordo si han encontrado el rastro de sus caballos en la nieve.

Robert Jordan piensa que si logran pasar el día sin entrar en combate, mañana podrían pasar

a la acción. Tal vez no de la mejor manera posible. Eso sí, no tienen que combatir hoy.

Mientras observa el terreno que tiene delante ve llegar al gitano entre las rocas con paso elástico

y despreocupado con la caravina colgada a la espalda y un aliebre bastante grande en cada mano,

tan contento. No estaba en su puesto de guardia y por eso el jinete ha podido llegar hasta el

campamento. Robert le regaña a gritos, le insulta, le dice que le tendría que pegar dos tiros y el

gitano dice que vio dos liebres tan gordas que se fue tras ellas. Pide perdón y se va a llevarle

las dos liebres a pilar. Unas horas después ven llegar a la caballería. Primero cuatro jinetes,

uno va por delante y los otros tres le siguen. El primero va siguiendo las huellas del caballo

tordo y cabalga mirando al suelo. Les dejan pasar sin hacer ningún ruido y poco después llega todo

un destacamento de caballería en columna de a dos, 20 hombres a caballo. Se internan en el bosque

igual que han hecho los otros. Poco tiempo después, cuando Robert está hablando con los suyos,

le parece oír algo. Un sonido lejano flota sobre el ruido del viento cálido entre los árboles.

Ahí estaba otra vez. Se hubiera debil, amortiguado, seco y lejano, pero esta vez no había lugar a dudas.

Era el sonido preciso y seco de los disparos de un fusil a metrallador. Sonaba como si estuviese

naciendo a estallar un paquete de petardos tras otro a tanta distancia de allí que apenas fuera

audible. Robert Jordan miró a Primitivo, que había somado la cabeza y estaba mirándoles con una mano

en la oreja. Al verle Primitivo señaló hacia las montañas. Están combatiendo donde el sordo,

dijo Robert Jordan. Agustín propone que vayan a ayudarle, pero Jordan dice que no. Primitivo

insiste y propone cómo llegar por arriba, pero Jordan dice que están perdidos y que si ellos van,

también lo estarán. En ese momento el tiroteo se recludece y si oye el resonar de las granadas

de mano. Los hombres maldicen. Robert trata de calmarlos. Pilar sube hacia ellos trepando con

dificultad entre las rocas y le da la razón a Robert. En ese instante oyen un avión en lo alto.

Vuelve de las líneas y se dirige hacia las montañas donde están atacando al sordo y luego se alejan

Hemingway escribió, la guerra es el mejor tema, ofrece el máximo de material en combinación

con el máximo de acción. Todo se acelera allí y el escritor que ha participado unos días en

combate obtiene una masa de experiencia que no conseguirá en toda una vida. Y es que pocas

veces dispuso de tanta información sobre un tema como en por quién doblan las campanas. Su

reto decisivo consistía en ceñirse a unos cuantos días y lograr que un puñado de personajes

resumieran los intrincados dilemas de la gesta. Novela circular por quien doblan las campanas

comienza y termina con Robert Jordan pecho a tierra sintiendo en su cuerpo las agujas de pino del

bosque español. El sordo estaba combatiendo en lo alto de un cerro. No le gustaba porque al verlo

había pensado que tenía forma de chancro pero no le había quedado otra elección y había decidido

atrincherarse allí nada más verlo desde lejos y había agalopado hacia él con el fusil ametrallador

a la espalda, el caballo casi extenuado, el cañón del arma entre los muslos, el morral lleno de granadas

de mano a un lado y el saco de los cargadores del fusil al otro y mientras tanto Joaquín e Ignacio

se detenían a disparar de vez en cuando para darle tiempo a instalar la ametralladora. El sordo

trepa lo más deprisa posible con los dos pesados sacos al hombro y luego sujeta el caballo de la

crín y lo mata rápidamente con ternura y habilidad disparándole en el sitio indicado de modo que el

animal cae entre dos rocas. Coloca el fusil ametrallador sobre el lomo y empieza a disparar,

cuando el último de los cinco hombres llega a lo alto deja de disparar. De los cinco hombres

tres están heridos, no hay ningún lugar protegido por el que los atacantes puedan acercarse,

mientras les queden granadas inmuniciones no podrán sacarlos de allí sin la ayuda de un

mortero. Hace ya cuatro horas que les ha sobrevolado un avión de reconocimiento. El sordo ha matado

al oficial que capitaneaba el ataque con una granada, sabe que no les van a volver a atacar

hasta que lleguen los aviones. Morir no significaba Lara, no le daba miedo y ni siquiera acertaba

concebirlo, pero vivir era un campo de trigo mecido por el viento en la ladera de una colina,

era un alcón volando por el cielo, un botijo lleno de agua en medio del polvo cuando se

aventa la mies en la era, un caballo entre las piernas, una carabina al hombro y una colina,

un valle y un riachuelo bordeado de árboles, las montañas que se veían al fondo del valle.

Los fascistas empiezan a insultarles, el sordo pide a sus hombres que no contesten y que no

se muevan y luego dispara cinco tiros de espacio sobre el caballo muerto. Quieren hacer pensar

al enemigo que sean suicidado y el enemigo pica. A fuerza de no tener respuesta, los

hombres empiezan a levantarse y a mostrarse hasta que el primer oficial decide levantarse

e ir hacia la cima. El sordo se asoma un poco por encima de la grupa del caballo y ve al

capitán agitando los brazos en lo alto del peñasco, a un lado de la peña y otro oficial.

El capitán mora, baja de la peña y le pregunta al teniente Berrendo si le cree. De pie junto a la

peña empieza a gritarles insultos a los de arriba, con la pistola en la mano derecha echa a andar

colina arriba. Berrendo los observa, no se molesta en ponerse acubierto, tiene la mirada fija en el

caballo muerto y la tierra removida en la cumbre. El sordo sigue tendido detrás del caballo junto

a la roca, observando al capitán. Solo a uno. Penso. Este es mío. Este se viene conmigo. Va a

hacer el mismo viaje que yo. Vamos, compañero. Sigue andando. Sigue. Ven a por ello. Vamos. Sigue

andando. No te pares. Sigue. Sigue así. No te pares a mirar. Eso es. No los mires. Sigue con la vista al

frente. Mira, tiene bigote. ¿Qué te parece? El compañero de viaje se ha dejado bigote. Es un

capitán. Mirále las mangas. Ya decía yo que era caza mayor. Tiene cara de inglés. Mira qué cara tan

roja y es rubio y con los ojos azules. No lleva borra y tiene el bigote rubio y los ojos azules. De

color azul pálido. Pálidos y turbios. Es como si no enfocara la mirada. Está bastante cerca.

Sí, camarada, viajero. ¿Qué lo tienes? El sordo aprieta muy despacio el gatillo del fusil

ametrallador que rebota tres veces contra su hombro con la resbaladiza sacudida que da

siempre un arma automática sobre un trípode. El capitán cae de bruces en la ladera. Su mano

izquierda queda debajo del cuerpo y la derecha extendida hacia adelante. Los de abajo empiezan a

disparar de nuevo contra la cumbre. El teniente berrendo oye la voz áspera y profunda del sordo

insultándoles. En lo alto del cerro el sordo sigue tumbado detrás del fusil ametrallador y se ríe

tanto que le duele el pecho. Justo entonces todos, menos el sordo, oyen el ruido de los aviones. Van

directos hacia ellos. El sordo se gira y ordena a sus hombres que se pongan boca arriba para disparar

a los aviones. La pasionaria dice que es mejor morir de... Se estaba diciendo Joaquín mientras

oía que el zumbido cada vez más cerca. De pronto cambió y empezó a rezar. Salve María,

llena eres de gracia el señor es contigo. Bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito

el fruto de tu vientre Jesús. Santa María, madre de Dios. Se sobresaltó y cuando el rugido

de los aviones se hizo insoportable, recordó de pronto y empezó un acto de contricción.

Dios mío, me arrepiento de haberte ofendido a ti que mereces todo mi amor. Luego yo retumbar las

explosiones en sus oídos. El estruendo se mezcló con el ruido de los motores y no pudo recordar el

acto de contricción. Los aviones regresan tres veces y bombardean la cumbre del cerro y luego la

metraían. El teniente Berrendo sube con una patrulla, ordena que aparten los caballos de los muertos

y aten los cadáveres de sus hombres a la silla para poder enviarlos a la granja. Ordena que les

corten la cabeza a todos los de la partida del sordo. Después se santiaga y mientras baja,

reza cinco padres nuestros y cinco avemarías por el descanso de su cámara de muerto. No se queda

para ver cómo se cumplen sus órdenes. Robert Jordan ve pasar poco después a lo lejos a los

caballos cuando regresan de la batalla. Ve los caballos con los cadáveres y el saco con algo que

al principio no sabe qué es y luego deduce que son las cabezas. Cuando Anselmo se reúne con él en

la cueva, le cuenta que ha habido mucho movimiento en la carretera y que están moviendo los cañones

antiáreos. Probablemente saben que va a haber una ofensiva. Robert Jordan decide entonces enviar un

hombre a la granja para informar al general Holtz con un informe escrito por él y sellado. Lo llevará

Andrés que conoce la zona. Habrá que volar el puente la siguiente madrugada. María y Robert

duermen juntos en el saco de dormir esa última noche. Hacen planes, imaginan un futuro juntos,

piensan en todos los detalles dónde vivirán, lo que harán, hasta cómo se vestirán. Es una

conversación de enamorados, dulce, llena de ternura y allí dentro del saco se casan.

Me casaré contigo. Todavía podemos casarnos. Ya lo estamos. Me caso contigo ahora. Eres mi mujer.

Pero germete, conejito, ya no nos queda mucho tiempo. Y estaremos casados, de verdad. No lo dices

solo por decir. De verdad. Pues me dormiré y pensaré en eso si me despierto. Yo también.

Buenas noches, marido. Buenas noches, buenas noches, mujer. A las 2 de la mañana, Pilar despierta

a Robert. Le dice que Pablo se ha marchado. Robert Jordan se pone en los zapatos y los

pantalones. María no se ha despertado. Pilar le dice desconsolada que se ha llevado algunas cosas,

de Jordan. Van en la oscuridad hasta la cueva. Los dos fardos de Jordan tienen un largo corte de

arriba abajo. Falta la caja cuadrada de madera con el detonador, la caja de puros con los cebadores

cuidadosamente empaquetados y la caja metálica atornillada con la mecha y los fulminantes.

Robert se enfada con Pilar por no haber vigilado sus cosas y Pilar le pide perdón. Le dice que Pablo

les ha traicionado a los dos. Jordan se tranquiliza un poco y le dice a Pilar que lo que se ha llevado

Pablo no tiene importancia que improvisaran algo para reemplazarlo. Vuelven a irse a dormir. Apenas

les quedan dos horas de sueño. Robert Jordan estaba tumbado junto a la chica y veía pasar el

tiempo en su muñeca. Transcurría despacio, de forma casi imperceptible, ya que era un

reloj muy pequeño y no se distinguía la beneficia de las horas. Pero estaba tan concentrado que

casi notaba el movimiento del minutero. Notó un nudo en la garganta cuando su mejilla rozó

el cabello de la chica y sintió un dolor sordo que le recorría todo el cuerpo al rodearla con sus

brazos. Inclinó la cabeza con la mirada fija en el reloj donde la manecilla luminosa y punteaguda

se movía lentamente por la parte izquierda de la esfera. La veía moverse clara y lentamente y se

apretó más a María para hacer que fuese más despacio. A las cuatro están todos en la cueva.

Pilar ha preparado café en un bote. No ha vuelto a costarse después de despertar a Robert Jordan

y ahora está sentada en un taburete en la cueva llena de humo, cosiendo el corte de uno de los

fardos de Robert. El otro ya está cosido. El resplandor de la lumbre le ilumina la cara. Cada uno

se pone a preparar sus cosas. María sirve los desayunos. Robert Jordan no deja de repasar en

su cabeza el plan. A veces piensa que es imposible tomar las dos garitas y volar el puente y otras,

piensa que sí. Pilar se dirige a él pero se queda de pronto con la boca abierta y un brillo de

incredulidad en la mirada. Robert se vuelve hacia la entrada al tiempo que echa mano a la pistola.

Allí, apartando la manta con la mano y con el cañón del fusil automático asomando por detrás

del hombro, está Pablo. Bajo, fornido, sin afeitar, con los sojillos enrojecidos, sin mirar a nadie

en particular. Dice que ha traído a cinco de otras partidas de la sierra con sus caballos.

Robert le pregunta por el detonador y los cebadores y Pablo le contesta que los tiró al río.

Tuve un momento de debilidad. Me fui pero he vuelto. En el fondo no soy cobarse.

Cinco. Ha sido todo lo que he logrado conseguir de Lias y Alejandro. Llevo cabalgando desde que me fui.

Solo con nueve nunca lo habríais logrado. Nunca lo supe la otra noche cuando el ingleso se explicó

sus planes. Nunca. Solo en el puesto de abajo hay siete hombres y un cabo. Y si alguno de la alarma

se defienden. Cuando me marché pensé que comprenderías que no teníais posibilidades y

abandonarías tu plan. Luego, después de tirar tus cosas al río, cambié de opinión. Después de

deshacerme de tus cosas me sentí muy solo. Se ponen en marcha. Bajan por la pendiente en la

oscuridad a través del bosque muy cargados. Pablo propone ocuparse del puesto de abajo,

como iba a hacer el sordo. Cortará el cable del telégrafo y retrocederá hacia el puente.

En el fondo, desde que Pablo ha dicho que contaba con cinco hombres, Robert Jordan se ha sentido

cada vez mejor. El regreso de Pablo ha roto el esquema trágico en el que parecía haberse instalado

la operación desde lo de la nieve. Se van colocando en sus puestos. Mientras, Andrés ha llegado a

entregarle el informe al general Holtz, después de pasar mil controles y penalidades, pero es demasiado

tarde. Los aviones que inician la ofensiva republicana ya están en el aire. Robert Jordan está detrás

del tronco de un pino en la ladera que domina la carretera y el puente, observando como clarea

la aurora. Vea el centinela en su garita con una manta por la espalda. Los aviones republicanos

comienzan el ataque. Al oír el primer estallido, antes de que le correspondiera en la montaña,

Robert Jordan tomó aliento y cambió de sitio el fusil a metrallador. Se le había entumecido

el brazo por el peso y los dedos anquilosados se resistían a moverse. El centinela se puso

en pie al oír las bombas. Robert Jordan notó que le faltaba el aliento como si tuviera un alambre

en torno al pecho. Afirmó los codos en el suelo, notó la rugosidad del guardamanos,

hizo coincidir la mira oblonga con la muesca del alza sobre el pecho del centinela y apretó despacio

el gatillo. Comienza la batalla. Robert Jordan empieza a bajar corriendo cargado hacia la carretera,

se arrodilla, abre los sacos en mitad del puente, saca el material y empieza a bajar por el armazón

del puente. Todavía se oyen disparos en el puesto de arriba. Empieza a colocar las cargas y a fijarlas

y luego las granadas para hacer explotar todo y el alambre. Se tiene que dar prisa, se oyen granadas

y disparos. Sube al puente, coge el rollo del alambre y retrocede. Tiende el alambre hasta el

final del puente, hace una lazada en torno al último puntal y corre por la carretera. Corta el

alambre y se lo pasa a Anselmo. Ve venir al grupo de Pilar, primitivo y Rafael sujetan a Fernando,

le han disparado en la Ingle. Anselmo ve a Robert Jordan echar a correr con el rollo del

alambre en el brazo, los alicates colgando de la muñeca y el fusil ametrallador a la espalda,

lo de extender por la estructura del puente y desaparecer. Anselmo sostiene el alambre en la

mano derecha y se haga zapa detrás del mojón observando la carretera al otro lado del puente.

Justo en ese momento hieron disparos en la carretera donde Pablo estaba defendiendo el puesto de

guardia que había tomado. Robert Jordan lo yó mientras lanzaba el rollo de alambre hacia el

puente con una mano y trepaba detrás. Cuando apoyó las rodillas contra el pretil de hierro

del puente y se sujetó con las manos, oyó disparos de ametralladora en la curva. Eran distintos

delos del fusil automático de Pablo. Se puso en pie, se agachó y empezó a soltar alambre mientras

retrocedía de espaldas por el puente. Por fin llegó enfrente de donde estaba Anselmo. La entrada

del puente seguía despejada. Luego oyó el camión que llegaba por la carretera y lo vio de reojo.

Si oye un terrible estruendo y el centro del puente se alza como una ola al estrellarse

contra la rompiente, Jordan siente como le oprime la onda expansiva al echarse de bruces en la

cuneta pedregosa y cubrirse la cabeza con las manos. En ese momento empiezan a llover fragmentos de

acero. La parte central del puente ha desaparecido. Anselmo ya cebo cabajo junto al mojón pintado

de blanco. Robert Jordan se pone en pie, cruza a la carretera, se arrolla a su lado y comprueba

que está muerto. En ese momento empiezan a oír los aviones. Los hombres empiezan a replegarse.

María les está esperando con los caballos. Bienvenida a Pablo, solo por la carretera aparece

el morro bajo y anguloso de un blindado con la torreta pintada de verde, marrón y gris y con

la metralladora iluminada por el sol. El tanque empieza a disparar contra la carretera. El plan

de huida es de Pablo. Robert Jordan vio a María y poco después estaba abrazándola muy fuerte con

el fusil a metrallador a su lado y el cañón clavándosele contra las costillas. Nunca había

imaginado que uno pudiera saber que había una mujer en plena batalla ni que una parte de ti lo

pudiera saber o responder a eso. Cada uno monta un caballo. Robert Jordan el tordo y nota que es mucho

caballo para él. Con las alpargatas de esparto los estribos le quedan un poco cortos. Lleva el

fusil a metrallador al hombro y los bolsillos llenos de cargadores. Pablo les dice que deben cruzar la

carretera. Dice que pasarán tan arriba que no estarán al alcance de la metralladora, pero aún así

irán separados y se reunirán donde se estrecha el camino. Cabalgan por el bosque hacia el margen de

la carretera. Robert Jordan va justo detrás de María. Pablo es el primero que clava las espuelas

y se lanza al galope por la pendiente cubierta de agujas de pino. Cruza la carretera arrancando

chispas con las cerraduras del caballo. Los otros van tras él. Robert Jordan los ve cruzar la carretera

y ascender por la ladera verde y oye el tableteo de la metralladora en el puente. Después oye una

explosión sorda y en la ladera ve levantarse un pequeño surtidor de tierra con una nube de humo

gris. Por delante de él el gitano se detiene junto a la carretera al resguardo de los últimos árboles.

Robert le grita que cruce y el gitano lo hace. Otro bus cae muy cerca. Sólo queda Jordan y el

caballo de carga. Robert golpea al caballo con fuerza en el anca con una rama rota. Robert

Jordan subió otros 30 metros. A partir de allí la pendiente era demasiado pronunciada. El cañón

estaba disparando con aquel silbido como de un cohete y los estampidos que levantaban columnas

de tierra dábamos toro fascista. Le dijo Robert Jordan al caballo y se lanzó al galope por la

ladera. Salió a campo abierto, cruzó la carretera que era tan dura bajo los cascos de su cultura

que notó el golpe en los hombros, el cuello y los dientes y se dirigió hacia la ladera atajando,

galopando, avanzando. Notó un golpe y un olor acre como el de una caldera al hacerse pedazos y

actos seguidos se encontró debajo del caballo todo que daba coses y se esforzó por librarse de

aquel peso. Puede moverse hacia la derecha pero la pierna izquierda está totalmente inmóvil debajo

del caballo. Es como si tuviese otra articulación no a la altura de la cadera sino más abajo y

se desplazase a los lados como una bisagra. Tiene destrozada la pierna y la cadera. Primitivo y

Agustín lo arrastran por la pendiente, lo dejan a resguardo del claro en el bosque donde están

los caballos y María, Pilar y Pablo se acercan a verle. María se arrodilla a su lado, le pregunta

qué le pasa. Pilar dice que se la entablillarán, Robert Jordan ve a Pablo mover la cabeza y asiente

a su vez. Llaman a Pablo, pide a María y a Pilar que les dejen hablar un momento.

Pilar y María corren a ver a Robert que está apoyado en el tronco de un árbol. María se

acurruca a su lado y no dice nada. El sol le da en el pelo y su rostro está contraído como el

de un niño cuando está a punto de echarse a llorar. Pilar le corta la pernera del pantalona

a Robert y luego se marcha con la cabeza gacha y sin decir nada y sin volver la vista atrás.

Cuando Robert empieza a hablarle, María rompe a llorar.

Escucha, no iremos a Madrid. No iremos a Madrid ahora, pero siempre iré a donde tú vayas,

entiendes. Escúchame bien, conejito. Ahora te irás, conejito. Pero yo iré contigo.

Mientras viva uno de los dos, viviremos los dos. ¿Lo entiendes?

No, me quedo contigo. No, conejito. Lo que voy a hacer ahora tengo que hacerlo solo.

No podría hacerlo si te quedas. Además, si te vas, yo también me iré. Es que no lo entiendes.

Cualquiera de nosotros es los dos. Me quedaré contigo.

No, conejito, escucha. Hay cosas que no podemos haber juntos. Cada cual debe hacerlas por su cuenta.

Pero si te vas, miro contigo. Así podré acompañarte. Sé que te irás, porque eres buena y dulce.

Te irás por los dos. Tienes que cumplir con tu deber. Escucha, conejito. Así yo también miro. Te lo juro.

María no dice nada. Robert hace un gesto a Pablo que viene a por María, pero la chica se abraza

a su cuello y dice que no. Robert le habla con calma y de manera razonable, pero con mucha autoridad.

María se pone en pie llorando con la cabeza gacha. Luego se desploma rápidamente a su lado,

pilar la sujeta del brazo. Robert gira la cabeza sudorosa y mira hacia la pendiente.

Luego vuelve a mirar a la chica que ya está en la silla con pilar a su lado y Pablo detrás.

Se pierden de vista por el sendero y él se queda empapado de sudor y mirando al vacío.

Agustín está a su lado. Le pregunta si quiere que le pegue un tiro. Robert dice que no hace falta.

Agustín se aleja mientras murmura qué puta es la guerra.

Robert Jordan miro hacia la ladera verde y contempló el puente y la carretera.

Se sentía vacío, desfallecido y exhausto después de todo aquello y la marcha de los demás le había

dejado un sabor hábilis en la boca. Ahora por fin se habían acabado sus problemas. Pasará lo que pasase,

ya no tendría que volver a preocuparse. Ve la fila de camiones en la carretera,

piensa que no tardarán en llegar, no sirve de nada, pensar en María, sabe que pilar la cuidará.

Decía agacharse, apoyarse en algo en lugar de seguir recostado en el árbol como un mendigo.

Odio tener que dejar todo esto. Espero haber hecho algún bien. Lo he intentado con todas

las fuerzas que tenía. Llevo un año luchando por lo que creía. Siguéramos aquí, ganaremos en

todas partes. El mundo es un buen sitio y vale la pena luchar por él y odio tener que dejarlo.

He tenido suerte de tener una vida tan buena, se dijo.

Luego se coge la pierna izquierda con las dos manos y tira de ella con fuerza mientras se tumba junto

al árbol en el que ha estado recostado. Tira con fuerza de la pierna para que el hueso roto no

le corte la piel y gira sobre sí mismo hasta que la cabeza queda mirando hacia la cuesta. Se

apoya en los codos, estira la pierna izquierda con las manos, alarga la mano para coger el fusil

a metrallador, luego mira hacia la ladera y los pinos y trata de no pensar en nada. La pierna

le empieza a doler, debe de estar hinchándose. El dolor ha empezado de pronto con la inflamación

al darse la vuelta. Piensa que si pierde el conocimiento o algo parecido no servirá de

nada y si le capturan le harán muchas preguntas y otras cosas más. Piensa que tal vez sea mejor

dispararse y acabar con todo. No, porque todavía puedes hacer algo. Imagínalo subiendo entre los

árboles. Piensa en ellos cruzando un arroyo cabalgando entre el brazo. Piensa en ellos subiendo la

colina. Imagínalos a salvo esta noche o viajando toda la noche. Imagínalos escondidos mañana.

Piensa en ellos, maldita sea. Piensa en ellos. Ya no puedo pensar más en ellos. Piensa en Montana.

No puedo. Piensa en Madrid. No puedo. Piensa en un trago de agua fresca. De acuerdo. Así es como será.

Como un trago de agua fresca. Ve salir a la caballería del bosque y cruzar la carretera. Los observa

subir por la ladera. Ve al soldado detenerse junto al caballo Tordo y gritarle al oficial que cabalga

su lado. Los ve contemplar al caballo. Lo han reconocido. Están muy cerca de él. Más allá

ve la carretera, el puente y las largas filas de vehículos al fondo. Siente que es parte de

aquello y lo contempla todo con mucha atención. Luego mira al cielo. Hay grandes nubes blancas.

Se pone lo más cómodo posible con los codos sobre las agujas de pino y el cañón del fusil

ametrallador apoyado en el tronco del pino. El oficial pasará cabalgando tras la pista de

los caballos a unos 20 metros de Robert Jordan. Es el teniente Berrendo. Los caballos están

fatigados y sudorosos y tienen que espolearlos para obligarlos a seguir el trote. El teniente

Berrendo siguiendo las huellas llegó cabalgando con una expresión seria y solemne en su rostro en

juto. Llevaba el fusil automático atravesado sobre la silla y apoyado en el brazo izquierdo.

Robert Jordan se hallaba detrás del árbol dándose ánimos para mantener el pulso firme.

Estaba esperando a que el oficial llegase al lugar iluminado por el sol donde los primeros

árboles del pinar se juntaban con el prado que cubría la ladera. Notaba los latidos de su corazón

contra el suelo tapizado de agujas de pino del bosque. Y así les hemos contado por quién

doblan las campanas de Ernest Hemingway. Hemos seguido la edición de la editorial Lumen con

traducción del inglés de Miguel Temprano García. Hemos citado varios fragmentos del prólogo de

Juan Villoro a la edición de De Bolsillo. Gracias por estar ahí y gracias por leer. Un libro una

hora en la cadena ser. Un programa escrito y dirigido por Antonio Martínez Asensio con las

voces de Eugenio Barona y Laura Carrero del tío y la participación de Olga Hernan Gómez. Ambientación

musical de Mariano Revilla. Edición y montaje de sonido de Pablo Arevalo y en las redes Virginia

Díaz Pacheco. Suscríbete a un libro una hora. Todos los episodios y contenidos adicionales en

la app de cadena ser y en nuestros canales de Apple Podcast, Spotify, iBogs, Google Podcast y

YouTube. Escúchanos en directo en las ser los domingos a las cinco de la mañana.

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Ernest Hemingway (1899-1961) forma parte de la mitología del siglo XX, no solo gracias a su obra literaria, sino también a la leyenda que se formó en torno a su azarosa vida y a su trágica muerte. Es el autor de 'Adiós a las armas', 'El viejo y el mar', 'Fiesta' o 'Muerte en la tarde'. Publicó 'Por quién doblan las campanas' en 1940 y en 1954 obtuvo el Premio Nobel.