Un Libro Una Hora: 'La tía Julia y el escribidor', el melodrama como obra de arte

Cadena SER Cadena SER 6/11/23 - Episode Page - 55m - PDF Transcript

Un Libro Una Hora, dirigido por Antonio Martínez Asensio.

Bienvenidos al podcast de Un Libro Una Hora.

En este episodio os vamos a contar la tía Julia y el escribidor de Mario Vargas Llosa

para celebrar nuestro programa 200.

Mario Vargas Llosa nació en Arequipa, en Perú en 1936.

Es el autor de La Ciudad y los Perros, La Casa Verde, Conversación en la Catedral, La

Guerra del Fin del Mundo o La Fiesta del Chivo, por citar solo obras maestras.

También ha escrito obras de teatro, relatos, estudios y ensayos y libros de memorias.

Ha obtenido los más importantes galardones literarios, desde el Premio Nobel de Literatura

en 2010, hasta el Premio Cervantes, El Príncipe de Asturias, El Pen o El Caboog.

La Tía Julia y el escribidor se publicó en 1977.

Podría ser un libro de memorias, la de su primer matrimonio y cómo se convirtió en

escritor, pero cuenta también la historia de un creador de radio teatro, sin olvidable.

Es divertidísima, tierna y con una potente visión social, un disfrute de principio a

fin.

Vamos allá.

En ese tiempo remoto, yo era muy joven y vivía con mis abuelos en una quinta de paredes

blancas de la calle Ocharán en Miraflores.

Estudiaba en San Marcos derecho, creo, resignado a ganarme más tarde la vida con una profesión

liberal, aunque en el fondo me hubiera gustado más llegar a ser un escritor.

Mario es director de Informaciones de Radio Panamericana, un trabajo de título pomposo,

sueldo modesto y horario elástico.

Consisten recortar las noticias interesantes que aparecen en los diarios y maquillarlas

un poco para que se lean en los boletines.

Tiene a sus órdenes a un muchacho amante de las catástrofes llamado Pascual, al que

luego se sumará el Gran Pablito.

Hay boletines de un minuto cada hora.

En la misma calle Belén, muy cerca de la Plaza San Martín en Lima, está también

Radio Central, que es de los mismos dueños, los Genaro.

Radio Panamericana ocupa el segundo piso y la azotea de un edificio flamante y tiene

cierto aire extranjerizante y snob, infulas de modernidad, de juventud y aristocracia.

Radio Central, en cambio, tiene vocación multitudinaria, plebella y crioyísima.

Su plato fuerte son los radioteatros.

Genaro Hijo acaba de descubrir la existencia y las dotes prodigiosas de Pedro Camacho.

Recuerdo muy bien el día que me habló del fenómeno radiofónico, porque ese mismo día

que había llegado a la hora del almuerzo, vi a la tía Julia por primera vez.

Era hermana de la mujer de mi tío Lucho y había llegado la noche anterior de Bolivia.

Recién divorciada, venía a descansar y a recuperarse de su fracaso matrimonial.

En realidad, a buscarse otro marido.

Había dictaminado, en una reunión de familia, la más lenguarad de mis parientes, la tía

Ortencia.

Mario almuerza todos los jueves donde el tío Lucho y la tía Olga.

Este mediodía se encuentra a la familia en Pijama con resaca, porque se han quedado

hasta el amanecer charlando y bebiendo con la recién llegada.

La tía Julia, en bata y sin sabatos, vacía una maleta.

Lo primero que hace es estampar un beso en la mejilla a Mario y preguntarle si ya terminó

el colegio.

La odié a muerte.

Mis leverchoques con la familia en ese entonces se debían a que todos empeñaban en tratarme

todavía como un niño y no como lo que era un hombre completo de 18 años.

Nada me irritaba tanto como el marito.

Tenía la sensación de que el diminutivo me regresaba al pantalón corto.

Durante el almuerzo, con ese aire cariñoso que adoptan los adultos cuando se dirigen

a los idiotas y a los niños, pregunta a Mario si tiene enamorada, si va de fiestas y le

aconseja que, apenas pueda, se deje crecer el bigote.

La tía Julia sigue con sus bromas toda la comida y Mario siente un arribato de solidaridad

con su exmarido.

Al despedirse, la tía Julia parece querer hacerse perdonar sus maldades porque le dice

con un gesto amable a Mario que alguna noche le acompaña al cine, que le encanta el cine.

En la puerta de radio central Mario se encuentra a genero hijo, eufórico porque ha estado unos

días en la paz y ha visto en acción a Pedro Camacho.

Le dice que no es un hombre, sino una industria que escribe todas las radionabelas y las

dirige y es el galán de todas, que es muy popular y que los radioteatros de Pedro Camacho

tienen la mayor audiencia de las ondas bolivianas.

La tía Julia ha salido en su primera semana cuatro veces y con cuatro galanes diferentes,

pero Mario se la encuentra en casa del tío Lucho con el tío Pancrazio, un primo hermano

de su abuela.

Mario aprovecha para reírse un poco de ella y ella aprovecha a Mario para escapar.

Por el camino le cuenta que lo terrible de ser divorciada es que todos los hombres piensan

que ya no hay necesidad de romanticismo.

Y Mario le contesta que el amor no existe, que es una invención de Petrarcha y que él

está contra el matrimonio, que es partidario de lo que llaman el amor libre o más bien

la cúpula libre.

La tía Julia se ríe.

Que porquería se ha vuelto el amor entre los mocosos de ahora, marito.

Señala a Mario Vargas Llosa en el prólogo de la tía Julia y el escribidor.

Comenzé esta novela en Lima, a mediados de 1972, y la seguí escribiendo con múltiples

y a veces largas interrupciones en Barcelona, la romana, República Dominicana, Nueva York

y de nuevo Lima, donde la terminé cuatro años después.

Él la sugirió un autor de radioteatros que conocí de joven, al que sus melodramáticas

historias devoraron el seso por un tiempo.

Me costó trabajo dar una forma aceptable a aquellos episodios que, sin serlo, parecieron

los guiones de Pedro Camacho, y volcar en ellos los estereotipos, excesos, cursilerías

y truculencias característicos del género, tomando la distancia irónica indispensable,

pero sin que se volvieran caricatura.

El melodrama ha sido una de mis debilidades precoces, atizada por las desgarradoras películas

mexicanas de los años cincuenta, y el tema de esta novela me permitió asumirlo sin escrúpulos.

Tres días después, Mario conoce en carne y hueso a Pedro Camacho.

Aparece de pronto en el altillo donde trabajan Mario y Pascual, un ser pequeñito y menudo

en el límite mismo del hombre de baja estatura y el enano, con nariz grande y ojos extraordinariamente

vivos en los que buye algo excesivo. Viste de negro, un terno muy usado. Puede tener

cualquier edad entre treinta y cincuenta años y luce un aceitosa cabellera negra que le

llega a los hombros. Sus movimientos y su expresión hacen pensar en un muñeco articulado.

Les dice que viene a hurtarles una máquina de escribir.

Se decide por la veterana y enorme Remington de Mario, pero discuten. Pedro Camacho dice

que el arte es más importante que el servicio de informaciones e intenta levantar la Remington,

consigue elevar el armatoste y alcanza a dar unos pasos hacia la puerta hasta que termina

pidiendo ayuda. Mario le dice que para llevarse la Remington tendrá que pasar primero sobre

el cadáver de Pascual y, en último caso, sobre el suyo.

El hombrecillo, con una mueca de contrariedad y dando muestras de una ineptitud total para

el humor, les dice que un tipo bien nacido nunca desaira un desafío a pelear y les pide

sitio y hora. Genaro Hijo aparece justo a tiempo y hace las presentaciones. Luego le

ayuda a llevarse la máquina de escribir.

Tiene la mesa cubierta de papeles mecanografiados y trabaja sin descanso. Dice que para el arte

no hay horario. Se van a tomar café juntos y Pedro Camacho le cuenta que empieza a escribir

con la primera luz, que al mediodía su cerebro es una entorcha. Luego va perdiendo fuego y

a eso de la tardecita para porque solo quedan brasas. En las tardes y en las noches es cuando

graba. Todo lo dice con una solemnidad extrema. Le importan un comino los temas terrenales.

Mario está intentando escribir relatos. Se va al morzar donde el tío luchó y allí

se entera de que ha brotado algo que parece un romance entre la tía Julia y un senador

arequipeño emparentado de algún modo con la tribu familiar de quien se dice que es impotente.

Cuando aparece la tía Julia en comedor a la hora del café, anuncia con una carcajada

que los rumores son ciertos, que él mismo se lo ha contado. Cuando Mario vuelve a trabajar,

le cuentan que había un lío con genero padre porque Pedro Camacho ha dicho que no quiere

actores argentinos. Odia a los argentinos. Mario va a hablar con él, pero no logra que

le cuente por qué.

Llegué a la casa de los abuelos a las 11 de la noche. Ya estaban durmiendo. Me dejaban

siempre la comida en el horno, pero esta vez, además del plato de apanado con arroz

y huevo frito, invariable, ¿me no? Había un mensaje escrito con letra temblona. Llamó

tu tío lucho, que dejaste plantada julita, que tenían que ir al cine, que eres un salvaje,

que la llames para disculparte el abuelo.

Al día siguiente Mario le envía a la tía Julia un ramo de flores y cuando llega muy

tarde, ya de madrugada, junto a la cena se encuentra otro mensaje contándole que le

llamó la tía Julia, que recibió sus rosas, que le gustaron mucho, pero que no crea que

se librará de llevarla al cine de nuevo.

Al día siguiente es el cumpleaños del tío lucho. Cuando Mario llega a felicitarle,

está allí la tía Julia. Llevo un vestido azul, zapatos blancos, maquillaje y peinado

de peluquería. Se ríe con una risa fuerte y directa y tiene voz ronca y ojos insolentes.

Mario descubre entonces que es una mujer atractiva.

El tío lucho propone que vayan al grill bolívar. A Mario le parece el lugar más refinado

y elegante del mundo y la comida la más exquisita que ha probado jamás. Una orquesta

toca a boleros, paso dobles y blues. El primero en lanzarse a bailar es Mario, que arrastra

a la tía Olga a la pista. La tía Julia mientras hace pasar un mal rato al tío lucho obligándolo

a bailar separado de ella y haciendo figuras. Julia baila bien y muchos señores la miran.

La pieza siguiente es a que a la tía Julia y la previne que no sabía bailar, pero como

tocaban un lentísimo blues de desempeña y función con decoro. Bailamos un par de

piezas y nos fuimos alejando insensiblemente de la mesa del tío lucho y la tía Olga en

el instante en que terminada la música la tía Julia hacía un movimiento para apartarse

de mí. La retuve y la besé en la mejilla muy cerca de los labios. Me miro con el sombro

como si presenciaran prodigio. Al regresar a la mesa la tía Julia se pone a hacer bromas

al tío lucho sobre los cincuenta años, edad a partir de la cual los hombres dice se vuelven

viejos verdes. A ratos lanza una rápida ojeada a Mario como para verificar si está realmente

ahí y en sus ojos se puede leer claramente que no le cabe en la cabeza que le haya besado.

Bailan una pieza más. Ella permanece por primera vez muda. Cuando Mario la estrecha un poco

y le junta la mejilla Julia le llama marito, pero antes de que continúe Mario la interrumpe

diciéndole al oído que le prohíbe que le vuelva a llamar así. Ella se paró un poco

la cara para mirarme e intentó sonreír y entonces en una acción casi mecánica me

incliné y la besé en los labios. Fue un contacto muy rápido pero no lo esperaba y la sorpresa

hizo que esta vez dejara un momento de bailar. Ahora su estupefa acción era total, abría

los ojos y estaba con la boca abierta. Cuando terminó la pieza el tío lucho pagó la cuenta

y nos fuimos. En el trayecto a Miraflores íbamos los dos en el asiento de atrás, cogí

la mano de la tía Julia, la preté con ternura y la mantuve entre las mías. No la retiro,

pero se la notaba un sorprendida y no abría la boca. Al bajar en casa de los abuelos me

pregunté cuantos años mayor que yo sería. La tía Julia y Mario se ven casi a diario

desde la noche de los besos furtivos en el grill bolívar. Al día siguiente del cumpleaños

del tío lucho cuando aparece Mario, la tía Julia está sola. Mario inmediatamente la

toma de la cintura intenta besarla. La tía Julia no le rechaza pero tampoco le besa. Mario

siente su boca fría contra la suya.

Mira marito, he hecho todas las locuras del mundo en mi vida, pero esta no la voy a hacer.

Yo corruptora de menores, eso sí que no.

Se sientan y conversan cerca de dos horas. Mario le cuenta toda su vida, no la pasada,

sino la que tendrá en el futuro, cuando viva en París y sea escritor. Le cuenta que ha

querido escribir desde que leyó a Alejandro Dumas y que desde entonces sueña con viajar

a Francia y vivir en una bordilla, en el barrio de los artistas entregado totalmente a la

literatura, pero ahora estudia derecho para darle gusto a la familia. Julia le cuenta

que la noche anterior se quedó desvelada pensando en los besos furtivos del grill bolívar,

que el hijo de Dorita, una buena amiga suya, el chiquito al que ella ha llevado al colegio,

el mocosito al que ella todavía creía de pandarón corto la haya besado en la boca,

como si fuera un hombre hecho y derecho no le cabe en la cabeza.

Mario tiene 18 años, Julia 32. La tía Julia le cuenta la historia de su matrimonio. Aquella

noche vuelven al cine y desde entonces casi a diario y además de soportar una buena cantidad

de melodramas mexicanos y argentinos, se dan una considerable cantidad de besos.

El cine se va convirtiendo en pretexto. Vuelven cogidos de la mano.

Nuestra relación se había estabilizado rápidamente en lo amorfo. Se situaba en algún punto indefinible

entre las categorías opuestas de enamorados y amantes. Este era un tema recurrente de

nuestras conversaciones. Teníamos de amantes la clandestinidad, el temor a ser descubiertos,

la sensación de riesgo, pero lo éramos espiritual no materialmente, pues no hacíamos el amor

y ni siquiera nos tocábamos.

Parece una relación escrita por Pedro Camacho, que por cierto empieza a tener un éxito rotundo

con sus telenovelas.

En la tía Julia y el escribidor, los capítulos nones están dedicados a la novela y pueden

leerse de manera continua. Mientras que los capítulos pares cuentan las historias que

escribe Pedro Camacho y que se convierten en radiateatros de éxito. Algo que nosotros

no les hemos contado, pero que son historias deliciosas, divertidas y cada vez más complejas,

muchas de ellas con un gran trasfondo social.

Contienen historias muy particulares e intrigantes, con conflictos morales, donde una persona

debe decidir, por ejemplo, la vida o muerte de un vagabundo que cometió un delito sin

intención. El castigo o un presunto parricida que niega su culpa, pero todos los hechos

señalan lo contrario. O continuar o terminar un embarazo cuya madre es descubierta en su

boda y cuyo novio no es el padre del futuro hijo o hija entre otras situaciones.

Aunque los amores con la tía Julia van viento en popa, las cosas se van complicando porque

resulta difícil mantener la clandestinidad. Mario ha reducido drásticamente sus visitas

a casa del tío Lucho, han optado por verse menos de noche y más de día aprovechando

los huecos de la radio. La tía Julia toma un colectivo al centro y a eso de las 11 de

la mañana o de las 5 de la tarde espera a Mario en una cafetería. Pasan un par de horas

juntos. Mario ha conseguido que le aumente el sueldo a 5.000 soles, da a 2.000 a sus

abuelos para ayudarlos en la casa y los 3.000 restantes desde sus amores con la tía Julia

se volatizan velozmente y andan siempre apurado, recurriendo con frecuencia a préstamos e

incluso empeñando algunas cosas. Comienza a escribir reseñas de libros y reportajes

en suplementos culturales y revistas de Lima y a publicarlos con pseudónimo para no avergonzarse

de lo malos que son.

El porvenir era un asunto tácidamente abolido en nuestros diálogos, sin duda porque tanto

ya como yo estábamos convencidos que nuestra relación no tendría ninguno. Sin embargo,

pienso que eso que había comenzado como un juego se fue volviendo serio en los castos

encuentros de los cafés humosos del centro de Lima. Fue ahí donde sin darnos cuenta

nos fuimos enamorando.

Hasta que una tarde les descubre Javier. Javier es el mejor amigo de Mario y se ven a diario,

aunque sea solo un momento. Es un ser de entusiasmos cambiantes y contradictorios pero siempre

sinceros. Javier ha sido la estrella del departamento de literatura de la universidad católica

pero un buen día sin explicaciones, decepcionó a todo el mundo abandonando la tesis en la

que trabajaba, renunciando a la literatura e inscribiéndose en San Marcos como alumno

de economía.

Aquella tarde Mario está leyendole a la tía Julia un nuevo cuento que ha escrito y está

resultando un fracaso porque la tía Julia no hace más que interrumpirle. De pronto Mario

siente que le tocan en el hombro.

Si interrumpo me lo dicen y me voy porque odio tocar violín. Dijo Javier jarando una silla

sentándose y pidiendo un café al mozo. Sonrió a la tía Julia. Encantado yo soy Javier,

el mejor amigo de este prosista. Que bien guardada te la tenías compadre.

Es Jolita, la hermana de mi tía Olga.

Le expliqué.

¿Cómo? La famosa boliviana. Se le fueron apagando los ríos a Javier. Nos había encontrado

de la mano, no nos habíamos soltado y ahora miraba fijo sin la seguridad mundana de antes

nuestros dedos entrelazados. Vaya, vaya, barguitas.

Javier está realmente simpático, hablando hasta por los codos y haciendo toda clase de

bromas y la tía Julia queda encantada con él. Se despide besando a la tía Julia en la mejilla

y haciendo una reverencia.

Cuando los dos amigos se vuelven a ver en radio panamericana, Javier le dice a Mario que le

ha impresionado con esa mante vieja, rica y divorciada. Le pregunta si no es su tía

y Mario le aclara que es la hermana de la mujer de su tío.

Luego Javier le regaña porque dice que él siempre le cuenta sus amores con la flaca

Nancy, que es la prima de Mario, y lo del braguetazo Mario se lo ha ocultado. Mario le

cuenta la historia del principio a fin y le aclara que no son amantes.

Dos o tres días después conocí la pensión de Pedro Camacho. Ya tía Julia había venido

a encontrarse conmigo a la hora del último boletín porque quería ver una película

que daban en el metro con una de las grandes parejas románticas, Greer Garson y Walter

Pete Yeón.

Cerca de medianoche, estábamos cruzando la Plaza San Martín para tomar el colectivo

cuando vía Pedro Camacho saliendo de radio central. Apenas se lo señalé, la tía Julia

quiso que se lo presentara. Nos acercamos y él, al decirle que se trataba de una compatriota

suya, se mostró muy amable.

Van caminando con él, Pedro Camacho y la tía Julia mantienen una conversación patriótica

de la que Mario queda excluido. Al llegar al portón de una casa con balcones y celosías,

Pedro Camacho les invita a subir. Es la pensión, la tapada, que está en una de esas viejas

casas de dos pisos del centro de Lima, construidas el siglo pasado. Da la impresión de estar

a punto de descalabrarse. Allí cenan y Pedro Camacho les cuenta uno de sus grandes secretos.

Bajando la voz, les cuenta que nunca escribe más de 60 minutos una misma historia, que

en la variación se encuentra al gusto, pero que además ha descubierto algo que sólo

en la pensión puede poner en práctica.

Con lentitud sacerdotal se levantó. Estaba sentado en la ventana junto al primus. Fue

hasta la maleta, la abrió y empezó a sacar de sus entrañas. Como el prestidigitador saca

palomas o banderas del sombrero de copa, una inesperada colección de objetos, una peluca

de magistrado inglés, bigotes postizos de distintos tamaños, un casco de bombero, una

insignia de militar, caretas de mujer gorda, de anciano, de niño estúpido, la varita

del policía de tránsito, la gorra y la pipa del lobo de bar, el mandil blanco del médico,

narices falsas, orejas postizas, barbas de algodón.

Pedro Camacho se disfraza de sus personajes para meterse más en el papel y va cambiándoselo

según escribe. Cuando Mario y la tía Julia se van, después de agradecer efusivamente

la invitación a Pedro Camacho, vuelven a la calle, la tía Julia dice que vive como

un pordiósero, que no hay derecho.

O sea que los escritores son unos muertos de hambre. Quiere decir que toda la vida vivirás

fregado, barquitas.

Cuando dos días después Mario va donde el tío Lucho le dicen que a la tía Julia la

ha invitado al morzar un buen partido. El doctor Guillermo Osores, un médico vagamente

relacionado con la familia, un cincuentón muy presentable con algo de fortuna, enviudado

no hace mucho. Mario siente unos celos que le quitan el apetito, un mal humor salmuera.

En el colectivo mientras regresa a radio panamericana, salta de la humillación a la

soverbia. Se pregunta qué hace perdiendo el tiempo con una señora que casi casi podría

ser su madre. En la radio le suena el teléfono y es la tía Julia.

Te dejé plantado por un endocrinólogo, barquitas. Supongo que me extrañaste. ¿No te has enojado?

¿Enojado por qué? ¿No eres libre de hacer lo que quieras?

Oh, entonces te has enojado. No seas sonso. ¿Cuándo nos vemos para que te explique?

Hoy no puedo. Ya te llamaré.

Mario cuelga. Se siente ridículo. Hace el boletín de las cuatro y se va a ver a Pedro

Camacho que le da consejos que parecen de broma. Mario, de hecho, duda si el escribidor

no será en el fondo un humorista sutil que se burla de sus oyentes y no cree palabra

de lo que dice. Le dice a Mario que él no ha amado nunca a una mujer de carne y hueso.

Cuando Mario vuelve a su oficina de radio panamericana, está esperándole la tía Julia,

sentada en su escritorio como una reina risueña y tranquila. Al entrar Mario, se pone seria

y palidece ligeramente. He venido a decirte que a mí nadie me cuelga

el teléfono. Y mucho menos un mocoso como tú. ¿Quieres decirme que Mosca te ha picado?

Mario le cuenta lo que le pasa y la tía Julia le dice que se le nota que es un mocoso.

Mario se sienta en la esquina del escritorio y la tía Julia se pone de pie y da unos pasos

hacia la ventana. Con los brazos cruzados sobre el pecho se queda mirando la mañana

gris, húmeda, discredamente fantasmal. Busca las palabras para decir algo a Mario, que

repentinamente tiene ganas de besarla.

Vamos a poner las cosas en su sitio. Tú no puedes prohibirme nada, ni siquiera en broma,

por la sencilla razón de que no eres nada mío. No eres mi marido, no eres mi novio,

no eres mi amante. Este jueguecito de cogernos de la mano, de besarnos en el cine no es serio,

y sobre todo no te da derecho sobre mí. Tienes que meterte eso en la cabeza, híjito.

Mario la coge por la cintura y ella se deja ir contra él, pero mientras Mario la besa

con mucha ternura en la mejilla, en el cuello, en la oreja, sigue hablando con el mismo tono

de voz, diciéndole que la cosa ya no le gusta, que esos son perversiones de las cinco en

tonas.

Claro que es bonito enamorarse con un muchachito tímido, que te respeta, que no te manosea,

que no se atreve a acostarse contigo, que te trata como a una niñita de primera comunión,

pero es un juego peligroso, barguitas. Se basa en una mentira.

Pero cuando Mario empieza a decirle al oído que está escribiendo otro cuento y le empieza

a contar el argumento, ella se empieza a reír y le echa los brazos al cuello, diciéndole

que hay de él si le vuelve a colgar el teléfono, a lo que Mario contesta que hay de ella si

vuelve a salir con el endocrinólogo. La tía Julia se aparta y le mira con un brillo pendenciero

en los ojos. Le recuerda que ella ha ido a Lima a buscar marido. Interrumpe la reconciliación

Javier, que les cuenta que las cosas van muy bien con la flaca Nancy, pero también les

dice que le ha contado a Nancy la relación entre ellos dos. Mario y la tía Julia se

quedan preocupados. Saben que Nancy no les va a traicionar, pero si se le escapa algo

en la familia, la noticia correría como un incendio. Mario va a ver a su prima. Nancy

lo primero que le dice es que está loco y que se le ponen los pelos de punta pensando

en lo que pasaría si se enterara la familia y le pregunta si la tía Julia está enamorada

de él o solo juega. La misma pregunta se la ha hecho Mario varias veces y se la hace

también a la tía Julia unos días después, sentados frente al mar en un bello parquecito.

Allí, abrazados, besándose sin trégua, tienen su primera conversación sobre el futuro.

Me lo sé con todo lujo de detalles. Lo he visto en una bola de cristal. En el mejor

de los casos, lo nuestro duraría tres, tal vez unos cuatro años. Es decir, hasta que

encuentres a la mocosita que será la mamá de tus hijos. Entonces me votarás y tendré

que seducir a otro caballero. Y aparece la palabra fin.

Como señala el estante literario, es importante definir los fondos de la tía Julia y el escribidor

como la rebeldía y la obsesión. Vargitas es un rebelde frente a la cerrada estructura

familiar con fuertes tradiciones religiosas y conservadoras, enfrentada de pronto a la

decisión de uno de sus hijos de casarse con su tía política. Pedro Camacho, por otro

lado, es también un rebelde contra la sociedad y los cánones de la alta literatura. El escriban

ole no necesita salir o viajar para inventar sus historias, no comparte los convencionalismos

sociales y está encerrado en su mundo. Se obsesiona con los radioteatros, sus actuaciones,

su misión artística y sus personajes, hasta llegar al punto de la locura. La tía Julia

también se subleva frente a su condena de ser divorciada, al fracaso de su matrimonio

y a los preceptos de su hermana Olga, lo que la convierte también en una rebelde.

Nancy y la tía Julia se convierten en inseparables, van juntas de compras, al cine e intercambian

secretos. Un día, las dos parejas, Nancy, Javier y la tía Julia y Mario, se van a

ver una obra de atro de Arthur Miller, de la que Mario sale impresionado. Luego se van

a bailar al negro negro, un lugar con cierta ureola de bohemia intelectual y la guat más

oscura de Lima. La tía Julia y Mario bailan muy apretados, besándose mientras Mario le dice

que está enamorado de ella. Es la primera vez que ha ayudado por el ambiente íntimo,

incitante, turbador y por los whiskeys, Mario no disimula el deseo que Julia le provoca,

la estrecha con fuerza para sentir sus pechos, su vientre y sus muslos y luego en la mesa,

al amparo de las sombras, le acaricia las piernas y los senos. Así están, aturdidos y gozosos,

cuando la prima Nancy les hiela la sangre al decirles que detrás de ellos está el tío Jorge,

el más joven de los tíos. Javier pidió la cuenta, salimos del negro negro casi inmediatamente.

Los tíos Jorge y Gaby se abstuvieron de mirarnos, incluso cuando pasamos rozándolos. En el taxi a

Miraflores, los cuatro íbamos mudos y con las caras largas, la flaca Nancy resumió lo que todos

pensábamos. Adiós, trabajos, se armó el gran escándalo. Pero en los días siguientes no pasa nada.

Nadie dice nada a Nancy ni a la tía Julia ni a Mario, un silencio más que sospechoso.

Ese semana Mario se encuentra con genero papá que le cuenta que Pedro Camacho se ha puesto a

tomarle el pelo a la gente, a pasar personajes de un radioteatro a otro y a cambiarles los

nombres para confundir a los oyentes. Mario sugiere que a lo mejor esos troques y enredos son

una técnica original suya de contar historias. Genero papá le pide a Mario que hable con él.

Se había hecho una costumbre que la tía Julia viniera panamericana. Habíamos descubierto que

era el sitio más seguro ya que, de hecho, contábamos con la complicidad de Pascual y el gran Pablito.

Se aparecía después de las cinco, hora en que comenzaba un periodo de calma. Los generos se

habían ido y casi nadie venía a merodear por el altillo. Mis compañeros de trabajo por un

acuerdo táfito pedían permiso para tomar un cafecito, de modo que la tía Julia y yo pudiéramos

besarnos y hablar a solas. Los amores con la tía Julia adquieren en ese cuartito de tabiques una

naturalidad maravillosa. Pueden estar de la mano o besarse y a nadie le llama la atención, es su

nido de amor. Lo llaman momat. Todo va bien hasta que aparece por la puerta del altillo la flaca Nancy,

basta verla para saber que algo ha pasado. Nada más entrar dice que se armó la pelotera en la familia.

Ha sorprendido mientras se lavaba la cabeza una conversación telefónica entre su madre y la tía

Jesús hablando de la parejita. A Nancy la han llamado la encubridora de esa perdida. La tía Julia

pregunta si la perdida es ella con más curiosidad que furia y Nancy le dice que todos creen que ella

es la intencionera de todo. La familia ha decidido intervenir, han escrito a los padres de Mario que

viven en Estados Unidos. El padre de Mario es un hombre severo al que Mario le tiene mucho miedo,

siempre se ha llevado mal. Mario sabe que la noticia le va a hacer el efecto de una bomba y su

reacción será violenta. Javier dice que tienen que dejar de verse, que la tía Julia salga con

galanes y que Mario invite a otras chicas, que la familia crea que se han peleado.

Ali caídos, la tía Julia y yo convenimos en que era la única solución, pero cuando la flaca

Nancy se fue le juramos que nunca la traicionaríamos y Javier partió tras ella y la tía Julia me

acompañó hasta Panamericana, ambos sin necesidad de decirlo mientras bajábamos cabiz bajos y de la

mano por la calle Belén, húmeda de Garúa, sabíamos que esa estrategia podía convertir la

mentira en verdad. Si no nos veíamos, si cada uno salía por su lado, lo nuestro tarde o temprano

se terminaría. Quedamos en hablar por teléfono todos los días, ahora es precisas, y nos despedimos

besándonos, largamente en la boca. En el ascensor Mario siente que necesita contárselo todo a Pedro

Camacho, pero en la oficina le están esperando los principales colaboradores del escriba bolidiano

para contarle que está pasando algo muy grave. Le cuentan que los radioteatros están volviendo

cada vez más raros, que no quieren que le echen porque se moriría de hambre, pero que las incongruencias

se han agravado muchísimo, que se mezclan los personajes, que algunos mueren y al día siente

reaparecen, que todo es un disparate y que si se lo dicen, el monta en cólera de forma horrible.

Pedro Camacho trabaja demasiado, veinte horas diarias y necesita unas vacaciones para volver a

ser el que era. Aquella noche entre unas cosas y otras Mario la pasa desvelado y más cuando se

entera de que sus padres van a llegar muy pronto y que su padre ha dicho que va el Perú a poner

en orden las cosas. Estuve en mi altillo de pan americano más temprano que de costumbre y cuando

llegaron pascual y el gran pablito a las ocho, ya tenía preparados los boletines y leídos anotados

y cuadriculados para el plagio todos los periódicos. Mientras hacía esas cosas miraba el reloj,

la tía Julia me llamó exactamente a la hora convenida. Me susurro con una voz que se perdía.

Mario le contesta que él también con toda su alma y le cuenta que llegan sus padres. Cuando Mario

se va a hablar con Pedro Camacho y le cuenta lo que ha pasado, se da cuenta de que Pedro Camacho

no recuerda a la tía Julia ni que estuvieron con él en la pensión. Pedro Camacho se siente

incómodo, no habla con la naturalidad y convicción de otras veces, distraído por preocupaciones que

quiere ocultar. Su chaqueta negra se le resbala por los hombros y se le ve pálido y cuando Mario le

cuenta la preocupación de todos por las incoherencias de los radioteatros, Pedro Camacho le contesta que

le está pasando algo engorroso, que no lleva bien la cuenta de los libretos, que tiene dudas y se

deslizan confusiones. Mario le dice que lo que le pasa es que está cansado, que nadie puede trabajar

ese ritmo sin destruirse, que debería tomar unas vacaciones, pero Pedro Camacho le contesta que a

vacaciones solo en la tumba. La tía Julia le telefonea a las cuatro en punto.

Mi hermana me habló a la hora del almuerzo, que el escándalo es demasiado grande, que tus papás

vienen a sacarme los ojos. Me ha pedido que regrese a Bolivia. ¿Qué puedo hacer? Tengo que irme,

parguitas. ¿Quieres casarte conmigo? Te estoy hablando en serio. ¿Me estás pidiendo que me case

contigo de veras? Sí o es no. ¿Me pides eso para demostrarle a tu familia que ya eres grande?

También por eso. Su prima Nancy le cuenta que la víspera ha habido una reunión en casa de la tía

Ortencia, a la que han acudido una docena de parientes para tratar el asunto y que ahí se ha

decidido que el tío Lucho y la tía Olga le pidan a la tía Julia que regrese a Bolivia. Parece

que el padre de Mario está hecho una fiera y ha escrito una carta terrible. Todos piensan que si

la tía Julia se ha ido cuando él llegue a Lima se aplacará y no será tan severo. Cuando Mario le

cuenta a Nancy que le ha pedido matrimonio a la tía Julia, Nancy casi se atraganta con la bebida

y le dice que no tiene plata para casarse y que su padre le va a matar. Y luego le recuerda que no se

pueden casar por la iglesia porque ella es divorciada y él menor de edad. Pero la buena noticia es que

tiene una amiga que alquila un apartamentito con un solo cuarto su cocina y su baño lindísimo de

juguete por apenas 500 al mes. Sin pensarlo dos veces, Mario le dice que lo quiere. Después de

hablar con Nancy, siente una gran seguridad. La tía Julia le llama a la hora convenida.

De repente se me ha venido el alma a los pies. Yo que siempre he sabido ponerle buena cara al mal

tiempo, ahora me siento hecha un trapo. La tía Julia se va a acercar por la radio porque tiene que ir

al centro para reservar su vuelo a la paz. Mario se va en cambio a la municipalidad de Lima a

averiguar qué se necesita para el matrimonio civil. Los requisitos resultan alarmantes. La tía Julia

tiene que presentar su partida de nacimiento y la sentencia de divorcio legalizada por los

ministerios de relaciones exteriores de Bolivia y del Perú. Mario, su partida de nacimiento pero

como es menor de edad, necesita autorización notarial de sus padres para contraer matrimonio o

ser emancipado por ellos. Al salir de la municipalidad se le ocurre ir a la Secretaría de la Facultad de

Derecho donde pidiendo favores consigue que le presten su partida de nacimiento para ir a hacer

una fotocopia que está en su expediente. Habla con su amigo Javier y concluyen que como no hay forma

de que los padres de Mario le autoricen el matrimonio o alemancipen y como es posible que

tampoco Julia tenga todos los papeles que hacen falta, la única solución es encontrar un alcalde

buena gente corrompible o un poco despistado. La tía Julia debía pasar a las tres y como las

tres y media no había llegado, comencé a inquietarme. A las cuatro se me atracaban los dedos en la

máquina de escribir y fumaba sin parar. A las cuatro y media, el gran Pablito me preguntó si me

sentía mal porque se me veía pálido. A las cinco hice el pascual llamar a casa del tío Lucho y

preguntara por ella no había llegado. Y tampoco había llegado media hora después, ni a las seis de

la tarde ni a las siete de la noche. Luego del último boletín, en vez de bajar en la calle de los

abuelos, seguí en el colectivo hasta la avenida Armendariz y estuve merodeando por los alrededores

de la casa de mis tíos sin atreverme a tocar. Y al fin la ve llegar a bordo de un coche lujoso

con placa diplomática. Mario se acerca sintiendo que los celos y la ira le hacen temblar las

piernas y decidido a pegarse con su rival, pero se trata de un caballero canoso y además hay una

señora en el interior del automóvil. La tía Julia les presenta como los embajadores de Bolivia.

La tía Julia y Mario se van caminando hasta un parquecito desierto. La tía Julia le cuenta

que ha sacado su pasaje para la paz. Se va el domingo a las diez de la mañana. Pero Mario le

contesta, pasándole el brazo sobre los hombros, que lo siente, pero que por ahora no hay posibilidades

de que cambien de país, pero que le promete que algún día se irán a vivir a una guardilla en

París. Hasta ese momento la tía Julia ha estado tranquila, ligeramente burlona, muy segura de sí misma,

pero de pronto se le dibuja en la cara un rictus amargo y habla con voz dura, sin mirar a Mario.

No me lo hagas más difícil, Vargitas. Me regreso a Bolivia por culpa de tus parientes,

pero también porque lo nuestro es una estupidez. Sabes muy bien que no podemos casarnos.

Mario le dice que sí que pueden, mientras ves a Julia en la mejilla, en el cuello, apretándola

con fuerza, tocándole avidamente los pechos, buscándole la boca con su boca. Le cuenta que solo

necesitan un alcalde corrompible y que la flaca Nancy les ha encontrado un apartamentito. La tía Julia

se deja besar y acariciar, pero permanece distante muy seria hasta que Mario siente que le rodea

el cuello, que se acurruca contra él, que se pone a llorar con sollozos que estremecen su pecho.

Cuando se repone, le pregunta a Mario cuánto duraría y en cuánto tiempo se cansaría. Pero Mario

solo le contesta preguntándoles si el embajador les ayudaría a legalizar los papeles del divorcio.

La tía Julia le mira entre compadecida y conmovida. En su cara aparece una sonrisa.

Si me juras que me aguantarás cinco años sin enamorarte de otra queriéndome solo a mí,

por cinco años de felicidad cometo esa locura. La tía Julia y el escribidor relata como en una

sociedad que busca mantener las buenas costumbres. En una dictadura conservadora y autoritaria,

en unas familias de costumbres rígidas y cerradas, siempre se filtra, se esconde la

sublevación, la abyección. Así, el racismo, el clasismo y la segregación abundan en la familia

y en la ciudad de Lima y en el país entero. La familia busca mantener su nombre y su tradición,

escondiendo y previniendo escándalos. También está la ciudad que encuentran las historias

de ficción su salida a lo diferente, a la aventura y a la lascivia, y que, sin embargo,

no se da cuenta de qué es desde ella misma de quien surgen todas las bochornosas aventuras,

pues Camacho es un bocero de la realidad en sus ficciones narradas.

La embajada boliviana legaliza los papeles con una buena cantidad de sellos y firmas multicolores.

La operación dura apenas media hora. El ministro de Relaciones Exteriores del Perú a su vez

legaliza los documentos bolivianos con la ayuda de un profesor de la universidad. Es mientras espera

esa firma cuando Mario escucha como una pareja comenta una catástrofe, un naufragio,

algo casi inconcebible, un barco italiano atracado en el muelle de Callao, que repleto de pasajeros

y de visitas se ha hundido extrañamente. Todos han muerto. Y, al fin, entre risas, la pareja comenta

que ha ocurrido en un radioteatro de Pedro Camacho. Y lo malo es que algunos de los que

se ahogaron ya se habían muerto en el incendio de hace tres días. Al salir, Mario va a encontrarse

con la tía Julia. Solo les queda por encontrar al alcalde. Mario empieza a buscar por los municipios

más alejados del centro. Sin éxito. Es imposible casar a un menor de edad sin el permiso paterno.

Hablaba por teléfono con la tía Julia dos veces al día y la engañaba. Todo estaba en regla,

que tuviera un maletín de mano listo con las cosas indispensables. En cualquier momento le diría

ya. Pero me sentía cada vez más desmoralizado. El viernes en la noche, al regresar a casa de

los abuelos, encontré un telegrama de mis padres. Llegamos lunes, panagra, vuelo 516.

Mario empieza a darle vueltas a planes descabellados, como escaparse juntos,

huir a Chile y vivir así hasta la mayoría de edad. Empiezan a empeñar lo poco que tienen para

tener algo de dinero. Mario piensa que tal vez en provincias los alcaldes serán más sentimentales y

de pronto su compañero pascual le sugiere que se casen en Chincha porque el alcalde su primo

y lo casen un 2x3 con o sin papeles, sea o no sea mayor de edad. Ese mismo día queda todo

milagrosamente resuelto. Javier y Pascual parten esa tarde a Chincha con los papeles y la consigna

de dejar todo preparado para el lunes, mientras Mario va con la prima Nancy al quilar el apartamento.

Pide tres días de permiso en la radio. El sábado por la noche, Javier vuelve con buenas noticias.

El alcalde es un tipo joven y simpático que se ha reído cuando le han contado la historia.

El domingo, Mario avisa a la tía Julia por teléfono. Se fugirán al día siguiente,

a las 8 de la mañana. Al mediodía serán Mario y mujer. Partimos de Lima a las 9 de la mañana en

un colectivo que tomamos en el parque universitario. La tía Julia había salido de casa de mis tíos con

el pretexto de hacer las últimas compras antes de su viaje y yo de la de mis abuelos como si

fuera a trabajar a la radio. Ella había metido en una bolsa un camisón de dormir y una muda de ropa

interior. Yo llevaba en los bolsillos mi escovilla de dientes, un peine y una maquinilla de afeitar

que la verdad aún no me servía de gran cosa. Llegan a Chincha a las 11 y media de la mañana con un

sol espléndido y un calorcito delicioso. El cielo limpio, la luminosidad del aire,

la algarabía de las calles repletas de gente, todo parece de buen agüero. La tía Julia sonríe,

contenta. Van a instalarse en el hotel sudamericano una vieja casa de un solo piso de madera y adobes.

Apenas entrar en la habitación se abrazan con ardor hasta que la tía Julia aparta a Mario

riendo y le dice que primero tienen que casarse. Llegan andando al ayuntamiento. El alcalde ha ido

a presidir una inauguración pero volverá enseguida. La mala noticia es que después de la

inauguración se va a comer a El Sol de Chincha. Allí se van todos a buscarle y cuando el alcalde

les ve, les dice que se sienten a comer y allí todos son risas y beber. Muy pronto el alcalde

se desinteresa de la boda, se suceden las botellas y el alcalde empieza a cantar y luego intenta

pasarle el brazo por los hombres a la tía Julia, acercándole su cara. La tía Julia lo mantiene a

raya y lanza a Mario miradas de angustia y al final Mario y la tía Julia se levantan y se van al

hotel. Javier queda en avisarles cuando acabe la comida y puedan casarse. Apenas estuvimos solos

en el cuarto. Nos echamos uno en brazos del otro y comenzamos a besarnos con una especie de desesperación.

No nos decíamos nada, pero nuestras manos y boca se decían locuadamente las cosas intensas y hermosas

que sentíamos. Habíamos comenzado besándonos de pie junto a la puerta. Poco a poco fuimos

acercándonos a la cama donde luego nos sentamos y por fin nos tendimos. Sin haber aflojado el

estrecho abrazo ni un instante, me dio ciego de felicidad y deseo. Acaricía el cuerpo de la

tía Julia con manos inexpertas y ávidas, primero sobre la ropa. Luego desabotoné su blusa color

ladrillo ya arrugada y estaba besándole los senos cuando unos nudillos y no oportunos estremecieron

la puerta. Es Javier, parece que todo está listo, pero el alcalde cuando llegan no encuentra los

papeles y cuando lo hace dice que él no puede casar a un menor de edad. Pascual le grita que eso ya

lo sabía y que accedió a casarles, pero no hay razones para convencerlo. Lo único que les dice

es que vayan a Tambo de Mora, que el alcalde es el pescador Martín, un zambo simpaticísimo,

que los casará encantado, que casi no sabe leer ni escribir ni mirar a los papeles. En la misma

puerta de la alcaldía contratan un viejo taxi. La tía Julia y Mario van con las manos enlazadas

mirándose a los ojos. Llegan a Tambo de Mora a la hora del crepúsculo, esperan a que el alcalde

llegue de pescar y cuando le cuentan a qué vienen, les dice que ni de broma, que él no les casa y les

dice que vayan a Chinchabaja, a El Carmen, a Sunampe, a San Pedro, a cualquiera de los otros

pueblitos de la provincia y que les casarán en el acto. Yo le había hecho memorizar y repetir

diez veces al gran Fabrito lo que tenía que decir a mi tío Lucho o a mi tía Olga y para mayor

seguridad terminé escribiéndoselo en un papel. Mario y Julia se han casado, no se preocupen por

ellos, están muy bien y volverán a Lima dentro de unos días. Debía llamar a las 9 de la noche,

desde un teléfono público y cortar inmediatamente después de transmitir el mensaje. Mire el reloj

a la luz de un fósforo. Sí, la familia ya estaba enterada. Cuando vuelven a subirse al taxi,

el conductor les dice que si necesitan un alcalde que les case, él le lleva a Grocio Prado,

que el alcalde, su compadre y los casa y mismo deciden volver al hotel y salir por la mañana.

Pese a la frustración municipal del día, fue una intensa y bella noche de bodas en la que en

esa vieja cama que chirriaba como un gato con nuestros besos y que seguramente tenía muchas

pulgas, hicimos varias veces el amor con fuego que renacía cada vez diciéndonos mientras nuestras

manos y labios aprendían a conocerse y a hacerse gozar que nos queríamos y que nunca nos mentiríamos

ni nos engañaríamos ni nos separaríamos. Cuando llegan a Grocio Prado, les dicen que el alcalde

está a punto de llegar, pero luego les dicen que no llegará hasta la tarde. Son las 9 de la mañana,

así que buscan otro lugar y se recorren prácticamente toda la provincia. Se les revienta una llanta,

se recalienta la carrocería y todos sudan como en un baño turco. El radiador comienza a humear.

Hablan con tres o cuatro alcaldes y otros tantos tenientes de alcalde y no hay forma. Regresan

la chincha cerca de las 3 de la tarde, muertos de calor, llenos de polvo y deprimidos. En las afueras,

la tía Julia se echa a llorar. Mario la abraza, le promete que se casarán aunque tengan que recorrer

todos los pueblecitos del Perú. Se van al hotel. Pese al desvelo de la noche y a las frustraciones

de la mañana, tienen ánimos para hacer el amor ardientemente sobre una colcha de rombos en una

luz rala y terrosa. Les despierta Javier diciéndoles orgulloso que ya está todo preparado.

El alcalde de Gorosio Prado había escuchado tranquilo las explicaciones de Javier, leído todos los

documentos con parsimonia, reflexionado un buen rato y luego estipulado sus condiciones. Mil

soles, pero a condición de que a mi partida de nacimiento le cambiaran un seis por un tres,

de manera que yo naciera tres años antes. Es el propio Mario el que escribe el nuevo número

encima del otro. Cuando ya está todo preparado faltan dos testigos. Buscarlo se convierte en otra

aventura. No hay nervios que resistan, pero al final la ceremonia puede continuar. Una vez que

firman los testigos, el alcalde hace firmar a la tía Julia y a Mario, abre un código y acercándolo

a una de las velas, le tan despacio como escribe los artículos correspondientes a las obligaciones

y deberes con yuales. Después les alcanza un certificado y les dice que están casados.

Llegamos a Lima a las 10 de la mañana. Era un día gris, la neblina afantasmaba las casas y las

gentes, todo estaba húmedo y uno tenía la sensación de respirar agua. El colectivo nos dejó en la

casa de la tía Olga y el tío Lucho. Antes de tocar la puerta nos apretamos con fuerza las manos

para darnos valor. La tía Julia se había puesto sería y yo sentí que el corazón se me apuraba.

Nos abrió el tío Lucho en persona, hizo una sonrisa que le salió terriblemente forzada,

besó a la tía Julia en la mejilla y me guesó a mí también. La tía Julia se va a ver a su hermana

y Mario se queda con el tío Lucho. Le cuenta que su padre está fuera de sus casillas que amenaza

con denunciar a la tía Julia. Mario llama a Nancy que le dice que al apartamento le faltan 10 días

para estar listo. Mario se va a ver a su madre que le recibe como si fuera un niño del que hubieran

abusado. Mario no se cansa de decir que no han hecho una locura, que lo han pensado bien y que van

a salir adelante. Cuando Mario llega a Radio Panamericana le dicen que a Pedro Camacho lo han

tenido que ingresar en un manicomio. De hecho, los genero encaran a Mario que recupere los guiones

de los antiguos radioteatros de la cadena para volver a grabar capítulos nuevos. Javier aparece para

darle a Mario una carta de su padre en la que le dice que le da 48 horas a la tía Julia para

abandonar el país o la denunciará y que va armado y que no permitirá que se burle de él que,

si no obedece, le matará de cinco balazos como un perro en plena calle. No hay más remedio que

me vaya, barquitas. No me mires así. No es una conspiración, no es para siempre, solo hasta que

se le pase la rabietta a tu padre para evitar más escándalos. La tía Julia está fuera un mes y medio.

Se escriben a diario, se llaman siempre que pueden. Durante la ausencia de la tía Julia, Mario

encuentra hasta siete trabajos con los que dobla sus ingresos y sigue estudiando. Arregla el apartamento

y se va a ver a su padre. Su padre le recibe en su antiguo despacho solo tras el escritorio. Mario

le encuentra más delgado que hace un año y algo pálido. Se saludan muy friamente. Mario le detalla

cuidadosamente los trabajos que ha conseguido lo que gana en cada uno y cómo ha distribuido su tiempo

para cumplir con todo. Ya ves que puedo ganarme la vida, mantenerme y seguir los estudios. Te he

venido a pedir permiso para llamar a Julia. Nos hemos casado y no puedes seguir viviendo sola.

El padre de Mario pestañea, palidece y le dice que su matrimonio no es legal y luego habla

largamente dejando transparentar poco a poco algo de emoción. Le muestra su preocupación,

le dice que se va a hundir, que no va a salir adelante. Le pide que no abandone los estudios.

Luego se pone en pie y tras un silencio incómodo, después de un segundo de vacilación, se abrazan.

De la oficina de su padre Mario va al correo central y envía un telegrama.

Amnistiada. Mandaré pasaje brevedad posible. Besos.

Pero la tía Julia vende sus anillos, suspendientes, sus pulseras y casi toda su ropa y coge un vuelo

para llegar al Lima el día siguiente. Mario la lleva directamente al apartamentito. La tía

Julia revisa todo como si fuera un juguete nuevo. Vaya, varguitas. Te estás haciendo un hombrecito.

Ahora para que todo sea perfecto y se te quite esa cara de bebé, prometeme que te dejarás crecer el

bigote. El matrimonio con la tía Julia fue realmente un éxito y duró más de lo que

todos los parientes y hasta ella misma habían temido, deseado o pronosticado, ocho años.

Llegaron a vivir en la famosa guardilla de París y Mario se hizo escritor y público algunos libros.

No terminó nunca la carrera de abogado. Cuando la tía Julia y yo nos divorciamos,

hubo en mi dilatada familia copiosas lágrimas porque todo el mundo empezando por mi madre y

mi padre claro está. La adoraba. Y cuando un año después volví a casarme, esta vez con una

prima, hija de la tía Olga y el tío Lucho, qué casualidad. El escándalo familiar fue menos

ruidoso que la primera vez. Consistió sobre todo en un hervor de chismes. Un día, caminando por Lima,

Mario se encuentra con el gran Pablito. Se dan un fuerte abrazo y Pablo le cuenta su vida y que

ahora tiene un restaurante con su mujer. Le propone que vayan a buscar a Pasqual y almuercen

todos en el restaurante. Pasqual es ahora el jefe de redacción de una revista de variedades y se

ven con frecuencia. La revista Extra tiene su local bastante lejos. Pasqual y Mario,

cuando se ven, se dan un gran abrazo y se sientan a hablar con el director de la revista. La revista

está a punto de cerrar. Todo el ambiente es siniestro. De pronto, irrumpe la conversación una

figurita esquelética. Tiene un corte de pelo alemán, algo ridículo y viste como un vagabundo. El

director le regaña mal tratándole. El hombre se excusa. La sorpresa fue tan grande que debí poner

cara de al helado. La perfecta adicción, el timbre cálido, las palabras brejas, pertinente e

imperfecto. Sólo podían ser de él. Pero cómo identificar al escriba boliviano en el físico

y el atuendo de esos pantapájaros. Es Pedro Camacho, con el pelo muy corto y muchísimo más flaco.

Parece una caricatura de la caricatura que era 12 años atrás. Aunque el director se está riendo

del Pedro Camacho contesta con esa falta de humor que le caracteriza, sin la más ligera sombra de

picardía, chispa e incluso emoción. Mario se acerca a Pedro Camacho y le saluda. Pedro Camacho

le mira de arriba abajo, entrecerrando los ojos y adelantando la cara, sorprendido, como si le

viera por primera vez en su vida. Por fin, le da la mano en un saludo seco y ceremonioso,

mientras le dice, tanto gusto, Pedro Camacho, un amigo. No se acuerda de Mario, pero es que en

realidad tampoco se acuerda de Pascual ni del gran Pablito. Invitan a comer a Pedro Camacho,

pero él se excusa mientras desaparece tras un biombo porque dice que le está esperando su mujer.

Pedro Camacho está casado con una estricticera argentina. Ya habían estado casados. Me dijo

Pascual mientras se desarremangaba la camisa y se ponía el saco y la corbata. Allá en Bolivia,

antes de que Pedrito viniera Lima, parece que ella lo dejó para irse a putear por ahí. Se juntaron

de nuevo cuando lo del manicomio, por eso se pasa la vida diciendo que es una señora tan

abnegada, porque se juntó otra vez con él cuando estaba loco. El almorzo es muy largo y hay en él

un poco de todo, historietas picantes, anécdotas del pasado, copiosos chismes de personas y una pizca

de política. Cuando Mario llega a casa de la tía Olga y el tío Lucho, la prima Patricia

le recibe con cara de pocos amigos. Le dice que la próxima vez que vuelva a las 8 de la noche con

los ojos colorados, apestando cerveza y seguramente con manchas de gus en el pañuelo, le rasguñará

o le romperá un platón en la cabeza. La prima Patricia es una muchacha de mucho carácter,

muy capaz de hacer lo que me prometía. Y así les hemos contado la tía

Julia y el escribidor de Mario Vargas Llosa. Hemos seguido la edición del editorial Alfaguara.

Gracias por estar ahí y gracias por leer. Un libro, una hora, en la cadena ser.

Un programa escrito y dirigido por Antonio Martínez Asensio, con las voces de Eugenio

Barona, Paula Iwasaki e Íñigo Álvarez de Lara y la participación de Olga Hernán Gómez,

ambientación musical de Mariano Revilla, edición y montaje de sonido de Pablo Arevalo,

y en las redes Virginia Díaz Pacheco. Suscríbete a un libro, una hora.

Todos los episodios y contenidos adicionales en la app de cadena ser y en nuestros canales de

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domingos a las cinco de la mañana.

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Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) es el autor de 'La ciudad y los perros', 'La casa verde', 'Conversación en La Catedral', 'La guerra del fin del mundo', o 'La Fiesta del Chivo'. También ha escrito obras de teatro, relatos, estudios, ensayos y libros de memorias. Ha obtenido los galardones literarios más importantes, desde el Premio Nobel en 2010, hasta el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias, el PEN o el Cavour. 'La tía Julia y el escribidor' se publicó en 1977.