Un Libro Una Hora: 'La pasión turca', una novela sobre el amor obsesivo y el deseo

Cadena SER Cadena SER 6/25/23 - Episode Page - 54m - PDF Transcript

Un Libro Una Hora, dirigido por Antonio Martínez Asensio.

Bienvenidos al podcast de Un Libro Una Hora.

En este episodio os vamos a contar la pasión turca de Antonio Gala.

Antonio Gala nació en Brazatortas, en Ciudad Real, el 2 de octubre de 1930, y murió en

Córdoba, el 28 de mayo de 2023.

Dramaturgo, novelista, poeta y ensayista, con su primera incursión en la novela el

manuscrito carmesí ganó el premio Planeta en 1990.

Es también el autor de Más Allá del Jardín o el Imposible Olvido.

Ha sido reconocido con numerosos galardones literarios como el premio nacional de literatura.

En 2002 inició sus actividades la fundación Antonio Gala para jóvenes creadores que ha

hecho una labor extraordinaria.

La pasión turca se publicó en 1993 y fue un éxito rotundo.

Es una novela erótica pero también oscura, obsesiva, que se lee con cada vez más incomodidad,

que nos habla de nuestros deseos, de lo difícil que es ver la realidad o de lo difícil que

es explicar nuestra realidad a los demás.

Vamos allá.

Yo misma había llegado a convencerme de que mi matrimonio era perfecto.

Las cuestiones que al principio me planteé, dejé de planteármelas.

No se resolvieron por eso pero al menos no las tuve a todas horas delante de los ojos.

Miraba hacia otro lado, pensando que la vida es tan grande como el mundo, o más grande

aún que el mundo.

Ramiro estaba considerado como el muchacho más guapo de Huesca.

Ya ha decidido no perder tiempo estudiando una carrera larga, hizo unos cursos de empresariado

y empezó a trabajar.

Cuando las tres amigas de Sideria, Laura y Felisa se cruzaban con él, les entraba una

risa floja que a él le hacía sonreír.

Era alto y rubio con los ojos claros.

Ellas empezaban a tener sus propias ideas morales y políticas.

Una de las más tenaces era reaccionar frente a los matrimonios antiguos.

Ellas querían ser libres y tener opiniones.

De Sideria, a la que todos llaman Desi, estudia letras.

Sin darnos cuenta, las tres hacíamos compatible nuestro progresismo, que estimábamos muy

avanzado, con la esperanza de un príncipe azul.

Ramiro era simpático, con lavia, con una bonita voz y solo le interesaba él mismo.

Era muy religioso, iba misa todas las mañanas.

Nunca declaró su amor a Desi, simplemente fue dando por hecho que eran novios.

Laura y Felisa se casaron el mismo año y se fueron a vivir a Huesca.

La trayectoria de Desi fue muy distinta.

Apenas llegó a conocer a su madre y su padre perdió su fortuna y tenía una cerería.

Al volver a Huesca, terminados los estudios en Zaragoza, su padre propone a Desi que

trabaje con él en la cerería.

Después de un año de buscar un puesto de trabajo en vano, aburrida y humillada, una

noche cerde sábado, a la salida de mi san sán Lorenzo, era noviembre y hacía ya frío.

Ramiro me preguntó, con una naturalidad tan grande que parecía fingida, que por qué

no nos casábamos.

Levanté los ojos del suelo, le miré a los suyos y le dije también con naturalidad,

¿tienes razón?

¿Por qué no nos casamos de una vez?

Se casan en la cataderal, en la boda más convencional del mundo.

Pasan la luna de miel en el Caribe.

La noche de bodas, Desi se pone en un salto de cama muy historiado.

Ramiro se mete en el cuarto de baño y tarda mucho en salir.

Sale desnudo y le pide a su mujer que apague todas las luces.

Se abrazan con dulzura y sin prisas.

Luego él echa hacia los pies de la cámara la ropa con delicadeza, desata los lazos

de los hombros del camisón de Desi y se lo quita.

No dejan de besarse ni de acariciarse.

Ramiro besa el pecho de Desi, pero de pronto la mira con una sonrisa infantil y avergonzada.

Le dice que la quiere tanto que no es capaz de demostrárselo.

Desi le contesta que no pasa nada y Ramiro se queda dormido.

Solo consiguen hacer el amor dos días después.

En las noches siguientes volvía a ser todo como en las primeras.

Salvo que Ramiro había dejado de lamentarse y pedirme perdón.

Los dos aceptamos la situación como normal.

Aunque en lo más hondo de mí, una voz me decía que no lo era.

Nunca hablábamos de eso y cuando Ramiro conseguía entrar en mí resultaba tan precipitado y angustioso

que yo empecé a preferir que no lo hiciese.

A la vuelta las cosas siguen igual.

Ramiro lo intenta con esfuerzo los sábados.

La monotonía se desploma sobre Desi.

Va con Ramiro a misa de ocho y media o de nueve, comulgan juntos y antes de dormir,

Ramiro le hace a su mujer una cruce en la frente, le da un beso fraternal y a dormir.

Laura y Felisa se quedan embarazadas casi a la vez.

Esa navidad está en Huesca, Pablo Acosta, un amigo de la infancia.

Es un alto cargo de la policía.

Va a casa de Desi a verla y le lleva un regalo, un cachorro de Tekel al que Desi llama Trajín.

Y es el cachorro el que alivia la monotonía y llena una parte del vacío que Desi siente.

Es curioso, pero cuando Ramiro presenta a Desi a su jefe un día en Madrid,

el jefe pregunta de dónde viene el nombre, Desi.

Ramiro contesta enseguida que viene de Desire.

Por esas fechas, Desi decide consultar a un ginecólogo.

¿Por qué no se queda embarazada?

Tres días después, recibió una llamada del médico.

¿Estás perfectamente?

Eres una mujer de libro.

A pocas he visto en mi vida tan normales y tan dotadas para la maternidad como tú.

Y añadió un poco en broma.

Si no tienes hijos, puedes estar convencida de que no es por ti.

De modo que no pierdas la esperanza, es cuestión de insistir.

Desi tarda unos minutos en volver al comedor.

Se recuesta contra la pared.

El mundo se le cae encima.

Siente que seas fíxia.

Está pálida.

Se siente estafada.

Durante los meses siguientes, trata de adaptarse a su desgracia,

pero no puede impedir mirar con recelo a Ramiro.

En su segundo aniversario de boda, su amiga Felicia le pregunta

por qué no se decide no tener hijos de una vez.

Y Desi contesta, sin dudar ni un segundo, que ella no puede tener hijos.

Que se lo dijo un tocólogo que consultó en Madrid.

En el comedor se hace un silencio tenso.

Y una vez que se van los invitados, Ramiro le pregunta si lo del médico es verdad.

Y luego le dice que Dios está por encima de los médicos,

pero que a él le basta con ella para ser feliz.

Pero dejan de acostarse.

Poco a poco, como si a él le pareciera la estivia y lujuria

hacer el amor sin la posibilidad de la procreación.

Y luego empiezan a dormir en habitaciones separadas.

Desi encuentra trabajo en el instituto donde estudió

y todas las mañanas se lleva a trabajar a Trajín,

su inseparable perrito.

No ve mucho a Laura ni a Felisa, pero organizan juntas un viaje a Egipto,

las tres parejas en verano.

El siguiente viaje es a Siria.

Y después Ramiro se compra un cochazo

y no tarda mucho en tener un grave accidente.

Desi entonces lo deja todo para cuidarle.

Ramiro por fin pudo retornar a su trabajo.

Usó durante unos meses un bastón para darse seguridad.

Había perdido aún más de su atractivo.

Y ahora definitivamente.

Me pareció al verlo de pie muy desmejorado.

Las bolsas en los ojos, las mejillas surcadas por arrugas,

la gran cicatriz que le cruzaba el rostro

y un leve redondamiento de las caderas

me sorprendieron a la brusca luz del exterior.

Yo llevaba a mi marido del brazo

y me pareció que acompañaba a un hombre muy mayor,

al que me unían dos lazos de afecto,

pero con el que nunca había vivido un amor recíproco.

La pasión turca arranca con una explicación y una advertencia.

Este libro contiene la vida,

fragmentos de la vida de Desiderio Olivan.

Está compuesto por cuatro cuadernos y una especie de epílogo.

Los cuadernos fueron escritos de puño y letra de ella,

gran lectora y buena aficionada a cruz y gramas.

Se han respetado con escrupulosa exactitud,

incluso sus contradicciones y alguna reiteración,

producto del descuido y alguna incoherencia.

Las palabras con que el libro concluye

proceden de lo relatado por Pablo Acosta,

un amigo muy afecto a Desiderio Olivan.

Los cuatro cuadernos llegaron a manos del editor en el mismo lugar

en que fueron traídos a España,

una caja grande de delicias turcas.

Aquel verano, Felisa y Laura proponen a Desi un viaje a Turquía.

Al principio, Desi dice que no quiere ir por pereza.

Siente, además, por los turcos esa enemistad

subconsciente y histórica de los europeos,

que procede de la ignorancia y lleva directamente a mayor ignorancia.

Pero al final acepta.

El viaje es un caos de retrasos

y cuando llegan a Estambul se suben a un autobús.

Desi está agotada, cierra los ojos

y reposa la cabeza en el espaldar de la butaca.

El autobús estaba en silencio.

De repente, una voz masculina, acogedora y profunda,

en un castellano con un acento inidentificable,

lo llenó todo.

Hablaba a través de un micrófono.

Sin embargo, yo me sorprendí contestando.

Buenas tardes.

Miré hacia adelante.

Miré al conductor y a su lado a otro hombre.

Un cuello rotundo, una nuca fuerte,

el nacimiento de un pelo muy oscuro.

Desi no puede separar sus ojos de aquella nuca,

de aquel cuello, de aquellos hombros.

Cuando ve su rostro, escucha su propia respiración agitada.

Traga saliva con dificultad.

Se aleja todo, se ensordece todo.

Luego tiene una náusea y vomita.

El rostro aquel está de pronto sobre ella.

Unas manos firmes sobre sus hombros, una sonrisa.

La voz muy cerca, diciéndole que no es nada.

Yo estaba sola con él.

Tuve la impresión literal de que me derretía.

Creí que mi falda no podría ocultarlo.

Cerré los ojos, avergonzada.

Me invadió la certeza de que lo más importante de mi vida

acababa de sucederme.

¿Cómo se puede tan claramente saber algo?

Fue una certeza animal básica, previa a todo razonamiento,

opuesta incluso a cualquier razonamiento.

Abrí los ojos y miré los suyos.

Los miré como quien pide piedad.

El guía se llama Yamam, quiere decir el único.

Su sonrisa es la más abierta y seductora que Desi ha visto nunca.

Tras ella una dentadura blanca y muy sólida.

Desisiente cuando el guía habla explicando a todos lo que van viendo

que la mira a ella y se extraña cuando los demás se ríen de sus bromas

porque solo le está hablando a ella.

Yamam no es demasiado alto, lleva una camisa de manga corta

que descubre sus brazos musculosos y con bello oscuro

que le cubre la parte superior del pecho también.

Cuando el autobús frena, se le marcan los muslos bajo los pantalones.

Desde ese mismo instante comenzó a girar estambul en torno mío

como un gran carrusel cuyo eje fuese Yamam.

O como un tobogán por el que me deslizará viendo pasar

vertiginosamente a ambos lados, mezquitas, paisajes, calles, mosaicos...

Todo con la esperanza de que al final de la caída

me esperase en los brazos de Yamam.

Visitando las cisternas junto a Santa Sofia,

Yamam roza la mejilla de Desi al indicarle cómo debe mirar.

Su mano le roza unos segundos más de lo preciso, se miran.

Desi no sonríe, él sí.

Al subir a la superficie desde las cisternas,

Yamam hace una última observación y señala las últimas columnas.

Cuando todo el grupo vuelve la cabeza,

Yamam besa el cuello de Desi con una inesperada rapidez.

Una complicidad dulce y continua se establece a partir de entonces entre ellos.

Hay pequeños contactos, roces, se buscan,

se desean sin decirse una sola palabra.

La tercera tarde, Yamam propone visitar la Iglesia de San Salvador en Cora,

a una hora intempestiva para no perturbar el orden y los itinerarios generales.

Laura prefiere salir de compras con su marido

y Desi convence a Ramiro para que se quede descansando en el hotel.

En la Iglesia, Yamam se apoya contra la pared

y queda rinconado para que todos vean una perspectiva mayor de los mosaicos.

Desi se sitúa delante de él, aquel lugar está más en sombra.

Yamam le toma con delicadeza la cara a Desi desde atrás

y se la levanta para que mire el mosaico.

Todo mi cuerpo estaba concentrado en el tacto de aquellos dedos,

hasta que sentí que su cuerpo se apretaba contra mí todo él, de arriba bajo.

Yo retrocedí, retrocedió mi cuerpo oprimiendo el suyo contra la pared.

El resto del grupo seguía con la cabeza alzada contemplando los mosaicos.

Su pecho contra mi espalda, su calor contra mi calor,

una presión sin nombre a la altura de mis nalgas.

Me mordió la nuca y yo, obediente al silencioso mandato,

deslice mi mano hacia atrás y acaricíe su miembro endurecido.

Me sobrevino un gozoso desmayo que dejó en mis ingles una huella mojada.

Vácilé, estaba a punto de caer con los ojos cerrados.

Su fuerza me sostuvo por la cintura mientras sus pulgares endurecían mis pechos.

No dijimos ni una sola palabra.

De regreso en el hotel, Yamam le dice al conductor que vaya a tomar un café que ahorraba a él.

De sí, siente que es un mensaje para ella.

Desde la entrada del hotel vuelve al autobús diciendo que ha olvidado algo.

Yamam, cuando ella sube al autobús, cierra con fuerza a la puerta.

Me cogió de la cintura.

Me dobló contra el primer asiento y me mordió los labios.

Luego, sin una sola palabra, me penetró sobre el pasillo.

Mi cabeza se movía sin orden ni concierto.

No veía nada ni siquiera sé si tenía los ojos abiertos.

Me estaba muriendo de alegría, no de placer, sino de alegría.

Una vez y otra vez me oí a mí misma sollozar.

Todo estaba bien.

El mundo y mi vida se justificaban por haber llegado allí.

Cuando él salió de mí, mi cabeza se dobló sobre mi hombro.

Me levantó en sus brazos.

Yo caminaba como una sonámbula.

Me costaba trabajo abrir los párpados.

Habría seguido para siempre allí.

A partir de ahí, para Desi, el viaje se reduce a encontrar otra ocasión,

en que sentir el cuerpo de Yamam confundido con el suyo.

Hacen el amor en todos los sitios donde pueden,

como en un barco sobre el bósforo.

Una mañana, Yamam cita a Desi en el bazar.

Desi le pide a su amiga que entretenga a su marido,

porque quiere comprarle unos gemelos.

Y así desaparece detrás de Yamam, que entra en un pequeño comercio.

Y en el piso de arriba, sobre un montón de alfombras,

se desnudan y hacen el amor.

A nadie que me hubiese tratado, podría convencérselo

de que la comedida Desi, la convencional Desi,

se había convertido en una loca desaforada,

a la que yo misma desconozco,

a la que ni siquiera escucho cuando chillas sus exigencias

y sus satisfacciones.

Cuando llega el día de partir, Desi está literalmente enferma.

En el aeropuerto, descompuesta, baja el vestíbulo

con unas grandes gafas oscuras.

En tanto, Ramiro se ocupa de las maletas,

alguien le toca en el hombro.

Es Yamam.

Puesto que tanto interés y amor ha demostrado hacia mi país,

acepteme este par de libros.

Uno de ellos es de nuestras alfombras.

Quizá usted querría abrir una pequeña tienda de ellas en España.

Yo, si me lo permitiese, sería su socio desde aquí

y estoy por garantizarle el éxito económico.

Trátelo con su marido.

En el caso de que usted se animara, nuestra amistad,

que acaba de nacer, se haría más grande y más estrecha.

Desi a veces llama por teléfono a Yamam,

desde la telefónica, por el temor de que aparezcan las llamadas

en las facturas.

Le escribe cartas candentes que a veces echa el correo y a veces no.

Y le habla en voz alta en cuanto se queda sola.

Y un día, se decide hablar con Ramiro de la posibilidad

de abrir una tienda y del negocio con Yamam.

A Ramiro le parece una gran idea.

Compran un pequeño local y para las labores más ingratas,

extender y plegar las alfombras,

contratan a un chico bien, pariente de Ramiro.

Los envíos de alfombras se hacen desde Estambul a través de Madrid.

Los representantes de Yamam parecen gente muy rica, muy púlcara

y sin mucho que ver con las alfombras.

A Desi se las mandan ellos en una furgoneta, sin envoltorios

y cada alfombra con una etiqueta.

Una mañana, un policía entra en la tienda para preguntar

por el procedimiento de recepción de las alfombras.

La siguiente vez que habla por teléfono con Yamam, se lo comenta

y él le contesta que no se preocupe,

que lo que le preocupa a la policía es el pago de los aranceles.

En el mes de mayo, previendo que ya estaría al caer el calor,

hablé con Ramiro y le comuniqué mi intención de pasar en Estambul

unas cuantas fechas.

La tienda quedaba a cargo de Lorenzo

y yo debía entrevistarme con mis suministradores

para ver si nos convenía importar alfombras de mayor precio,

de más nudos o de seda, quizá.

Eran gestiones que convenía efectuar personalmente.

El viaje es corto y largo a la vez para Desi.

Arden deseos de encontrarse con Yamam,

pero, por otra parte, dudas y la situación será la misma.

Al fin y al cabo, no ha intercambiado con él

ni tres frases seguidas.

Nunca se ha comportado con él de una manera, digamos, respetable.

Pero Yamam está al pie de la escalerilla, esperándola.

Tiende los brazos a Desi para ayudarle a descender

los últimos peldaños y cae uno en brazos del otro,

besándose como una pareja enamorada

que no se ve desde hace tiempo.

Hacen el trayecto en un utilitario bastante usado.

Yamam le cuenta algo de su vida, que su padre murió,

que su hermano se quedó con una joyería

y él con la tienda de alfombras.

Van al hotel de Desi, donde hacen el amor nada más cerrar la puerta.

Se quedan en la cama hasta el atardecer

y lo hacen de nuevo una y otra vez, en cualquier lugar.

Por la noche, salen a cenar.

Cuando regresan, vuelven a hacer el amor

y Yamam se queda dormir, lo que Desi ha soñado tantas veces.

Yamam despierta hambriento.

Vuelven a hacer el amor y ese mismo día almorzando,

Yamam propone a Desi hacer un viaje.

Se trataba de recorrer el este y el sur de Anatolia,

para terminar según nos fuera en Bursa o en Ankara.

Era un viaje de negocios,

pero en el que podría empaparme de la Turquía profunda.

Recogeríamos los kilims de ciertos pueblos

donde él había dejado los telares para hacerlos y llevado las lanas.

Eran pueblos perdidos y pobrísimos.

Desi acepta hacer el viaje,

piensa que con Yamam asolas cualquier infierno será un paraíso

y empezarán a crear recuerdos.

Durante el viaje, Desi conoce la Turquía verdadera,

desamparada y fatalista,

y la diferencia que hay entre aquello que los turistas ven

o pueden ver y lo que no verán nunca ni querrían.

Ciertos pueblos son de tan imposible acceso

que tienen que alquilar caballerías para llegar a ellos

y algunos tan desprovistos y desaseados

que prefieren dormir en unos sacos que llevan.

Desi percibe la hermosura de todo,

pero también su suciedad y su miseria.

Una tarde, en un pueblo grandón,

alzado entre pedregales y excrementos de ganado

a los que olía todo,

dentro de un restaurante no muy limpio y plagado de moscas,

tuve de repente la impresión de que Yamam me mentía.

No sé ni cómo ni por qué fue,

pero lo sentí como un relámpago.

Desi se da cuenta de que está embarazada

al poco tiempo de llegar a Huesca.

Su primera reacción es de total sorpresa,

es algo con lo que no había contado.

Después, siente una alegría tan profunda

que le impide hasta pensar y menos preocuparse.

Aquella noche, esperá Ramiro tendida sobre la cama,

con las manos sobre el vientre.

De pronto, se levanta, se desnuda del todo

y se coloca delante del espejo del vestidor.

Lentamente, se acaricia.

Y después, todavía desnuda,

escribía a Yamam una carta no muy larga dándole la noticia.

Cuando llega Ramiro, Desi sale su encuentro

abrochándose una bata.

Tengo que anunciarte algo que te va a complacer mucho.

Le dije con la expresión más dichosa que pude.

Vamos a tener un hijo.

Tenían razón los que nos aconsejaban no creer en los médicos.

Ramiro la mira en silencio.

Se dirige al salón, se sirve un whisky seco

y se lo bebe de un trago.

Luego le cuenta que hace tiempo consultó a un médico en Madrid

y que sabe que es él el incapaz de tener hijos.

El silencio es como un charco entre los dos.

Desi piensa que no vale la pena defenderse.

Le pregunta a Ramiro qué piensa hacer.

Ramiro le contesta que él nada,

pero que ese niño no tendría que nacer.

No sé si tendría que nacer o no.

Sé que en cuanto de mí dependa, nacera.

Me extraña que un católico como tú

insinúe semejante dislate.

Qué distinta es la teoría de la práctica, ¿no?

Lo que podemos hacer es divorciarnos.

Pero Ramiro contesta que la iglesia no permite el divorcio.

Ante la propuesta de Desi de simplemente separarse,

Ramiro le pregunta si lo que quiere es que todo whisky sepa

que él es impotente y que ella ha tenido un hijo de otro.

Desi le contesta que ella lo único que quiere es tener a su hijo.

Ramiro le pregunta entonces a gritos de quién es.

Y Desi le contesta que de un turco.

Y Ramiro le pregunta que qué tiene el turco ese.

Yo me eché a reír con una risa casi histérica.

Estoy segura de que no quieres saberlo de verdad.

Tenía ahora yo y lo notaba la sartén por el mango.

Aquí se plantea un dilema.

Eres tú el que tiene que escoger.

O yo me voy con mi hijo, caiga quien caiga.

¿Y ya me entiendes?

O lo tenemos juntos y aquí no se habla más.

Ramiro se ha sentado con la cabeza entre las manos.

Trascurren dos o tres interminables minutos.

No levanta la cabeza para hablar.

Dice que prefiere que las cosas se queden como están.

Si es que es posible.

No hay ruptura porque no existe nada que romper

porque no existe amor.

Invitan a cenar a todos sus amigos y familia

y la noticia se recibe con alegría por parte de todos.

El embarazo transcurre con absoluta normalidad.

Lo que más me asombraba de todo

era la espontaneidad con que me había desprendido de Yamam.

No es que lo hubiese olvidado, sino que me había desprendido de él.

Como alguien que ha abstraído en un trabajo costoso

no puede prestar atención a nada más que a su tarea.

A menudo pensaba que la naturaleza había organizado

toda aquella trajicomedia,

todo aquella para todo su incendio de mi cuerpo,

al que ahora veía tan lejano,

para que trajera una vida nueva al mundo.

Cuando el niño cumple dos meses,

Dice está acabando de darle de mamar

y el niño vomita y la cabeza se le descuelga

como sin sujección del cuello.

Dice se asusta, el niño está ardiendo,

llama Arturo, el médico, que llega inmediatamente.

El niño respira como si tuviera la nariz obstruida.

Luego comienza a tener convulsiones.

Arturo dice que hay que darle un baño de agua fría.

Trainde la farmacia lo que pide el médico.

Con el niño en brazos, Arturo pasea por el cuarto de baño.

Yo lo seguía paralizada con los ojos.

Lo volvió a meter en la bañera.

Apenas había pasado una hora y media

desde que yo presentí que algo malo sucedía.

Arturo apretó los dientes, cerró los ojos

y sacudió la cabeza de un lado a otro.

Dejó al niño en su cuna, envuelto en la toalla y se acercó a mí.

No fue preciso más.

Dice se encuentra sola, rigurosamente sola en el mundo.

Se produce una brusca separación de todo lo que rodea a Dice

y que no es suyo, ni lo ha sido nunca.

Pero hay una salida, aquella muerte en lugar de unir a Dice

y a Ramiro le separa sin remedio,

como si todo hubiese perdido su sentido, el sacrificio,

el fingimiento, el orden establecido.

Dice se ha convertido en otra.

Llorando, peina a Trajín y se despide de él.

Al pasar por telégrafos, dirige un telegrama a Yamán

por si no está en Estambul.

Deja a Ramiro una carta sobre la mesa de la cocina.

Tú sabes por qué me voy y dónde.

Para ti, todo lo que pueda corresponderme.

Renuncio a mis gananciales y a mis derechos en la tienda.

Haz con ellos lo que quieras.

Si algún día tienes intención de divorciarte,

que esta carta sirva de consentimiento por parte mía.

Te deseo que seas más feliz que hasta ahora,

tan feliz como mereces.

Adiós.

Dice, a los cinco días de morirse mi hijo,

el avión que me llevaba tomó tierra en las pistas de Estambul.

Yamán no está esta vez al pie de la escalerilla.

Está al otro lado de la duana, con abrigo y cara de frío.

Dice no lleva demasiado equipaje,

pero sí más que la segunda vez.

Lo primero que le dice es que ha venido a quedarse, para siempre.

Yamán le pregunta por su marido.

Mi marido eres tú.

Hemos tenido un hijo y Yamán ha muerto hace unos días.

Tendremos muchos más.

Van al apartamento de Yamán.

La primera noche Yamán no puede penetrarla,

quizá por la preocupación de saber

qué desillega con intenciones definitivas.

Quizá por el hecho de ser un modesto anfitrión,

quizá por el apuro de tener que poner a Dice

en antecedentes de tantas cosas como ella ignora.

Su amor aquella noche es largo, suave, casi femenino.

Cada vez que ha ido a Estambul,

Dice ha querido a Yamán de una manera diferente.

La primera fue un amor inexperto, adolescente y voraz.

La segunda vez lo amó como un eco de su recuerdo del,

de su rapto por él, de su frenesí por la unidad

que dentro de ella formaban los dos.

En esta tercera etapa ya había un dominador y un dominador.

Lo vi desde el primer instante,

a través del mostrador de la duana lo vi.

Yo iba a someterme libremente al sacrificio,

aunque no sabía hasta qué punto.

Me tampoco sabía hasta qué punto iba a usar mis defensas.

La vida de Dice se convierte en la que podría llevar una mujer de aren,

salvo las excepciones de sus salidas al bazar,

porque no llegan a media docena.

Y durante esas salidas ha pasado las horas sentada en la tienda de Yamán.

El piso apenas lo abandona para hacer las compras necesarias,

si es que lo necesario no lo lleva a Yamán cuando viene del centro.

Lo que Dice sabe es a través de él, de lo que se entera es por él.

Él es su diario, su radio y su televisión.

Dice ha aprendido solo las palabras de Turco

que podrían impedir su muerte de hambre y tampoco quiere aprender más.

Me enteré de que Yamán estaba separado de su mujer,

antes de enterarme de que estaba casado.

Fue un sábado y él no había vuelto del bazar todavía.

Los sábados solía retrasarse.

Llamaron a la puerta.

Era una turca vieja, gorda, rubia, ni popular ni refinada,

que debía de haber sido una belleza de joven.

Llevaba de cada mano un niño, un varón de unos ocho años y una hembrita de seis.

Los empujó hacia el interior.

Luego, con un brazo emperioso, me apartó a mí y avanzó dentro del apartamento.

Después de dejar un paquete en la cocina,

se deja caer en el sofá del salón llenándolo por entero.

La expresión de Yamán al abrir la puerta

y encontrarse con la señora aquella es indescriptible.

No se atreve ni a mirar a Dice.

Los niños corren hacia él gritando.

Él se inclina y ves a la mujer que, señalando a Dice con el dedo,

le dicta una orden taxativa antes de salir majestuosa y omnipotente.

Dice no se ha movido desde su llegada.

Está apoyada contra la pared con los brazos cruzados

como aguardando a que le lea en una sentencia.

El caso es que Yamán se casó muy joven con una muchacha fea y riquísima.

La boda la concertó su madre, porque era muy conveniente.

Había tenido esos dos hijos, Abdul y Safia,

y luego se había separado, no divorciado.

La madre no consintió otra cosa.

No le parecía prudente el divorcio desde el punto de vista económico.

De los niños disponía los fines de semana.

Su madre debía de haberse cansado de aguantarlos,

y Dice debe olvidarse en ese momento de casarse con Yamán.

Intentaba consolarme diciéndome a mí misma que era mejor así.

Los vínculos entre él y yo han de ser nuestros,

no oficiales, no sociales, sino pura y llanamente de amor personal.

Si este se acaba, qué pinto yo aquí en Estambul,

en un piso que da un aparcamiento,

en una ciudad cuyo idioma no hablo,

y esperando como una tonta hora por hora,

la llegada de un amante, que es el marido legal de otra mujer.

Yamán y Dice reciben invitaciones del consulado español,

y la tercera vez, Dice decide que tienen que ir,

que no se sabe nunca cuándo necesitarán algo.

Allí Dice conoce a la mujer del consul,

que se sorprende mucho de la situación de Dice.

Pero Dice intenta explicarse y no parecer una mosquita muerta

seducida por un turco, y defiende su amor,

su historia y su pasión.

Pero cuando lleva un año en Estambul,

empieza de pronto a tener celos.

Empieza a cambiar, a ver de forma distinta el paisaje

desde la ventana, el aparcamiento y los cuatro árboles,

el olor a col del portal.

También los celos son una pasión.

Ayer, cuando llegó, antes de darle las buenas noches,

se lo dije a voces.

Estaba muy excitada, él comprendió por qué.

Necesito trabajar, necesito ocuparme,

no sirvo para estar todo el día esperando al sultán.

Voy a volverme loca,

o voy a apostarme con un cuchillo detrás de esa puerta

y a clavártelo hasta la empuñadura.

Yo no soy una turca que se conforme con engordar,

mientras su hombre da vueltas por el mundo.

Y como Dessi, no sabe turco,

Yamam le busca un trabajo de acuerdo con sus posibilidades.

Le tiende un mazo de tarjetas.

En ellas, en turco y en francés, inglés, español y alemán,

aparecen el nombre y la dirección

dentro del gran bazar de la tienda de alfombras

y de la joyería de su hermano Mehmet.

La obligación de Dessi consiste en distribuirlas por los hoteles,

pero no dejarlas en la recepción,

sino dárselas personalmente a los clientes.

A Dessi no le parece mal para empezar.

Tiene la oportunidad de ir y venir, de distraerse de los celos,

de acercarse por sorpresa al gran bazar para ver lo que hace él.

Al cabo de pocos días, coincide con unos españoles

y a Dessi le da la vida a hablar con ellos y reírse un rato.

Con aquellos primeros mareos, espere más tiempo de la cuenta.

Después no me cupó ya la menor duda.

Estaba embarazada.

Sentí tanta alegría, que era yo la alegría.

En la zona de los hoteles iba por las aceras cantando y llevando el compás.

Pero cuando se lo dice a Yamam, él solo contesta tres palabras.

No puede ser.

Y solo las repite.

Dessi dice que claro que sí, que claro que puede ser,

hasta que comprende lo que Yamam quiere decir.

La madre de Yamam va a recoger a Dessi pocos días después.

Montan en un taxi y viajan hasta una pequeña casa de madera

con una parras y nojas trepando hacia el balcón

donde una mujer mastica algo verde.

Da a Dessi a oler éter o una cosa parecida,

quizá lauda, que no la anestesia del todo.

La madre de Yamam está sentada a sus pies

en la misma silla rígida e incómoda

en la que han dejado sus ropas.

Pasaba el tiempo de una manera espesa y náusea onda.

Me hundí en una atmósfera casi mojada y muy oscura.

Me sacó de ella la voz de Yamam.

Pero yo no estaba segura de que fuese real,

porque al abrir los ojos todo era movedizo y difuso,

igual que un paisaje a través de la niebla.

Dessi logra abrir los ojos

y ve que está en el dormitorio del apartamento

y que por tanto, mal o bien, todo se ha consumado.

Yamam le acaricia el pelo, la frente, las mejillas.

Dessi se pone a llorar con todas sus fuerzas

mientras Yamam murmura cerca de su oído que le deje quererla.

Dessi ha aprendido que las batallas morales se libran a solas.

Le queda por aprender en carne propia

que las del amor hay que reñirlas con un aliado

a no ser que se tenga que reñir con un verdúo.

Y poco a poco se reanudan los días felices.

Por navidad le escribía mi padre.

Fue una carta muy breve y muy sincera.

Le deseaba en ella toda la felicidad de este mundo.

Le pedía, aunque no expresamente,

perdón por haberlo herido con mi conducta y mi silencio.

Le decía que yo era feliz

y que solo me faltaba para serlo del todo su presencia.

Hoy he recibido la respuesta.

Serena y suave,

como la que se dirige a una hija que estudia fuera o que se casó

y reside lejos con su marido.

La letra es insegura, como la mano que la escribe.

Me informa de cosas menudas de huesca,

igual que si nada hubiera pasado.

En la vida de Dessi entran dos personas muy importantes.

Una es una condesa, la otra un deficiente.

La señora vive por Galatasaray y quiere vender unas alfombras.

A la luz de un par de arañas de buen cristal,

Dessi vislumbra una misteriosa figura femenina

sentada en un sillón de altísimo respaldo

y con una pierna apoyada en un taburete redondo de terciopelo verde,

fumando un cigarro puro.

Establece con Dessi una relación compleja de complicidad

en la que se cuentan sus historias

y se comprenden bien, a pesar de la diferencia de edad,

a pesar de las brumas de la memoria.

Se llama Aguian.

La segunda persona se llama Mahmoud

y es un pobre, deficiente,

que vende chicles en el bazar y al que Dessi quiere ayudar.

Le pide a Yamam que le contraten para que ayuden la tienda

y Dessi le intenta enseñar las cuatro reglas y algo de español.

Y ese amor tan puro también cambia a Dessi.

El día de la madre, Dessi le ve salir sin decir nada.

Unos minutos después regresó Mahmoud.

Traía un ramo de rosas.

Sin decir nada, con los ojos muy brillantes,

me lo ha puesto en el regazo y ha dado un paso atrás.

Yo no lograba entender cuál era el motivo del regalo.

Con un gran esfuerzo él ha dicho,

¡Madre!

Me ha emocionado su expresión tan dulce.

He besado las flores, lo he abrazado a él y me he echado a llorar.

Hoy mejor que nunca he comprendido

que se puede ser madre de distintas maneras.

Un día Yamam está muy nervioso en la tienda

y le dice a Dessi que tiene que ser muy amable

con un cliente que va a llegar, un francés.

Llega por la tarde. Es un francés típico.

Seguro de su shagmi, de su glamour.

Mirá a Dessi como perdonándole la vida.

En un momento dado le dice que quiero ofrecerle un buen té con Milfaux.

Yamam aprovecha para darse la vuelta

y cuando lo hace el francés acarice al muslo de Dessi.

Dessi lo llama, Yamam se vuelve

y el francés no se inmuta ni aparta su mano del muslo.

Cuando el francés se va, deja a Dessi una tarjeta

con el número de su habitación en el hotel.

Le dice que vaya a las cinco

y que después de que pase todo irán a cenar.

Pero cuando Dessi se lo cuenta a Yamam,

Yamam le contesta que qué le cuesta

complacer al francés y complacerle a él también.

Dessi llama a Paulina, la mujer del consul,

al día siguiente, vuela a Madrid, atiborrada de pastillas.

Todo mi escaso raciocinio se reducía a esto.

El amor no sirve para nada.

No cambia nada, no resuelve nada.

Es una prisión donde no hay esperanza.

Su única salida es la muerte.

La de uno mismo o la del amor, pero ¿cuál es la preferible?

El taxi le lleva a un hotel discreto de Madrid.

Se va a pasear por la Gran Vía.

Un hombre, de pronto, se pone a hablar con ella.

A Dessi le hace gracia. Terminan en su apartamento.

Dessi tiene la necesidad de saber

cómo le hace el amor un hombre que no sea Yamam

y termina sabiéndolo al dedillo.

Cuando vuelve a su hotel, se mete en la cama.

Apunto de dormirse, medita sobre el osado

que es exigir pruebas de amor

y sueña con el sexo de Yamam

mientras sabe que es inútil resistirse.

Su viaje a Madrid sirve solo para demostrarle

que su sitio está en Estambul o donde quiera que esté Yamam.

Cuando toca el timbre del apartamento de Yamam,

no abre nadie.

Dessi se sienta en el descansillo y se queda dormida.

Le despierta su voz.

Cuando se recupera lo que por un momento se creyó perdido,

se reinagura la creación entera.

No hay nada tan deslumbrante como realojarse en un cuerpo,

posesionarse de los rincones conocidos,

tomar con tus manos lo que soñaste en una pesadilla

que nunca más tendrías,

recorrer con la lengua un territorio

cuya propiedad te sigue perteneciendo,

apretar con las rodillas unos costados

tan deseosos como deseados,

perder de nuevo la identidad y sollozar,

sollozar, sollozar,

porque has regresado a casa y te has introducido en ella

y el dueño en ti y todo está como antes,

como nunca debió dejar de estar.

Pero Yamam no es el mismo.

Dessi empieza a sentir de nuevo el desánimo

y más cuando descubre que de nuevo está embarazada.

Esta vez acudena a un médico judío,

cuando todo termina,

cuando Dessi aún está dormilada,

Yamam le dice a Dessi que ha habido complicaciones

y que ella nunca más podrá volver a quedarse embarazada.

Está una semana al borde de la muerte tras una recaída,

su convalecencia dura más de lo que nadie ha calculado.

Yamam se porta muy bien,

los primeros días no sale,

después lleva por la noche el almuerzo del día siguiente,

cocina para Dessi con esa delectación

con que lo hacen los turcos,

pero ella apenas prueba bocado,

hasta que empiezan a salir.

La tarde, a Dessi se le antoja un helado de limón.

Fue con ese helado de limón en la mano

cuando comprendí que llevaba un mal camino,

que no debía consentirme ser una carga para Yamam,

que iniciar una técnica con el fin de retenerlo

era el primer paso de la derrota,

que necesitaba tener muy claro

hasta dónde me permitiría llegar él

y desde dónde yo estaba obligada a ser la misma de antes.

Fuerte, valiente y ágil.

Dessi no tarda en recuperar peso y en mejorar su aspecto,

pronto empieza a repartir de nuevo publicidad en los hoteles.

Poco después, Yamam anunció a Dessi

que van a cenar con dos franceses,

el delegado de una firma importantísima

que instala en Istanbul una filial,

Denis, y un cliente familiar de la tienda,

Agmó, secretario cultural o algo así del consulado de Francia.

El delegado francés es un tipo elegante y muy bien educado.

Yamam aspira a que los suelos de salones y oficinas

del nuevo local se revistan con alfombras de su tienda.

Ambos agasajan a Dessi durante la cena

como si Yamam no estuviera.

A Dessi, en el fondo, le divierte el jugueteo.

Yamam, en un momento, decide marcharse y dejar sola a Dessi

con los dos hombres, pero Agmó se marcha poco después,

como si reconociera la derrota.

Denis tiene un cuerpo atlético,

pero hace el amor con demasiada suficiencia y demasiada prisa.

Por segundos me recordó a Ramiro.

No sé si se propuso dejar en esto el pabellón francés

y tuvo que sacrificar su propio pabellón,

pero con ese cuerpo que ganaba desnudo,

podían hacerse mejores contra danzas.

Denis llama a Dessi desia,

y a ella le parece bien tener otro nombre para él.

Por la mañana Yamam le dice que está en casa de Paulina,

pero sigue con Denis y vuelve a hacer el amor.

Dessi llega al bazar a la hora del cierre.

Yamam echa enseguida el cierre y sube a Dessi al piso de arriba,

donde antes de un minuto la ha despojado del traje

y se ha arrancado su pantalón y su camisa.

Cuatro días después, Yamam firma el contrato con la filial francesa,

por el que, sobre los planos del arquitecto,

se le encarga al fombrar las salas nobles del edificio.

A lo largo de la mañana entra en la tienda un turco seco,

gran unjiento y de malísima catadura que saca a Yamam fuera.

Cuando vuelve, Yamam le pide a Dessi un favor importante,

llevar un sobre a una dirección

y que luego tendrá que obrar según las circunstancias.

El hombre era un turco inmenso.

Debía de ser muy rico.

Cada detalle de la casa estaba puesto allí para demostrarlo.

Desde los amplios ventanales del salón

se divisaba el embarcadero y un bar comiciéndose en el agua.

Mi temora, no entenderme con él, se evaporó enseguida.

Hablaba en cuatro o cinco idiomas, como Arian,

mezclando unos con otros y supliendo con las manos

las posibles lagunas.

Me ofreció un té o un whisky.

Acepté por si acaso el segundo.

Dessi saca el sobre y el hombre saca un fajo de billetes de él

y empieza a contarlos.

Al final dice que ahí falta mucho dinero

y que Yamam corre un serio riesgo a no ser que ella

sea la encargada de saldar el total de la deuda.

Mueve su sillón para acercarse a Dessi,

destapa un azucarerito de oro

y le tiende una diminuta cucharilla.

Dessi dice que no.

El hombre la coge en brazos,

la deposita con mucha consideración sobre un sofá gigantesco,

se derrumba a su lado y la desnuda,

prenda por prenda con una exasperante lentitud.

Lo había sentido levantarse.

Abrí los ojos, aunque no del todo.

El hombre con los suyos en blanco se masturbaba junto a mí.

De no ser por sus jadeos, se hubiera oído el vuelo de una mosca.

No creo que la subiera, salvo que fueran de oro.

Concluyó con un estertor y su suspiro.

Cuando volvía a mirar, estaba derrengado en un sillón,

ni el cinturón se había aflojado.

Le dice a Dessi que coja de la mesa lo que quiera

y ella elige el azucarero.

Le pide al taxi que le deje cerca de la mezquita nueva,

escondida tras una columna

vuelca gran parte del contenido del azucarero en su polvera,

se postra y entonces le acomete la angustia,

rompe a llorar, solo un momento, luego se levanta y sale.

Llega caminando hasta el café donde Yamam

está sentado en una mesa esperándole.

Le pone delante con un golpe el azucarero.

Según Carmen Riegalt, Antonio Gala es un teórico de los sentimientos.

Está enamorado de la idea del amor

y explota su habilidad para ponerlo en solfa literaria.

Sus aforismos, sus juegos de palabras,

sus metáforas descarnadas, sus afilados objetivos

son buena prueba del dominio del tema que tantas veces le ocupa.

En la pasión turca de Sideria, su protagonista,

está poseída por una fuerza aniquiladora

y solo desea regodearse en ella.

Es la versión destructiva del amor,

la más nociva y perturbadora,

pero también la más efectista a la hora de ser expuesta

en un libro o en una película.

La historia constituye una amarga meditación sobre el amor,

llevado a sus últimas consecuencias,

en medio de un clima muy patético,

hasta la destrucción física y moral

que Antonio Gala sabe describir

con la irresistible fuerza de su estilo.

Ayer por la mañana regresé de París.

He estado una semana larga.

Denis iba a pasar unos días allí, me invitó y acepté.

De nuevo era preciso elegir sobre esta cuerda floja en la que vivo

entre dar a Yamam la impresión de independencia,

incluso de estar por encima de él o arriesgarme a perderlo.

Yamam se ha llevado parte de su ropa del apartamento.

Deja de ir muchas noches.

Muchas tardes, desy, visita a Guéan.

Un día hasta está a punto de recurrir a Paulina.

Pero una mañana, repartiendo tarjetas por los hoteles,

se encuentra con Pablo Acosta.

Siente una irreprimible alegría

al encontrarse con su amigo y policía.

Pablo retrocede un paso para observarla

como quien observa un bicho raro.

Luego sonriendo, tira de ella y se abrazan.

Desy tiene un nudo en la garganta.

Luego, poco a poco empieza a hablar

y Desy a contarle su vida allí.

Pablo empieza a preguntarle cosas

y se van a comer juntos y al fin quedan para el día siguiente.

A noche, cuando menos lo esperaba, llegó a casa a Yamam.

Le costó abrir la puerta y supuse que venía preocupado.

Así era.

No le hablé de mi encuentro en la mañana, no me habría escuchado.

Ya estoy acostumbrada a ocultarle mis cosas

y a que él me oculte las suyas.

Le pregunté qué sucedía.

Me miró sorprendido de que hubiese intuido su inquietud.

Le dice que al día siguiente irá a alguien al bazar

de quien no se fía.

Le ha dado un soplo, irá sobre las cinco.

Le pide a Desy que lo reciba y se lo quite de encima.

La persona que llega a las cinco es Pablo.

Deciden llamarse de usted para disimular ante Yamam

que cuando llega, saluda a Pablo con aparente naturalidad.

Pablo compra una alfombra, todo parece normal,

pero cuando se va, Yamam le pide a Desy que haga lo que sea

y subraya esas palabras para averiguar qué sabe Pablo,

a qué ha venido y por qué le sigue.

Desy queda cenar con Pablo.

Al final de la noche, llega al hotel de Pablo y Desy,

decide coger el toro por los cuernos

y preguntar a su amigo qué está pasando.

Escúchame, Desy, toda tu rutilante historia

se reduce si se mira bien, o sea,

si se mira sin estar implicado a una historia de narcotráfico.

Tu viaje de luna de miel a Anatolia, ¿para qué crees que sirvió?

Ahora entra morfina base por las fronteras del este.

Hay laboratorios muy cerca de ellas que la transforman en heroína,

la Brown sugar turca.

Tu Yamam iba recogiendo heroína o morfina

y dejando mejor sembrando coca como parte del precio o el precio entero

bajo la tapadera de los killings.

Las alfombras que tú recibías en Huesca

llegaban a Madrid impregnadas con heroína.

Sepárate de ese hombre, siempre te ha utilizado,

no solo de la manera que a simple vista se percibe,

sino de muchas otras.

Como criada, como cómplice, como dependienta,

como mujer anuncio, como auxiliar de su narcotráfico,

te ha utilizado como un rufián, utiliza a su coima.

Desy se pone a llorar.

Pablo le dice que dentro de tres meses regresará por ella para llevársela,

pero Desy se despide de Pablo

con el sombrío presentimiento de que no lo volverá a ver.

Yamam cada vez va menos al apartamento.

Aparece en el bazar con una joven francesa,

llamada Blanche, que trabaja en una empresa de denís.

Le propone a Desy que cenen juntos esa noche.

Durante la cena, Yamam habla del amor.

Dice que necesita permanentes pruebas de que está bien establecido

y de que es un negocio firme.

Se dirige a Desy y luego a Blanche.

Visvese a veces cerca de una, a veces cerca de otra

y se le ve la nuez cuando echa atrás la cabeza para reír.

Da de comer con su mano a las dos mujeres

y les roza la lengua con su dedo.

Se van a casa y allí hacen el amor, los tres.

Toman cocaína.

Por la mañana Desy siente un tremendo vacío.

Visé la mano de Yamam.

La visé antes de que me sobreviniera la pena,

no por haber sido usada como había dicho Pablo,

sino por no haber cumplido mi aspiración,

la soledad con él.

Yo había respondido a su demanda,

él a la mía, no.

Durante varios días Yamam y Desy solo se ven en la tienda.

Desy va a ver a Dennis con el objetivo de conseguir

que devuelvan a Blanche a Francia.

Necesita recuperar la atención de Yamam.

Además, Desy sufre dos perdidas terribles.

Su amiga Aguian muere después de estar ingresada.

Sus últimas palabras son para decir a Desy

que se vaya de Estambul.

Y un día, en el bazar,

Yamam le dice que el pequeño Mahmud se ahogado

mientras se bañaba en el bósforo.

Ese mismo día, Dennis le comunica a Desy

que Blanche ha sido despedida.

Para Colmo, el ginecólogo le encuentra a Desy

unos bultitos bajo un pecho.

Tendrá los resultados el lunes.

Pablo Acosta está de nuevo en Estambul.

El lunes por la mañana temprano,

Pablo Acosta recibe una llamada de Desy

en la que le dice que Yamam está de viaje

y que se verán por la noche,

pero que antes quiere que lea unas cosas que ha escrito,

que vaya a buscarlas a su dirección.

Le cita sobre las cinco.

Pablo Acosta fue a la dirección indicada.

No abrieron la puerta, utilizó la llave del felpudo.

Sobre una mesa había unos cuadernos,

parecían escritos con la letra de Desy que él aún recordaba.

Se arriesgó a entrar más dentro,

no por otra cosa que por conocer la vivienda,

bastante humilde de su amiga.

Vió la cocina descuidada y no muy limpia

y un dormitorio con dos camas, sin duda de los niños,

también vació.

En el otro dormitorio, sobre la cama, vestido,

y hacía el cadáver de Desy.

Aún no estaba frío del todo,

pero fueron vanos los intentos que hizo para reanimarlo.

La muerte se había producido muy poco antes.

Numerosas cajas de somnífero estaban desparamadas por el suelo.

Llama al puesto de policía más cercano

y sobre la marcha decide que se llevará el cuerpo de Desy a España.

Al quedarse solo, lee los cuadernos.

Es ya de noche cuando los termina.

Está convencido de la imposibilidad de descubrir

por qué se mata una persona,

seguramente por falta de razones para seguir con vida.

Puede que la causa fuera que Desy había dejado de amar

y se sentía incapaz de confesárselo a sí misma,

o incapaz de seguir engañando o de seguir siendo engañada.

Si esta mujer amó bien o amó mal, se decía,

invadido por un dolor creciente,

nadie puede afirmarlo con certeza.

Un amor no se mide ni por su duración ni por su violencia,

y ningún hombre se apta nunca para opinar con sensatez

de lo que acontece en el corazón de una mujer enamorada.

A la mañana siguiente, Pablo va a ver al ginecólogo de Desy.

El médico le dice que los pequeños vultos

eran quistes sin importancia.

Los trámites del traslado del cuerpo se eternizan.

El jueves, el policía al que le ha dado la orden

de traer a Yamam en cuanto regrese, lo telefonea

y lo cita en un puesto próximo al bazar.

Nada más llegar, los dejan a solas.

Yamam viene de Ankara donde ha ido de viaje con Blancs.

Pablo le dice que Desy ha muerto.

Desy había conseguido que el director en Istanbul

de una firma francesa expulsase de su oficina,

mi amiga Blancs, y tratase de devolverla a París.

Yo estoy interesado en ella.

Enterado del comportamiento de Resi, quise darle una lección.

¿Cree usted que estaba deseando librarme de esa loca?

Está muerta, pero es verdad lo que le digo.

El lunes, después de pasar la noche

en el pequeño apartamento de Blancs,

que ella en adelante no podrá pagar,

me dirigía a casa y le planté la cuestión a Desy.

Me iba con Blancs tres días

y esperaban encontrarla allí cuando regresase.

Blancs tendría que quedarse a vivir en el piso

puesto que Desy, ella misma,

había hecho imposible cualquier otra solución.

Yamam le cuenta que la respuesta de Desy

fue darle la mano y desearle que sea feliz.

Pablo ya tiene bastante, no quiere escuchar más.

Mira a aquel turco vulgar, se pregunta si le miente,

si también Desy se engañaba al escribir sus cuadernos.

La absoluta verdad no existe,

cada uno es víctima de su propia verdad.

Al salir del puesto de policía levantó los ojos al cielo.

Estaba azul.

En él volaba una gran bandada de aves migratorias.

Ese día comenzaba el otoño.

No distinguió lo que eran, pero le parecieron cigüeñas.

Pensó en Desy y la vio sonriendo.

Luego pensó que de una manera muy distinta

de cómo lo proyectara,

se la llevaría a España de regreso con él.

Y así les hemos contado la pasión turca de Antonio Gala.

Hemos seguido la edición de la editorial planeta.

Gracias por estar ahí y gracias por leer.

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Un programa escrito y dirigido por Antonio Martínez Asensio,

con las voces de Eugenio Barona y Estela Fernández

y la participación de Olga Hernández,

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y en las redes Virginia Díaz Pacheco.

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Antonio Gala (Brazatortas -Ciudad Real-, 1930 - Córdoba, 2023) fue dramaturgo, guionista, novelista, poeta y ensayista. Es el autor de 'El manuscrito carmesí', 'Más allá del jardín' o 'El imposible olvido'. 'La pasión turca' se publicó en 1993 y fue un éxito rotundo.