Un Libro Una Hora: 'El exorcista', una novela terrorífica que se ha convertido en un clásico

Cadena SER Cadena SER 11/1/23 - Episode Page - 55m - PDF Transcript

Bienvenidos al podcast de Un Libro Una Hora. En este episodio os vamos a contar el exorcista

de William Peter Blatty. William Peter Blatty nació en Nueva York en 1928 y murió en Maryland

en 2017. Fue un escritor y director de cine estadounidense, autor de la novela El Exorcista

y del posterior guión cinematográfico ganador de un Óscar en 1973. El Exorcista se publicó

en 1971. Es una novela extraordinaria, no solo terrorífica, sino además llena de reflexiones

muy poderosas y de información psiquiátrica muy valiosa. Es imposible leerla sin temor

y sin un estremecimiento. Vamos allá. La casa es alquilada, acogedora, hermética,

en Washington D.C. Al otro lado de la calle hay una franja del campus perteneciente a la

Universidad de Georgetown y, al fondo, un terraplén que desciende en una pendiente muy pronunciada

hasta la calle M. El 1 de abril, por la mañana temprano, la casa está en silencio. Chris

McNeill es una actriz famosa. Está incorporada en la cama, repasando el texto que va a grabar

el día siguiente. Reagan, su hija, duerme al final del pasillo y en la planta baja los

sirvientes, Willie y Carl, ambos de mediana edad, duermen en una habitación contigua

a la despensa. Se levanta para investigar. Parecen provenir

del dormitorio de Reagan. De pronto, los golpes se oyen más fuertes, más rápidos. Al empujar

la puerta y entrar en la habitación, cesan repentinamente. Reagan, una preciosa niña

de 11 años, duerme abrazada a un gran oso panda de peluche. Su respiración es rítmica,

pesada, profunda. A pesar de ello, Chris piensa que su hija le está gastando una broma. Sin

embargo, sabe que no es propio de ella. La niña es de talante tímido y reservado. De

repente, oye leves rasguños en el techo. Piensa si habrá ratas en el altillo. Y luego, nota el frío.

La habitación está helada, pero la ventana está cerrada y el radiador caliente. No entiende

qué pasa. Vuelve a su habitación y termina durmiéndose. Soño con la muerte. Con todos sus

asombrosos detalles, con una muerte como si aún no se hubiera oído hablar de ella mientras algo

sonaba. Mientras ella contenía el aliento, se disolvía, si un día enla nada. Por la mañana le

dice a Carl que tiene que poner trampas para las ratas en el desbán y Carl le contesta que el

desbán está limpio. Chris se arregla y se va al rodaje. El director de la película es Bark

Dennings, un 50-ton astuto de aspecto débil, borracho, inteligente y divertido. Ruedan casi todo el día

y Chris vuelve caminando a su casa. Al otro lado de la calle hay una iglesia católica que llevan

los jesuitas. Al minuto está en su casa. Sharon Spencer está sentada a la mesa. Es una chica

brillante de 20 y tantos años que desde hace tres es la asistente personal de Chris y la tutora de

Reagan. La niña está abajo, en el cuarto de los juguetes, haciendo una escultura de un pájaro

para su madre. Chris pregunta a Sharon qué tal ha ido a la clase y Sharon le contesta que regular

con las matemáticas, aunque es su asignatura favorita. Reagan entra brincando por la puerta,

el cabello pelirrojo recogido en una coleta, la cara brillante, suave, llena de pecas. Poco después,

Chris sube a buscar un vestido de Reagan en el armario de su habitación mientras la niña mira

el techo. Chris le dice que ya lo sabe y que debe de haber ardillas en el desbán. Las ratas le

producen náuseas y pánico a su hija. Hasta los ratoncitos la incomodan. El vestido no aparece,

aunque Chris está segura de haberlo colgado allí. Al final lo encuentra en su propia habitación,

arrugado y cuando lo lleva de nuevo a la habitación de la niña, tropieza con la pata de la cómoda

y se hace daño. La cómoda está desplazada a medio metro de su sitio. Piensa que habrá sido

Willie al pasar la aspiradora. Chris baja a ver a Reagan al cuarto de los juguetes y la niña le

enseña el pájaro que está haciendo para ella. De pronto, Chris ve el tablero de uija cerca sobre

la mesa. Olvidado que lo tenía, lo había comprado con la intención de sacar a la luz ciertas

ideas de su subconsciente. No dio resultado. Lo ha usado una o dos veces con Sharon. Le pregunta a

su hija si lo ha usado y Reagan dice que sí y Chris le dice que se necesitan dos personas.

Yo siempre lo hago sola. ¿Quieres que juguemos las dos?

Chris acerca a una silla. Reagan ha puesto los dedos sobre el puntero blanco y cuando Chris

estira la mano para colocar los suyos, el puntero se mueve de pronto hacia el lugar en el que el

tablero marca un no. El capitán Joudy ha dicho que no. Cuando Chris le pregunta a la niña,

le cuenta que ella le hace preguntas al capitán Joudy y él contesta y que es muy bueno. Chris trata

de no fruncir el ceño al sentir una preocupación repentina y sombría. La niña ha querido mucho

a su padre y sin embargo nunca ha manifestado ninguna reacción visible ante el divorcio. Un amigo

imaginario no le parece sano. Su padre se llama Howard, muy parecido a Joudy. Chris lleva a Reagan

a la cama, le remete las sábanas por los costados y se sienta a su lado. De pronto Reagan le pregunta

si se va a casar con Burke Dennings. Chris se echa a reír y le contesta que no. A la mañana

siguiente, cuando Chris abre los ojos, se encuentra a Reagan en su cama, medio dormida. Le pregunta

qué está haciendo allí. Mi cama se movía. Lo que parecía ser una mañana fue el comienzo de

una noche sin fin. Pocos días después, Chris llama por teléfono a su médico de Los Ángeles y le

pide el nombre de algún psiquiatra local para que examine a Reagan. Le cuenta que al día siguiente

de su cumpleaños, después de que su padre se olvidara de llamarla, ha notado un cambio repentino

hidrástico en el comportamiento y el estado anímico de su hija. Insomnio, hostilidad, ataques de

malgénio, le da patadas a las cosas, las tira, grita, no quiere comer. Por otra parte, parece tener

una energía descomunal. No se queda quieta ni un instante, lo toca todo, no para de dar vueltas,

da golpes, corre y salta por todos lados. Le va mal en la escuela, tiene un amigo imaginario y utiliza

técnicas reuscadas para llamar la atención. Comenzó con lo de los golpecitos. Desde aquella noche

en que subiera a inspeccionar el altillo había oído los ruidos en otras dos ocasiones. Se había

dado cuenta que en ambos momentos Reagan se hallaba en la habitación y los golpes cesaban en el

instante en que Chris entraba. Además, Reagan perdía cosas en su dormitorio. Un vestido,

el cepillo de dientes libros, los zapatos. Protestaba porque alguien le movía los muebles.

Y le cuenta que llaban dos noches seguidas en las que Reagan dice que su cama se mueve. El médico le

dice que pueden ser espasmos clónicos y luego le pregunta que qué tal le va en matemáticas. Cuando

Chris le cuenta que ha empezado a ir mal, el médico le contesta que puede ser parte del mismo

síndrome y le da la dirección de un médico en Washington y le recomienda que se olvide del

psiquiatra. Chris llama al internista y consigue hora para aquella misma tarde. Mientras Reagan

permanece sentada y de mal humor en la consulta, el doctor hace pasar a la madre a su despacho para

completar la historia clínica. Luego hace un examen completo a Reagan que incluye análisis de

orina y sangre y luego habla un rato con la niña. Dice que Reagan tiene un trastorno hipercinético

del comportamiento, un trastorno nervioso que es común en la primera adolescencia y que todos

los síntomas y el hecho de decir groserías concuerda con el diagnóstico. Chris se queda de piedra.

Le pregunta qué groserías le ha dicho. Pues me aconsejo que al dejar a mis dedos de mierda de

su coño. Chris abre la boca horrorizada. El médico queda en examinarla de nuevo dentro de dos semanas.

En el camino de vuelta, Chris decide no mencionar las palabrotas. Piensa que lo habrá aprendido

de Burke. Pero se lo cuenta Sharon más tarde. Chris ha organizado una cena para varios invitados

importantes dentro de unos días y hasta entonces vigila celosamente que Reagan tome su medicina.

Sin embargo, cuando llegue la noche de la fiesta, no había observado ninguna señal notable de

mejoría. Por el contrario, había ligeros signos de un deterioro gradual, olvidos más frecuentes,

introversión y alguna vez náuseas. En cuanto a las tácticas para llamar la atención, aunque no se

repitieron las que ya conocía, tal parecer se le ocurrió una nueva. Afirmaba que había un olor

repugnante en su dormitorio. Ante su insistencia, Chris fue a comprobarlo un día, pero no percibió nada.

Chris ha invitado a un grupo interesante muy heterogéneo. Además de Burke y el joven ayudante

de dirección, un senador con su esposa, un astronauta del apolo con su esposa, dos jesuitas

de Georgetown, los vecinos, además de Mary Jo Perrin, una evidente regordeta y canosa de Washington,

y Ellen Crelly, una secretaria del Departamento de Estado de Mediana Edad que trabajaba en la

Embajada de Estados Unidos en Moscú cuando Chris hizo su gira por Rusia. Al terminar los planes y

preparativos, Chris volvió a sentirse angustiada por Reagan. Estaba inquieta. Había algo extraño en

la casa, como una quitu que se iba posando, como una pátina pesada. La cena es un éxito, salvo

por la borrachera habitual de Burke Tenins que la toma de nuevo con Carl llamándole Nazi. En un

momento, Chris baja a ver qué hace Reagan en el cuarto de los juguetes donde se ha pasado todo

el día. La encuentra jugando con la güija. Parece taciturna, abstraída, distante. Chris la lleva

a la sala de estar y la presenta a sus invitados. Luego la lleva a su dormitorio y la mete en la cama.

Mamá, ¿qué me pasa? Lo dijo con tanta aflicción, con un tono tan desesperado,

tan desproporcionado para su edad. Por un momento la madre se sintió agitada y confundida,

pero se recompuso enseguida. Chris le dice que son los nervios y que en un par de semanas se pondrá

bien. De repente, Chris nota que la niña tiene la piel de gallina, le frota el brazo que está

helado. La habitación se está poniendo cada vez más fría. Chris se acerca la ventana y examina las

junturas. No encuentra nada, no sabe de dónde viene ese aire. Se vuelve hacia Reagan y ve que tiene

los ojos cerrados y una respiración profunda. Así que sale de la habitación de puntillas.

Escucha cantar desde el pasillo y al bajar las escaleras le alegra ver que el joven padre

Dyer toca el piano junto al ventanal de la sala de estar. Burke está durmiendo la mona en un

sillón. Chris se acerca al grupo que charla animadamente y a ratos canta. Dyer sonrió alegremente.

Después sus ojos se dirigieron a un lugar de la habitación detrás de Chris y se puso serio de

repente. Bueno, parece ser que tenemos visita, señora McNeil. Le advirtió con un movimiento de

cabeza. Chris se volvió y no pudo contener su asombro al ver a Reagan en camisón,

orinando a chorros sobre la alfombra. Con la mirada fija en el astronauta,

Reagan dijo con voz apagada. Usted morirá allí arriba. Chris corre angustiaba hacia su hija,

la coge en brazos y se apresura a sacarla de allí mientras le dedica una disculpa a

la astronauta que se ha quedado blanco como la cal. Cuando baja no puede evitar que la reunión

se disuelva. La última enirse es Mary Jo Perrin, la evidente. Chris le pregunta a su opinión sobre

el hecho de que Reagan juegue con el tablero de huija y sobre su obsesión respecto al capitán

Jody. Cuando Mary Jo alza la cabeza tiene una expresión sombría en los ojos. Le dice en voz

baja que ella se lo quitaría y le habla de puertas que se abren. Chris comproba que Reagan sigue

dormida antes de irse a su cuarto. Se metió cansada en la cama y se quedó dormida casi al

instante. De repente se despertó al oír un alarido histérico de terror al borde de la

conciencia. ¡Mamá! ¡Ven! ¡Ven, tengo miedo! ¡Mamá! Chris corrió por el pasillo hacia el dormitorio

de Reagan. Gemidos, llantos, ruidos al parecer de los muelles del colchón. Reagan yacía rígida,

boca arriba, con la cara bañada en lágrimas y contraída por el terror, aferrada con fuerza

a los lados de su estrecha cama. ¡Mamá, ¿por qué se agita en la pará? ¡Tengo mucho miedo! ¡Haz que

pare, mamá! ¡Por favor, haz que pare! El colchón se agitaba violentamente de un lado a otro.

El doctor Klein le empieza a hacer a Reagan todo tipo de pruebas, pero la mayoría de ellas da

resultado negativo. Chris le cuenta lo de la fiesta, el movimiento de la cama, los insultos a su padre,

que le ha llamado Sopla Poyas por teléfono, las conversaciones con el capitán Haudy y que

siempre percibe olores desagradables. El médico aventura teorías, plantea hipótesis y concluye

que debe tener una lesión en el lóbulo temporal. Le hace otra prueba, pero la gráfica de las

ondas cerebrales no descubre ninguna disrítmia, ningún pico, ninguna onda a normal. Decide hacerle

unas radiografías del cráneo y le aconseja a Chris que no deje sola a su hija porque puede

hacerse daño, que cierre su ventana, que duerma cerca de ella. La ventana de la habitación de

Reagan se abre en un lateral de la casa y da directamente a una escalera muy empinada que

desciende hasta la calle M. Cuando vuelven a casa, Chris se encuentra un paquete que le ha dejado

Mary Joe Perrin, es un libro. Estudio sobre la adoración al demonio y relatos de fenómenos

ocultos. Lo deja sobre la mesa y sube a costar a Reagan. Antes de irse a dormir, vuelve a ver el libro,

pero le da pereza ponerse a leer. Contempló a Reagan, que parecía seguir durmiendo atapada y aparentemente

sin haberse despertado. Examinó de nuevo la ventana. Al salir del dormitorio, se aseguró de que

la puerta quedaba bien abierta y lo mismo hizo con la de su cuarto antes de meterse en la cama.

Vio parte de una película en la tele, después se durmió. A la mañana siguiente, el libro sobre

la adoración al demonio había desaparecido de la mesa. Nadie se dio cuenta. Al día siguiente,

el doctor Klein y un neurólogo están analizando las pruebas de Reagan sin encontrar nada raro

cuando reciben una llamada urgente. Saron, con voz entrecortada y casi histérica, les pide que vayan

urgentemente a casa de Chris. Es por Reagan. Los dos médicos salen corriendo, llegan a los pocos

minutos y desde la puerta oye en lamentos y gritos de terror que provienen del cuarto de Reagan.

Suben. Reagan da al heridos histéricos y sacude los brazos mientras su cuerpo parece proyectarse

horizontalmente sobre la cama para luego caer con violencia sobre el colchón en un movimiento

rápido y continuo. Chris mira el doctor que hace un gesto negativo con la cabeza,

con la mirada fijan Reagan, mientras la niña se levanta como en medio metro cada vez y luego

caí con la respiración entrecortada como si unas manos invisibles la levantaran y la empujasen

hacia abajo. De pronto, los movimientos cesan de repente y la niña empieza a retorcerse de un lado

a otro con los ojos en blanco. Sus piernas comienzan a cruzarse y descruzarse con rapidez. Los

doctores se acercan uno a cada lado de la cama sin dejar de retorcerse y agitarse, Reagan arquea la

cabeza hacia atrás dejando al descubierto la garganta hinchada y turgente. Comienza a decir

algo incomprensible entre dientes en un tono extrañamente gutural. El doctor Klein se inclina

para tomarle el pulso y de repente se tambalea aturdido y vacilante a causa de un tremendo

golpe que le ha dado Reagan con el brazo al tiempo que se incorpora en la cama con la cara contraída.

Una risa terrible brota de su garganta, luego caí de espaldas como si alguien la hubiese empujado y

se levanta el camisón dejando al descubierto sus genitales. Chris, entonces, sale corriendo del

dormitorio ahogando un sollozo. Reagan comienza a retorcerse hinchando una vez y otra, palabra

sin sentido. Se sienta con brusquedad, tiene los ojos desorbitados, indefensos, llenos de terror.

Después se dobla por la cintura, comienza a girar el torso en círculos rápidos y energicos,

bokea tratando de respirar. Los médicos deciden inyectarle un tranquilizante, se acercan por

ambos lados. Al verlos venir, la niña se queda rígida y su cuerpo comienza a arquearse hasta

alcanzar una posición imposible, doblado hacia atrás como un arco, hasta que la punta de la cabeza

le toca los pies. A huya de dolor. Los médicos intercambiaron una mirada dobitativa. Entonces,

Clayne le hizo una señal al neurólogo, pero antes de que éste pudiese agarrarla,

Reagan cayó desmadejada en un subito desmayo y se orinó en la cama. Clayne se inclinó sobre

ella y le levantó un falfado. Le tomó el pulso. Con mano diestra le aplicó la inyección.

Le dicen a Chris que ha llegado el momento de consultar a un psiquiatra. Pocos días después,

Chris vuelve a casa y extrañamente no hay nadie. Carl y Willy tienen la tarde libre. Al rato llegas

a Saron y cuando Chris le regaña por haber dejado solo a Reagan, Saron le contesta que dejó allí a

Burke para acercarse un momento a la farmacia por unas medicinas para Reagan, que no pensaba que se

fuera a marchar, que solo ha estado fuera 20 minutos. Chris piensa que no se puede esperar otra cosa de

Burke. Pasan la velada viendo la televisión en el despacho. Antes de medianoche, llaman por

teléfono. Es el ayudante de dirección con una muy mala noticia. Burke ha muerto. Se le dio

emborrachar y tropezó y se cayó por las escaleras empinadas que hay junto a la casa. Se rompió el

cuello. Chris se echa a llorar y no para en un buen rato desconsolada. Y al fin hablan durante horas y

recuerdan a Burke Dennings. Chris a ratos ríe, a ratos llora. Poco después de las cinco de la mañana,

Chris espera pensativa que Saron vuelva con hielo de la cocina. Cuando levanta la vista y se queda

petrificado. Deslizándose como una araña con rapidez muy cerca detrás de Saron, con el cuerpo

arqueado hacia atrás y la cabeza casi tocando en los pies. Estaba a Reagan, que se acaba y metía la

lengua de la boca mientras se abra igual que una serpiente. No ha pasado un mes desde que Chris

escuchó los golpes por primera vez. El doctor Klein y un neuropsiquiatra están examinando a la

niña. Reagan se deja hacer. Da vueltas sobre sí misma, se tira del pelo, pone mueca si se aprieta

las manos contra los oídos como para bloquear un ruido repentino y ensordecedor. Vocifera

obscenidades, ahuya de dolor. Finalmente se arroja boca abajo sobre la cama con las piernas dobladas

bajo el estómago, gemiendo de forma incoherente. Le tienen que administrar un tranquilizante muy

fuerte y en una dosis muy alta. Reagan se calma, luego somnolienta, mira a los médicos con un

repentino desconcierto. ¿Dónde está mamá? Quiero que venga mamá. Quiero que venga mamá. Mamá.

Chris corrió a la cama y la abrazó, la besó, la calmó y la consoló. Luego Chris también

rompió a llorar. Me están haciendo daño mamí. Dile que dejé de hacerme daño. ¿Lo harás verdad?

El psiquiatra le dice que van a probar algo, un juego, va a intentar hipnotizarla. Saca una cadena

con una bolita y cuando la habitación está oscura comienza a balancear la bolita hacia atrás y

hacia adelante con un movimiento relajado mientras ilumina a Reagan con una linterna de bolsillo.

Comienza preguntándole su edad y si hay alguien dentro de ella. Reagan contesta que a veces y que

no sabe si es el capitán Jaudy. Entonces el psiquiatra se dirige a la persona que está dentro de Reagan.

Le dice que también está hipnotizado y debe responder a todas sus preguntas. Silencio.

Entonces ocurre algo extraño. De pronto el aliento de Reagan se vuelve fétido,

denso como una corriente. Las facciones de la niña se contraen en una horrible máscara. Los labios

se le estiran en direcciones opuestas. La lengua, tu me facta, le cuelga de la boca como la de un lobo.

Es usted la persona que está dentro de Reagan. ¿Quién es usted?

Así se llama usted. Es un hombre. ¿De dónde viene?

¿Es usted alguien que Reagan haya conocido antes?

¿Es usted una persona que ella ha inventado?

¿Es usted real?

Parte de Reagan.

¿A usted le gusta ella?

¿Le disgusta?

La odia.

¿Usted la culpa por el divorcio de los padres?

Está castigando a Reagan.

¿Quiere hacerle daño?

¿Matarla?

Si ella muriera, moriría a usted también.

No. La respuesta parece turbarlo y baja la vista, pensativo. Los muelles de la cama crujen

cuando cambia de postura. En aquella quietud asixiante, la respiración de Reagan parece salir

de unos pulmones pútridos. El psiquiatra levanta de nuevo la vista y la clava en aquella cara

contraída y espantosa y de repente abre la boca sobresaltado por el dolor. Reagan le está

apretando el escroto con una mano tan fuerte como una tenaza de hierro. Chris levanta la mirada y

enciende la luz. Reagan, con la cabeza inclinada hacia atrás, se ríe diabólicamente. Luego,

ahuya como un lobo. Chris se da la vuelta. Aquello parece una pesadilla.

Chris observaba impotente que su hija ponía los ojos en blanco y emitía un penetrante

aullido de terror que emergía de la base de su columna retorcida. Reagan se arqueó y cayó

inconsciente. Alguien los abandonó la habitación. Durante un momento, nadie habla. Tapan a Reagan

con una manta y se van todos al despacho. Entonces, el psiquiatra empieza a hacerle a Chris una serie

interminable de preguntas relacionadas con la historia psicológica de Reagan. Cuando por fin

termina, está desconcertado. Habla de personalidad múltiple, de desdoblamiento de personalidad,

teorías que plantean muchos interrovantes, de esquizofrenia, de histeria, de epilepsia,

de alucinaciones, de patologías que ella misma se ha provocado ante la culpa tras el divorcio.

Y termina pidiendo a Chris que le ingrese en una clínica durante unas semanas para que un equipo

de expertos le realice un examen exhaustivo. Quedaron en que se llevarían a Reagan el día

siguiente. Los médicos se fueron. Chris se traguó el dolor del recuerdo de Dennings,

junto con el recuerdo de la muerte y los gusanos, de vacíos y una soledad indecible y de quietud.

Tinieblas bajo la tierra donde nada se mueve. Nada. Lloró un momento. Demasiado. Demasiado.

Y empezó a hacer las maletas. De pronto, Carl le dice que en la puerta hay una persona que quiere

verla. Es un detective, el teniente kinderman del departamento de homicidios. Es un hombre

regordete, 5 en ton, que jadea como un astmático mientras espera. Está investigando la muerte

de Burke Dennings. Dice que es pura rutina, pero que se están preguntando si se cayó o lo empujaron.

La casa de Chris es el último lugar donde estuvo. El detective es parlanchín y da muchas vueltas a

las cosas, cuenta anécdotas y no parece tener prisa. Al final empieza a preguntar sobre la hora

exacta a la que llegó Burke y la hora a la que se marchó. Pero eso Chris no lo sabe,

porque Burke estaba solo en casa con Reagan y nadie sabe a qué hora se fue. El detective

pide ver a Reagan, pero Chris le dice que eso no es posible. Pregunta qué hizo cada uno en esos

momentos y al final se marcha. Ya en el coche patrulla recuerda su conversación con el forenche y las

terribles lesiones que tenía Burke Dennings. Decidir de nuevo al depósito de cadáveres.

Se detuvo en la capa para 32. Durante un momento kinderman miró hacia abajo. Luego, despacio y

con suavidad, retiró la sabana para descubrir lo que ya había visto y, sin embargo, se resistía a

creer. La cara de Burke Dennings estaba completamente vuelta hacia atrás. El miércoles 11 de mayo

están de vuelta en casa. Meten a Reagan en la cama, ponen un cerrojo en las persianas y quitan

todos los espejos de su dormitorio y del baño. Chris y Sharon han aprendido a administrarle a la

niña suero durante los periodos de coma y una sonda nasogástrica. Han enviado a la casa un juego

de correas de sujección. Chris, pálida y agotada, contempla como Carl las asegura en la cama de Reagan

y le ata a las muñecas. El informe es demoledor. Hablan del síndrome de posesión sonambuliforme

y, por primera vez, ante la negativa de Chris a internar a Reagan, los médicos le han hablado de

Antes se creía que talentidad posesora era siempre el demonio. Sin embargo, en casos relativamente

modernos, generalmente es el espíritu de algún muerto, a menudo a alguien a quien el enfermo ha

conocido o visto y del que puede inconscientemente imitar la voz, la forma de hablar y, a veces,

incluso sus facciones. Chris encuentra de repente un objeto que estaba debajo de la almohada de

Reagan. Es un crucifijo. Pero pregunta quién lo ha colocado allí, pero todos niegan a verlo hecho.

Por un momento, Chris pierde los nervios y grita, pero luego se tranquiliza y les pide perdón a todos.

Los médicos han hablado mucho de autosugestión, preguntando si Reagan ha oído hablar de la

posesión, de modo que su subconsciente reproduce el síndrome. Chris recuerda el libro que le llevó

Mary Joe Perrin. Willy le cuenta que lo encontró debajo de la cama de Reagan un día que estaba

pasando la aspiradora. Pero a Chris no le da tiempo a pensar porque suena el timbre de la puerta,

es el detective Kindermann. Esta vez le cuenta a Chris cómo fue encontrado el cuerpo de Burk y

le pregunta si pudo caerse por la ventana de la habitación de su hija. Chris está conmocionada.

Parece comprender algo terrible. Baja la cabeza. El detective pide a Chris que le pregunté a su

hija y luego interroga a Carl y al final se va. Chris se prepara un vodka y se lo empieza a tomar

despacio. Pero no hay tregua porque inmediatamente oí un ruido en la habitación de Reagan.

Eran golpes secos y rápidos que reverberaban como una pesadilla imponentes como un martillo que

golpeara sobre una tumba. Reagan gritando atormentada aterrada implorando.

¡No! ¡No lo hagas! ¡No, por favor! ¡No! ¡No, no lo hagas! ¡No, por favor!

Chris se precipita por el pasillo y entra violentamente en el dormitorio. Se queda

rígida, paralizada por el shock. Carl ya sin consciente en el suelo y Reagan está con las

piernas en alto y abiertas completamente sobre la cama, que se agita con violencia. Tiene agarrado

el crucifijo con fuerza, con los nudillos en carne viva. El crucifijo de Marfil apunta a su vagina.

Reagan lo mira aterrorizada con ojos desorbitados y la cara ensangrentada porque se ha arrancado

la sondana sogástrica. Las manos bajan el crucifijo mientras ella parece intentar alejarlo.

¡Varás lo que yo te diga o hará lo que yo te diga! El ruido amenazador y aquellas palabras

provienen de Reagan con una voz áspera y gutural que resuma veneno. En un instante,

sus facciones se transmútan horriblemente en las de una personalidad demoníaca. Rostros y

voces intercambian velozmente mientras Chris observa atónita. ¡No! ¡Lo harás! ¡Por favor!

¡Lo harás puta o te mataré! ¡Por favor! ¡Sí, vas a dejar que Jesús te falle! ¡Te falle!

Reagan tiene los ojos desmesuradamente abiertos y luego de pronto la cara diabólica se apodera

de ella y la inunda. La habitación se llena de un edor insoportable y un frío helado se

filtra por las paredes, al tiempo que con una furia victoriosa se introduce el crucifijo en la

vagina y empieza a masturbarse con ferociudad. ¡Ahora eres mía! ¡Eres mía! ¡Guarras creosa! ¡Puta!

Chris se queda clavada en el sitio horrorizada y paralizada y de repente corre hasta la cama,

agarra el crucifijo sin pensar, regan la fulmina con la mirada llena de cólera,

con las facciones infernalmente contraídas, alarga una mano, coge a Chris por los pelos y

un tirón le presiona la cabeza con fuerza contra su vagina, embadurnándola de sangre

mientras mueve la pelvis frenéticamente. Luego le asesta un golpe en el pecho que la lanza a la

otra punta de la habitación, acompañada por las carcajadas estridentes y diabólicas de Reagan.

Luego se encogió temblando, acometida por un increíble terror pues le había parecido ver

confusamente como a través de una neblina que la cabeza de su hija giraba lentamente en redondo

sin que se moviera el torso en una rotación monstruosa inexorable hasta que al fin pareció

quedar mirando hacia atrás. ¿Sabes lo que ha hecho la puta de tu hija?

A Chris le han hablado de un jesuita psiquiatra, el padre Damien Carras. Va vestido con pantalones,

color khaki, jersey azul. No parece un cura. Carras acaba de perder a su madre y arrastra la

culpa de no haberla cuidado, de no haber hecho lo suficiente. Es un hombre muy inteligente y muy

preparado, muy culto, pero tiene algunos problemas de fe. Está cansado. Chris empieza a preguntarle

qué pasaría si él supiera que alguien ha cometido un asesinato si lo delataría. Luego hablan de exorcismo.

Mire, señorita McNeil. Muchos católicos ya no creen en el demonio y con respecto a la posesión.

Desde que entré en la compañía de Jesús no hay conocido a un solo sacerdote que realizar

un exorcismo en toda su vida, ni uno. Chris se lleva una mano temblorosa a las gafas oscuras.

Le dice que cree que alguien muy querido para ella quizá esté poseída por el demonio y

necesita un exorcismo. Le pregunta si lo haría él. El padre Carras trata de encontrar en su mente

una respuesta, pero siente una conmoción instantánea y punzante al ver la súplica desesperada en aquellos

ojos cansados. Le contesta que eso podría empeorar las cosas porque el ritual del exorcismo es muy

peligroso y su gestivo podría contribuir a fortalecerla incluso. Y le dice que la iglesia,

antes de aprobar un exorcismo, realiza una investigación para ver si puede garantizarlo

y eso requiere tiempo. Chris solo le pide que vaya a verla. Ella abrió la puerta.

Carras oye un gran alboroto en la planta de arriba, una voz profunda y atronadora vomita

obstenidades, amenaza con furia, con odio, con frustración. Carras dirige a Chris una rápida

mirada. Llegan al dormitorio de Reagan. Al tocar el tirador, los ruidos de dentro cesan bruscamente.

En el silencio, Carras vacila. Luego entra en la habitación con lentitud y casi retrocede ante

el punzante Dora excrementomooso. Sus ojos quedan prendidos atónitos en aquella cosa que es Reagan,

en la criatura que ella hace de espaldas en la cama, con la cabeza sobre la almohada mientras

sus ojos, desmesuradamente abiertos en las cuencas hundidas, reflejan un brillo malicioso de locura.

Coge la silla y la lleva al lado de la cama. Hola, Reagan. Soy un amigo de tu madre. Me ha dicho

que no te encontrabas muy bien. ¿Crees que me podrías decir lo que te pasa? Me gustaría ayudarte.

Los ojos de la niña brillaron ferozmente sin parpadear y una saliva amarillenta le corrió

por la comisura de la boca hasta el mentón. Los labios se le pusieron rígidos y esbozaron una

moeca en su boca arqueada. Bueno, bueno, bueno, de modo que eres tú, te han mandado a ti. Bueno,

no tenemos que temer nada de ti en absoluto. Reagan le pide que afloje las correas porque son

una molestia infernal y sus ojos brillan astutos y con cierta diversión disimulada. Y allí empieza

una conversación extraña en la que ese ser le dice a Carras que es el demonio y Carras se

empeña en que caiga en contradicciones que le demuestre su poder soltándose las correas,

por ejemplo. Carras le pide que le deje ver a Reagan. Ese ser tiene arranques de cólera y luego

parece divertirse. En un momento muestra a Reagan. Carras se tiene que echar hacia atrás con brusquedad,

espantado al contemplar aquellos ojos llenos de terror, al ver aquella boca que se abre desmesuradamente

en una silenciosa petición de ayuda. Pero de inmediato la entidad Reagan se esfuma y retorna

a la personalidad diabólica. A propósito, tu madre está aquí con nosotros, Carras. ¿Quieres

dejarle un mensaje? Me ocuparé de que lo reciba. Carras se queda pálido y tiene que salir de la

habitación. Se va al baño. Chris le pregunta enseguida si cree que está poseída y Carras

contesta que no lo sabe. Se tiene que marchar. En la residencia de los jesuitas se dedica a estudiar

obsesivamente los temas de posesión. Sería el ritual del exorcismo la única esperanza de Reagan.

Debi abrir él aquella caja de sufrimientos. Decide llevar un vial de agua bendita, pero llena de

agua del grifo para ver hasta qué punto todo es una sugestión. Y vuelve a casa de Reagan. Pide

una grabadora a Chris y sube a la habitación. El edor es más penetrante aún que el día anterior.

Mientras se acerca, la cosa lo va observando con ojos burlones, llenos de astucia, llenos de

odio, llenos de poder. El sacerdote escucha el ruido de la diarrea al caer en las bragas de

plástico. Empiezan a hablar retándose hasta que Carras vuelve repentinamente en la cabeza al oír

un golpe estuandoso. Un cajón de la cómoda se ha abierto y deslizado hacia afuera en toda su

longitud. Carras siente un pánico creciente al oír que de pronto se cierra a son de un golpe.

Oye risas, mirá a Reagan. Carl entra un momento y entonces Reagan adopta la voz de Burg Denins y

empieza a llamarle nazi. Carras saca la grabadora y el ser se convierte en un demonio más agresivo y

luego habla en alemán, en latín, en francés y en un extraño idioma que Carras no es capaz de reconocer.

Carras pide hablar con el ser con el que estaba hablando antes.

Carras siente que la ira va ganando terreno pero consigue mantener la calma, respira profundamente,

se pone de pie y se saca del bolsillo de la camisa al vial con el agua. Comienza a salpicar a Reagan

con su contenido mientras le dice que es agua bendita y el demonio se encoge, se retuerce,

rugiendo de terror y sufrimiento. La habitación queda en silencio. La personalidad diabólica

se va por ahí en su lugar, aparecen unas facciones diferentes, los ojos en blanco. Carras se va aquel

día pensando que tiene que presentarle el caso al obispo. La noche siguiente recibe una llamada

de madrugada, es Saron que le pide que vaya con urgencia. Cuando llega Saron le pide que suba pero

que no despierte a Cris que al fin ha conseguido dormirse. Carras sube tras ella de puntillas por

la escalera hacia el dormitorio de Reagan. La habitación está congelada, Saron se acerca la

cama en silencio, desabrocha suavemente la parte de arriba del pijama de Reagan. Algo le pasa en la piel.

De pronto la piel de gallina en los brazos de Carras no se debía al frío de la habitación,

sino algo que estaba viendo en el pecho de la niña. Como en bajo relieve surgían las letras con nitidez

sobre la piel roja como la sangre hasta concretarse en una palabra, ayúdame. Aquella mañana a las 9

Demien Carras pide permiso al rector de la universidad de Georgetown para practicar un exorcismo.

Y lo obtiene. Inmediatamente después se dirige al obispo de la diócesis. Cuando se va a Carras

el obispo llama al rector de la universidad. Deciden que Carras actúe como ayudante porque,

en todo caso, un psiquiatra debe estar presente. Y deciden proponer Alán Kester Merrin que

sea el exorcista. Merrin ya tuvo una experiencia hace 12 años en África. Supuestamente,

el exorcismo duró varios meses y casi acaba con él. Aquella tarde de silencio se espera.

Un joven seminarista caminaba por los terrenos del seminario de Gusto K. Merilan.

Iba en busca de un viejo jesuita canoso y erguido. Lo encontró en un sendero paseando por un bosquecillo.

Le entregó un telegrama. El anciano se lo agradeció con una mirada serena, amable. Luego se dio la

vuelta y se entregó de nuevo a la contemplación de la naturaleza que tanto amaba mientras caminaba.

No abrió ni leyó el telegrama. Sabía lo que decía. Lo había leído en el polvo de los templos

de Ninibé y estaba preparado. Cuando pocos días después suena el timbre de la puerta en casa de

Reagan, Chris mira por la ventana y ve a un anciano alto con un impermeable raído, la cabeza

pacientemente inclinada bajo la lluvia. Lleva en la mano una maleta muy vieja y maltrecha. Cuando abre

la puerta, el hombre con voz amable, refinada, pletórica, desde las sombras pregunta por ella.

Chris le indica que pase y se encuentra mirando aquellos ojos abrumadores que brillan inteligentes

y con una bondadosa comprensión. La serenidad en mano de ellos. Es el padre Merlin. Enseguida le hace pasar.

Al volverse, vio que el sacerdote tenía la cabeza inclinada hacia un lado y que miraba hacia arriba

como si escuchara o más bien como si sintiera alguna presencia invisible. Alguna vibración distante,

conocida y familiar. Lo primero que dice es que antes de nada le gustaría ver a Reagan. De repente,

Chris retrocede al oír un ruido que viene de la planta alta. Es la voz del demonio gruñendo.

Luego, un puñetazo tremendo y escalofriante ha se estado contra una pared del dormitorio.

Carras se acerca a Chris y juntos observan desde abajo mientras Merlin entra en el dormitorio

de Reagan y cierra la puerta detrás de sí. Silencio. Esta vez vas a perder.

El demonio lanza una carcajada y Merlin sale. Saluda a Carras y dice que deberían empezar

cuanto antes. Chris le acompaña a la que va a ser su habitación y nada más que darse solo Merlin

saca una cajita del bolsillo y se pone bajo la lengua una píldora de nitroglicerina para el corazón.

Chris miró hacia arriba y lo yo también. El silencio, el repentino cese del rugido demoniaco,

pero también algo más. Algo que crecía. La casa. Había algo en la casa. Una tensión. Pero ese

algo iba haciéndose cada vez más denso. Un latido. Como un cúmulo de energías que aumentaba lentamente.

Merlin le dice a Carras que es esencial evitar cualquier conversación con el demonio. Preguntar

solo aquello que sea importante. No prestar atención a nada de lo que diga el demonio.

Arriba, junto a la puerta del dormitorio, Shannon y Chris esperan tensas. Merlin pregunta el segundo

nombre de la niña y Chris le dice que es Teresa. Merlin contesta que es un hombre muy bonito. Una

quietud exficiente pesaba sobre el dormitorio. La continuación regan sacó la lengua en el ruzca

como la de un lobo y se lamió los labios agrietados e hinchados. El anciano sacerdote levantó una

mano y hizo la señal de la cruz sobre la cama. Luego repitió el gesto por toda la habitación.

Sería la vuelta y quitó el corcho del frasco de agua bendita. Merlin empezó a salpicarlo.

El demonio levantó violentamente la cabeza. La boca y los músculos del cuello le temblaban

con furia. El demonio empieza a decir obscenidades y blasfemias hasta que Merlin le ordena silencio.

Las palabras saltan como dardos. Carras está maravillado ante la firmeza de Merlin que mira

arregan de una manera fija y dominante. El demonio se calla, le devuelve la mirada,

pero ahora los ojos son vacilantes. Merlin comienza a rezar el padre nuestro.

Regan escupe y le da a Merlin en la cara. El escupitajo amarillento resbala lentamente por

su mejilla. Merlin reza sin inmutarse hasta el final la oración. Regan tiende los ojos

vuelto hacia atrás de manera que sólo se ve el blanco. Carras se queda petrificado al ver

que la cabecera de la cama se levanta del suelo. Merlin toma el libro del ritual de exorcismo

y bezáler. Carras lee las respuestas a cada plegaria. De la boca de Regan, abierta y tirante en forma

de o, sale un berrido estremecedor que se hace más fuerte, desgarrador. Merlin termina una larga

oración. El berrido cesó. Un silencio sonoro. Luego un espeso vómito pútrido y verdoso empezó

a manar de la boca de Regan en lentos irregulares borbotones que fluían como lava iban cayendo

en la mano de Merlin pero él no la retiró. Yo te expulso espíritu y mundo junto con todos los

poderes satánicos del enemigo, todos los espectros del infierno, todos tus salvajes

compañeros, es Cristo quien te los dena. El poderoso conjuro de Merlin sacude los límites de la

conciencia de Carras. Cada vez hace más frío en la habitación, un golpe seco sacude la habitación,

luego otro haciendo temblar las paredes, el suelo, el techo, como los latidos de un corazón gigantesco

y enfermo. El pulso de Regan es alarmante. Merlin sigue con el rito, impasible mientras Regan habla

con la voz de Denins, de la madre de Carras, grita que la culpa de todo la tiene la puta de la madre

con su carrera antes que nada y luego dice que la cerda mató a Burg. Le administra en un calmante

y cuando Regan se serena salen al vestíbulo y se apoyan cansados contra la pared. Tras un

instante de silencio Carras vuelve a entrar para tomarle el pulso a Regan.

Todavía tiene la muñeca de Regan apretada entre sus dedos. Merlin entra de nuevo en la

habitación. Carras dice que va a llamar a un cardiólogo. Merlin asiente. El médico le dice

que la niña tiene que dormir, que no se puede hacer nada. Carras vuelve al dormitorio. Merlin

permanece allí, sigue con el ritual sin descanso. Regan no se duerme, ni al alba, ni al mediodía.

Ni a la nochecer. Ni el domingo, cuando el pulso alcanza los 140 latidos y su vida pende de unirlo.

Los ataques se suceden sin descanso mientras Carras y Merlin repiten una y otra vez el ritual sin

dormir. A las siete de la tarde de aquel domingo Merlin le dice a Carras que se vaya a descansar.

Y Carras se va a su residencia, aunque no es capaz de descansar. Vuelve y antes de subir se prepara

un café, se dirige a la escalera. Entonces, oye como el demonio le grita enajenado a Merlin.

¡Humieras perdido! ¡Humieras perdido y lo sabías! ¡Tú, Escoria! ¡Merlin! ¡Hasta tarde! ¡Vuelve! ¡Vuelve!

Merlin ya hace boca abajo, junto a la cama, descoyuntado. Carras se arrodilla, le da la vuelta. Está muerta.

Carras retrocede y respira profundamente. Coge las manos de Merlin y las pone en forma de cruz.

Ahora ponle la polla en las manos. Los últimos ritos.

Al oír las palabras del demonio, Carras empieza a temblar dominado por una furia incontenible,

un escupitajo pútrido se estrella en un ojo del muerto mientras el demonio se ríe salvajemente.

Estremecido, Carras contempla el salivazo con los ojos desorbitados. No puede oír más que un

rugido en su sangre. Lentamente levanta la cara temblando de manera violenta en un paroxismo de

odio y furia. ¡Hilijo de perra! ¡Sí, se te dan muy bien los niños! ¡Las niñas pequeñas! ¡Venga,

vamos! ¡Inténtalo con algo más grande! ¡Vamos! Las manos extendidas como grandes ganchos canusos

lo invitaban con ademanes lentos. ¡Vamos! ¡Vamos, perdedor! ¡Inténtalo conmigo! ¡Abandona

la niña y tómame a mí! ¡Tómame a mí! ¡Entra! ¡Entra en mí! Apenas un minuto después,

Cris y Saron oyen los ruidos procedentes de arriba. Ambas mujeres levantan la mirada

hacia el techo, tropezones, golpes sordos contra los muebles, paredes. Luego, una voz que parecerá

del demonio, que se alterna con la de Carras, pero más fuerte, más profunda. ¡No! ¡No

permitiré que le hagas daño! ¡No vas a hacerles ningún mal! ¡Vas a venir conmigo! Oye un ruido

violento como de algo que se hace añicos, la rotura de un vidrio. Salen corriendo del despacho

y suben precipitadamente las escaleras hasta la habitación de Reagan en la que irrumpen

violentamente. La persiana de la ventana está en el suelo, la han arrancado de sus soportes,

el cristal está hecho pedazos. Cris ve a Merrin en el suelo junto a la cama, la impresión

la paraliza. Saron lanza un grito de horror desde la ventana, grita que es el padre Carras.

Cris corre la ventana, mira hacia abajo y siente como si el corazón le dejara de latir. Al

pie de la escalinata que da la concurrida K&M, y hace Carras, tumbado en medio de una muchedumbre

que se va congregando. ¿Mamá? La llamaba una vocesita lánguida y llorosa. Cris contuvo

el aliento. No se atrevía a creerlo. ¿Qué pasa mamá? ¡Por favor! ¡Por favor ven! ¡Mamá,

por favor! ¡Tengo miedo! Cris se da la vuelta rápidamente y ve en el rostro de su hija lágrimas

de confusión, una mirada suplicante. De pronto se precipita hacia la cama llorando y la abraza.

Saron ha salido corriendo hacia la residencia de los jesuitas. Vuelve con el padre Dyer que

se abre paso entre los curiosos. Carras ya hace contorsionado como una marioneta de

bruces con la cabeza en el centro de un charco de sangre cada vez más amplio. Parece mirar

a lo lejos con la boca abierta y la mandíbula dislocada. Sus ojos dan la impresión de brillar

con julio, una súplica, algo urgente. Dyer se arrodilla y pone una mano suave y tierna

como una caricia sobre la cara amagullada y herida. Le pregunta si puede hablar.

Lentamente Carras estiró una mano hacia la muñeca de Dyer. Lo miró fijamente. La agarró.

Le dio un breve apretón. Dyer luchaba por contener las lágrimas. Se inclinó aún más

hasta acercar la boca junto al oído de Carras. Le pregunta si quiere confesarse.

Un apretón. Si se arrepiente de los pecados de su vida y de haber ofendido a Dios Padre

Todo Poderoso. Un apretón. Dyer traza lentamente la señal de la cruz sobre Carras, recita las

palabras de la absolución. Unas lágrimas gruesas ruedan por las comisuras de los ojos de Carras.

Dyer siente que le aprieta con fuerza a la muñeca mientras el termina la fórmula de la absolución.

Vuelve a inclinarse hasta poner de nuevo la boca junto a la oreja de Carras. Se detiene de

pronto al sentir que la presión sobre su muñeca se afloja bruscamente.

Irguió de nuevo el gusto y vio aquellos ojos llenos de paz y de algo más. Algo misteriosamente

parecido a la alegría ante el fin de una añoranza del corazón. Los ojos seguían abiertos. Pero ya

no miraban nada de este mundo, no aquí. El sol de finales de junio se filtra por la ventana del

dormitorio de Cris. Cierra la maleta y se dirige a la puerta. Han pasado seis semanas desde la muerte

de los dos sacerdotes, desde que Kindermann cerrará el caso. No hay respuestas, solo especulaciones

inquietantes y pesadillas que hacen que se despierte llorando. Dyer ha vuelto a la casa una

y otra vez durante la convalecencia de Regan para hablar con Cris y una y otra vez ha preguntado

si Regan puede recordar lo que ocurrió en el dormitorio aquella noche. Pero la respuesta ha sido

siempre que no. Cris se asoma el dormitorio de Regan, ve a su hija abrazada a dos animales de

peluche mientras mira con un descontento infantil la maleta ya lista y abierta sobre su cama. Regan

está algo pálida, un poco de macrada con algo de hojeras. Suena el timbre de la puerta,

es el padre de Dyer que va a despedirse, van a la cocina a tomar un café, luego Cris sube a

por Regan. Dyer piensa en lo que pasó, en los gritos que se habían oído desde abajo antes de la

muerte de Carras. Hay algo allí pero no sabe qué es, caminaste al vestíbulo, ve cómo Carl

mete el equipaje en el coche, se vuelve al oír ruido de pasos en la escalera. Cris y Regan

de la mano se acercan a él. Dyer miro a Regan que fruncía el ceño como si de pronto hubiese

recordado una preocupación olvidada, impulsivamente alargó los brazos hacia él, él se inclinó y

ella le dio un beso. Después se quedó un momento inmóvil mirándolo de forma extraña pero no a él

sino su alzacuello. Y así les hemos contado el exorcista de William Peter Blatty. Hemos

seguido la edición de Ediciones B, con traducción de Raquel Albornoz. Gracias por estar ahí y gracias

por leer. Un libro, una hora, en la cadena serma. Un programa escrito y dirigido por Antonio

Martínez Asensio, con las voces de Eugenio Barona, Laura Carrero del Tío y Pablo Martínez Gugel,

con la colaboración especial de Raúl Pérez y la participación de Olga Hernán Gómez,

diseño sonoro de Mariano Revilla, edición y montaje de sonido de Pablo Arevalo y en las redes

Laura Martínez Pérez. Suscríbete a un libro, una hora. Todos los episodios y contenidos

adicionales en la app de cadena ser y en nuestros canales de Apple Podcast, Spotify,

iBox, Google Podcast y YouTube. Escúchanos en directo en las ser los domingos a las 5 de la mañana.

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William Peter Blatty nació en Nueva York en 1928 y murió en Maryland, en 2017. Fue un escritor y director de cine estadounidense, autor de la novela 'El exorcista' (1971) y del posterior guion cinematográfico, ganador de un Oscar en 1973.