Un Libro Una Hora: 'Beatus Ille', una maravillosa novela sobre la huida y la memoria

Cadena SER Cadena SER 4/30/23 - Episode Page - 1h 0m - PDF Transcript

Un Libro Una Hora, dirigido por Antonio Martínez Asensio.

Bienvenidos a Un Libro Una Hora, feliz día del libro.

Hoy, desde el Teatro Lara de Madrid, vamos a contarles Beatus Ile, de Antonio Muñoz Molina.

Y lo vamos a hacer acompañados por el autor, que ha tenido la generosidad de aceptar nuestra invitación

y de interpretar un papel incluso, de leer algunos fragmentos de la novela.

Cuando terminemos de contarles esta maravillosa novela, nos vamos a quedar unos 15 minutos,

Antonio Muñoz Molina y yo, para hablar de Beatus Ile y desvelar algunos de sus secretos.

Y también nos acompaña Pedro Casablan, Inigo Álvarez de Lara y Eugenio Barona.

Antonio Muñoz Molina nació en Hube da Jaén en 1956, en mi opinión es actualmente uno

de los autores más importantes de la literatura española, es autor de obras esenciales como

El Inverno en Lisboa, El Ginete Polaco, Plenilunio, Ventanas de Manhattan, Sepharat o como la

sombra que se va por citar solo mis favoritas.

Ha recibido, entre otros, el premio Príncipe de Asturias de las Letras y es desde 1995,

miembro de la Real Academia Española.

Beatus Ile se publicó en 1986 y fue la primera novela de Antonio Muñoz Molina, algo que leyéndola

ahora parece increíble por la madurez, por la complejidad que tiene su estructura.

Es una novela hermosa que nos habla de la propia literatura, de la memoria, de la búsqueda

de la verdad y de cómo construimos nuestros recuerdos y nuestro pasado.

Vamos allá.

Ha cerrado muy despacio la puerta y ha salido con el sigilo de quien a media noche deja

un enfermo que acaba de dormirse.

He escuchado sus pasos lentos por el pasillo, temiendo o deseando que regresara en el último

instante para dejar la maleta al pie de la cama y sentarse en ella con un gesto de rendición

o fatiga, como si ya volviera del viaje que nunca hasta esta noche ha podido emprender.

Al cerrarse la puerta la habitación ha quedado en sombras.

En la ventana hay una noche azul oscura y por sus postigos abiertos viene un aire de noche

próxima al verano y cruzada desde muy lejos por las sirenas de los expresos que avanzan

bajo la luna por el valle líbido del Guadalquivir y suben las laderas de Mágina, camino de

la estación donde Minaya está esperando a Inés o más bien deseando que surja en una

esquina del Andén.

Bien buscado en la sombra y en el calor de mi cuerpo bajo las hábanas, puedo imaginar

o contar lo que ha sucedido y aún dirigir sus pasos, los de Inés y los suyos, camino

del encuentro y del reconocimiento en el Andén vacío, como si en este instante los

inventara y dibujara su presencia, su deseo y su culpa.

Minaya ha aparecido una tarde en la casa de su tío Manuel en Mágina, viene de Madrid,

huyendo de la represión policial y de una posible detención después de participar en

las revueltas. Estuvo en aquella casa cuando tenía seis años, entonces vivía con sus

padres en Mágina. Advertía la hostilidad de su madre hacia aquella casa, pero una vez,

cuando acompañaba a su padre a una visita, él le dijo que ahí vivía su primo Manuel.

Desde entonces, la casa y su mitológico habitante cobraron para él el tamaño heroico de las

aventuras del cine.

Después de que un camión de mudanzas cargara todas las cosas de la familia, Minaya, su

padre y su madre fueron a despedirse de Manuel antes de irse a Madrid.

Algunos días después del entierro de sus padres, que le dejaron al morir algunos retratos

de familia y un raro instinto para percibir la cercanía del fracaso, Minaya recibió

una carta de pésame de su tío Manuel, escrita con la misma letra y muy inclinada y picuda

que cuatro años más tarde reconocería en su breve invitación a que pasara en Mágina

unas semanas de febrero, ofreciéndole su casa y su biblioteca y toda la ayuda que él pudiera

prestarle en su investigación sobre la vida y la obra de Jacinto Solana.

Ese poeta casi inédito de la generación de la República sobre el que Minaya estaba

escribiendo su tesis doctoral.

En realidad la tesis sobre Jacinto Solana es una excusa, un pretexto para salir de Madrid.

De Solana le ha hablado otro estudiante en la cafetería de la facultad.

Minaya ha recordado entonces que su padre le había hablado del extravió de Manuel y

del letargo en que pareció detenerse su vida desde el día en que una bala perdida mató

a la mujer con la que acababa de casarse y recordaba las ideas políticas de Manuel y

el influjo que había ejercido sobre ellas, aquel Jacinto Solana que se ganaba la vida

en los periódicos izquierdistas de Madrid y que una vez habló en un meeting del Frente

Popular en la Plaza de Toros de Májina que fue condenado a muerte después de la guerra

y luego indultado y salió de la cárcel para morir en un tiroteo con la Guardia Civil.

Minaya sin atreverse a usar los llamadores dos manos doradas de bronce busca en el abrigo

la carta de su tío como si se tratara de un salvoconducto.

Dijo Inés que lo vio parado entre las acacias sin decidirse aún examinando la casa, los

balcones, las molduras de escaló la blanca como para dar tiempo a su memoria a que los

reconociera, quieto y solo tras el brocal de la fuente sin defenderse de la lluvina

que le mojaba el pelo y el abrigo, indiferente a ella.

Dan las seis de la tarde, Minaya no se ha atrevido a sentarse como si aún no estuviera

seguro de que lo vayan a aceptar en la casa. Es entonces cuando ve las dos primeras imágenes

de Mariana. Primero un dibujo enmarcado entre dos estantes de la biblioteca firmado por

un talo Orlando en mayo de 1937. El rostro en escorzo casi de perfil de una muchacha

con el pelo corto y caído sobre los pómulos, la nariz afilada, la barbilla breve, los ojos

muy abiertos y una leve sonrisa. Sobre la repisa de la chimenea en una foto, la misma

muchacha camina entre dos hombres por una calle de Madrid. Parece burlarse del fotógrafo

con una gran sonrisa. El hombre que camina a su izquierda sostiene un cigarrillo y mira

al espectador con aire de ironía o recelo. En el de la derecha, el de la derecha es Manuel,

sorprendido por el disparo del fotógrafo cuando se vuelve hacia Mariana que inesperadamente

se ha tomado de su brazo, atenta solo a la pupila de la cámara. De hecho Mariana mira

al espectador desde cualquier punto que se contemple la fotografía.

Este hombre, el de la izquierda, es Jacinto Solana.

Minaya se vuelve para darse cuenta de que está ante un desconocido. Su tío Manuel

es mucho menos alto que en los recuerdos y no tan corpulento como en la fotografía.

Tiene el pelo blanco y la estatura desarbolada, no por la vejez, sino por el largo abandono

y la costumbre de la enfermedad, una dolencia cardíaca que le ha quedado de sus heridas

de guerra. Haber sobrevivido a su mujer y a Jacinto Solana durante tantos años, le parece

una deslealtad. En el dormitorio que compartió con Mariana, una sola noche guarda su vestido

de novia y los tabatos blancos y el ramo de flores artificiales que ella llevó en la

mano el día de la boda. Ha distribuido las fotografías de Mariana y de Jacinto Solana

por la casa según un orden privado que le permite convertir su paso por las habitaciones

en una reiterada conmemoración. Manuel abraza a Minaya y luego, apoyando las dos manos en

sus hombros, retrocede para mirarlo. La última vez que te vi, casi no me llegabas a la cintura.

¿Te acordabas de la casa? Me acordaba del patio y de los azulejos y de ese reloj que

entonces me daba miedo, pero creía que te dobra mucho más grande.

Minaya no le habla del miedo que ha pasado ni de la cárcel ni de los grises, pero sí

del poema invitación que alguien le mostró en el bar de la facultad. Lo recita despacio,

sin mirar a Manuel, asiéndose a la única parte de indudable verdad que sostiene su

impostura. Cuando Minaya termina de decirlo, ninguno de los dos habla. Más tarde, suben

al piso de arriba para que Minaya pueda ver su dormitorio. Manuel abre la puerta de una

habitación en la que solo hay una cama de hierro y una mesa situada frente a un espejo.

Ahí tienes la ventana y el espejo de los que se habla en ese poema. Fue aquí donde se escribió.

Cuando bajan, se oye el sonido de un piano tocando una habanera. La que toca es doña Elvira,

la madre de Manuel. Inés entra para servirles unas copas de Jerez y oye que hablan de Jacinto Solana.

Se queda quieta, muy atenta, en una zona de penumbra.

Sería inexacto decir que fue mi mejor amigo, como te contaba tu padre. No fue el mejor,

sino el único amigo que yo he tenido en mi vida. Y también mi maestro y mi hermano mayor,

el que me guiaba por Madrid y me descubría los libros que era preciso leer y me llevaba a ver

las películas mejores porque era muy aficionado al cine y había estado en París con Buñuel

cuando se estrenó la Edad de Oro. Jacinto Solana escribía guiones para Buñuel y frases publicitarias

y cosas cortas en los periódicos, críticas de cine, versos en octubre, algún cuento. Manuel y

Solana pensaban irse a Madrid a vivir en la Bohemia y alcanzar la gloria, pero el padre de Manuel

murió, así que él tuvo que volver a Mágina para ayudar a su madre. Después a Manuel le faltó

voluntad para irse de allí como había hecho Solana, que volvía de vez en cuando y contaba

a Manuel cosas de Madrid. En mayo del 37, cuando fue a Mágina para la boda de Manuel y Mariana,

Solana estaba en la redacción de un periódico y pertenecía a la Alianza de Intellectuales. Acababan

de nombrarlo comisario de Cultura en una brigada de choque, pero de pronto se alistó como soldado

raso en el ejército popular y ya no volvió a publicar nada. Le hirieron en el hebro y al

final de la guerra fue detenido en el puerto de Alicante. Pero todo eso ya lo supe diez años

después de que desapareciera, cuando salió de la cárcel y vino a Mágina y a esta casa. Seguía

queriendo escribir un libro, un solo libro memorable decía, para morirse después, porque eso era lo

único que le había importado en su vida, escribir algo que siguiera viviendo cuando él ya estuviera

muerto. Exactamente eso me decía. El libro que quería escribir Jacinto Solana se titulaba

Beatus Ile y decía que iba a ser no sólo la justificación de su vida sino también el arma de

una incierta venganza. Manuel toma de la repisa de la chimenea la foto que les hicieron el mismo día

en que se supo la victoria del frente popular en las elecciones de febrero y se la tiende a Minaya.

Fue Solana quien me presentó a mi mujer, 10 o 15 minutos antes de que nos tomaran esta foto el 17 de

febrero de 1936. Minaya tiene un cuaderno donde apunta las fechas, los lugares y los nombres. Sobre la

tapa, la fecha de su llegada a la ciudad y en la primera página el nombre Jacinto Solana y una

fecha 1904-1947 como una inscripción funeral. Consulta libros y revistas en la biblioteca y

enrojece si Inés entra para preguntarle algo para ofrecerle una taza de té o una copa. Se queda

siempre hasta muy tarde conversando con Utrera, un escultor que vive en la casa, con Manuel o con

Medina, el médico. Mira mucho Inés pero casi nunca a los ojos. Utrera le pregunta a Inés cosas sobre

Minaya con su voz de borracho y se pierde luego en los fondos de la casa sin duda para encerrarse

en el cocherón donde tiene su estudio. En los años que lleva Inés al servicio de Manuel, Utrera no

ha hecho otra cosa que tallar un san Antonio para la iglesia de un pueblo y repetir hasta el astío

una serie de figuras de apariencia románica que vende con regularidad a una tienda de muebles.

Minaya le conoce esa noche cenando. Como es muy posible que Manuel no cine con nosotros, me temo

que deberé presentarme yo mismo. Eugenio Utrera, escultor y huésped indigno de esta casa. Si viene

de advertirle que muy en contra de mi voluntad me hallo a un paso de la jubilación. Usted es el

joven Minaya, me equivoco. Teníamos verdaderos deseos de conocerlo. Su padre fue buen amigo mío,

no se lo dijo nunca. En cierta ocasión estuvimos a punto de organizar entre los dos un negocio de

antigüedades. Utrera habla muy rápido adelantando el cuerpo para estar más cerca de Minaya. Tiene

las manos grandes y romas que parecen de otro hombre y en el anular izquierdo lleva una piedra

verde. En otro tiempo decían que estaba destinado a ser un segundo mariano benyure y no sólo en

Magina, donde había vuelto a tallar para las cofradías de Semana Santa todos los pasos de

procesión que fueron quemados durante la guerra, sino en toda la provincia y en Andalucía. Sus ojos

escrutan a Minaya o persiguen a Inés con devoción de viejo verde y cuando ella se inclinan para

servirle algo o retirar el mantel Utrera, Utrera le mira el escote hirguiéndose un poco. Llegué a

Magina el 5 de julio del 36. Había pasado un mes en Francia y en Italia y antes de volver a Granada,

se me ocurrió visitar a Manuel. Nos habíamos conocido cuando él estudiaba derecho y nos seguimos

escribiendo desde que volvió a Magina al morir su padre. Estuve aquí algo más de una semana y

cuando ya me iba, cuando me estaba despidiendo de Manuel y de su madre, salió a Malia de la cocina

y nos dijo que había oído en la radio que la guarnición de Granada estaba de parte de los

rebeldes. ¿Cómo te vas a ir ahora? me dijo Manuel. Espera un poco a ver si se aclara la situación.

Así que vine a pasar unos días y me he quedado 33 años. Le cuenta a Minaya que nunca podrá pagar

la deuda que tiene con Manuel porque aunque sabía que Utrera era afecto al movimiento, le permitió

vivir en esa casa durante toda la guerra y luego cuando consiguió que le encargaran su primera

talla, le ofreció la cochera para instalar su taller y le cuenta cosas de doña Elvira, la madre de

Manuel. Debía usted haber conocido a doña Elvira cuando yo la conocí. Era una dama, amigo mío, tan

alta como Manuel, tan elegante, una señora. Me parece verla el día en que volvió Manuel del

hospital, convaleciente de aquella herida gravísima y dispuesto a casarse con Mariana, porque como

decía ella, una cosa era que su hijo fuera republicano y hasta un poco socialista y otra

muy distinta haberlo casado con aquella mujer después de abandonar a su novia de toda la vida.

Recuerdo que doña Elvira estaba en pie, en la puerta de la biblioteca, enlutada, y que cuando

Mariana le ofreció su mano, ella se dio media vuelta y se retiró a sus habitaciones sin decir

una sola palabra. Minaya fuma aquella noche tendido en la cama y luego abre el balcón y sigue fumando

con los codos apoyados en la baranda. Oye la puerta de la calle y ve a Inés que cruza bajo las

acacias y se pierde en la boca de sombra de un callejón con el pelo suelto y un andar más vivo

que el que tiene en la casa, con la cabeza baja y las manos en los bolsillos de un abrigo demasiado

corto para la noche cruda de enero. Utrera le ha contado que Inés vive con un tío suyo que

está inválido y que de vez en cuando no puede venir y se queda cuidándole. Minaya no sabe precisar

el día en que por primera vez desea a Inés ni cuando se siente atrapado, irremediablemente por la

biografía de Jacinto Solana. Su padre tenía una huerta, ahora está abandonada, pero desde el

mirador de la muralla se pueden ver la casa y la alberca. Cada tarde cuando salíamos de la

escuela yo bajaba con él y le ayudaba a cargar la hortaliza en la yegua blanca que tenían para

llevarla al mercado. Jacinto Solana entraba en la biblioteca de la casa de Manuel como si se

internara en la cueva de un tesoro, los labios apretados, la rabia oscura y el odio lúcido y

precoz contra la vida que le negaba esa casa y esa biblioteca. La voluntad de revelarse contra

todo y huir de magina y de su padre y de las dos hectáreas de tierra y del porvenir en que su padre

quería confinarlo. Manuel recuerda que Jacinto Solana le dijo con rabia que alguna vez también

estarían en esa biblioteca los libros que él iba a escribir. Manuel va contándole cosas a Minaya

poco a poco, se siente como rejuvenecido desde que Minaya está en su casa. Baja con él a desayunar

todas las mañanas. Un día como si hubiera adivinado que su hospitalidad se estaba convirtiendo en una

deuda para Minaya, le pidió que no se marchara aún, que le ayudara a ordenar los libros de la

biblioteca abandonados durante 30 años a un copioso desorden, ofreciéndole así una justificación

no del todo humillante para su permanencia en la casa. Y así Minaya descubre que en la biblioteca

no están los libros de Solana pero sí sus palabras porque en muchos de los libros hay anotaciones en

los márgenes escritos por Jacinto como si hubiera dejado su rastro por todas partes como si siguiera

allí de alguna forma. Hasta en la parte de atrás del dibujo de Mariana, Minaya encuentra escrito

el poema Invitación. Lo descubre el día que besa a Inés por primera vez. El dibujo de Orlando

cae al suelo cuando Inés empuja a Minaya con sus caderas contra la pared y lo besa en la boca con

los ojos cerrados. Como si el ruido del cristal hubiera despertado de un sueño. Minaya abrió los

ojos y vio antes y los párpados entornados y las aletas ansiosas de la nariz de Inés que no

dejaba de besarlo. Por un momento temió que alguien hubiera entrado en la biblioteca y se apartó

de la muchacha que aún jimió en una blanda protesta y luego abrió los ojos sonriéndole con sus labios

húmedos y encendidos por el beso. Aquella noche Medina, el médico, le cuenta a Minaya que Jacinto

Solana también estaba enamorado de Mariana desesperadamente y desde mucho antes que Manuel

pero estaba casado cuando la conoció y al día siguiente un hombre de magina le cuenta que el

padre de Jacinto Solana al padre lo fusilaron al terminar la guerra. Nadie sabe por qué. Su hijo

Jacinto se enteró cuando volvió de la cárcel. Minaya va tejiendo la historia de Solana con la

de Manuel que fue ascendido a teniente por méritos de guerra que abandonó a la muchacha con quien

llevaba seis años de noviazo para casarse con Mariana en contra, por supuesto, de doña Elvira,

que entendió como una injuría personal ese arrebató de su hijo y no se lo perdonó jamás. Manuel

se buscó un empleo en la embajada española en París y lo tenía todo preparado para marcharse

allí tras su boda pero Mariana murió por una bala perdida al día siguiente de casarse.

Minaya también habla con doña Elvira que le cuenta cosas de sus propios padres y le habla

de Solana, de Manuel, de Mariana. Le cuenta su versión de la historia. Cuando ya salía el avión de

perfil, la silueta oscura y el pelo blanco deslumbrado contra la claridad pálida del ventanal y el

púrpura y el opaco azul de la nochecer en los tejados cerró despacio y al volverse encontró los

ojos claros y fijos de Inés que parecía haber estado esperando a que él saliera y traían la

bandeja de plata a la cena que tampoco esa noche iba a probar doña Elvira. Manuel ha pasado la tarde

en la biblioteca sin hacer nada esperando que vuelva Minaya de su visita a doña Elvira y tal vez es

el desasosiego de la espera y de los cigarrillos la causa de que se revive la antigua herida cerca

del corazón. Teme menos el odio de su madre que la forma en que lo estará mostrando todo ante

Minaya, la indiscreción, la muy probable calumnia. Se pone el abrigo y el sombrero y se va a pasear.

Al llegar a la plaza de Santa María siente un picotazo en el corazón y lo último que ve es la

imagen de Mariana con su blusa blanca y unas sandalias de verano yendo hacia él sonriendo en

esa misma plaza y con esa imagen se despierta de su breve muerte sin saber quién es ni dónde

está. Medina, el médico le dice a Minaya que el primer ataque serio lo tuvo Manuel al día

siguiente de la muerte de Mariana que su verdadera enfermedad no se la produjo la bala que le irió a

él sino la bala que la mató a ella. ¿Quién la mató? Medina le cuenta que había un tiroteo en

los tejados al otro lado de la casa sobre los callejones en donde da el palomar. Una patrulla

de milicianos andaba persiguiendo a un faccioso al que no llegaron a detener.

Mariana, que estaba en el palomar, se asomó a la ventana cuando lloró los disparos. Uno de ellos

vino a darle en la frente. Medina fue el primero que vio a Mariana, tapada apenas por un camisón

traslúcido bajo cuyos pliegues de sedas y adivinaba la lebre sombra del pubis. Tenía las rodillas

manchadas y una mancha roja y circular en la frente. Después de arrodillarse junto a Mariana y

comprobar que no le latía el pulso, Medina se incorporó limpiándose las rodillas de su pantalón

militar. Esa noche, Minaya sube al palomar y se queda un rato allí a oscuras. La conversación de la

tarde con Doña Elvira, la recaída de Manuel, el tiempo pasado a oscuras en el palomar, lo habían

sumido en un estado de singular fatiga y excitación nerviosa que le negaban de antemano la posibilidad

del sueño. Su imagen en súbita era la de un sonámbulo en los altos espejos de la escalera,

pero cuando llegó al patio supo que no iba a estar solo en la biblioteca. Bajo la puerta se deslizaba

una raya de luz y en un sillón junto al fuego, con los labios pintados, con el pelo suelto sobre

los ombros y un cigarrillo y un libro en las manos. Estaba Inés que lo miró sin sorpresa,

sonriendo como si hubiera estado esperándolo, sabiendo que vendría. Apagan la lámpara cuando

empiezan a besarse y cuando Inés va a levantarse para encenderla, Minaya la retiene a su lado como

si quisiera detener el tiempo, no dar un paso más allá del instante en que la oscuridad aún los

cobija como una ala de seda, no volver a la luz usual que lo iguala todo y los regresará al pudor.

Pero de pronto, Minaya está solo. Es como si nada pudiese atestiguar que ha estado besando a Inés

en un sofá de la biblioteca iluminada e inerte. Ahora está en su cuarto, probablemente desnuda

bajo las sábanas, porque tal vez todavía me espera y esta huida ha sido una trampa para

invitarme a seguirla. Pero sube sin atreverse a pasar junto al dormitorio de Inés. A las 3 de la

madrugada entra en el gabinete y descubre que hay una llave en la cerradura de la habitación prohibida,

que es infinitamente fácil empujar la puerta y contemplar lo que nadie más que Manuel ha visto

en los últimos 32 años. Una habitación grande, inesperadamente vulgar, con muebles oscuros

y cortinas blancas sobre los postigos del balcón que da a la plaza de las Acacias. Minaya cierra

la puerta a sus espaldas, enciende una cerilla y se ve a sí mismo en el doble espejo del armario.

La sábana del embozo está limpia y como recién planchada y el aire no huele a cerrado sino a

fría noche de febrero, como si alguien acabase de cerrar el balcón. Abre el armario, vacío,

como el de una habitación de hotel, busca en los cajones del tocador donde hay ropas y medias de

mariana y en el último cajón, bajo el vestido nupcial, haya un paquete de viejas cuartillas

manuscritas y atadas con una cinta roja. No era preciso acercar la palmatoria para leer el nombre

escrito en la primera página. Podía reconocer a Jacinto Solana, no solo en su caligrafía insomne,

sino sobre todo, en la aptitud para el secreto que parecía verse perpetuado en él aún después de su

muerte. Lo mataron, creyeron desbaratar su memoria pisoteando la máquina de escribir que se le

oyó golpear sin tregua durante tres meses en la habitación más alta de la casa. Rasgaron y

quemaron en una hoguera que se alzó en el jardín los papeles que había escrito, pero igual que

un virus se aloja en el cuerpo y regresa cuando el enfermo lo creyó exterminado. Las palabras

furtivas, la escritura incesante de Jacinto Solana aparecía de nuevo 22 años después y en un lugar

supo miralla que a él le hubiera complacido. Pone ve a tus hile en el inicio de la primera

cuartilla, pero no es o no lo parece una novela, sino una especie de diario escrito entre febrero y

abril de 1947 y cruzado de largas rememoraciones de las cosas que sucedieron diez años atrás. A veces

Solana escribe en primera persona y otras veces usa la tercera como si quisiera ocultar la voz que

lo cuenta y lo adivina todo para dar así a la narración el tono de una crónica impasible. De

pronto, Minaya oye cómo se cierra sigilosamente la puerta del dormitorio. Es inés quien está a

su lado quien gira la llave para que no puedan sorprenderlos y lo mira alta e irónica. Le dice

que ha visto a Utrera dando vueltas por la galería pero su voz no es acusadora sino cómplice.

Mira lo que he encontrado, son manos critos de Jacinto Solana. Pero Inés no parece escucharle,

ha visto entre las ropas de novia una rosa de tela amarilla que Mariana debió quitarse del pelo

antes de que le hiciera en la foto nupcial. Se la pone ante el estupor y la pasión de Minaya que

con una caricia le quita la rosa del pelo mientras la besa con los ojos cerrados. Desde que llegó

a Mágina, la conciencia de Minaya ha ido adelgazándose hasta que da resumida en una mirada que averigua

y desea como un espía en un país extranjero que hubiese olvidado su identidad verdadera y lejana

para no ser más que una pupila y una secreta cámara fotográfica. Minaya se da cuenta de que

todos los rostros femeninos de Utrera son retratos parciales de Mariana. Basta una varallación menor

en la boca o en el dibujo del rostro para convertirla en una mujer desconocida, pero son siempre los

mismos largos ojos en sí mismados en el aire oscuro de las capillas y los mismos pómulos.

Usted tiene razón. El rostro del caído es un retrato de Mariana, un retrato funerario para ser más

exactos. Yo le había hecho la mascarilla mortuoria, pero la perdí antes de que terminara la guerra.

Volví a encontrarla muchos años después, en el 53 me parece, cuando ya estaba trabajando en el

monumento a los caídos. Estaba en el cajón de un armario viejo en el sótano, tan perdida que me

pareció un milagro haber dado con ella. En 15 años nadie, absolutamente nadie, había averiguado mi

secreto. Ahora tengo que compartir con usted ese retrato de Mariana. Prometame que no va a decírselo a

nadie. Prometido. Pero mirá ya miente, imaginando de antemano el modo en que contará estas cosas

a Inés y las palabras que hubiera usado Solana en los manuscritos para describir la conversación y la

escena. Todas las cosas han sido ya escritas y solo importan en la medida en que puedo contar las

a Inés para incitar en sus ojos un brillo de apetecido misterio. Igual que ella se abraza

el desnuda en ciertas noches clandestinas para contarle un libro o una película o el breve sueño

que ha tenido, Minaya quiere decirle lo que ahora sabe, el orgullo de Utrera y su rabia oculta por

haber agregado al mundo un solo rostro memorable. Ahora usted está pensando que yo también me había

enamorado de Mariana. Espero que me creerá si le digo que no fue así. Era la clase de mujer que todo

artista desea como modelo, pero nada más, al menos para mí, sobre todo si tiene usted en cuenta

que iba a casarse con el hombre a cuya hospitalidad yo debía la vida. Yo no traicionó a mis amigos.

¿Y Solana? Utrera guarda silencio. Cuando vuelve a hablar el lude los ojos de Minaya,

premeditanamente grave, casi herido, como forzado, contra su voluntad a dar un paso más allá de la

No se debe hablar mal de los muertos. Manuel sugiere a Minaya que visite la isla de Cuba,

una casa en pleno campo ofreciéndole a Inés como guía en su descenso. Allí conoce a Frasco,

el casero testigo de los últimos días y de la muerte de Solana. La última página de los

manuscritos hallados por Minaya en el dormitorio nupcial está fechada el 30 de marzo de 1947,

un día antes de que Jacinto Solana bajara a la isla de Cuba en el transe de su penúltima

huida, sabiendo acaso que nunca más iba a volver a Mágina. Fue allí al terminar su libro. Fue allí

a terminar su libro. Frasco le cuenta que no vio como mataban a Solana, pero que oyó las ráfagas

de los naranjeros que llevaban los civiles y los tiros de la pistola de Don Jacinto,

que saltó al barranco del río desde el cobertizo. Le cuenta que tardaron varias horas en encontrar

el cadáver porque cayó muerto en el río y la corriente lo arrastró. Frasco solo lo vio de lejos.

Bajo la cama de la habitación que ocupó Solana durante los tres últimos meses de su vida,

está el baúl que nadie ha abierto en los últimos 22 años. No hay nada, solo ropa vieja.

No dura la memoria. Solo duran las cosas que siempre pertenecieron al olvido. La pluma,

el encendedor, un par de zapatos, una mancha de tinta como unas huellas sobre la madera.

Inés encuentra un cuaderno y una pequeña bala envuelta en un trozo de periódico. Está

doblando una chaqueta gris para guardarla en el baúl cuando nota en el forro una superficie dura

y lisa y luego un envoltorio muy pequeño. Hay una desgarradura en el bolsillo interior y por

ella se han deslizado el casquillo y el bloc. Es la letra de Solana. Él mismo escondió el bloc

en el forro de la chaqueta porque este diario era su testamento y él lo sabía desde que empezó

a escribirlo. Guarda el cuaderno cuando llegan a la estación de Máginas sin haber leído aún el

largo relato que ocupa las últimas hojas ni entender, por lo tanto, el motivo de que en el forro

haya también un casquillo de bala envuelto en un trozo del ABC republicano del 22 de mayo de

1937. Cuando vuelven de la isla de Cuba les dicen que Manuel está peor. Minaya enseguida va a verle.

Esta mañana cuando te fuiste al cortijo entré en la biblioteca y vi que había olvidado guardar

unas cuartillas escritas. Vi sin querer que había escrito mi nombre y el de Mariana subrayado

varias veces. Desde que viniste aquí he respondido a todas tus preguntas pero esta mañana me dio

miedo a imaginar qué pensarías de nosotros, de Mariana y de mí y de Solana, que hacía igual que

tú, lo miraba todo el mismo modo que miras tú, como averiguando la historia de cada cosa y lo que

uno pensaba y lo que escondía tras las palabras. Con aquella novela suya que no llegó a terminar me

hubiera pasado lo mismo que con tus papeles, no me habría atrevido a leerla. Si supiera que no soy

un testigo sino una espía, que he entrado en su dormitorio noctial y he descubierto los manuscritos

que él no ha querido mostrarme. Tal vez porque se cuenta en ellos lo que solo pudo ver una sombra

apostada sobre el jardín aquella noche de mayo en que Solana y Mariana rodaban en la oscuridad

besándose con la desesperación de dos amantes en la víspera del fin del mundo.

Esa noche Manuel se levanta de la cama y sale del dormitorio cruzando el corredor para mirar por

última vez el rostro de Mariana en la fotografía del gabinete. Se ha despertado sobrecogido por la

súbita conciencia de que va a morir. Entonces ve una línea de luz bajo la puerta del dormitorio

noctial y escucha un obsceno jadeo de cuerpos entrelazados y el llanto o la carcajada de una mujer

cuyo gozo estalla en el silencio de la casa. Abrió la puerta y se quedó parado en el umbral,

percibiendo en el aire el mismo olor candente de aquella noche. No llegó a reconocer los cuerpos

prendidos sobre la cama brillando en la penumbra y murió. Borrado por la certeza y el prodigio de

haber regresado a la noche del 21 de mayo de 1937 para presenciar tras el cristal de la muerte como

su propio cuerpo y sus manos y labios asediaban a Mariana desnuda. Minaya cree escuchar el ruido

de una puerta lejana pero ya no le importa el miedo y ni siquiera el pudor. Entonces escuchan

tras ellos el ruido de la puerta y ven que se mueve el pomo. Entra Manuel en el dormitorio

descalzo con su pijama de incurable y su pañuelo italiano en torno al cuello mirándolos con estupor.

Abrir la boca en un grito y cae de rodillas. Minaya todavía desnudo se inclina sobre el cuerpo de

Manuel. Está muerto. Minaya decide que tienen que arreglar la habitación, abrir la ventana,

irse cada uno a su habitación y será el quien avise a Utrera dentro de una hora diciendo que ha

oído un ruido. Solo esa noche cuando Manuel ya estaba muerto sobre la alfombra del dormitorio

nucial, Minaya cerró con llave la puerta de su habitación y descubrió que Solana había

contado en las últimas páginas del cuaderno la muerte de Mariana y que la bala que la derribó

no había venido desde los tejados por donde los milicianos perseguían a un fugitivo sino de una

pistola que alguien empuñó y disparó en la misma puerta del palomar.

Esa noche Minaya cuenta la historia con el desesperado fervor con que se cuentan ciertas

mentiras necesarias ante la mirada incrédula de Utrera que ya está vestido cuando él va a llamarlo,

pero Utrera cuando levanta en el cuerpo de Manuel para atenderlo en la cama examina la ventana

abierta, la colcha, la vela medio consumida que aún huele a cera en la palmatoria de la mesa de

noche. Minaya decide que seguirá de allí al día siguiente. Oye un timbre lejano y luego pasos y

voces en la escalera. Los pasos lentos, la voz indudable de Medina, pero aún no salió de su habitación.

Podía oírlos y reconocer cada una de sus voces porque estaban todos en el gabinete,

al otro lado de la puerta, pero también allí, en el cuaderno azul, en las últimas páginas que

ahora empezaba a leer preguntándose quién de ellos, quién de los vivos o de los muertos había

sido un asesino 32 años atrás. Pero no solo le eso, también lee la historia de Jacinto Solana,

cómo le persiguieron y cómo le metieron en la cárcel tras la guerra, cómo salió y cómo

volvió a Májina, cómo le acogió Manuel y cómo la Guardia Civil fue a por él luego,

cómo fue la muerte de su padre que nunca se había metido con nadie y sin embargo lo fusilaron.

Le le la historia de cómo se conocieron y se comprometieron Mariana y Manuel. Como un día,

a principios de julio, Manuel la tomó de la mano en la alameda del retiro y le dijo de un golpe todo

lo que no lo había dejado vivir ni dormir en los últimos meses y cómo se lo dijeron a Jacinto

Solana que ambos habían llevado a tres años enamorado de ella y como una tarde, justo antes de

la boda, Jacinto Solana y Mariana se encontraron a solas en el jardín. Ella buscó la mano de Solana

en la oscuridad y la apretó despacio al principio y violentamente después, aunque estaban iluminados

los ventalales frente a ellos y abiertas de par en par las puertas que daban al jardín.

¿Cómo se besaron al fin? ¿Cómo rodaron sobre la tierra y él abrió su camisa para mirar los

pechos blancos de Mariana en la claridad de la luna? Abrí luego los ojos y una violenta luz

que no venía del comedor me obligó a cerrarlos. Estábamos tendidos y la luz de una ventana muy

alta caía sobre nosotros, tapándonos con la sombra de una figura sola que se perfilaba en ella,

sin levantarnos del suelo, sin deshacer del todo el abrazo que mutuamente nos defendía de la

fatiga y de la recobrada vergüenza, huimos hacia la oscuridad y por un momento la luz siguió

encendida como un rectángulo amarillo y vacío sobre el lugar donde nos sorprendió, pero la sombra

espialla no estaba en la ventana. Y Minaya lee cómo fue la muerte de Mariana, lo que ocurrió aquella

noche confusa de persecuciones por los tejados y tiros en la plaza y cómo alguien subió al

palomar mientras Mariana estaba allí y la mató de un único disparo en la frente y cómo

olvidó recoger el casquillo o acaso no pudo encontrarlo urgido por la necesidad de huir. El

casquillo que estaba junto al umbral de la puerta en la hendidura entre dos tablas del suelo como

esos insectos que al notar un peligro se repliegan y curvan hasta tomar la forma de una pequeña

bola gris. Solo quien elice el modo y la hora de su propia muerte adquiere a cambio el derecho

magnífico de parar el tiempo. Minaya espera en el dormitorio mientras guarda su ropa y sus libros

y los manuscritos de Jacinto Solana y se pone ante el espejo la corbata negra que alguien

utre la omedina le ha prestado para el entierro de Manuel. Está postergando la hora de bajar a la

biblioteca para enfrentarse a los rostros que van sin duda a acusarlo. Como trofeos sin gloria guarda

en el fondo de la maleta los manuscritos y el cuaderno azul el casquillo de bala envuelto en un

trozo de periódico una larga cinta rosa con la que Inés se sujetaba a veces el pelo y que él le

desató mientras la besaba. Abajo en la biblioteca los otros los habitantes ciertos de la casa rodean

el ataúd de Manuel y murmuran rezos o memorias o dictámenes tristes sobre la brevedad de la vida.

Utrera sabe. Utrera vio la cinta rosa sobre la mesa de noche y olió el rastro y el sudor de los

cuerpos y ahora nos acusa en voz baja con su agraviada lucidez con su rencor de viejo verde que

reprueba y condena lo que no puede alcanzar. Nada más salir, Minaya ve a Inés parada en la galería

de perfil con su blusa de luto. La sigue y sube las escaleras hasta las habitaciones de Doña

Elvira. Se la encuentra arrodillada ordenando pausadamente viejos vestidos rasgados o pisoteados

con saña por Doña Elvira después de volcar en el suelo los cajones donde reunía cartas y

postales revistas, antiguos magacines de sociedad, solemnes libros de contabilidad. Inés le cuenta

que Doña Elvira se encerró con llave y empezó a volcarlo y a romperlo todo. Minaya le pide que le

deje ayudarla y allí encuentra una carta Consello de la República dirigida a Doña Eugenio Utrera

Beltrán el 12 de mayo de 1937 una cuartilla escrita máquina está fechada en la franja del tiempo en

que sucedieron la boda y luego la muerte de Mariana convirtiéndola así en una parte de aquella

materia sobrevivida que Minaya no puede tocar sin estremecerse. Señor Doña Eugenio Utrera Beltrán

querido amigo me complace informarle que el próximo día 17 de los corrientes llegará a esa

nuestro colaborador don Victor Vega de cuya reputada pericia en el difícil arte del anticuariado no

es preciso que yo me haga valedor ante usted que ya sabe los años que el señor Vega lleva empleado

en esta casa y la alta estima en que se le tiene en ella tal como quedó convenido el señor vega

informará a usted de los extremos que tan vivamente le interesan de nuestro negocio en el que espero

se decida usted a participar con el buen gusto y la solvencia de que hizo siempre gala en relación

con las bellas artes le informo a sí mismo que el señor vega se hospedará a su llegada a

magina en el hotel comercio de esa plaza esperando allí la visita de usted el mismo día 17 su

afectísimo m punto santí esteban minaya se pregunta dónde ha escuchado antes ese nombre

victor vega cuando baja por fin a la biblioteca y tiene antes sí los rostros hostiles que lo

acusan lleva en el bolsillo la carta están sentados en semicírculo alrededor de la tabud cuando

entra minaya ni le miran minaya se sienta junto a medina que se queja de que le hayan puesto

manuel un rosario en las manos escapularios y un crucifijo y luego le da la gran noticia

manuel cambió hace una semana su testamento ahora es minaya su heredero universal las palabras

de medina le otorgan bruscamente a minaya el derecho no a la posesión de la casa o de la isla de cuba

sino a la pertenencia una historia en la que hasta entonces ha sido testigo impostor espía y que

ahora va a prolongarse en él aturdido sale al patio utrera sale tras él y comienza a acusarlo

no sea que espera no sé por qué no se ha marchado todavía cómo se atreve a seguir aquí a entrar en

la biblioteca a burlarse de nuestro dolor manuel era mi tío tengo el mismo derecho a velar lo que

cualquiera de ustedes y se asombra de su propia audacia de la firmeza de su voz de la apetencia

de crueldad las ganas de mostrarle la carta o el casquillo que guarda en su chaqueta no me

mire así como si no me entendiera no esté tan seguro de que nos ha engañado como engañó al pobre

manuel usted lo mató anoche usted y esa mozuela hipócrita con la que se revolcaba en el lugar

más sagrado de esta casa yo los vi a usted y a ella cuando salieron del dormitorio y antes los

había visto entrar allí mordiéndose como animales y los había escuchado pero no hice lo que debía

no avise a manuel ni entré para expulsarlos yo mismo me marché para no ser testigo de esa

profanación y cuando volví ya era demasiado tarde ese olor en el dormitorio en las sábanas el

mismo que usted no se pudo quitar y que yo no te cuando vino a llamarme no le extrañó que

esa hora yo estuviera todavía vestido esa cinta en la mesa de noche cree que estoy ciego que no

sé oler ni ver pero a lo mejor ni siquiera pretendían ocultarse ustedes son jóvenes ustedes

aman la blasfemia supongo igual que no saben lo que es la gratitud sabe que era inés antes de

venir a esta casa una hospiciana sin padre y sin más apellidos que los que le dio su madre antes

de abandonarla una criatura salvaje que hubiera sido expulsada de ese internado de las monjas si

manuel no llega a recogerla pero usted es distinto usted viene de una buena familia ya ha tenido

educación y estudios y lleva en las venas la misma sangre de manuel usted era un prófugo y un

agitador político cuando vino aquí no crea que no he podido enterarme a pesar de que su tío por

delicadeza por no faltar a la hospitalidad no me lo dijo nunca ha venido para escribir un libro

sobre solana me decía el pobre manuel como si no se diera cuenta de que lo único que usted hacía

en esta casa era comer y dormir gratis y esconderse de la policía y acostarse todas las noches con

esa criada para ensuciar la hospitalidad que todos nosotros le ofrecimos desde que llegó sería

demasiada clemencia llamarlo ingrato ustedes un profanador y un asesino usted mató anoche a

manuel marche sea ahora mismo de aquí nos siga ensuciando nuestro dolor ni la muerte de manuel y

llévese con usted a esa golfa ni usted ni ella tienen derecho a seguir en esta casa minaya podría

contestarle que esa casa es suya pero desde que ha encontrado la carta en el dormitorio de doña

elvira y ha comprobado en los manuscritos de solana quienes victor vega más que dueño de la casa

se siente dueño de esa historia que ha estado latiendo durante 30 años para que sea mi naya quien

venga a cerrarla desbaratando su misterio usted sabe que mi tío empezó a morirse hace mucho tiempo

el mismo día en que mataron a mariana y me parece que usted sabe también quién la mató no sé de

qué me habla es que no quiere dejar en paz a ninguno de nuestros muertos usted sabe igual que

yo como murió mariana hubo una investigación judicial y se le hizo la autopsia pregúntele a

medina por si no se ha enterado aún él vino aquí con el juez y examinó el cadáver una

bala perdida la mató una bala disparada desde los tejados cuando utrera se vuelve de espaldas

como si con ese gesto pudiera borrar la presencia y la acusación aún no pronunciada por minaya vea

inés parada en el primer rellano junto al espejo se aleja hacia el comedor sabiendo que minaya camina

tras él enciende un cigarrillo se sirve una copa de coñac guarda de nuevo la botella en el aparador

y cuando va a sentarse minaya está frente a él usted mató a mariana usted empuñó la pistola

en la madrugada del 21 de mayo de 1937 y anduvo rondando por la galería escondido tras las cortinas

que igual que ahora cubrían entonces los ventanales sobre el patio y solana estuvo a punto de verlo

pero no lo vio sólo una sombra o un temblor de visillos y cuando mariana empezó a subir los

peldaños hacia el palomar por esa escalera del aberrinto que yo mismo he subido otras veces cuando

jacinto solana renunció a seguirla y se encerró en su habitación para escribir frente al espejo

los versos que 20 años después de su muerte me llamaron a esta ciudad y a esta casa usted caminó

tras ella con la pistola en su mano derecha que probablemente temblaba con la pistola escondida en

el bolsillo de la chaqueta empujado por un odio que no le pertenecía a usted sino a esa mujer

que hizo de usted su ejecutor y su emisario y armó su mano para lograr que mariana no pudiera

llevarse nunca a esta casa de manuel utrera le contesta que está loco y se pone en pie

apurando el coñac y le pregunta por qué iba él a matarla y minaya le cuenta que solana encontró

la prueba de que la pistola había sido disparada desde la puerta del palomar desliza la mano hacia

el interior de la chaqueta y extrae de allí un pequeño envoltorio y una cuartilla mecanografiada

esa carta en la que anuncian a utrera la llegada de victor vega que era el faccioso al que los

militanos a los milicianos perseguían por los tejados la noche que mataron a mariana una cita

en mágina para el cómplice de una red de espías y quinta columnistas que fue desbaratada en madrid

justo unas horas antes de que su mensajero estableciese contacto con usted utrera este casquillo lo

encontró solana también notó que mariana tenía huellas de estiércol en las rodillas y en la frente

lo cual habría sido imposible si como dijo se dijo entonces hubiera caído de espaldas ante la

ventana cuando el disparo la alcanzó cayó de boca porque al morir estaba mirando hacia la

puerta del palomar y su asesino le dio la vuelta y le limpió el estiércol del camisón y de la

cara para que pareciese que el disparo había venido desde la calle pero se obligó de recoger el

casquillo o lo buscó y no tuvo tiempo de encontrarlo fue solana quien lo vio solana lo dejó escrito

todo yo he leído sus manuscritos y he logrado llegar a donde él no llegó porque él no vio

esta cara la guardaba doña el vida en su dormitorio me parece que la respuesta está en ella

utrera mira el casquillo y la carta ha estado buscando esa carta por toda la casa durante 32

años de nuevo recurre al coñac al desprecio a la ironía inútil negándose a mirar de frente

a minaya pero de algún modo cuando minaya sigue hablando es como si utrera se escuchara a sí

mismo libre al fin del suplicio de simular y mentir absuelto por la proximidad del castigo fue doña

elvira al robarle la carta quien le amenazó con delatarle si no mataba a mariana quién es usted

para pedirme cuentas que puede importarme ya que usted haya encontrado esa carta no se da cuenta

llevo 32 años pagando lo que hice aquel día y seguiré pagando hasta que me muera y también

después supongo doña elvira dice siempre que no hay perdón para nadie seguramente hubiera

sido mejor que aquel día la dejara entregarme pero yo también estuve en la plaza del generar

oloduña cuando sacaban a victor vega de la comisaría y vi lo que hicieron con él

cuando doña elvira llamó a utrera ella estaba en pie a oscuras junto a la ventana

alumbrada solo por la incierta claridad de la noche y se llevó el dedo índice a los labios cuando

él quiso preguntarle por qué lo había llamado y lo ordenó le ordenó en voz baja que se acercara

a la ventana sin hacer ruido señalándole algo que se movía en la sombra del jardín bajo la copa

de la palmera una mancha blanca como atrapada en lo oscuro abrazada y tendida dos cuerpos y luego

un rostro todavía sin rasgos pálidos enconados trenzándose como ramas de una espesura que buscaban

y en la que se confundían lejanos en el jardín tras los cristales en un silencio de acuario le dijo

mire con quién va a casarse mi hijo lleva una hora así revolcándose como una perra con el otro

con su mejor amigo dice él y ni siquiera se esconden para qué iban a hacerlo no me mire así usted no

puede hacerme daño no puedo perder nada porque no tengo nada cuando se muera doña el vira y usted

herede esta casa podrá expulsarme de aquí pero a lo mejor entonces yo también me habré muerto

le juro que eso es lo único que deseo en este mundo minaya se queda solo sentado en el comedor

hasta que inés va a decirle que acaban de llegar los hombres de la funeraria el coche funerre y dos

taxis los llevan al cementerio minaya se da cuenta durante el entierro de que inés no mira a la tumba

solo él que espía su presencia y sus gestos buscando un indicio que le permita reconocer en ella a la

misma mujer que lo abrazaba anoche se da cuenta de que inés ha apartado sigilosamente sus ojos hacia

una esquina del cementerio hacia un panteón sombreado de cipreses junto al que un hombre

parece rezar apoyándose en dos muletas de tu ido en el momento de bajar el ataúd inés alza la cabeza

y mira abiertamente al hombre de las muletas luego el hombre comienza a andar y sale de entre los

cipreses torpe y muy lento camina cada vez más despacio hacia la puerta enrejada del cementerio

hasta que apoya la espalda en la tapia encalada y entonces inés va hacia ese hombre sin esperar a

que los enterradores ajusten la losa minaya se da cuenta corre persiguiéndoles persiguiendo el taxi

que acaban de tomar y luego caminando llega hasta la casadines y hasta aquí dijo inés desde la

ventana cuando oímos la campanilla del sabán tiró del cordón varias veces pero nadie fue abrirle

y entonces se internó en la casa

inés dice que ahora va a subir y se aparta de la ventana tomando de nuevo la aguja recién enhebrada

y el bastidor donde borda algo como si quisiese olvidar que minaya va a encontrarse con los ojos

de un muerto que va a oír una voz imposible pero tal vez mientras subía las escaleras sabiendo

que se acercaba a mí tuvo la tentación de volverse de cerrar los ojos y la inteligencia

y el insomne deseo del conocimiento y de marcharse a la estación minaya sube como

descendiendo a un sótano de oscuridad se detiene ante la única puerta del corredor

pase minaya no se quede ahí hace una hora que lo estamos esperando

parado en el umbral en el límite de la mentira y el asombro minaya mira a ese hombre como para

comprobar qué es él mira a inés sentada junto a la ventana reclinada sobre el bastidor y la tela

que finge bordar sólo puede repetir su nombre la sombra oculta en los manuscritos sin las fotografías

el calaver que vio manuel sobre una mesa de mármol el hombre que murió en la isla de cuba junto

al guadalquivir hace 22 años su lana entonces jacinto solana le cuenta a minaya que la goria

civil nunca le encontró pero que ante la presión de sus mandos le agregaron su nombre y sus apellidos

a otro de los muertos en la redada que solana ocultaba en la isla de cuba porque el teniente que

los mandaba tenía órdenes estrictas de volver a magina con el cadáver de solana y no se atrevió

a confesar que no pudieron encontrarlo en el río deseaban que imagina se supiera su muerte como

una advertencia o una amenaza pública y solana le cuenta a minaya que inés es la hija de la señora

que le cuidó y le llevaba siempre tazas de caldo muy caliente y que se marchó al poco tiempo de

que naciera su hija porque le daba vergüenza haberla tenida de haberla tenido con un hombre al

que no conocieron nunca y le confiesa que cuando vivía apartado en la isla de cuba se dio cuenta

de que él no era un escritor de que era incapaz de escribir una novela y nunca lo haría ese libro

que usted buscó y acribió encontrar no fue escrito nunca lo ha escrito usted desde que vino a magina

desde aquella noche en que inés le halló preguntar por jacinto solana hasta esta misma tarde no me

miré así no piense que durante todo este tiempo me he estado burlando de su inocencia y de su voluntad

de saber yo he inventado el juego pero usted ha sido mi cómplice era usted quien exigía un crimen

que se pareciera a los de la literatura y un escritor desconocido o injustamente olvidado que

tuviera el prestigio de la persecución política y de la obra memorable y maldita condenada dispersa

nexumada por usted al cabo de 20 años en una noche de insomnio solana concidió el juego igual que

si se le ocurriera de pronto el argumento de un libro construyámosle el labrinto que desea pensé

demos le no la verdad sino aquello que él supone que sucedió y los pasos que lo lleven a encontrar

la novela y descubrir el crimen mandó a inés a una imprenta para que compraron bloc y un paquete de

cuartillas adecuadamente envejecidas y escribió sobre ellas con tinta diluida en agua añadió a las

palabras escritas algunos objetos que las volviesen más reales el casquillo de bala la estilográfica la

carta yo no inventé la muerte de mariana en el palomar ni la culpa de utrera y la carta que

usted encontró esta tarde por mediación de inés tampoco fue falsificada por mí pero es posible

que no hubiera sido yo quien encontró el casquillo de bala en el palomar o que este no perteneciera

la pistola de utrera o que el modo en que descubría el asesino no fuera tan incitante y literario como

el que le he sugerido a usted no importa que una historia sea verdad o mentira sino que uno sepa

contarla ha sido su imaginación donde hemos vuelto a nacer mucho mejores de lo que fuimos más leales

y hermosos limpios de la cobardía y de la verdad marche se abra y llévese a inés con usted ha

cumplido 18 años y es injusto que su inteligencia y su cuerpo se queden sepultados aquí junto a

muerto que no termina de morirse en esa casa donde ahora que no está manuel se confabularán para

humillarla si es que no han decidido expulsarla ya minaya no dice nada vea inés levantarse e ir

hacia la cama sin mirarlo negándose a reconocer que está allí es posible elegirlo inés dice

que ella no se quiere ir ha excluido a minaya de su ternura y del mundo y se abraza a solana

diciéndole que no se ira nunca besándole minaya sale en silencio e inés inés cierre la puerta

pero cuando ve los frascos de cápsulas para el insomnio vacíos se da cuenta de por qué es preciso

que se marche esa noche camina hacia la estación con una claridad más firme que cualquier recuerdo

sus ojos han reconocido a minaya y se detienen desde lejos en él tan serenamente como miraron a

solana cuando entendió que no podía deshacer su propósito y que al marcharse iba a cumplir el

último y delicado y necesario tributo a su mutua lealtad veo a minaya lo inmovilizo lo imagino le

impongo minciosos gestos de espera y de soledad quiero que piense que también ahora al huir me

obedece que todavía no levante los ojos hacia la entrada del andén y me maldiga en voz baja y

jure que en cuanto llegue a madrid y rompa la trama de mi maleficio quemará los manuscritos y

el padrón azul y renegara de mágina y de inés quiero que sepa que lo estoy imaginando y escuché

mi voz como el latido de su propia sangre y de su conciencia que cuando vea inés parada bajo

el gran reloj amarillo tarde mi instante en comprender que no es otro espejismo erigido por su

deseo y su desesperación vea tu sile y así les hemos contado vea tu sile de antonio muñoz molina

hemos seguido la edición de la editorial sex barral conmemorativa del trigésimo aniversario de

su publicación con prólogos de antonio muñoz molina y pedro valdivia gracias por estar ahí y

gracias por leer un libro una hora en la cadena ser

gracias

un libro una hora somos mariano revilla en la realización y la ambientación musical

pablo arevalo en la edición de sonido que hoy ha renunciado a correr la maratón para

estar con nosotros virginia diad pacheco en las redes siempre pendiente de nosotros y nuestras

voces olga hernan gómez que hoy no ha podido estar con nosotros pero es nuestro equipo

y el gran eugenio varona y hoy además nos han acompañado pedro casablanc en el papel de utrera

eíñigo álvarez del ara en el papel de minaya

y ha estado con nosotros el autor de esta maravillosa novela que además ha interpretado a manuel antonio

muñoz molina suscríbete a un libro una hora todos los episodios y contenidos adicionales

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Antonio Muñoz Molina nació en Úbeda (Jaén) en 1956 y es actualmente uno de los autores más importante de la literatura española. Es el autor de 'El jinete polaco', 'Plenilunio', 'Ventanas de Manhattan', 'Sefarad' o 'La noche de los tiempos', entre otras. Ha recibido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, el Premio Jerusalén o el Prix Médicis Étranger. Desde 1995 es miembro de la Real Academia Española. 'Beatus Ille' es su ópera prima, una obra extraordinaria que se publicó en 1986 y que nos habla de la búsqueda imposible de la verdad y de cómo construimos nuestros recuerdos y nuestro pasado.