Un Libro Una Hora: Un autor en una hora | José Saramago

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Un autor en una hora con Antonio Martínez Asensio

José Saramago

José Saramago es un autor esencial que ha explicado como pocos el mundo que nos ha

tocado vivir.

No solo ha construido una obra de una grandísima calidad literaria, innovadora, profunda, sino

que además ha sido la conciencia del final del siglo XX.

José Saramago nace el 16 de noviembre de 1922 en la Rúa de Alagoa, en Asiñaga, en

el distrito central de Ribateso, a 120 kilómetros al noroeste de Lisboa.

Nace en el seno de una familia campesina sin tierras, hijo de José de Sousa, jornalero

y María de Apiedade, ama de casa.

El oficial del registro civil que inscribe el nacimiento del bebé le añade, sin que

nadie se lo pida, el apodo por el que se conoce a su familia paterna en aquel pueblo.

Saramago, que era una planta herbácea espontánea cuyas hojas servían de alimento a las familias

pobres.

En 1924, con dos años, José deja el campo y se traslada a Lisboa con su madre y su

hermano.

Allí está su padre, que ha encontrado un nuevo trabajo como policía de seguridad

pública.

Se instalan en el barrio de Picheleira y de ahí, en adelante, durante trece años, vivirán

en pisos compartidos.

Pocos meses después de la mudanza, fallece su hermano Francisco dos años mayor que él.

Los abuelos maternos son los que más influyen en él, casi más que sus propios padres,

con los que mantiene una relación tal vez más distante.

Ya no existe la casa en que nací.

También ha desaparecido en un montón de escombros la otra, la que durante 10 o 12 años

fue el hogar supremo.

El más íntimo y profundo, la pobrísima molada de mis abuelos maternos, José Fajerónimo,

se llamaban ese mágico capullo donde sé que se generaron las metamorfosis decisivas.

Esta pérdida, sin embargo, hace mucho tiempo que dejó de causarme sufrimiento, porque

por el poder reconstructor de la memoria, puedo levantar en cualquier momento sus paredes

blancas, plantar el olivo que daba sombra a la entrada, abrir y cerrar el postigo de

la puerta y la verja del huerto, donde un día vi una pequeña culebra enroscada, entrar

en las pocilgas para ver mamar a los lechones, ir a la cocina y echar del cántaro a la jícara

de la tón esmalta, el agua que por miles y más vez me matará la sed de aquel verano.

Cada verano vuelve a la aldea natal, la ciñaga, que será fundamental para la construcción

de su escritura.

Hasta 1937 no tiene la familia por primera vez un piso de alquiler individual.

Con 18 años, José Saramago trabaja durante unos dos años como cerrajero mecánico en

un taller de reparación de automóviles.

Después, será contratado como cerrajero mecánico en los servicios industriales de los hospitales

civiles de Lisboa, con un salario de ocho escudos.

Trabaja en el servicio de administración de los hospitales civiles de Lisboa y en la

caja de ayuda de familia del personal de la industria de la cerámica.

Y por las noches, visita la biblioteca del Palacio de las Gabellas en Campo Pequeño,

donde desarrolla su gusto por la lectura sin ningún tipo de orientación ni ayuda ni consejo,

sino de forma aleatoria leyendo al azar.

En 1944 se casa con Hilda Reis, que trabaja como mecanógrafa en las oficinas de caminos

de ferro de los ferrocarriles de Portugal.

Él mientras trabaja como administrativo en la Seguridad Social.

Por esta fecha empieza a escribir poesía.

En 1947 publica su primer libro, La Viuda, que entonces salió con otro título, Terrado

Pecado.

Y en este mismo año nace su única hija, Violante.

La Viuda tiene un personaje protagonista magnífico, María Leonor, madre de dos hijos, que se

siente abrumada por las dificultades tras la muerte de su marido, pero su corazón está

atormentado por un pecado secreto.

A pesar del duelo, su deseo no se ha apagado.

Pasa las noches en vela espiando los amores de sus criados sola, hasta que dos hombres

irrumpen en su vida y lo cambian todo.

Una escena que les vamos a contar es en la que la criada, Benedita, acude a la habitación

de los patrones, nada más morir el Señor.

Benedita accedía al descansillo de la escalera que daba la planta baja cuando, de repente,

al fondo del pasillo, en la habitación de los patrones, oye un grito.

El cuerpo le tembló como los mimres en la corriente del río.

A puerta de la habitación se abrió con violencia.

María Leonor salía gritando, despeinada y con el horror clavado en el rostro de las

manos, repentinamente sin fuerza.

De Benedita cayó la lamparilla con un ruido sordo, apagándose al rodar por el suelo.

María Leonor caminaba por el pasillo, gemiendo y gesticulando como un aloca.

Topezó y se desmoronó en el suelo, sollozando.

Al fondo, en la cama, está el cuerpo inmóvil de Manuel Ribeiro, con uno de los brazos colgando,

rozando el suelo.

En el alma de Benedita, algo se hunde para siempre.

Con un vaído se queda en medio de la habitación a punto de desmayarse.

Los ojos fijos en el flaco cuerpo tendido.

María Leonor entra de nuevo llorando con el pecho jadeante y se precipita sobre la cama

deshecha, gemiendo.

Benedita se acercó a su señora y se dejó caer de rodillas junto a ella, lloraba bajito.

Sus ojos se clavaron en el rostro de Manuel Ribeiro, de una serenidad absoluta indiferente,

y bajaron por el brazo hasta la mano lívida que tocaba la alfombra.

Lentamente se agachó y besó los dedos fríos e inartes.

¿Qué importaba?

Ahora él ya no era de nadie en la tierra.

Nadie tenía derecho sobre él de no ser dios.

María Leonor se levanta de golpe y grita desesperada, camina con decisión hacia la

capilla de madera y con el brazo derecho tira las velas, las imágenes, los violeteros

con flores que se hacen añicos en el suelo.

Benedita estupefacta se levanta y coge por los brazos a María Leonor, pidiéndole a

gritos que se tranquilice.

Un tropel que venía del lado de la puerta les hizo volver las cabezas angustiadas.

Los trabajadores, temblando de miedo, habían subido corriendo las escaleras y estaban ahora

en el umbral mirando con los ojos llenos de lágrimas el cuerpo de su patrón.

Entraron uno a uno, cohibidos.

Entre ellos brotó el sonido de un llanto, e inmediatamente las lágrimas cayeron de

todos los ojos, rodearon el lecho.

Jerónimo, el capataz de la finca, levantó respetuosamente el brazo de Manuel Ribeiro

y lo puso sobre la colcha, acariciándole la mano helada con los dedos callosos y rígidos.

José Saramago hasta 1953 solo escribe poemas, cuentos y obras de teatro y empieza a escribir

Claraboya, una novela.

A finales de los cincuenta empieza a trabajar en una editorial, Studios Core, gracias a

la cual conoce algunos de los escritores más prestigiosos de la época.

Comienza a traducir entre otros a Colette, Mopassant, Tolstoy, Baudelaire, Hegel o Raymond

Bayer.

Escribe cuentos firmados con el seudónimo de Honorato que publican revistas hiperiódicos

y en 1953 finaliza Claraboya que solo se publicará posturamente.

Así comienza Claraboya, una novela que arranca con un personaje que se despierta para luego

saltar de casa en casa y de personaje en personaje para contar una época gris con la

dictadura de fondo y una pregunta de Pessoa flotando en el aire.

Debemos ser todos casados, fútiles y tributables?

Por entre los velos oscilantes que le poblaban el sueño, Silvestre comenzó a abrir trasteos

de loza y casi juraría que se transparentaban claridades a través del punto suelto de los

velos.

Iba a enfadarse, pero de repente se dio cuenta de que estaba despierto.

Y a partir de ahí vemos la ciudad como se desarrolla toda la historia de ese tiempo gris.

José Saramago en 1961 comienza a escribir los primeros poemas de lo que luego será

los poemas posibles, ejerce también como crítico literario.

En 1969 se afilia el Partido Comunista Portugués y en 1970 se divorcia.

Poco después publica otra colección de poemas, probablemente alegría.

Empieza a trabajar en el Diario de Lisboa como coordinador del suplemento cultural y

luego como subdirector del Diario Matutino Diario de Noticias, solo unos meses porque

es destituido tras el golpe del 25 de diciembre.

Para él dos libros marcan esa época.

El año de 1993 un libro de poemas muy experimental y os apontamentos, artículos de contenido

político publicados en el periódico.

En 1977 publica Manual de Pintura y Caligrafía.

Es la historia de un pintor que tras recibir un encargo decide en secreto hacer otro cuadro,

un cuadro distinto, un retrato menos convencional en un proceso de autodescubrimiento que concluye

con la caída del poder fascista en Portugal y el comienzo de la revolución de los claveles.

Es una novela sobre la vida y sobre el arte y una reflexión sobre la ética y el compromiso.

Este es el fragmento inicial.

Seguire pintando el segundo cuadro, pero sé que no voy a acabarlo nunca.

La tentativa ha fracasado y no hay mejor prueba de esta derrota o fallo o imposibilidad que

la hoja de papel en la que empiezo a escribir.

Hasta un día, tarde o temprano, enquire del primer cuadro al segundo y vendré luego este

texto o saltaré la etapa intermedia o interrumpiré una palabra para acercarme a poner una pincelada

en la tela del retrato que se me encargó o en aquel otro paralelo que ese no verá.

No sabré más en ese día de lo que oise que ambos retratos son inútiles, pero podré

decidir si ha valido la pena dejarme tentar por una forma de expresión que no es la mía,

aunque esa misma tentación significa, en definitiva, que tampoco era mía la forma

de expresión que he venido usando tan aplicadamente como si siguiese las reglas fijas de cualquier

manual.

En 1978 José Sarmago publica casi un objeto, un libro muy experimental, una colección

de cuentos que es su transición hasta encontrar su lenguaje propio, su voz.

En 1979 publica La Noche, una obra de teatro que se lleva a la escena y que se estrena

en el Teatro de la Academia Almadense en Almada, en Setúbal, y que dramatiza los sucesos que

se dan en la redacción de un periódico en Lisboa La Noche del 24 de abril de 1974,

la Revolución de los Claveles.

Sarmago ya ha decidido dedicarse íntegramente a la literatura, se instala en Labre, un pueblo

rural del alentejo para estudiar y observar las costumbres dichos refranes y distintas

formas de expresión de los habitantes.

Este es el germen de levantado del suelo, o alzado del suelo, como se tradujo al principio.

Pero ha sido en el 80 con alzado del suelo que yo encontré para decirlo así, mi voz,

mi propia voz, literariamente mi voz.

Levantado del suelo es una novela extraordinaria, pura literatura.

Es la historia de un pueblo del alentejo que lucha contra la explotación ambientada en

el proceso de la reforma agraria de su país, donde tres generaciones de campesinos son

sometidos por el latifundismo.

Sarmago dijo que levantado del suelo habla de trabajadores y a trabajadores, de aquellos

que se levantaron del suelo y no volvieron a él porque, del suelo, solo debemos querer

el alimento y aceptar la sepultura, nunca la resignación.

Así comienza el segundo capítulo.

Empezó a lloverles al caer la tarde, con el sol medio palmo encima de los cabezos

bajos a mano derecha, luego estaban las brujas peinándose, que este es el tiempo que escogen.

El hombre hizo parar al burro y, con el pie para aliviarlo de la carga en la breve cuesta

empinada, empujó una piedra hasta la rueda del carro.

Esta lluvia, que idea le habrá dado al regidor de las celestes aguas, no es de la estación.

Por eso hay tanto polvo en el camino y alguna bosta seca o boñigos de caballo, que estando

lejos de lugares habitados nadie ha venido a recoger.

Ningún chiquillo de cesta enfilada al brazo se ha aventurado hasta tan lejos en la rebusca

de estir con natural, cogiendo cuidadoso con la punta de los dedos, la esfera reventona,

hendida a veces como fruto maduro.

Ajo la lluvia, el suelo pálido y caliente se ha salpicado de estrellas oscuras, súbitas,

se cayeron sordamente en el polvo fofo y después un golpe de agua dándole de plano, lo anegó.

Pero la mujer tuvo tiempo de sacar al niño del carro, del nido que el gergón de rayas

formaba entre dos arcas, se lo arrimó al pecho, le cubrió la cara con la punta desatada

del pañolón y dijo, no se ha despertado.

De cuidados este fue el primero, luego otro, se va a empapar todo.

El hombre mirando las nubes altas y funciendo la nariz decidió con su saber de hombre,

esto no es nada, un chaparrón, pero por si acaso desenrolló una de las mantas, la extendió

sobre los muebles, hoy tenía que ponerse a llover, mal rayo me parta.

En 1981 José Saramago publica Viaje a Portugal, una obra casi autobiográfica, inspirada en

el viaje a la Alcarria de Camilo José Cela, mientras la escribía tomaba notas para la

siguiente, al año siguiente publica Memorial del Convento, ambientada en el Portugal de

la Inquisición, una novela histórica emocionante sobre la construcción de un convento en mafra

que además es una historia de amor inolvidable y tiene un personaje femenino memorable.

La novela tiene una gran acogida por parte de los lectores y de la crítica, ese año

gana el premio del Pen Club portugués y el premio literario municipio del Isboa.

Esta es la escena en la que el rey promete construir el convento.

Don Juan, quinto de este nombre en el orden real, irá esta noche al dormitorio de su

mujer, doña María Ana Josefa, llegada hace más de dos años desde Austria para dar infantes

a la corona portuguesa y que aún hoy no ha quedado preñada.

Ya se murmura en la corte, dentro y fuera de palacio, que es probable que la reina sea

machorra de insimación muy resguardada de orejas y bocas delatoras y que sólo entre

íntimo se confía.

Ni se piensa que la culpa sea del rey, primero porque la esterilidad no es mal de hombres,

de mujeres sí, por eso son repudiadas tantas veces y segundo, y prueba material por si

preciso fuere que abundan en el rey no los bastardos de real simiente y siguen aumentando.

El rey dos veces por semana cumple vigorosamente su debito real y conjugal, la reina se sacrifica

a una inmoblidad total después de que su esposo se retire de ella y de la cama, pero

ni esto ni aquello hinchan hasta hoy el vientre de doña María Ana.

Pero Dios es grande, el rey está preparándose para la noche, lo desnudan los camareros,

lo visten en presencia de otros criados y pajes hasta que queda dispuesto.

Antes de un minuto estará don Juan, quinto camino del cuarto de la reina, el cántaro

está a la espera de la fuente.

Pero entra ahora don Nuno de Acuña, que es el obispo inquisidor y trae consigo a un

franciscano viejo.

Entre pasar adelante y decir el recado hay reverencias complicadas, floreos de aproximación,

pausas y retrocesos, que son las fórmulas de acceso a la vecindad del rey y todo esto

habremos de dar por hecho y explicado vista la prisa que trae el obispo y considerando

el temblor inspirado del fraile.

Se retiran en una parte don Juan, quinto y el inquisidor y este le dice que el que

está ahí es farai Antonio de San José y que ha dicho que el rey tendrá hijos si

quiere tenerlos, que si su majestad promete levantar un convento en la villa de mafra

Dios le dará sucesión.

Habiendo declarado esto se cae a don Nuno y hace un gesto al frailuco, el rey le pregunta

si eso es verdad, el fraile responde que es verdad, pero solo si el convento es franciscano,

con un gesto manda el rey al fraile que se retire.

Entonces don Juan, el quinto de su nombre, seguro así sobre el mérito del empeño, levantó

la voz para que claramente lo oyese quien allí estaba y mañana lo supieran ciudad y

reino.

Prometo, por mi palabra real, que haré construir un convento de franciscanos en la villa de

mafra si la reina me da un hijo en el plazo de un año a contar desde este día en que

estamos.

Y todos dijeron, Dios oiga vuestra majestad y nadie allí sabía quién iba a ser puesto

a prueba si el mismo Dios, si la virtud de frai Antonio, si la potencia del rey o al fin

la dificultosa fertilidad de la reina.

José Sarmago, mientras la democrafia se va consolidando en Portugal, se dedica exclusivamente

a la escritura de El Año de la Muerte de Ricardo Reis.

Este es uno de los heterónimos utilizados por Pessoa en su obra.

La historia sigue a Ricardo Reis que vuelve a Lisboa después de haber estado en Brasil

exiliado tras la instauración de la República en Portugal.

El motivo por el que vuelve el personaje es la Muerte de Pessoa.

En poco más de un mes se venden de esta novela 20.000 ejemplares.

Para mí, El Año de la Muerte de Ricardo Reis es un libro muy especial porque fue mi

entrada en el universo de José Sarmago.

Es una novela especial porque tiene un ritmo, una profundidad y hasta una luz que se te

queda dentro.

La escena que les vamos a contar es la de la llegada de Ricardo Reis a Lisboa y le

encontramos cuando ya está instalado en su hotel.

Ricardo Reis se sienta en una silla, pasa los ojos alrededor.

Aquí es donde va a vivir, no sabe cuántos días.

Tal vez acabe alquilando casa, instalando un consultorio.

Tal vez vuelva a Brasil, por ahora bastará el hotel.

Un lugar neutro, sin compromiso, de tránsito y vida en suspenso.

Más allá de los visillos, las ventanas habían cobrado una luminosidad repentina.

Son los faroles de la calle, tan tardes ya.

Se acabó el día, lo que de él queda está lejos en el mar y va huyendo.

Hace aún muy pocas horas navegaba a Ricardo Reis por aquellas aguas.

Ahora el horizonte está donde su brazo alcanza paredes, muebles que reflejan la luz

como un espejo negro, y en vez del latío profundo de las máquinas de vapor.

Hoy él susurro, el murmullo de la ciudad, 600.000 personas suspirando, gritando lejos.

Ahora unos pasos cautelosos en el corredor.

Una voz de mujer que dice, ya voy, debe de ser la criada.

Estas palabras, esta voz.

Ricardo Reis abre una ventana, mira hacia afuera, ya no llueve.

El aire fresco, húmedo de viento, que pasó sobre el río entre en el cuarto.

Deja la ventana abierta, abre la otra y en mangas de camisa refrescado y con súbito

vigor empieza a abrir las maletas.

Lo ordena todo en menos de media hora, guarda los libros, entre los que está uno que se

olvidó de devolver en la biblioteca.

Hay papeles por guardar hojas escritas con poemas, fechada, la más vieja el 12 de junio

de 1914, la más reciente, lleva fecha del 13 de noviembre de 1935.

Ha pasado un mes y medio tras haberla escrito.

Reune los papeles, 20 años día tras día hoja tras hoja, los guarda en un cajón del

pequeño escritorio, cierra las ventanas y pone a correr el agua caliente para lavarse.

Pasan un poco de las siete, puntual baja el comedor, el gerente sonríe, el metre le

salía al camino, no hay otros huéspedes en la sala, solo dos camareros acabando de poner

las mesas.

Se sentó Ricardo Reis, el metre le dice lo que hay para comer, sopa, pescado, carne,

salvo, si el señor doctor está régimen, es decir, otra carne, otro pescado, otra sopa.

Yo la aconsejaría para empezar a habituarse a esta nueva alimentación recién llegado

del trópico después de una ausencia de 16 años.

Hasta estos saben ya en el comedor y en la cocina.

Entra a un matrimonio con dos hijos, después aparece un hombre gordo, pesado, con una cadena

de oro atravesándole el estómago, de bolsillo a bolsillo del chaleco, luego otro hombre

flaquísimo de corbata negra y luto en la manga, un repiquetear en los cristales le advierte

que vuelve a llover, la puerta se abre de nuevo, ahora entra un hombre de mediana edad

y una muchacha de unos 20 años, son padre e hija, mientras cenan la joven delgada acaricia

con su mano derecha como si fuera un animalito doméstico a la mano izquierda que descanse

en el regazo.

Ricardo Reis mira fascinado la mano paralizada, cuando termina la comida Ricardo Reis sale

del comedor, el gerente tiende la llave de la 201, aunque luego le pregunta si va a salir

a dar una vuelta por Lisboa.

Voy arriba, estoy cansado del viaje, fueron dos semanas de mal tiempo, si hubiera por ahí

unos diarios de hoy para ponerme al día con la patria mientras me voy quedando dormido,

aquí los tiene señor doctor.

Y en este momento aparecieron la muchacha de la mano paralizada y su padre, pasaron

a la sala de estar el delante, ella detrás a un paso de distancia, la llave ya estaba

en manos de Ricardo Reis y los periódicos de color cenizajados, una racha de viento

hizo golpear la puerta que da a la calle, allá en el fondo de la escalera, el timbre

zumbó, no es nadie, solo el temporal que se recrudece, de esta noche no vendrá nada

más que se aproveche, lluvia vendá valentierra y en el mar, soledad.

José Saramago vuelve a ganar el Pen Club, con cada obra se está consagrando como un

gran representante de las letras portuguesas, en 1986 suceden dos hechos importantes en

su vida, por un lado publica la balsa de piedra y por otro conoce a la periodista y traductora

granadina Pilar del Río, que será su compañera de vida hasta el final de sus días y su traductora.

La balsa de piedra surge de lo que Saramago considera el aparente desprecio que Europa

ha dispensado hacia Portugal y España, según cuenta Pilar del Río, la idea surge en un

viaje a Finisterre donde llama la atención de Saramago la forma de una piedra que le

recuerda a una balsa, piensa que la península también podría ser una balsa que se separa

de Europa por los Pirineos y así fabula que la península navega hacia el sur camino

de una utopía nueva.

Así comienza la novela.

Cuando Joana Carda hizo una raya en el suelo con la vara de Negrilio, todos los perros

de Cerver empezaron a ladrar llevando el pánico y el terror a sus habitantes, pues se creía

desde los tiempos más antiguos que al ladrar allí animales caninos que siempre habían

sido mudos estaría pronto a extinguirse el mundo universal.

En 1989, José Saramago publica Historia del Cerco de Lisboa, una novela sobre el poder

de la rebeldía para cambiar la historia.

Cuenta una historia muy peculiar, la de Raimundo Silva, un anodino corrector de pruebas de

una editorial que un día, revisando un ensayo sobre el cerco de la ciudad de Lisboa, siente

un impulso irreprimible de introducir un no, donde debería aparecer un sí.

Esta decisión será fundamental en su vida.

Esta es la escena en la que de pronto Raimundo decide revelarse.

Pero esta batalla desgraciadamente va a ganar la Mr. Hyde, se nota en la manera como Raimundo

Silva sonríe en este momento, con una expresión que no esperáramos de él, de pura malignidad.

Han desaparecido de su rostro todos los rasgos del Dr.

Es evidente que acaba de tomar una decisión y que fue mala, con mano firme, sujeta el

bolígrafo y añade una palabra a la página, una palabra que el historiador nos escribió,

que en nombre de la verdad histórica no podría haber escrito nunca, la palabra no.

Ahora lo que el libro dice es que los cruzados no auxiliarán a los portugueses a conquistar

Lisboa.

Así está escrito y por tanto pasó a ser verdad, aunque diferente, lo que llamamos

falso ha prevalecido sobre lo que llamamos verdadero, ocupó su lugar.

Alguien tendría que venir a contar la historia nueva y cómo.

En tantos años de honrada vida profesional, Jamás Raimundo Silva se había atrevido con

plena consciencia a infringir el antes citado código de ontológico no escrito que pauta

las acciones del corrector en relación con las ideas y opiniones de los autores.

Para el corrector que conoce su lugar, el autor como tal es infalible.

Los correctores, si pudieran, sabrían mudar la faz del mundo con un simple cambio de palabras.

Asimismo fue el mundo hecho y hecho el hombre con palabras.

Raimundo Silva no seguirá leyendo, está gotado.

Se le han ido todas las fuerzas en aquel no que se jugaba, aparte de la inmaculada reputación

bien merecida, la tranquilidad de una conciencia en paz.

A partir de hoy, vivirá para el momento más tarde o más temprano, pero inevitable

en que aparezca alguien pidiéndole cuentas del error.

La obra de José Saramago empieza a extenderse por todo el mundo gracias a las traducciones.

En Francia, España, Inglaterra o Italia las ventas de sus libros se disparan.

Cuentan que José Saramago paseaba a compilar del río por el barrio de La Campana en busca

de un kiosco para comprar la prensa cuando leyó de reojo unas palabras en portugués

que decían El Evangelio Según Jesucristo.

Avanzó un poco más y se detuvo intentando volver a leerlo, pero no había leído en

realidad aquella frase, era una ilusión óptica y eso fue lo que le dio título a su siguiente

novela.

José Saramago se declara ateo, pero está convencido de que es producto de la sociedad

judio-cristiana en la que ha sido educado.

En El Evangelio Según Jesucristo, publicada en 1991, José Saramago vuelca todo su pensamiento

en torno a la figura de Jesús.

Es una novela extraordinaria sobrecogedora, presenta por supuesto una visión distinta

mucho más terrenal de la vida de Jesús.

Es una novela que nos llena de preguntas.

La escena que les vamos a contar es en la que Jesucristo conoce a María Magdalena,

que será fundamental en esta novela.

Al día siguiente, Jesús se despidió de los primeros amigos que había encontrado en sus

18 años de vida y con el fardo el lleno, dando la espalda a este mar de Genesaret,

donde, o mucho se engañaba o le hizo Dios una señal, orientó al fin sus pasos hacia

las montañas, camino de Nazaret.

Sin embargo, quiso el destino que, al atravesar la ciudad de Magdala, se le reventase una

herida del pie que tardaba en curarse y de tal modo que parecía que la sangre no quería

parar.

También quiere el destino que el peligroso accidente ocurra a la salida de Magdala, casi

enfrente de la puerta de una casa que está alejada de las otras como si no quisiera aproximarse

a ellas o ellas la rechazaran.

Viendo que la sangre no da muestras de restañarse, Jesús llama a los de dentro y acto seguido

aparece una mujer en la puerta.

Es como si estuviera esperando que la llamasen, aunque por un leve aire de sorpresa que se

insinúa en su cara podríamos pensar que está habituada a que entren en su casa sin

llamar.

Esta mujer es una prostituta.

Jesús, que está sentado en el suelo comprimiendo la desatada herida, echa una mirada rápida

a la mujer que se acerca y le pide que le ayude.

Auxiliándose de la mano que ella le tiende, consigue ponerse en pie y dar unos pasos cojeando.

Ella le dice que entre, que le curará la herida.

Jesús no dijo ni si ni no.

El olor de la mujer lo aturdía hasta el punto de desaparecerle.

De un momento a otro, el dolor que le provocara a la llaga al abrirse y ahora, con un brazo

sobre los hombros de ella, sintiendo su propia cintura ceñida por otro, que evidentemente

no podía ser suyo, percibió el tumulto que le traspasaba el cuerpo en todas direcciones.

Si no es más exacto decir sentidos, porque en ellos, o en uno, que tiene ese nombre,

pero que no es a la vista ni el oído ni el gusto ni el olfato ni el tacto, aunque pueda

llevar una parte de cada uno, ahí es donde todo iba a dar con perdón.

La mujer le ayuda a entrar en el patio, cierra la puerta y lo hace sentarse.

Va por una vacía de barro y un paño blanco.

Llena de agua, la vacía moja el paño y arrodillándose a los pies de Jesús, sosteniendo en la palma

de la mano izquierda el piérido, lo lava cuidadosamente, limpiándolo de tierra, ablandando

la costra rota de la que sale, con la sangre, una materia amarilla purulenta de mal aspecto.

Dijo la mujer, no va a ser el agua lo que te cure.

Y Jesús dijo, solo te pido que me ates la herida para poder llegar a Nazaret.

Allí la trataré, iba a decir, mi madre me la tratará, pero se corrigió, pues no

quería aparecer ante los ojos de la mujer como un chiquillo que por un tropezón con

una piedra se echa llorar.

En abril de 1992 el gobierno de Cabaco Silva elimina el Evangelio Según Jesucristo de la

lista que han realizado tres instituciones para representar la nueva literatura portuguesa

en Europa.

Saramago entonces se plantea la posibilidad de trasladarse a Lanzarote a vivir, una isla

que ha visitado unos meses antes para distanciarse de un gobierno que no respeta los valores

surgidos de la revolución de abril.

El Evangelio Según Jesucristo es un antes y un después en su obra.

En Tías, Lanzarote vivirá los siguientes 18 años de su vida, en una vivienda a la

que llamará a casa.

Allí comenzará una nueva vida y escribirá un nuevo libro, Ensayo sobre la Ceguera, a

la que dedica tres años y tres meses, fruto de una idea que le había surgido en un restaurante

de Lisboa.

Y si fuéramos ciegos…

El mundo sufre una pandemia en esta novela, una ceguera blanca que hace que la sociedad

saque lo peor de sí misma.

Y además, que cuando se recuperen de esa enfermedad, se den cuenta de que no han aprendido nada.

Le suena.

Con esta novela, a través de una alegoría a Saramago intenta decirle al lector que la

vida que vivimos no se rige por la racionalidad, que estamos usando la razón contra la razón

contra la propia vida.

Intenta decir que la razón no debe separarse nunca del respeto, que la solidaridad no debe

ser la excepción, sino la regla.

La escena que les vamos a contar es la primera de la novela.

Un hombre, de pronto, dentro de un coche, se queda fío.

Se iluminó el disco amarillo.

De los coches que se acercaban, dos se aceleraron antes de que se encendiera la señal roja.

En el indicador del paso de peatones apareció la silueta del hombre verde.

Los conductores impacientes esperan a que se ponga la luz en verde para ellos, pero cuando

lo hace no todos arrancan.

El primero de la fila de en medio se queda parado.

Los peatones ven al conductor braseando tras el para-brisas mientras los de los coches

de atrás tocan frenéticos el klaxon.

El hombre grita algo, por los movimientos de la boca se nota que repite dos palabras.

¿Estoy ciego?

Nadie lo diría.

A primera vista, los ojos del hombre parecen sanos.

El iris se presenta nítido, luminoso, la esclerótica blanca, compacta como porcelana,

los párpados muy abiertos, la piel de la cara crispada, las cejas repentinamente revueltas,

todo eso, cualquiera lo puede comprobar, son trastornos de la angustia.

Le ayudan a salir del coche mientras el hombre repite con desesperación que está ciego,

que lo ve todo blanco, implora que alguien le lleve a casa.

Un hombre se ofrece a conducir el coche y llevar al hombre a su casa.

Aparcan cerca de la casa del ciego, una vez allí el ciego dice que no necesita nada

más por no dejar entrar a un extraño en su casa y el buen samaritano se va.

Cuando llega la mujer del hombre que se ha quedado ciego deciden llamar a un oculista.

El hombre ciego se da cuenta de que el hombre que le ha traído no le ha dejado las llaves

del coche, aun así buscan el vehículo, pero no lo encuentran.

Tu santo protector, esa alma de Dios se ha llevado el coche, no puede ser, seguro que

no miraste bien, claro que mire bien, yo no estoy ciega.

Las últimas palabras le salieron sin querer.

José Saramago, en los primeros años de su estancia en Lanzarote, escribe un diario

que terminará teniendo seis volúmenes, cuadernos de Lanzarote, son extraordinarios, deliciosos.

Su siguiente novela es otra obra impresionante, todos los nombres.

Francisco Umbral, tras leerla, dijo que Saramago solo tenía que sentarse a la puerta

de su casa y esperar la concesión del novel.

Més y medio después, la Academia Sueca se lo concedió.

Todos los nombres surge de una historia real, inarra la búsqueda de un funcionario del

registro civil que se propone reconstruir el rastro de una desconocida que acaba de

morir.

Se ha dicho de ella que es la historia de amor más intensa de la literatura portuguesa

de todos los tiempos.

Umbral dijo que Saramago había escrito una no historia con unos no personajes sobre un

no encuentro y un no amor.

Y que el resultado era magnífico.

Este es el comienzo.

Además del nombre propio de José, Don José también tiene apellidos de los más corrientes.

Sin extravagancias holomásticas, uno por parte de padre, otro por parte de madre, según

la norma, legítimamente transmitidos como podríamos comprobar en el registro de nacimiento

existente en la conservaduría si la sustancia del caso justificase el interés y si el resultado

de la averiguación compensara el trabajo de confirmar lo que ya se sabe.

Sin embargo, por algún motivo desconocido, si es que simplemente no se desprende de

la insignificancia del personaje, cuando a Don José se le pregunta cómo se llama o

cuando las circunstancias le exigen que se presente, soy fulano de Dal, nunca le sirve

de nada pronunciar el nombre completo, dado que los interlocutores solo retienen en la

memoria la primera palabra, José, a la que después añadirán o no, dependiendo del

grado de confianza o de ceremonia, la cortesía habla familiaridad del tratamiento.

A José Saramago le llega el anuncio de la concesión del Premio Nobel de Literatura,

volando desde Frankfurt a Madrid.

Cuando su editor le da la noticia, le dice que debe volver a la feria el libro de Frankfurt

inmediatamente y él dice que lo que tiene que hacer es llegar a la anzarote porque

no tiene camisas para cambiarse.

El socialista Jorge Sampaio, que lleva dos años como presidente de la República de

Portugal, dijo que el premio era una alegría para el país, a pesar de las diferencias

políticas e ideológicas que tenían.

Después del Nobel, la llave por sí intensa actividad de Saramago aumenta.

El milenio llega con un montón de premios y distinciones.

En una visita que realiza un centro comercial en Alberta, en Canadá, se despierta el asombro

de José Saramago. Aquel le parece un lugar que reproduce el mundo, un lugar limpio, seguro

y agradable para que los consumidores sean felices.

El centro comercial sustituyó la catedral y está sustituyendo la universidad.

Ya tiene en la cabeza la caverna.

Esta novela es una parábola del mundo que nos plantea las tensiones entre pequeños y

grandes comerciantes y el propio sistema liberal.

La visita a un museo de artes populares en Brasil, junto al hecho de que le viene a

la mente la alegría de Platón, sienta en las bases de lo que será la caverna.

Una novela sobre un alfarero que descubre que ya no hay un lugar para él en la sociedad

tecnificada. Una novela impresionante, profunda, esencial, que vuelve en tiempos de crisis

que recuerda quiénes somos y nos señala el camino.

La escena que les vamos a contar es brutal.

Se explica por sí misma.

El bajo sigilo absoluto.

A los guardas residentes, y solo a ellos, por ser considerados dignos de más confianza,

se les comunicó que las obras para la construcción de los nuevos depósitos frío oríficos habían

sacado a la luz en el piso 05, algo que exigiría una cuidadosa y demorada investigación.

Por ahora, el acceso al lugar está restringido, dijo el comandante a los guardas.

Dentro de algunos días un equipo mixto de especialistas estará trabajando allí.

Habrá geólogos, arqueólogos, sociólogos, antropólogos, médicos, legistas, técnicos

de publicidad. Incluso me han dicho que forman parte del grupo dos filósofos. No me pregunten

por qué.

Los guardias tienen que vigilar día y noche. Sentado en su cama cipriano, Algor, piensa

que tiene que descubrir lo que pasa en las profundidades del centro. Intentará bajar

en un montacargas hasta el piso 05 y a partir de ahí entregarse a la suerte y a la casualidad.

Para el apartamento cerca de las tres de la madrugada, baja a la excavación, nadie

le detiene. Entra en la negritud. Casi arras de suelo a su izquierda, hay una luminosidad

tenue que ilumina una rampa de tierra. Cipriano y Algor pueden ir el batir de su propio corazón.

Dos focos muestran la forma oblonga de la entrada de una gruta. Marcial, su hierno, guarda de

seguridad está sentado en un escabel. Le pregunta qué hace allí, pero no hay enfado

en la voz, sino un emocionado sentimiento de gratitud. Cipriano le pregunta si ha visto

lo que hay en la gruta y Marcial le dice que entre él mismo a verlo.

Cipriano, Algor, comenzó a bajar. Tenía la impresión de que había dado mucho. Percibía

que el pánico comenzaba insidiosamente a rasparle los nervios. De repente, como si

hubiese girado sobre sí mismo en ángulo recto, la pared se presentó ante él. Había alcanzado

el final de la gruta. Dio dos pasos e iba a la mitad del tercero, cuando la rodilla

derecha chocó con algo duro que le hizo soltar un gemido. Con el choque la luz osciló. Ante

sus ojos surgió, durante un instante, lo que parecía un banco de piedra y luego, en el

instante siguiente, alineados. Unos vultos mal definidos, aparecieron y desaparecieron.

Un violento temblor sacudió los miembros de Cipriano, Algor. Su coraje flaqueó como

una cuerda a la que se le estuvieran rompiendo los últimos hilos.

Es un cuerpo humano sentado. A su lado, cubiertos con los mismos paños oscuros, otros cinco

cuerpos igualmente sentados, erectos todos como si un espigón de hierro les hubiese entrado

por el cráneo y los mantuviese atornillados a la piedra. La pared lisa del fondo de la

gruta está a diez palmos de las órbitas hundidas. Tres hombres y tres mujeres con restos de ataduras

que parecen haber servido para inmovilizarles los cuellos, ataduras iguales les prenden

las piernas. El miedo había desaparecido. La luz de la

linterna acarició una vez más los mis rostros, las manos. Solo piel y hueso, cruzadas sobre

las piernas y más aún, guió la propia mano de Cipriano, Algor, cuando tocó, con respeto

que sería religioso si no fuese humano simplemente, la frente seca de la primera mujer. Y a nada

le retenía allí. Cipriano, Algor, había comprendido.

Marcial baja su encuentro a larga la mano para ayudarlo. Al salir de la oscuridad hacia

la luz, vienen abrazados. Exausto de fuerzas, Cipriano, Algor, se deja caer en el escabel

y sin ruido comienza a llorar. En el suelo se ve una gran mancha negra, la tierra está

arrequemada en ese lugar como si durante mucho tiempo allí hubiera ardido una hoguera. Cipriano,

Algor, vuelve al apartamento. Marta, su hija, le abre la puerta silenciosamente. Pregunta

por Marcial y pregunta qué hay abajo. Abajo hay seis personas muertas, tres hombres

y tres mujeres. Esas personas somos nosotros. Somos nosotros. Y yo, tú, Marcial, el centro

todo, probablemente el mundo. La historia tarda media hora en ser contada. Marta la oye sin

interrumpir una sola vez. Al final, le da la razón. No hablan más hasta que llega Marcial.

Cuando entra, Marta se le abraza con fuerza preguntándole qué van a hacer. Cipriano contesta.

Vosotros decidiréis vuestras vidas. Yo me voy.

Esta escena es absolutamente impresionante. Un día, José Saramago ve su imagen en el

espejo mientras se afeita y se pregunta si sería soportable que existiese alguien exactamente

igual a él. Para responder a esa pregunta, escribe el hombre duplicado donde el protagonista,

horror de historia, descubre en una película alguien idéntico e intenta resolver el misterio.

Es una novela sobre la identidad. Y esta es la escena en la que el hombre descubre a su

doble. Se sentó en el sillón. Apretó el botón del mando a distancia. E inclinado hacia

adelante con los codos hincados en las rodillas, todo el ojos. Ya sin risas ni sonrisas, repasó

la historia de la mujer joven y guapa que quería triunfar en la vida. Al cabo de 20 minutos,

la vio entrar en un hotel y dirigirse al mostrador de recepción. Le oyó decir el nombre. Me

llamo Inés de Castro. Antes ya había notado la interesante e histórica coincidencia,

o yo como prosseguía. Tengo una reserva. El empleado la miró de frente, a la cámara,

no a ella, o a ella que se encontraba en el lugar de la cámara. Lo que le dijo casi

no llegó a percibirlo. Ahora tertuliano, máximo afonso. El dedo de la mano, que sostenía el mando

a distancia, apretó veloz el botón de pausa. Sin embargo, la imagen ya se había ido. Es lógico

que no se gaste película inútilmente en un actor figurante o poco más que sólo entra en la

historia al cabo de 20 minutos. Rebovino la cinta. Pasó otra vez por la cara del recepcionista. La

mujer joven y guapa volvió a entrar en el hotel. Volvió a decir que se llamaba Inés de Castro

y que tenía una reserva. Ahora sí. Aquí está. La imagen fija del recepcionista mirando de frente

a quien le miraba él. Tertuliano, máximo afonso. Se levantó del sillón. Se arrodilló delante

del televisor. La cara tan pegada a la pantalla como le permitía la visión. Soy yo, dijo. Y otra vez

sintió que se le erizaba el pelo del cuerpo. José Sanamago plantea en 2004 con ensayo sobre

la lucidez una novela sobre la libertad en la que reflexiona sobre la capacidad que tenemos para

cambiar el mundo, a la vez que plantea preguntas esenciales sobre el poder, sobre la democracia y

sobre la información. Ensayo sobre la lucidez plantea qué pasaría si un día todo el mundo votara

en blanco. Así comienza con esta frase demoledora. Mal tiempo para votar. Está lloviendo muchísimo.

Se constituye la mesa. Fuera no hay sombra de ningún elector. Media hora después el presidente

sugiere a uno de los vocales que salga a cerciorarse de si viene alguien. Y si la puerta está bien

abierta, el vocal vuelve empapado y dice que la calle está desierta. El secretario, al que todos

dirigieron la mirada esperando, optó por presentar una sugerencia práctica. Creo que no sería mala

idea telefoniar al ministerio pidiendo información sobre cómo está transcurriendo la jornada

electoral aquí y en el resto del país. Sabríamos si este corte de energía cívica es general o si

somos los únicos a quienes los electores no vienen a iluminar con sus votos. El presidente llama.

En el ministerio no saben qué pensar. Es natural que el mal tiempo esté reteniendo a mucha gente

en sus casas, pero en toda la ciudad sucede prácticamente lo mismo. En el resto del país en

cambio, aunque hay lugares donde llueve tanto como allí, las personas están votando. Una hora

después entra el primer elector. El segundo elector tarda diez minutos más en aparecer. A partir

de él, si bien con cuentagotas, las papeletas van cayendo en la urna. Por la tarde, la gente comienza

a salir de sus casas. El ministerio del interior, entonces, saca una nota de alivio, así como los

tres partidos en Liza, el jefe del estado en su palacio y después el primer ministro en su palacete.

El ministerio del interior prorroga dos horas el término de la votación.

Pasaba de la media noche cuando el escrutinio terminó. Los votos válidos no llegaban al 25%,

distribuidos entre el partido de la derecha, 13%, partido del medio, 9% y partido de la izquierda,

2 y medio por ciento. Poquísimos los votos, no los poquísimas las abstenciones. Todos los

otros, más del 70% de la totalidad, estaban en blanco. José Salamago no cesa en su frenética

actividad aunque empieza a tener problemas de visión. Precisamente en un preoperatorio de una

cirugía ocular le detectan una leucemia. José Salamago, sin ningún tipo de ansiedad,

empieza, tras esta noticia, su nueva obra, Las Intermitencias de la Muerte, donde plantea una

cuestión asombrosa. Y es que un día la muerte deje de trabajar. Esta novela es absolutamente

maravillosa. Por primera vez, Salamago elige un músico como protagonista, en este caso un

violón chelista, y plantea qué pasaría con esta sociedad si la gente dejara de morirse. Y luego

plantea que sólo hay una forma de luchar en realidad contra la muerte. Mediante la belleza,

mediante el amor. La novela empieza con otra frase rotunda. Al día siguiente no murió nadie.

El hecho por absolutamente contrario a las normas de la vida causó en los espíritus una

perturbación enorme. Efecto a todas luces justificado. Basta recordar que no existe noticia en los

40 volúmenes de la historia universal ni siquiera un caso para muestra de que alguna vez haya ocurrido

un fenómeno semejante. Que pasara un día completo con todas sus pródigas 24 horas contadas entre

diurnas y nocturnas, matutinas y vespertinas, sin que se produjera un fallecimiento por enfermedad,

una caída mortal, un suicidio conducido hasta el final. Nada de nada, como la palabra nada.

En 2006, José Salamago publica las pequeñas memorias, un delicioso libro en el que recuerda

la primera parte de su vida. Su siguiente novela surge de una cena en Salzburgo, en un restaurante

llamado The Elephant, donde le hablaron de un elefante que cruzó Europa ya que el rey portugués

Joao III se lo regaló a Maximiliano de Austria. Ese es el origen del viaje del elefante que José

Salamago publica en 2008. El viaje del elefante no es un libro histórico, es una combinación de hechos

reales e inventados y una reflexión sobre el sentido de la existencia donde el humor y la

ironía están muy presentes. Esta es la escena en la que la reina propone al rey que el regalo de

bodas sea el elefante.

Estoy dudando, señora, que mi señor. El regalo que le hicimos al primo Maximiliano cuando su

boda hace cuatro años siempre me ha parecido indigno de su linaje y méritos y ahora que lo tenemos

aquí tan cerca en Valladolid, como regente de España, a un tiro de piedra, por así decir,

me gustaría ofrecerle algo más valioso, algo que llamara la atención a búsqued paresse, señora.

La reina propone una custodia. El rey se encoge de hombros y regresa a la espinosa tarea de

descubrir un regalo capaz de satisfacer al archiduque Maximiliano de Austria. La reina visvisía una

oración cuando de repente se interrumpe y casi grita.

Tenemos a Salomón, que pregunto el rey perplejo y sin entender la intempestiva invocación al rey de

Judea. Sí, señor, Salomón, el elefante. Y para qué quiero aquí el elefante, pregunto el rey

algo enojado. Para el regalo, señor, para el regalo de bodas, respondió la reina, poniéndose de

pie, eufórica, excitadísima. No es regalo de bodas. Da lo mismo. En la presentación del viaje del

elefante en Sao Paulo, a donde viaja, pese a su frágil salud, Saramago compara la odisea del

elefante con las vidas humanas. Bueno, el elefante ahí lo llevo, no estaba donde va. Y en eso yo me

di cuenta que se parece mucho a la vida humana, porque nosotros tampoco se vivimos muy bien, es

donde nos llevo. Durante ese viaje a Brasil, José Saramago comenta a sus amigos que ya tiene un

nuevo libro en la cabeza. Su título será Caín. José Saramago no quiere morir sin reflexionar sobre

el primer criminal de la historia. Y aunque sufre varias hospitalizaciones, sigue trabajando en la obra.

Caín es visto por Saramago como una víctima. Caín mata a Bel, pero Dios no lo condena a muerte,

lo deja en la tierra. Saramago, al relatar las distintas situaciones que vive,

caín pondrá de manifiesto a la crueldad de Dios desde su visión de humanista y ateo. A Saramago

le costaba aceptar que la humanidad, pese a todos los avances científicos y tecnológicos,

no era más igualitaria. Caín es una novela que defiende un posicionamiento humanista,

el ser humano como centro de todas las cosas. Así comienza esta novela.

Cuando el Señor, también conocido como Dios, se dio cuenta de que Adán Nieva,

perfectos en todo lo que se mostraba la vista, no le salía ni una palabra de la boca,

ni emitían un simple sonido por primario que fuera. No tuvo otro remedio que irritarse consigo

mismo, ya que no había nadie más en el jardín del Edén, a quien responsabilizar de la gravísima falta.

José Saramago muere el 18 de junio de 2010, a los 87 años de edad, en su casa de Lanzarote.

Tranquilo, rodeado de sus seres queridos. Tuvo una despedida íntima en la isla y otra

multitudinaria en Portugal. Cuando el avión que lo llevaba a Portugal levantó el vuelo,

sus lectores salieron a la calle o se subieron a las terrazas para leer fragmentos de sus libros.

Las calles de Lisboa estallaban llenas de carteles con una foto y una palabra,

obligado. Una multitud con libros y claveles rojos acompañó el féretro hasta el cementerio alto

de San Juan de Lisboa, donde le cantaron el himno de la internacional comunista y el grande

la vilamorena. Más de 20.000 personas pasaron por la capilla ardiente. En el féretro se introdujo

memorial del convento. Sus restos se quedaron en Lisboa, bajo un olivo de haciñaga, situado

frente a la casa dos bicos que pasó a ser la sede de la fundación José Saramago. Junto a una

sencilla lápida, con el nombre del escritor, hay una frase. No subió a las estrellas si a la tierra

pertenecía. Lean a Saramago. Concedanse ese placer y ese privilegio.

Yo creo que nadie puede decir quién es. Lo único que sí que se puede es más o menos tener una idea de cómo se va

siendo y por lo menos intentar que haya una cierta coherencia entre lo que hemos sido, lo que somos y lo que llegaremos a ser.

Y hasta aquí este un autor en una hora que hemos dedicado a José Saramago. Hemos utilizado los libros

Saramago, el Nobel de lo imposible de Juan Pinilla. José Saramago, la consistencia de los sueños de Gómez

Aguilera y el maravilloso libro de Pilar del Río, la intuición de la isla editado por Itineraria. Gracias

por estar ahí y gracias por leer. Un autor en una hora en la cadena ser.

Un programa escrito y dirigido por Antonio Martínez Asensio con la voz de Eugenio Barona y la colaboración de Olga

Hernán Gómez, diseño sonoro de Mariano Revilla, edición y montaje de sonido de Borja González, redacción Laura Martínez Pérez

y en las redes Virginia Díaz Pacheco.

Todos los episodios y contenidos adicionales de la app de cadena ser y en nuestros canales de Apple Podcasts Spotify, iBox Google Podcasts y YouTube.

Subtítulos en español de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucr

de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia en los destinos de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de la Iglesia de Jesucristo de

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José Saramago (Azinhaga, Portugal, 1922-Tías, Lanzarote, 2010) obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1998 y es autor de 'El año de la muerte de Ricardo Reis', 'Las intermitencias de la muerte', 'Levan­tado del suelo', 'Memorial del convento', 'El Evangelio según Jesucristo', 'Todos los nombres', 'La ca­verna' o 'Ensayo sobre la ceguera', entre otros.