Un Libro Una Hora: 'La Pimpinela Escarlata', uno de los grandes clásicos de capa y espada

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Bienvenidos al podcast de Un Libro Una Hora, en este episodio os vamos a contar la pimpinela

escarlata de Emma Orsi. La baronesa Orsi, Emma Orsi, nació en 1865 en Tarnaos,

Hungría, y falleció en 1947 en Londres. Fue escritora y pintora. En su niñez y

adolescencia vivió en Bélgica, en París y en Londres. A los 15 años, entró en la Escuela

de Arte del Oeste de Londres, donde comenzó su amor por la pintura y el dibujo. Algunas de sus

obras fueron expuestas en la Royal Academy. Debutó como novelista con las velas del emperador en

1899, pero alcanzó el éxito con la pimpinela escarlata, que dos años antes había alcanzado

renombre tras ser estrenada en teatro. La baronesa Orsi publicó más de 13 colecciones de relatos

cortos entre 1905 y 1928, inspirados todos ellos en su primera novela. Estas colecciones se

conocen bajo el nombre de Serie Pimpinela Escarlata. El mismo año de su muerte apareció su

autobiografía, eslabones de la cadena de la vida. La pimpinela escarlata fue publicada en 1905 y

está considerada uno de los grandes clásicos del género de capa y espada, y su protagonista,

el precursor de los héroes en mascarados, que ya forman parte de la cultura popular contemporánea.

Es una novela muy divertida y emocionante, llena de acción, de humor, de amor y de aventuras. Vamos a

París, septiembre de 1792. Había ya una multitud de enfurecida, bolsiferante y llena de agitación,

eran seres que no tenían de humano más que el nombre, por lo que se veía y se oía parecían

más bien criaturas salvajes, animadas por miles pasiones y por el deseo de odio y de vencanza.

Durante la mayor parte del día la guillotina ha llevado a cabo su siniestra labor. La matanza

cesa únicamente por la tarde. Los aristócratas intentan esconderse y escapar. Antes de que se

cierren las puertas de París y de que los carros del mercado salgan por las distintas barricadas,

algún que otro desventurado aristócrata intenta evadirse de las garras del Comité de Salud Pública.

Usan distintos disfraces para huir y viajar hacia Inglaterra o cualquier otro país que los acoja.

Se decía que aquellas huidas estaban organizadas por un grupo de ingleses cuya audacia parecía

no tener igual. Por el simple deseo de meterse en lo que no les concernía mataban el tiempo en la

tarea de arrebatar a madame guillotina las víctimas que se le habían destinado legalmente. Aquellos

rumores iban en aumento y se hacían cada vez más exagerados. Se trataba sin duda de un grupo de

ingleses entrometidos mandados al parecer por un hombre cuyo valor y audacia eran casi fantásticos.

Se cuentan extrañas historias sobre cómo él y los aristócratas rescatados se hacían de repente

invisibles al llegar a las barricadas. Nadie ha visto aquellos ingleses misteriosos en cuanto a su

jefe, nunca se habla de él a no ser con cierto estremecimiento supersticioso. Lo habitual es que

el ciudadano Fouquietteinville fiscal en el Tribunal Revolucionario reciba de forma misteriosa un

trozo de papel. A veces lo encuentra en el bolsillo de su chaqueta, otras veces se lo entrega alguien

entre la multitud. El papel contenía siempre una breve noticia cerca de que el grupo de ingleses

entrometidos estaba en acción y siempre aparecía firmado con un signo dibujado en rojo, una pequeña

flor en forma de estrella que en Inglaterra llamamos pimpinela escarlata. Al cabo de pocas horas de haber

recibido aquel aviso insolente los ciudadanos del comité de salud pública se enteraban de que

varios nobles y aristócratas habían logrado llegar hasta la costa y emprender el viaje a salvo hacia

Inglaterra. Los guardas de las puertas se han duplicado, los argentos han sido amenazados con la

muerte al tiempo que se ofrecen magníficas recompensas por la captura de aquellos atrevidos e

insolentes ingleses. 5.000 francos al hombre que consigue atrapar al misterioso y escurridizo

personaje llamado pimpinela escarlata. Aquella tarde hay alineados unos 12 carros cubiertos dispuestos

a salir de la ciudad. El sargento vivó que guarda una de las barricadas, se fija en una vieja que lleva

el látigo del carro adornado con un montón de rizos de todos los colores que dice que es el pelo

de los ejecutados ese día. Le cuenta que tiene que irse porque a su nieto le han salido unas

pústulas. Vivó retrocede enseguida, puede ser la peste, el horror frente a la repugnante enfermedad

se apodera de la gente. Vivot le grita que se vaya y la vieja hace pasar el carro a través de la

puerta. Poco después aparece de repente un capitán de la guardia preguntando por la vieja.

Un carro esclamó casi sin aliento antes de llegar hasta las puertas. Conducido por una

anciana bruja, un carro cubierto, una bruja que traía a su chico atacado por la peste. ¿Lo habéis

dejado pasar? Por todos los diablos. Gritó Vivot al tiempo que sus mejillas de color púrpura se

ponían blancas a causa del pánico. En el carro iba la condesa de turné con sus dos hijos. Todos ellos

eran traidores y estaban condenados a muerte. ¿Y quién era el conductor? Sus robo vivó mientras

un estremecimiento de superstición recorría a su espirador sal.

Esto es lo malo, dijo el capitán, porque se teme que fuera este maldito inglés en persona,

la pimpinela escarlata. Como señala el blog Las Inquilinas de Netherfield,

la pimpinela escarlata a una intriga, heroísmo, aventuras, secretos y romance. Vamos de una fiesta

con el mismísimo príncipe de Gales a una situación de suspense muy emocionante. Hay momentos de

tensión, hay romance y hay acción en su justa medida y situaciones de peligro que la autora

resuelve con ingenio y sin aspavientos. Vamos de escenas que desbordan pasiones intensas y reprimidas

por malentendidos y errores del pasado a diálogos que van desde la sutil ironía y el doble sentido

a la difícil contención de tener que decir mucho sin atreverse a usar las palabras directas para

hacerlo. Del descanso del pescador, una posada de Dover, sale la diligencia que hace el trayecto

Londres Dover. Por eso los viajeros que cruzan el canal son clientes habituales de esa posada.

Acaba de llegar Lord Anthony, uno de los hijos del duque de Exeter, la figura perfecta de lo que es

un joven caballero inglés alto y bien plantado, hombros anchos y un rostro sonriente que siempre

inspira alegría. En el descanso del pescador todo el mundo le conoce. A Lord Anthony le gusta hacer

de vez en cuando una escapada a Francia, por eso al ir o al venir suele pasar siempre una noche en el

descanso del pescador. Hay dos forasteros jugando una partida de Domino y al verlos, por un momento,

su aspecto alegre y jovial se transforma en una expresión de profunda intranquilidad e incluso

de angustia, pero solo dura un segundo. Lord Anthony dice que pronto van a llegar unos amigos que han

logrado escapar de la guillotina. Al decir eso, da la impresión de que el joven desafía con la

mirada a los forasteros que juegan al domino. Según me han dicho, ha sido gracias a usted y a sus

amigos. Lord Anthony, sin embargo, puso inmediatamente su mano en el brazo del mesonero como signo de

advertencia. Calle exclamó autoritariamente, mirando de nuevo como por instinto a los dos forasteros.

De pronto, si oye a lo lejos un ruido de ruedas y de caballos, los amigos de Lord Anthony ya están

ahí. Se produce una conmoción general en la sala. Solo los dos forasteros no toman parte en aquella

excitación general. Entra la condesa de Tugnay, diciendo que está muy feliz de encontrarse en

Inglaterra. La acompaña a su hija, Suzanne, una mujer joven y elegante. Sus ojos grandes,

negros y cubiertos de lágrimas solo miran hacia Sir Andrew Folx, que también la mira a ella.

Y su hijo, el bizcón de Tugnay, un muchacho de 19 años, inverve todavía. Cuando traen la cena en

el comedor se produce un movimiento general. Únicamente los dos forasteros siguen en su sitio sin

inmutarse. Al parecer los dos forasteros que se hallaban en un rincón del comedor terminaron su

partida. Uno de ellos se levantó y de espaldas a su alegre compañero de Julgo empezó a abrocharse

con premeditado cuidado su gran capa de triple forro. Mientras hacía esto, iba observando con

detenimiento a su alrededor. Todo el mundo reía y hablaba alborotadamente. Entonces dijo en voz

baja estas palabras. Todo va bien. En ese preciso instante, con una habilidad conseguida a base de

mucha práctica, su compañero se puso de rodillas con una rápide finusitada y se deslizó en silencio

por debajo del banco de madera. El otro forastero dijo en voz alta, buenas noches, y salió tranquilamente

del comedor. Cuando el forastero cierra tras de sí la puerta del comedor, todos dan un suspiro de

alivio. Entonces, Lord Anthony brinda por el conde de Tugnay para que dentro de unos días pueda

andarle la bienvenida en Inglaterra. Y Sir Andrew Fox dice que han prometido traerle sano y salvo

a través del canal, igual que lo han hecho hoy con ellos, y pide que confíen en su jefe, el gran hombre

que ha organizado y llevado a cabo su vida. La pobre mujer estaba batida por haber tenido que

dejar a su marido en Francia. La emoción, el cansancio y la tristeza han acabado por dominar su

aspecto rígido y aristográfico. La condesa pregunta quién es el jefe, pero Lord Anthony le

contesta que es imposible decírselo. La condesa le pregunta por qué su jefe y todos ellos gastan

su dinero y arriesgan sus vidas desde el momento en que ponen el pie en Francia, a causa de una

gente como ellos que nada tiene que ver con su país. Y Lord Anthony responde que por deporte,

que resulta un placer huir de los peligros más terribles, estar a punto de caer y volver a empezar

de nuevo. La condesa, sin embargo, mueve la cabeza en señal de incredulidad y pregunta cuánto son.

Y Lord Anthony contesta que en conjunto 20 uno manda y 19 obedecen. Todos son ingleses y obedecen

a su jefe para salvar al inocente. A la condesa le resulta extraño que sean ingleses los que se

dedican a eso, cuando los propios franceses les maltratan y más las mujeres francesas. Y es

entonces cuando la condesa cuenta como una mujer, Marguerite Saint-Just, denunció al marqués de

Saint-Syr y a toda su familia ante el tribunal del terror y todos murieron guillatinados. Todos se

quedan sorprendidos. Marguerite Saint-Just fue una de las actrices principales en la comedia francesa

y se ha casado hace poco con un inglés muy conocido. Hay alguien que no conozca Lady Blackney,

la mujer más distinguida de Londres, la esposa del hombre más rico de Inglaterra, dijo Lord Anthony.

Por supuesto que todos conocemos a Lady Blackney, corrieron ciertos rumores, pero nadie los creyó

en Inglaterra. Su marido Sir Percy Blackney es un hombre de gran posición social y muy conocido

en todo el país. Además, es íntimo amigo del príncipe de Gales. Por su parte, Lady Blackney es

la dama más distinguida de la alta sociedad londínense. En ese momento, el mesonero dice que

Sir Percy Blackney y su esposa Lady Blackney están a punto de llegar. El hermano de Lady Blackney se

embarca para Francia y van a despedirse a él. Lo que suele llamarse un jarro de agua fría,

cae sobre el alegre grupo de comensales. Suzanne parece triste, estudió con Marguerite en el

colegio en París y eran muy amigas. Loran Zoni parece dominado por una enorme inquietud y en ese

momento se oye a lo lejos el ruido de un coche que se acerca. Son ellos. La condesa hace la demanda

marcharse seguida por sus hijos, pero en ese momento entra Marguerite con su magnífica presencia,

su altura superior a la normal y su figura regia. Incluso la condesa se queda inmóvil por un momento

y se vuelve con involuntaria admiración hacia la recién llegada. Marguerite Blackney no tenía un

25 años y su belleza se encontraba en su grado máximo. La boca suave y casi infantil, la nariz

perfectamente cincelada, la barbilla redonda y el delicado cuello parecían resaltar más gracias

al pintoresco vestido de la época. La elegante ropa de torciopelo azul moldeaba en cada una de sus

líneas el agradable contorno de su figura. Finalmente, con una de sus manos pequeñas,

sostenía con gracia y dignidad el extenso bastón adornado con un rabillete de cintas que hacía

muy poco se había puesto de moda entre las damas más distinguidas. Marguerite saluda alegremente a

Sir Andrew Folx mientras tiende una mano a Lorenzoni. Luego se dirige hacia Suzanne y la condesa.

Se acerca a las dos con muestras de gran afecto sin demostrar ninguna clase de embarazo en su

comportamiento o en su sonrisa, pero la condesa le prohíbe a su vieja hablar con ella. A Lorenzoni

y a Sir Andrew Folx casi se les para el corazón. Por un instante el suave rostro de Marguerite se

vuelve blanco, pero el fenómeno dura solo unos segundos. Inmediatamente sus delicadas cejas se

arquean y aparecen en sus labios una sonrisa de sarcasmo mientras la condesa sale del comedor

seguida de sus hijos. La vieja posada queda en silencio unos instantes. Cuando ya está cerca de

la puerta Suzanne se vuelve y corre hacia Marguerite a la que rodea con sus brazos y besa con gran

afecto. El gesto dulce e instintivo de Suzanne tiene la virtud de imaginar aquella tensión violenta.

Casi al instante aparece en el umbral una figura muy alta y lujosamente vestida.

Según las crónicas de la época, Ser Percy Blackney estaba a punto de cumplir los 30 en el año de

gracia de 1792. Más alto de lo normal, incluso para ser inglés, de anchas espaldas y aspecto

atlético se le hubiera podido considerar un hombre bien plantado. Lo que le echaba a perder

no obstante era cierta expresión vacía en sus ojos azules, así como aquella risa hueca y constante

que parecía desfigurar su boca enérgica y claramente delineada.

Hace poco menos de un año que Ser Percy Blackney, uno de los hombres más ricos de Inglaterra,

creador de nuevas costumbres e íntimo amigo del príncipe de Gales, ha asombrado a la alta

sociedad al regresar de uno de sus viajes con una esposa francesa de gran inteligencia y

fascinante belleza, a pesar de que es un hombre apático y aburrido, inglés como el que más,

capaz de hacer vos tezar a cualquier mujer hermosa. Marguerite Saint-Just es republicana por

principio y por convencimiento, cree en la igualdad de todos los hombres independientemente de su

nacimiento. La única desigualdad que admite es la del talento. La mujer más inteligente de Europa,

había unido su destino al condenado idiota de Blackney. Sus más íntimos amigos no podían

encontrar otra razón para esta extraña conducta que la de una suplema excentricidad. Quienes la

conocían bien se reían con desprecio de la idea de que Marguerite Saint-Just se hubiera casado con

un estúpido por las ventajas sociales y económicas que el matrimonio le podía proporcionar.

Sabían perfectamente que Marguerite Saint-Just no perseguía en modo alguno el dinero y menos

todavía los títulos nobiliarios. El refinado caballero entra lentamente en el comedor y saluda a

Lorenzoni y a Folx. Poco después Marguerite sale para despedirse de su hermano. En cuanto se

encuentra fuera del bullicioso comedor y sola parece respirar con más libertad, suspira profundamente

como quien ha pasado mucho tiempo primido por una pesada carga y deja que las lágrimas corran por

sus mejillas tras haberlas contenido. Dirige su mirado hacia el mar. Sobre la superficie de las

olas aparece la esbelta figura de un yate con sus velas blancas moviéndose graciosamente al

ritmo de la brisa. Es el daydream, el yate de ser Percy Blackney, dispuesto a llevar a Francia

Armand Saint-Just, hermano de Marguerite. Tiene que ir a un país dominado por una revolución

ardiente y cubierta de sangre. Marguerite va a venir a su hermano y le abraza. La dama sentía un gran

efecto por su hermano, Armand Saint-Just, hasta un extremo realmente conmovedor. Acababa de pasar

unas semanas en su casa de Inglaterra y ahora tenía que volver a su país para servir a la

patria precisamente en un momento en que la muerte constituía la recompensa natural,

la dedicación más enconada y entusiasta. Marguerite le dice a su hermano que si le pasa algo se

quedará sola y Armand le contesta que sola no, que está felizmente casada. Pero Marguerite

reconoce que desde que Percy sabe lo que pasó con el arresto del marqués de Saint-Just, algo ha

cambiado entre ellos. Parecía adorarme con tan extraña intensidad y con tal pasión concentrada

que llegó a conmover mi corazón. Como sabes yo no había amado nunca a nadie anteriormente. Tenía

por entonces 24 años y creía que mi naturaleza no estaba hecha para amar. Con todo siempre me

había parecido que debía ser algo divino, sentirse amada de una forma ciega y apasionada,

ser objeto de una adoración total. En realidad el mismo hecho de que Serper,

si fuera un hombre estúpido y torpe, tuvo la virtud de atraerme porque pensé que podría amarme

más que los demás. Por mi parte estaba dispuesta a corresponder, Armand. Me habría dejado adorar a

cambio de una infinita ternura. Marguerite le contó a unos amigos ciertas cosas relacionadas con

el marqués. La información se usó en contra de aquel pobre desventurado hasta el punto de

enviarle a él y a toda su familia a la guillotina. Ella odiaba al marqués, sí. Unos años antes su

hermano Armand se había enamorado de Ansel de Saint-Sig. El marqués era un hombre orgulloso y

lleno de prejuicios. Un diagmo se atrevió a enviar a Ansel un pequeño poema entusiasta,

ardiente y apasionado y a la noche siguiente los esbirros del marqués de Saint-Sig lo llevaron

a las afueras de París y lo apalearon ignominiosamente como un perro. Estuvieron a punto de matarle.

Marguerite no calculó el efecto de sus palabras. Ante su círculo de amistades declaró haber oído

el rumor de que los Saint-Sig habían entablado relaciones con Austria, esperando obtener la

apoyo del emperador para reprimir la revolución. 24 horas después Saint-Sig fue arrestado y la mala

suerte fue que entre sus documentos encontraron unas cartas del emperador de Austria. Marguerite no

pudo hacer nada para salvarle. Al principio, Ser Persi, lo había tomado con calma. De hecho,

pareció que no había entendido bien el sentido de toda la historia. Lo innegable, sin embargo,

fue que desde entonces no volvió a advertir ni rastro de aquel amor que le había convertido en

un ser completamente suyo. En la actualidad se encontraban separados. Ser Persi parecía haber

arrinconado su afecto por ella, de la misma manera que se aparta un guante que no sirve.

Cuando el Daydream zarpa, Marguerite permanece sola en un extremo del acantilado durante más de una

hora. Luego, emprende el camino hacia el descanso del pescador. De pronto, ve a un desconocido que

se acerca rápidamente hacia ella. Es Sovelin, un hombre de cerca de 40 años con una personalidad

astuta e inteligente y una curiosa expresión zorruna en sus ojos profundos. Es uno de los

forasteros que estaba en la posada. Marguerite le conoce de sus tiempos en París. Le pregunta

qué hace allí. Sovelin quiere ofrecer a Marguerite un trabajo. Quiere que preste un pequeño servicio

a Francia. Y de repente le pregunta si ha oído hablar de la pimpin en la escarlata. Marguerite le

dice que sí, que por supuesto que no hace otra cosa más que oír hablar de eso. Sovelin le dice

que el hombre que oculta su identidad bajo ese extraño seudónimo es el enemigo más acérrimo de

Francia y le pide que le ayude a encontrarlo. Marguerite siente muy poca simpatía por los

orgullosos aristócratas de Francia, pero odia los métodos empleados por la República.

Al acabar, Sovelin su discurso. Los ojos de Marguerite se habían humedecido. Sus pensamientos se

iban tras aquel héroe misterioso. Aquel era un hombre a quien habría amado de haberlo encontrado en

su camino. Todo cuanto se refería, él tenía la virtud de excitar su imaginación romántica,

su personalidad, su valentía, su bravura, la lealtad con que ayudaba a todos los que servían a una

misma causa noble y sobre todo el anonimato que le coronaba con un halo de gloria romántica.

Marguerite le dice a Sovelin que su proposición es repugnante, que si a quien sea se trata de

un hombre noble y valiente y que nunca va a ayudar a capturarle. Tras esto, sin mirar siquiera a Sovelin,

Marguerite le vuelve la espalda y se dirige hacia el interior de la posada.

Según Mónica Gutírez Artero, la pimpinela escarlata es divertida. Mantiene el suspense

de principio a fin y es una novela de aventuras clásica en la que se prescinde de la violencia

explícita que aún así mantiene la sensación de peligro que viven los protagonistas. Ágil y

entretenida. La historia transcurre en pocos días y con una tensión creciente hasta llegar a un

desenlace de lo más emocionante. Si bien es cierto que la documentación histórica es muy sencilla,

no por ello deja de ser eficiente y pone muy bien en antecedentes al lector que no necesita más

para imaginar a los personajes en su contexto. Cuando todos se van, solo quedan en la posada

Sir Andrew Fox y Loran Zoni. Hablan de que el próximo trabajo de la pimpinela escarlata va a ser

rescatar al conde de Tugné, que ha sido condenado a muerte. La pimpinela escarlata ya le ha ayudado

a escapar de su castillo y en esos momentos, Agmau Saint-Just se dirige a su encuentro. Va a ser

difícil sacarlos a los dos del país. Y luego comentan que el tal Sovelin ha llevado en glaterra

un verdadero ejército de espías y que por eso ellos deben hablar lo menos posible de los asuntos

de la banda. Sir Andrew saca de su bolsillo un pequeño libro en cuyo interior guarda un papel,

son las instrucciones de la pimpinela escarlata. En ese momento una figura sale de debajo de uno

de los bancos, se aproxima poco a poco a los dos jóvenes. En medio de la oscuridad casi absoluta

de la sala se arrastra por el suelo sigilosamente. En ese momento sí oye un ruido. Loran Zoni

atravesó el salón en dirección a la puerta, que abrió de repente y con gran rapidez. En el mismo

momento, sin embargo, recibió un fuerte golpe entre los ojos que le hizo retroceder violentamente

hacia el interior de la sala. De forma simultánea, la figura que se había arrastrado por el suelo,

amparándose en la oscuridad, saltó de improviso sobre Sir Andrew, que estaba desprevenido y consiguió

derribarle. Todo ello había sucedido en el breve espacio de dos o tres segundos. Antes de que Loran

Zoni o Sir Andrew tuvieran tiempo de defenderse o bien de proferir un grito de socorro, cuatro hombres

se les habían echado encima. Les taparon rápidamente la boca con bordazas y los ataron

fuertemente de pies y manos, después de colocarlos espalda contra espalda. Así Sovelá descubre

los planes de la pimpinela escarlata y se entera de que Agmó está en la banda. Piensa que ahora va

a ser más fácil convencer a Margherit. La siguiente oportunidad de hablar con ella es en la gran gala

del teatro Coven Garden. Allí Sovelá se las arregla para volver a encontrarse a solas con Margherit.

Lo primero que Sovelá le dice para captar su atención es que Agmó está en peligro. Le cuenta

que ha detenido a varios miembros de la banda y que entre los papeles que ha confiscado está una

carta de su hermano Agmó que le compromete y que incluso pone de manifiesto que forma parte de la

banda de la pimpinela escarlata y le cuenta que sabe que Sir Andrew Folx y Lord Anthony van a

encontrarse con la pimpinela escarlata en el baile que Grenville va a celebrar esa noche.

Usted va a ir luego al baile. Lo que hace hacer por mi Ciudadanap es escuchar y estar alerta.

Cualquier palabra que oiga o cualquier frase en voz baja me la tiene que referir. Deberá

fijarse en todos los que hablen con Sir Andrew Folx o con Lord Anthony. De momento nadie sospecha

de usted en absoluto. La pimpinela escarlata asistirá esta noche al baile de Lord Grenville.

Descubra quién es y le aseguro en nombre de Francia que su hermano se salvará.

Margherit se encuentra presa en una de esas redes de las cuales es imposible escapar. Un

precioso reen la obliga a obedecer y sabe que Sovelá nunca amenaza en mano. Margherit le pide

que a cambio le entregue la carta de Agmó y Sovelá le contesta que lo hará cuando sepa

quién es la pimpinela escarlata. El baile que ofrece Lord Grenville, ministro de Asuntos Exteriores,

es la fiesta más brillante del año. El príncipe de Gales acude acompañado por Percy Blakney y Margherit.

Margherit sufría intensamente. Aunque riera y conversada con animación, aunque fuera la

mujer más admirada, así como la dama más requerida y cortejada en aquel baile, se sentía igual

que una condenada muerte viviendo su último día sobre la tierra. Su marido,

Ser Percy, se dedica a refitar a todo el que quiera escucharle unos versos humorísticos sobre la

pimpinela escarlata. El príncipe está encantado, asegura que la vida sin Blakney sería un desierto

aburrido. El principal interés de Ser Percy en aquel tipo de reunés social se centra en la mesa

de juego. Tanto Sir Andrew como Loranzoni parecen un poco cansados e intranquilos,

aún así van impecablemente vestidos y no dan la impresión de estar preocupados. Margherit

observa a las personas que están a su alrededor. Ninguno le pega que pueda ser la pimpinela

escarlata. De pronto, ve que Lor haste en un refinado joven amigo de su marido y el príncipe de

Gales desliza algo en la mano de Sir Andrew, que está apoyado en el marco de una puerta.

Inmediatamente Ser Andrew se va a una pequeña habitación. Margherit le sigue.

De pronto Lady Blakney había cesado de existir. En aquellos instantes no existía más que Margherit

Sanjus, la muchacha que había pasado su juventud en los brazos protectores de su hermano Armand.

Había echado en olvido todo lo demás, su posición social, su dignidad, sus secretos,

entusiasmos. Únicamente recordaba que la vida de Armand estaba en peligro y que allí, a unos

pocos pasos de distancia, en la pequeña habitación que ahora estaba desierta, se encontraba quizás

en las manos de Sir Andrew Fox, el talismán que salvaría la vida de su hermano.

Cuando Margherit entra en la habitación, el joven está leyendo el papelito. Margherit se coloca

detrás de él y para disimular dice que tiene mucho calor y que está mareada y se sienta.

Sir Andrew acerca el papel a un candelabro y le prende fuego. Margherit, con un rápido

movimiento, se lo arrebatas sopla para pagar la llama y le dice a Sir Andrew que ha tenido una idea

magnífica que el mejor remedio para los mareos es oler un papel quemado. Sir Andrew se queda

asombrado pero no puede hacer nada. Margherit le dice ríendose que es una carta de amor y cuando

Sir Andrew intenta recuperarlo, Margherit da un paso hacia atrás y tira la mesa y los candelabros.

Se prende una pantalla de papel y Sir Andrew se agacha para pagarla.

Lo poco que Margherit Blackney había conseguido leer en el trozo de papel chamuscado,

parecía ser las palabras del mismo destino. Mañana estaré... Esta frase se podía leer

claramente pero lo que seguía a continuación resultaba inlegible ya que el humo de la vela

había ennegrecido las letras. Luego venía otra frase que aparecía de forma clara y nítida hasta

el punto de que se le grabó en la imaginación como si hubieran usado un molde candente. Si

quiere hablar conmigo otra vez estaré en el comedor a la una en punto. La nota estaba firmada

con el pequeño dibujo que ya le era tan familiar. La pequeña flor en forma de estrella.

Margherit siente que tiene que salvar a Agmo a toda costa y lo siente por el héroe desconocido.

La sagaz Pimpinela Escarlata ya conseguirá librarse por sus propios medios. Margherit cerca

allá de la una ve el rostro astuto y zorruno de Sofelain que asoma la cabeza por detrás de

una de las cortinas de la puerta de entrada. Le pregunta a Margherit si tiene noticias para

él y Margherit se lo cuenta todo. A la una en punto alguien estará en el comedor. Será sin duda

la Pimpinela Escarlata. Sofelain le dice que se va mañana a Francia, que los papeles hablaban de

una posada próxima a Calais llamada el Gato Pardo y de un punto solitario de la costa que se

denomina la cabaña del tío Blanchard. Son los puntos de reunión para Tugne y parece ser que esta

vez la Pimpinela Escarlata ha decidido ir él en persona así que sólo tendrá que seguir a la

persona que encuentre en el comedor a la una en punto. Le prometo que el mismo día que salgamos

para Francia la Pimpinela Escarlata y yo le enviaré por correo especial esta carta imprudente de su

hermano. Le aseguro además en nombre de Francia que cuando consiga presar a ese inglés entro metido

Senju se hallará a salvo aquí en Inglaterra en los brazos de su encantadora hermana. Cuando Sofelain

llega al comedor lo encuentra totalmente desierto. Sobre la mesa y vasos medio vacíos y servilletas

desplegadas. Sofelain sonríe frotándose las manos largas y delgadas. El silencio reina en aquella sala

mal iluminada. Una mirada cruel brilla de repente en los ojos palidos y astutos de Sofelain. Piensa que

si ella le ha engañado a Oman Sanjuic recibirá la pena capital. Pero luego se da cuenta de que el

hecho de que el comedor esté vacío facilitará la tarea porque así cuando entre en la sala en

enigmático personaje sólo y sin sospechar nada será más fácil identificarle. De pronto oye la

respiración monótona y apacible de alguien que está durmiendo. Sofelain miró a su alrededor con

mayor atención y entonces en el extremo de un sofá que estaba en uno de los rincones oscuros de la

sala pudo ver que había un hombre con la boca abierta y los ojos cerrados. Tenía el suave roncar

de los sueños apacibles. Allí estaba el larguirucho y elegante marido de la mujer más inteligente de

Europa. Sofelain se frota de nuevo las manos y siguiendo el ejemplo de ser Percy Blackney se

acomoda también en el extremo de otro sofá y cierra los ojos. Se dispone a esperar. Marguerite está

en otro salón ansiosa. Siente que la suerte de Agmao pende de un hilo. Tiene miedo de que Sofelain

haya fracasado. Sabe que el francés no tendrá piedad ni misericordia. De pronto vienen a avisar

a Marguerite de que el coche ya está preparado y si el Percy la guarda con las riendas en la mano.

Marguerite antes de llegar al coche se encuentra con Sofelain. En su rostro inmutable hay una

extraña expresión. Parece a la vez divertido y asombrado al tiempo que sus ojos astutos miran a

Marguerite con raro sarcasmo. Marguerite le pregunta si su hermano está a salvo y Sofelain le dice

que la suerte de Agmao pende de un hilo. Que ruege a Dios para que el hilo no se rompa.

Pocos minutos más tarde Marguerite está sentada junto a ser Percy Blackney en el asiento delantero

del magnífico coche. Rumbó a su espléndida mansión junto al río. Como de costumbre,

ser Percy no habla con su esposa. Se contentaba con mirar hacia adelante,

sosteniendo levemente las riendas con sus manos alargadas y blanquecinas. Marguerite le miró

disimuladamente un par de veces, contemplando su perfil elegante, así como uno de sus ojos

cansinos y perezosos bajo la ceja perfectamente trazada. A la luz de la luna aquel rostro tenía

una expresión singularmente grave que le trajo a la memoria los días felices de su noviajo antes

de que su marido se convirtiera en el bufón tonto e insustancial que parecía desperdiciar

su vida en banquetes y en mesas de juego. Marguerite presiente que si su marido se entera de lo que

acaba de hacer aquella noche, la despreciará con toda su alma. Al llegar, ser Percy se apea de un

salto y ayuda a bajar a Marguerite. La casa queda muy pronto en silencio. Antes de que cada uno se

vaya a su habitación, Marguerite ve a ser Percy alejándose de la casa y cruzando el jardín en

dirección al río. Le llama. Ser Percy se acerca. Parece que no logran llegar el uno al otro

como si ambos tuvieran el deseo de acercarse, de decirse algo, pero no fueran capaces como si

supusieran que ninguno de los dos quiere estar con el otro. Entonces Marguerite le pregunta

por qué ha cambiado todo tanto. Es posible que el amor llegue a morir. Creí que la pasión que

antes sintió por mí duraría incluso más que la vida. No ha quedado nada de aquel amor. No hay

nada que pueda poner fin a ese penoso alejamiento. Mi escaso talento no llega a comprender la causa

de este súbito cambio en su estado de ánimo. Es que desea reemprender el endiablado juego que

con tanto éxito practicó el año pasado. Es que quiere ver otra vez como me postro suplicante a

sus pies para tener el gusto de apartarme de su lado igual que si fuera un perro faldero que

molesta con sus caricias. Y entonces hablan de lo que pasó con Marguerite y el marqués de San

Cyr. Y Marguerite comprende que su actitud en los últimos meses ha sido errónea. Se da cuenta de

que aquel hombre que está ante ella frío como una estatua oyendo su voz armoniosa la sigue

amando como antes pero su orgullo le impide demostrarlo y siente que lo único que le puede

hacer feliz es que aquel hombre la vese otra vez en los labios. La frialdad de Percy es realmente

una máscara y al darse cuenta de eso piensa que puede compartir con él sus temores y le cuenta

que su hermano Agmao está en peligro de muerte. El rostro de Sir Percy palidece pero no dice nada.

Marguerite empieza a llorar. Ya que está tan afligida madame es mejor que nos sigamos hablando

en cuanto a Agman le aseguro que no tiene nada que temer. Le doy mi palabra de que se encuentra

salvo ahora permítame que me retire. Con un movimiento rápido y casi involuntario Sir Percy ha

estrechado a Marguerite entre sus brazos al ver en los ojos de ella esas lágrimas pero

inmediatamente se aparta para dejarla pasar. Marguerite lanza un suspiro de desilusión y se

va a su habitación pero de pronto cuando Marguerite ha conseguido dormirse le despiertan unos ruidos.

Bajo su puerta hay una nota en la que su marido le dice que algo circunstancial e imprevisto le

obliga a partir inmediatamente hacia el norte que tardará una semana en volver. Sir Percy tiene

grandes propiedades en el norte pero es extraño que haya pasado algo que obligue a que Percy salga

toda prisa a las 5 de la madrugada. Marguerite corre hasta la puerta antes de que Percy se

marche y le pide explicaciones. Su marido le dice que el asunto está relacionado con Agmo.

En la pimpinela escarlata tenemos a un héroe protagonista con todas las virtudes que se

le exigen para ser considerado como tal. Inteligente, ingenioso, valiente, atrevido,

honorable. No hay ni un solo duelo a espadas en toda la novela ni siquiera al final. Cuando se supone

que debe llegar la escena climax entre dicho héroe y el villano. Marguerite, la protagonista

femenina, es un personaje que pasa por muchos estados anímicos durante el libro, carga con

una culpa enorme y ha cometido muchos errores que le han alejado de su marido y ahora vuelve a

verse en una situación que pondrá prueba su inteligencia que tan famosa le hizo antes de su

matrimonio. Por la mañana Marguerite descubre por los criados que es el Percy no ha ido al norte

sino a Londres para embarcarse en el Daydream su yate. Entonces decide ir a las habitaciones de

su marido donde nunca entra y encuentra su despacho abierto. Necesita respuestas. Se pone a buscar.

Hechó una última ojeada al despacho y se dirigió hacia la puerta. Al hacerlo su pie tropezó con un

pequeño objeto que estaba sobre la alfombra muy cerca de la mesa. Impulsado de este modo,

salió rodando a través de la habitación. Se inclinó para recogerlo. Se trataba de un anillo

de oro macizo con un sello en el que aparecía grabada una pequeña divisa. Marguerite le dio

la vuelta entre los dedos y observó con detenimiento lo que estaba representado en el sello. Era una

pequeña flor en forma de estrella. En la mente de Marguerite nace una extraña duda. Con el anillo

fuertemente apretado en su mano sale corriendo de la habitación. Lo que está pensando es ridículo.

¿No se ha puesto de moda hace poco usar para cualquier cosa el signo de la misteriosa y heroica

pimpinela escarlata? En ese momento aparece de visita a Suzanne que viene muy contenta porque ha

sabido que la pimpinela escarlata irá personalmente a salvar a su padre que esa mañana se encontraba

en Londres y que después va a ir a Calé para encontrarse con su padre el conde de Tugne.

Estas palabras constituyeron un golpe definitivo para Marguerite aunque durante la última media hora

había intentado engañarse a sí misma y alejar todo temor. En realidad lo estaba esperando.

Él había marchado hacia Calé. Había estado en Londres esa misma mañana.

La pimpinela escarlata, Percy Blackney, su marido, aquel a quien había traicionado la noche anterior

colaborando con Chauvelin. La pimpinela escarlata era su propio marido. Percy,

Percy, ¿cómo había podido ser tan ciega? Ahora lo comprendía todo. La comedia que representaba,

la máscara que llevaba puesta para ocultarse a los ojos de todo el mundo.

Marguerite despide a toda prisa a Suzanne pero justo en ese momento un criado le trae una carta

sellada. Se trata de la carta escrita por Asmao que Chauvelin ha empleado como un látigo para

hacerla obedecer. Chauvelin ha cumplido su palabra, o sea que ya sabe quién es la pimpinela escarlata.

Marguerite siente que va a desmayarse. Sin dudarlo le pide a su criado que le prepare en el coche

con los cuatro caballos más rápidos que hay en el establo. Marguerite ha cometido un error

terrible. La ceguera que le ha impedido descubrir el secreto de su marido le parece ahora un pecado

imperdonable. Su amor por él ha sido débil y mezquino, por eso tiene que reaccionar. Percy

ha salido para Calais sin saber que su más despiadado enemigo le pisa los talones. Chauvelin no

sólo puede capturar a ser Percy sino también al padre de Suzanne, al anciano conde de Tounet y

Agmo. Marguerite debe salvarlos, sale hacia Londres y decide ir a casa de Sir Andrew Folx.

No quiero perder un tiempo precioso Sir Andrew con palabras inútiles, por esto debe dar crédito

a todo lo que le voy a referir. Muchas cosas no tienen importancia, pero lo verdaderamente

importante es que su jefe y compañero, la pimpinela escarlata, o sea mi marido, Percy Blakney, se

encuentra en un peligro de muerte. Marguerite le explica todo lo que ha pasado y hasta le

cuenta lo que ha hecho con Sovelin. Andrew Folx no sabe si confiar en ella pero al fin accede a

su petición de ir con ella hasta Dover y fletar un barco con destino a Calais para encontrar a

la pimpinela escarlata, antes de que lo encuentre Sovelin. El primer contratiempo es que hay una

tormenta sobre el estrecho y ningún barco puede zarpar. Lo bueno también es que tampoco Sovelin

podrá hacerlo. En cuanto a Sir Percy nadie sabe si ha cruzado ya uno. En la espera Andrew Folx le

cuenta a Marguerite algunas cosas de su marido. Los ojos de Marguerite brillan de

entusiasmo al oír hablar de la valentía, la astucia y la habilidad de su esposo. Al fin consigan

embarcar y llegar a Francia. Se dirigen a la posada del gato pardo. Al abrirse la puerta Marguerite se

encuentra en la habitación más miserable y sucia que ha visto en toda su vida. El dueño se llama

Boga, se sienta a cenar y Andrew Folx le pregunta por Sir Percy.

Entonces, Andrew Folx le cuenta a Marguerite que vio a Sovelin Dover, a punto de marcarse disfrazado

de cura. Se alió de Dover una hora después de ellos. Deciden que Andrew Folx irá a buscar a

Percy para avisarle y Marguerite se quedará en la posada esperando. Pogo Gag le dice que puede

esperar en una habitación que hay subiendo unas escaleras. Desde esa habitación ella podrá

ver parte del comedor pero no podrán verla a ella. 15 minutos después de que Andrew se vaya,

llaman a la puerta. Es un cura. Marguerite no le ve la cara porque lleva un sombrero pero sabe

que es Sovelin. Va acompañado por de Gag, su secretario y hombre de confianza. Enseguida se

ponen a hablar. Por lo que hablan no saben aún dónde está la pimpinela escalata. Sovelin pregunta

si sabe dónde está esa choza del tío Blanchard. De Gag no lo sabe. Sovelin habla con rapidez y rabia.

Todos los hombres deben estar alerta y fijar su atención en cualquier extranjero. Vaya pie o

a caballo. Está en la calle o en la playa. Ande a atender especialmente a un extranjero alto que

no es necesario describir más. Ya que probablemente irá disfrazado. Con todo es imposible ocultar su

elevada estatura, a menos que ande agachado. Sovelin pretende que los fugitivos sigan creyendo

que están a salvo, aguardando a que Percy se reúna con ellos para capturarlos a todos a la vez.

Da orden expresa de coger con vida al inglés alto. De repente Marguerite escucha algo que

le hace estremecerse. Una voz alegre y jovial canta el himno nacional inglés. Dios salve al

rey. El que canta es sin duda su marido. Cuando abre la puerta, Percy Blanchney ve al cura. Duda unos

segundos, pero entra. Marguerite espera que Sovelin haga una señal y que el cuarto se llene de soldados,

pero Blanchney se acerca tranquilamente a la mesa y saluda jovialmente a Sovelin, que se queda

sorprendidísimo. Percy se pone a hablar con él como si no pasara nada mientras Sovelin no hace más

que mirarle el reloj esperando que de un momento a otro llegue de gá con los soldados, hasta que

al final se oye lejano el rumor de numerosos pasos. El inglés se encontraba de pie junto a la mesa,

donde quedaban los restos de la cena, los platos, los vasos, las cucharas, los botes de la sal y de

la pimienta, todo en completo de su orden. Se había vuelto de espaldas a Sovelin y seguía hablando de

la misma forma afectada y superficial. Sin embargo, había sacado de su bolsillo una cajita de rapé

y rápidamente cambió su contenido por el del pote de pimienta. Un judío de picadil y me ha

vendido un rapé extraordinario, el mejor que he probado en mucho tiempo. ¿Me hace usted el honor

de probarlo, reverendo? Engañado por la conducta frívola de la que hacía gala el insolente inglés,

no pensó ni remotamente en la posibilidad de que aquello fuera una trampa. El francés toma un

poco de rapé. Sovelin siente que le arde la cabeza. Los estornudos se suceden sin interrupción hasta

llegar casi a hogarle. Durante unos instantes queda ciego, sordo y mudo. En ese intervalo,

sin prisa alguna y con toda tranquilidad, Blackney toma su sombrero y sale de la habitación. Sovelin

ha quedado más desahuciado que si le hubieran dado una paliza. Cuando llega de gala con los

soldados, Sovelin está empezando a recuperarse. Nadie ha visto salir a Percy, pero han enviado a 40

hombres para que refuercen las patrullas. 20 han ido a la playa. Ningún extranjero podrá llegar a la

costa ni alcanzar ninguna embarcación sin ser visto. Además, de gale cuenta que hace tres cuartos de

hora un inglés alto habló con un tipo llamado Ogubá para alquilar un carro y un caballo. Los

soldados corren hacia allí. Cinco minutos más tarde regresaba de gala, acompañado de un judío

de edad avanzada, cuyo abrigo raído estaba sucio de grasa la altura de los hombros. Llevaba el cabello

rojizo cortado al estilo de los judíos polacos, con mechones encrespados a uno y otro lado del

rostro. En su cabeza, sin embargo, se vían ya muchas ganas. La capa de suciedad que lucía en las

mejillas y en el mentón le confería un aspecto particularmente desagradable. De Ga le dice que

Ogubá ya se ha marchado con el carro y el extranjero, pero lleva con él a un hombre también judío que

sabe a dónde se dirige Ogubá con el inglés alto. Él también tiene un carro y un caballo,

pero el inglés alto le ha dado 20 francos por no contar nada. Sofela saca de su bolsillo cinco

monedas de oro y le dice al judío que necesita su carro y su caballo para ir hasta el lugar donde

se encuentra el inglés alto. El judío dice que el lugar es la choza del tío Blanxab. Sofela empieza

a tirar al suelo las cinco monedas mientras el judío, arrodillado, se afana por recogerlas.

Recuerde bien lo que voy a decirle. Dijo Sofela muy tranquilo. Si me engaña, ordenaré que dos de

mis soldados más fuertes le den tal pariza, que probablemente su asqueroso cuerpo perderá el

aliento para siempre. Por el contrario, si encontramos a mi amigo, el inglés alto,

sea en el camino o en la choza del tío Blanxab, habrá otras diez monedas de oro para usted.

¿Existió realmente la pimpinela escarlata? Según el blog Las Inquilinas de Netherfield. Hasta hace

poco tiempo se pensaba que no, pero la escritora Elisa Becesparrow publicó en 2013 la biografía

de Louis Ballard, un francés que trabajó como agente secreto para el gobierno británico desde

1795 hasta 1815, con el fin de restaurar la monarquía en Francia y desestabilizar al gobierno francés y

que reizo su vida en Inglaterra bajo un nombre falso e inglés cuando no pudo seguir operando de manera

segura en Francia. Según Sparrow, este hombre fue la base de la pimpinela escarlata que creó

la varonesa Orchi, de quien también dice que conocía la identidad secreta de Ballard y que guardó

siempre el secreto. Marguerite Blackney poco después oye la voz ronca del judío gritando a su yegua,

entonces baja sigilosamente, se envuelve bien con su abrigo oscuro y sale de la posada. Decide seguir

al carro a pie para llegar hasta donde está Percy. Por suerte, la luna no quiere asomarse por

entre las nubes y no es fácil ver a Marguerite andando por la orilla del camino junto a los árboles.

De pronto llegan dos soldados, dicen que a menos de un cuarto de l'egoa han divisado una construcción

de madera que parece ser una choza de pescador. Han visto ahí a un joven y a un anciano. Cuando

Marguerite lo oye, piensa que pueden ser Agment y el Conde de Tugne. Ya casi no piensa en salvar a

su marido porque lo ve imposible sino tan solo en llegar a tiempo para contarle los errores cometidos,

reconocer lo poco que ha sabido comprenderle. Marguerite avanza casi a gatas entre la maleza para

acercarse. Sovelin da una orden muy clara, que será clave. Si los traidores partidarios del

rey están todavía solos, que es lo más probable, avisad a vuestros compañeros que rodean la choza,

esperando en completo silencio hasta que llegue el inglés. Atacaréis únicamente la cabaña cuando

él haya atravesado la puesta. Recordad que debéis estar en silencio igual que el lobo cuando se prepara

de noche para atacar un redil. Y luego le dice al judío que espere allí con su carro sin hacer

ruido ni moverse. El judío parece realmente asustado y angustiado y ante el temor de que

Grite o haga algo que les descubra, deciden amordazarle y llevarle con ellos. Marguerite

le sigue, oculta por la noche. El acantilado está a 200 metros. A unas tres millas de distancia se

puede ver un yate anclado. Marguerite supone que es el Daydream, el yate de Percy. De pronto,

Marguerite siente que alguien la sujeta por la falda y le hace caer de rodillas mientras que

algo le tapa la boca para impedirle que Grite. Es sovela, la ha descubierto. La amordazan y la

llevan con ellos, pero al final le quitan la amordaza y le dicen que se quede callada. Si capturan

a la pimpinela escarlata, tanto su hermano como ella quedaran libres. Si Marguerite grita, ambos

morirán. De pronto, desde alguna parte, no muy lejana, se oye una voz fuerte y agradable que

canta el himno Dios salve al rey. La voz se va acercando más y más. Al oírlo, Marguerite, creía

perder la vida. Se preguntaba qué ocurriría cuando la voz estuviera muy cerca y atraparan al

hombre que cantaba. A su lado pudo percibir claramente el ruido que producía el gatillo del

fusil de Degas. Dios del cielo, no, aquello no podía ser, que cayera sobre su cabeza la sangre

de Armán, que la señalara como si fuera una asesina, que aquel ser tan querido la despreciara

y la aborreciera por aquella acción, pero tenía que salvar a su marido a toda costa. Marguerite

lanza un grito desenfrenado mientras se pone en pie y se lanza hacia la cabaña, avisando también

a Gritos a Agmó. La sujetan violentamente y la arrojan al suelo, obligándola a guardar silencio.

Tampoco se oye ya al cantor. Marguerite tiene el corazón desgarrado, entonces Sovelá ordena

que entre en la choza y que nadie escape vivo de allí. Pero la choza está vacía. Cuando Sovelá

pregunta a Gritos cómo es posible que hayan dejado salir, a los que estaban dentro los

soldados le recuerdan su orden estricta de esperar hasta que llegara el inglés alto.

Agmónsan Just y el Conde de Turgné deben estar ya en el Daydream. Dentro de la cabaña lo único

que pueden encontrar es una carta escrita presuradamente y firmada por la Pimpinela Escarlata.

Sovelá descarga toda su furia sobre el judío al que dos soldados azotan con sus cinturones hasta

que se cansan. Luego todos salen corriendo para tratar de encontrar a los escapados o al mismo

Pimpinela abandonando a Marguerite a su suerte. Cuando todos se han ido, Marguerite oye muy cerca

de ella una voz con un perfecto acento inglés.

Maldito sean. Ya podían haberme golpeado con menos fuerza a los condenados. Ahora no se había

engañado. Únicamente existían unos labios específicamente ingleses que pudieran pronunciar

aquellas palabras en aquel tono soño, liento, cansino y afectado. Maldición. Repitieron con

énfasis los mismos labios ingleses. Me han dejado totalmente molido. Inmediatamente Marguerite se

puso en pie. ¿Estaba soñando? El que habla sí es el judío, pero la voz es la de Percy. Marguerite

empieza a llamarle a gritos, pero Percy, disfrazado de judío, está atado sin poder moverse. Marguerite

intenta desatarle y utiliza hasta sus dientes mientras llora la grima viva. El dolor físico

ha dejado exhausto a Percy. Lo primero que hace tras soltarse es beber un trago de coñac que

llevan una petaca. Inmediatamente, soltando una carcajada, se quita la peluca y se estira. Ambos se

abrazan y se piden perdón. Sentados en el suelo, con la espalda apoyada en un peñasco, Percy le

cuenta como ha hecho para tramarlo todo. Le ha dado tiempo a escribir una nota falsa que los

liberados han dejado en la cabaña para engañar a Sovelin, mientras que a ellos les espera el bote

del Daydream en una cala cercana. De pronto, oyen pasos. Es Andrew Fox. Ella tiene los pies

destrozados. Percy se los besa y aunque él tiene la espalda también destrozada, la cogen brazos y

echan andad. Mientras Elandrio se apartaba discretamente, los dos esposos se dijeron muchas

cosas al oído. Hablaban en un tono tan bajo, sin embargo, que ni la brisa de otoño pudo captarlas.

Mediahora más tarde están a bordo del Daydream. Armands and Just y los demás fugitivos están

aguardando con ansiedad la llegada de su aliente salvador. Con todo, Percy no quiere oír las

expresiones de gratitud y se dirige rápidamente a su camarote, dejando a Marguerite feliz en

brazos de su hermano. Antes de desembarcar en Dover, Percy tiene tiempo suficiente para vestirse

con uno de los elegantes trajes que tanto le gusta usar. Busca incluso un par de zapatos para Marguerite.

Sobre lo demás, guardaremos silencio. Es mejor dejar en paz a los que tanto sufrieron y que

al fin encontraron una inmensa y perdurable felicidad. Ser Andrew Fox se casa con la

señorita Susanne de Thune y celebran una brillante fiesta a la que asiste su alteza real el

príncipe de Gales, así como lo mejor de la sociedad más elegante. La mujer más hermosa es Lady

Blackney, mientras que durante varios días la juventud dorada de Londres hace múltiples

comentarios sobre el traje de ser Percy. Es igualmente un hecho que me sigue yo verano a gente

acreditado del gobierno republicano de Francia. No estuvo presente en ninguna de las fiestas

celebradas en Londres por la alta sociedad después de aquella noche memorable del baile de Lord Cremby.

Y así les hemos contado la pimpinela escarlata de Emma Orsey. Hemos seguido la edición de

Random House, con traducción de Juan Leita. Gracias por estar ahí y gracias por leer. Un libro,

una hora, en la cadena ser. Un programa escrito y dirigido por Antonio Martínez Asensio,

con las voces de Eugenio Barona y Laura Martínez y la participación de Olga Hernán Gómez,

ambientación musical de Mariano Revilla, edición y montaje de sonido de Pablo Arevalo y en las redes

Virginia Díaz Pacheco. Suscríbete a un libro una hora. Todos los episodios y contenidos adicionales

en la app de cadena ser y en nuestros canales de Apple Podcast, Spotify, iBogs, Google Podcast y

YouTube. Escúchanos en directo al hacer los domingos a las cinco de la mañana.

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La Baronesa Emma Orczy (1865, Tarnaos (Hungría)-1947, Londres) fue escritora y pintora. Es la autora de 'Las velas del Emperador' (1899), pero alcanzó el éxito con 'La Pimpinela Escarlata' (1905). Publicó más de 13 colecciones de relatos cortos entre 1905 y 1928, inspirados todos ellos en su primera novela, conocidas como 'Serie Pimpinela Escarlata'. El mismo año de su muerte apareció su autobiografía 'Eslabones de la cadena de la vida'.