Un Libro Una Hora: 'La Celestina', una de las grandes contribuciones de la literatura española a la universal

Cadena SER Cadena SER 6/4/23 - Episode Page - 56m - PDF Transcript

Un libro una hora, dirigido por Antonio Martínez Asensio.

Bienvenidos al podcast de Un Libro Una Hora.

En este episodio os vamos a contar la Celestina de Fernando de Rojas.

La historia de la literatura está llena de libros que en algún momento no pudieron leerse.

Libros prohibidos por los prejuicios, por las supersticiones, por la incultura o simplemente

por los intereses políticos.

Coincidiendo con la feira del libro de 2023, ING puso en marcha una iniciativa con un nombre

muy sugerente, libros liberados.

En la mítica Cuesta de Moyano de Madrid, ING expuso desde el 4 hasta el 11 de junio 10

títulos que son una buena representación de esos libros que alguna vez estuvieron cautivos,

que fueron prohibidos a sus lectores.

Reivindicar los libros censurados es una forma de reivindicar la libertad creativa en una

calle, la Cuesta de Moyano, que fue un lugar al que acudir hace algunas décadas para

encontrar alguno de estos libros.

Los libros liberados de ING se centran en 10 obras.

Balambovagi, La Metamorphosis, El Gran Gatsby, Frankenstein, todos estos ya se los hemos

contado en un libro de una hora, y además El Príncipe, El Decamerón, El origen de las

especies, las 120 jornadas de Sodoma, El amante de Lady Chatterley y la obra que hemos elegido

para este capítulo, una de las grandes obras de nuestra literatura, La Celestina.

Fernando de Rojas nació en la Puebla de Montalván sobre 1470 en el seno de una familia de judíos

conversos y murió en 1541.

La trágico media de Calisto y Melidea podría haberse editado por primera vez en 1502.

Es una de las grandes contribuciones de la literatura española a la universal.

Es una obra divertidísima, brillante, canalla, erótica y apasionante.

Vamos allá.

En esto veo, Melidea, la grandeza de Dios.

¿En qué, Calisto?

En dar el poder a natura, que de tan perfecta hermosura te dotase, y hacer a mí, en mérito,

tanta merced que verte alcanzase, y en tan conveniente lugar que mi secreto dolor manifestarte pudiese.

Los gloriosos santos que se deleitan en la visión divina no gozan más que yo ahora en el acatamiento tuyo.

Ellos puramente se glorifican, sin temor de caer de tal bienaventuranza, y yo, en cambio,

me alegro con recelo del esquivo tormento que tu ausencia me ha de causar.

Por tan gran premio tienes este, Calisto.

Tengolo por tanto, en verdad, que si Dios me diese en el cielo silla sobre sus santos,

no lo tendría por tanta felicidad.

Pues aún más igual galardón te daré ellos y perseveras, porque la paga será tan fiera

cual merece tu loco atrevimiento y el intento de tus palabras ha sido haber de salir para se perder en la virtud de tal mujer como yo.

Vete, vete de ahí, torpe, que no tengo paciencia para tolerar tus palabras.

Así comienza la celestina, entrando Calisto en una huerta buscando a su alcón donde se encuentra a Melibea,

de la que está enamorado.

Pero Melibea le contesta enfadada porque se siente acosada por Calisto.

Calisto se queda muy sorprendido y se va a su casa muy angustiado.

Llama a Sempronio, uno de sus criados, y le pide que le abra la cama y cierre la ventana porque se va a costar.

Sempronio le pregunta que qué le pasa y Calisto le contesta que está tan triste que desea que venga la muerte.

Luego le pide el laud.

Le dice tales cosas que Sempronio piensa que se ha vuelto loco.

Hasta Blasphema.

Sempronio le pregunta si es que ya no es cristiano.

Yo?

Melibeo soy.

Y a Melibea adoro.

Y en Melibea creo y a Melibea amo.

Sempronio se da cuenta entonces de lo que le pasa.

Le dice a Calisto que está mal tener su voluntad en un solo lugar, cautiva.

Calisto le contesta que ama a Melibea y que ante ella se siente indigno y que no espera alcanzarla.

Sempronio entonces empieza a atacar a la mujer.

Le dice a su amo que los libros están llenos de los viles y malos ejemplos de las mujeres,

que hay que huir de sus engaños, que primero te aman, luego son tus enemigas,

con rapidez se apaciguan y al fin quieren que adivinen lo que quieren.

Y en cambio alaba a Calisto y a los hombres en general.

Pero Calisto dice que en todo le supera a Melibea,

lo primero en la nobleza y antigüedad de su linaje,

en su grandísimo patrimonio, en su ingenio, altitud y gracia.

Y por supuesto en su hermosura.

Comienzo por los cabellos.

¿Ves tú las madejas del oro delgado que hilan en Arabia?

Más lindos son y no resplandecen menos.

Los ojos verdes, rasgados,

las pestañas loengas, las cejas delgadas y alzadas,

la nariz mediana, la boca pequeña,

los dientes menudos y blancos, los labios colorados y grosezuelos,

el pecho alto, la redondez y forma de las pequeñas tetas,

que se despereza el hombre cuando las mira.

La edad lisa, lustrosa, su piel oscurece la nieve,

las manos pequeñas, de dulce carne acompañadas,

los dedos largos, las uñas en ellos largas y coloradas

que parecen rubíes entre perlas.

Sempronio entonces piensa que si ayuda a su amo,

obtendrá de él todo lo que quiera y le dice que puede ayudarle.

Le cuenta que hace mucho que conoce a una vieja barbuda

que se hace llamar celestina, que se chicera astuta y sagaz,

que ha re hecho más de 5.000 virgos

y que puede provocar la lujuria hasta las duras peñas.

Calisto dice que quiere hablar con ella

y Sempronio le promete traer la casa.

Le dice que prepare qué le va a decir mientras él va a buscarla,

que haga porcarle bien, que sea generoso y que ella le dará el remedio.

Sempronio se va a casa de la vieja celestina.

Con celestina vive Elicia de quien está enamorado Sempronio.

Pero cuando llega Sempronio, Elicia está con otro hombre,

crido al que esconden a toda prisa.

Sempronio empieza a contar a Celestina lo que le pasa a Calisto.

Me alegro de estas nuevas, como los dirujanos de los descalabrados

y como aquellos dañan en los principios las yagas

y encarecen el prometimiento de la salud,

así entiendo yo a hacer a Calisto.

La celestina se convirtió en un auténtico éxito editorial

al poco tiempo de ver la luz.

De hecho, se ha considerado como el gran web-seller de los siglos de oro,

dado que se calcula que debió de haber alrededor

de unas 100 ediciones de la obra en el 16 y 17,

estampadas no sólo en España, sino también en Italia,

países bajos, Francia y Portugal.

La celestina no empezó a tener problemas con la inquisición

hasta fecha muy tardía, en 1632 se censuraron algunos fragmentos,

a los que se añaden otros a lo largo del siglo XVII.

En 1773 fue prohibida en su totalidad por el santo oficio.

Hay que esperar hasta 1822 para que se vuelva a imprimir.

En el siglo XIX se empieza a desarrollar el interés

de la crítica literaria en la celestina,

que se consolida en el XX,

momento en el que se publican los grandes trabajos sobre la obra.

Calisto está con otro de sus criados,

Parmenó, cuando llaman a la puerta celestina y sempronio.

Parmenó se queda muy sorprendido al ver por la ventana

que quien viene es celestina, porque la conoce bien.

Le dice a Calisto que es una puta vieja alcolizada,

que todo el mundo lo sabe.

Y le cuenta que cuando él era muy pequeño,

su madre le colocó de sirviente con celestina

y que por eso sabe que tenía seis oficios,

labrandera, costurera, perfumera,

maestra de hacer afeites y de hacer virgos,

alcahueta y un poquito chicera.

Y que todo era burla y mentira.

Bien está, Parmenó.

Déjalo para más oportunidad.

Asad soy de ti avisado.

Tengo te lo en gracia.

Pero no nos detengamos que la necesidad deshecha la tardanza.

Ruegoté, Parmenó, que no tengas envidia de sempronio,

que en esto me sirve y complace.

Y que no pongas impedimento en el remedio de mi vida.

Que si para él hubo jugón, para ti no faltarás a yo.

Ni pienses que tengo en menos tu consejo y aviso

que su trabajo y obra.

Parmenó le dice que, por supuesto,

que lo primero su fidelidad por Calisto

y que no tendrá ninguna envidia y que solo piensa

en el provecho de su amo.

Sempronio ya ha avisado a Celestina

de que puede que tengan problemas con Parmenó,

pero a Celestina no le preocupa.

Y le dice que ella se encargara de ponerle de su lado.

Que lo que tienen que hacer es repartirse

entre los tres todo lo que obtengan de Calisto.

Al fin, abre en la puerta y Calisto empieza

a halagar a Celestina, nada más verla.

Por la fisonomía es conocida la virtud interior.

O vejez virtuosa, o virtud envejecida,

o gloriosa esperanza de mi deseado fin,

o salud de mi pasión, reparo de mi tormento,

vivificación de mi vida, resurrección de mi muerte.

Deseo llegar a ti, codicio besar,

esas manos llenas de remedio.

La indignidad de mi persona me lo impide.

Sempronio, dile que cierre la boca y comience a abrir la bolsa,

que de las obras dudo, cuanto más de las palabras.

Calisto se va a sus habitaciones a buscar algún regalo

para Celestina y mientras, Celestina habla con Parmenó.

Le dice que ella solo quiere ayudar a su amo,

que anda quejoso de amor, que él es demasiado joven

para saberlo, pero que el amor todas las cosas vence

y que es forzoso que el hombre ame a la mujer y la mujer al hombre.

Parmenó le contesta que él solo se preocupa por su amo

y que además la conoce y le cuenta a quienes.

¿Y tú eres Parmenó, hijo de la Claudina?

Pues fuego malo te queme, que tan puta vieja era tu madre como yo.

Él es, él es, por los santos de Dios.

Acércate a mí, ven acá, que mil azotes y otros tantos besos

te di en este mundo.

Celestina le dice que es mejor ser amigo de Sempronio

que de su amo, porque los amos solo piensan en sí mismos

y que pueden sacar mucho beneficio de los deseos de Calisto.

Además, le promete ayudarle con su enamorada, Areusa.

Parmenó no la cree, entonces Celestina dice

que si es así, prefiere marcharse y no ayudar a Calisto.

Ante eso, Parmenó, cambia de opinión y le pide perdón.

De los hombres es errar.

Me gozo, Parmenó, que hayas limpiado las turbias telas de tus ojos,

pero callemos que se acerca a Calisto y tu nuevo amigo, Sempronio.

Calisto llega con un regalo para Celestina, 100 monedas en oro.

Mientras se lo da, Sempronio le pregunta a Parmenó

por lo bajo si ha hablado con Celestina y Parmenó le dice que sí

y que aunque está espantado, está con ellos.

Celestina se va.

Calisto le pregunta a sus criados si ha hecho bien,

dándole las 100 monedas y ambos le dicen que sí.

Calisto le pide a Sempronio que vaya a casa de Celestina

para meterle prisa porque de la diligencia de ella

depende su salud, de su tardanza, su pena y de su olvido, su desesperanza.

Sempronio se va a casa de Celestina.

Hablan de tener cuidado con Parmenó y sacar todo el dinero posible a Calisto

y Sempronio le pregunta a Celestina si de verdad cree

que puede conseguir algo de Melibea.

No hay cirujano que a la primera cura juzgue la herida.

Melibea es hermosa, Calisto loco y franco.

Ni a él penar a gastar, ni a mi andar.

Circula el dinero y dure el pleito lo que dure.

Todo lo puede el dinero.

No hay lugar tan alto que un asno cargado de oro no lo suba.

Me voy a casa de Pleberio.

Quédate tranquilo porque aunque esté brava Melibea

no es la primera a quien yo le he hecho perder el orgullo.

Sempronio le dice que piensa que Pleberio, el padre de Melibea,

es noble y de gran corazón y su madre, Alisa, es celosa y brava.

Que Melibea es hija única.

En ese momento aparece Alicia de quien Sempronio está enamorado.

Celestina va a llevar un poco de hilado y unas telas

que dice vender para poder entrar en la casa.

Pero necesita algunas cosas para hacer un conjuro y para ello

manda a Alicia al sobrado para que baje el bote del aceite de serpientes

y un papel escrito con sangre de murciálago,

la sangre del cabrón y unas poquitas de sus barbas.

Y mientras Celestina lo prepara todo, se sube Sempronio con Alicia arriba.

Conjuro te triste, Plutón, señor de la profundidad infernal,

emperador de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles,

regidor de las tres furias, mantenedor de las volantes arpías.

Yo, Celestina, tu más conocida clienta,

te conjuro por la virtud y fuerza de estas vermejas letras,

por la sangre de aquella nocturna ave con que están escritas

para que venga sin tardanza a obedecer mi voluntad

hasta que Melibéa lo compre y con ello, de tal manera, quede enredada.

Y cuanto más lo mire, tanto más su corazón se hablando

a conceder mi petición y se enamore de Calisto,

tanto que, despedida toda honestidad, se descubra a mí.

Si no lo haces, me tendrás por capital enemiga.

Y después se va a casa de Melibéa.

Lucrecia, la criada de Melibéa,

ve venir a Celestina, a la que conoce y le pregunta qué le trae por allí.

Celestina dice que ven a ver a sus señoras, a la vieja y a la moza,

que no las visita desde hace tiempo y que también está vendiendo un poco de hilado.

Lucrecia dice que a lo mejor le hace falta a su ama

y va a buscar a Lisa, que hace subir a Celestina.

Le dice que si el hilado es bueno, le será bien pagado,

pero que se tiene que ir a visitar a su hermana,

así que se quedará con ella su hija Melibéa.

Cuando Celestina se queda solas con Melibéa,

le cuenta la verdadera razón de su visita.

He dejado a un enfermo a las puertas de la muerte,

que con una sola palabra salida de tu noble boca

que lleve yo metida en mi seno,

está seguro de que sanará,

por la devoción que tiene en tu gentileza.

Vieja honrada, no te entiendo.

Por una parte me alteras y me enojas y por otra me mueves a compasión.

Estaré muy contenta así de mi palabra y necesidad para la salud de algún cristiano.

Pero dime quién es ese doliente que de mal tan extraño se siente

que su pasión y su remedio salen de una misma fuente.

Bien tendrás, señora, noticia en esta ciudad de un caballero mancebo,

gentil hombre, de clara sangre, que llaman Calisto.

Ya, ya, ya, buena vieja, no me digas más, no sigas adelante.

¿Ese es el doliente por quien has venido a buscar la muerte para ti?

Despergonzada barbuda, que siente ese perdido que con tanta pasión vienes.

De locura será su mal, que Mada sea, Salcahueta falsa, hechicera,

enemiga de honestidad causadora de secretos hierros.

Quítame la lucrecia de delante que me muero, que no me ha dejado jota de sangre en el cuerpo.

Celestina le dice que siente no haberse expresado bien

y no tiene ninguna razón para enfadarse,

que si la deja terminar ni él quedará culpado ni ella condenada.

Y le cuenta que Calisto lo único que necesita es una oración,

porque le dijeron que Melibea sabía una asantapolonia para el dolor de las muelas.

También quiere su cordón, que tiene fama de haber tocado las reliquias

que hay en Roma y Jerusalén, porque lo que le pasa a Calisto

es que pena y muere de dolor de muelas.

Tanto me han contado de tus falsas mañas que no sé si creer que solo pedías una oración.

Me ha sacado de quicio nombrarme a ese caballero que conmigo se atrevió a hablar.

No se podía sospechar sino daño para mi honra,

pero pues todo viene de buena parte de lo pasado allá perdón,

que en alguna manera es aliviado mi corazón,

viendo que es sobre apía y santas, anar los apasionados y enfermos.

Entonces aprovecha Celestina para hablar bien de Calisto.

Le cuenta que es de noble sangre y que para hablar de su presencia y facciones,

disposición, desemboltura, haría falta otra lengua para contarlo,

que todo junto parece un ángel del cielo,

pero que ahora le tiene derribado una sola muela.

Melibea vuelve a pedir excusas a Celestina y le dice que quiere cumplir su demanda

y darle su cordón, pero que necesita tiempo para escribir la oración

y que no esté su madre, así que le pide que vaya al día siguiente muy secretamente.

Lucrecia se extraña de que le pida eso a Celestina y piensa que ahí hay algo más.

Celestina se va y por el camino hacia casa de Calisto se encuentra con Sempronio,

que le pregunta qué te ha ido todo.

Ni yo me puedo parar ni el lugar es el adecuado.

Vente conmigo y delante de Calisto oirás maravillas.

De mi boca quiero que sepa lo que se ha hecho.

Que aunque tú vayas a tener alguna partecilla del provecho,

quiero yo todas las gracias del trabajo.

A Sempronio lo de partecilla no le gusta nada

y empieza a pensar que Celestina también le quiere engañar a él.

Cuando Calisto ve llegar a Celestina se pone muy nervioso.

Le pide que le cuente cómo ha ido todo y Celestina empieza a contarle,

desvelándole poco a poco las cosas,

hasta que le dice que todo su reor lo ha convertido en miel y su ira en mansedumbre.

Y al fin le da su cordón.

Ahora, señora, me puedes pedir lo que quieras,

porque ya me reposa el corazón y ha desganza mi pensamiento,

ya reciben las venas su perdida sangre, ya tengo alegría.

Subamos a mi cámara y allí me contarás todo.

Cuando bajan de nuevo, Calisto le dice a Celestina que puede tomar toda la casa

y cuanto en ella hay o pedirle lo que quiera.

Celestina le contesta que con un manto que le dé le vale.

Calisto pide a Parmenó que llame a su sastre y que corte un manto y una salla.

Parmenó le dice que es muy tarde, ya para eso, y lo dejan para el día siguiente.

Celestina se va pidiendo a Calisto que si sale a la calle lo haga embozado,

no vaya a ser que me le vea, le vea y crea que Celestina la ha engañado.

Calisto pide a Parmenó que acompañe a la Celestina a su casa para que no le pase nada.

Parmenó, por el camino, recuerda a Celestina la promesa que le hiciera de tener areusa,

a quien él ama mucho, así que se van a casa de areusa.

¿Ves aquí su puerta? Entremos despacio.

No nos oigan sus vecinas, atiende y espera debajo de esta escalera.

Subiré yo a ver qué se puede hacer sobre lo hablado.

Areusa está ya en la cama, se sorprende de ver a Celestina.

Le dice que espera un momento para que se vista y Celestina le contesta que no hace falta

y que mejor siga en la cama desnuda.

Areusa le dice que se ha sentido mal todo el día que tenía,

más necesidad de sábanas que de vicio.

Dice que tiene el dolor de las madres.

Celestina le pide que le deje tocarle que algo sabe ella de ese mal.

¡Bendígate Dios, si señor San Miguel Ángel!

¡Qué gorda y fresca estás! ¡Qué pechos!

Por hermosa te tenía hasta ahora, viendo lo que todos podían ver,

pero te digo que no hay en la ciudad tres cuerpos tales como el tuyo.

Parece que tienes 15 años. ¿Quién fuera hombre para gozar de tal vista?

Areusa le dice que a ella no le quiere ninguno y le pide un remedio para su mal.

Celestina dice que para eso todo lo fuerte es bueno, polé o humo de romero, de incienso,

pero que hay una cosa mejor que todas esas.

Y cuando Areusa le brota que es, Celestina se ríe y le dice que lo sabe perfectamente.

Areusa le dice que ayer se fue su amigo con su capitán a la guerra

y que no tiene con quién ni quiere engañarle.

Ya sabes lo que te dije de Pármeno.

Se queja de que aún no quieres verle.

Ya sabes el parentesco que hay entre Alicia y tú

y lo que ella tiene con Sempronio, que es el compañero de Pármeno.

Vosotras, parientas, ellos, compañeros,

ha venido conmigo, no sé si quieres que suba,

solo para que le conozcas y hables con él.

Y si te gusta, goce él de ti y tú de él,

que aunque él gane mucho, tú no pierdes nada.

Areusa dice que si su hombre se entera la mata

y que tiene vecinas envidiosas que lo contarían,

Celestina le contesta que tendría que hacer como hace su prima,

que tiene a uno en la cama, a otro en la puerta

y a otro que suspira por ella en su casa.

Y con todos cumple y a todos muestra buena cara

y todos piensan que son muy queridos

y cada uno piensa que no hay otro

y que él solo es el privado

y él solo es el que le da lo que necesita.

E inmediatamente le dice a Pármeno que suba.

Areusa le da vergüenza y se tapa.

Pármeno la saluda con elgancia.

Celestina les dice a ambos que Pármeno se quedará allí a pasar la noche.

Areusa se niega, pero Celestina prácticamente empuja Pármeno a la cama.

Areusa le dice que no entrará allí sin su permiso.

En cortesías y licencias estás todavía.

Espero que tú amanezcas sin dolor y él sin color.

Y como es un gallo joven,

espero que en tres noches no se le baje la cresta.

Y allí les deja a Celestina.

Por la mañana Pármeno se despide de Areusa

y se va a casa de Calisto, su señor.

Se encuentra en la puerta con Sempronio

y juntos van a la cámara de Calisto,

que está hablando consigo mismo.

Cuando Calisto se levanta se va a la iglesia.

Sempronio y Pármeno se van entonces a casa de Celestina.

Allí están Elicia y Areusa.

Se ponen a comer todos juntos

y en ese momento llega Lucrecia, la criada de Melibéa.

Va a reclamar el cordón a Celestina

y a decirle que Melibéa le ha pedido que vaya a visitarla y de prisa

porque se siente muy fatigada y con dolor del corazón.

Celestina se va con ella a ver a Melibéa.

Oh, mal precavida, doncella.

No me hubiera sido mejor conceder a Celestina

ayer su petición de parte de aquel señor

cuya vista me cautivó y contentarle a él

y senarme a mí que no descubrir mi yaja

cuando él, desconfiado de mi buena respuesta,

haya puesto sus ojos en otra.

Oh, género femenino encogido y frágil.

¿Por qué no fue también a las hembras concedido

poder descubrir su congojoso y ardiente amor como a los varones?

Ni Calisto viviría quejoso, ni yo penada.

Lucrecia le pide a Celestina que espere

para ver con quién habla Melibéa.

Pero Melibéa habla sola.

Celestina le pregunta cuando entra qué le pasa.

Madre mía, que me come en este corazón

serpientes dentro de mi cuerpo.

Bien está. Así lo quería yo.

Ahora me pagarás, doña loca, el exceso de tu ira.

¿Qué dices?

Lo que yo digo es que recibo mucha pena

de ver triste tu graciosa presencia.

¿No me has declarado la calidad del mal?

¿Quieres que adivine la causa?

Pero lo que Melibéa quiere es que Celestina le cure.

Celestina le dice que para darle una medicina

necesita saber qué parte de su cuerpo sufre más

y si es la primera vez que lo siente

y si procedió de algún cruel pensamiento

que asentó en aquel lugar.

Y añade que al médico, como al confesor,

hay que decirle toda la verdad.

Amiga Celestina, mujer bien sabia y maestra grande,

mi mal, este corazón, la teta izquierda,

es su aposentamiento, tiene sus rayos a todas partes.

Lo segundo, es nuevamente nacido en mi cuerpo

y no pensé jamás que podría el dolor anular el pensamiento

como éste hace.

La causa o pensamiento no sé decirte

porque no he tenido otra alteración

que la que tú me causaste

con la demanda de aquel caballero calisto

cuando me pediste la oración.

Celestina le pregunta si tan mal hombre es aquel

y tan mal nombre es el suyo

que solo de ser nombrado trae consigo ponzoña.

Le dice que no cree que sea eso

y que si se lo permite, le dirá lo que cree que le pasa.

Melibéa le dice que, por supuesto, que se lo diga ya.

Pero Celestina le dice que, por una parte,

se queja del dolor y, por otra, teme la medicina

y que su temor le da miedo y el miedo hace que se calle.

Melibéa le pide que no espere más y que se lo diga,

aunque toque su honra, dañe su fama o lastime su cuerpo,

que aunque rompa sus carnes para sacar su dolorido corazón,

le estará agradecido.

Lucrecia murmura que su señora tiene perdido el seso.

Celestina la escucha y dice, señalando a Lucrecia

que no hay nada peor para las grandes curas

que los corazones débiles.

Melibéa le pide entonces a su criada que se vaya.

¿Cómo dices que llaman a mi dolor?

Amor dulce.

Es un fuego escondido, una agradable yaga,

un sabroso veneno, una dulce amargura,

una deleitable dolencia, un alegre tormento,

una dulce y fiera herida, una blanda muerte.

Pues, tan contrario, si esos nombres se muestran entre sí,

lo que al uno les provechoso será peor para el otro.

Cuando el alto dios va la yaja, tras ella envía el remedio.

¿Cómo se llama?

No me atrevo a decirlo.

Di, no temas.

Calisto.

Melibéa se desmaya.

Celestina entra en pánico.

Si se muere, la matan a ella.

Llaman gritos a Lucrecia para que la ayude,

pero Melibéa parece recuperarse.

Le dice a Celestina que se tranquilice,

que no escandalice la casa.

Celestina le pide que le hable.

Se quebró mi honestidad, aflojó mi vergüenza.

Lo que tú tan abiertamente conoces, en vano, puede esconderlo.

Hace muchos días, desde que ese noble caballero me habló de amor.

Don enojosas fueron sus palabras entonces,

como alegres tus palabras cuando me lo volviste a nombrar.

Tus puntos han cerrado mi yaja.

Has sacado de mi pecho lo que jamás a ti ni a otro pensé descubrir.

Celestina le pide a Melibéa que declare su voluntad,

que eche sus secretos en su regazo y que ella le dará forma

para que su deseo y el de Calisto sean en breve cumplidos.

Oh, mi Calisto y mi Señor, mi dulce y suave alegría.

Si tu corazón siente lo que ahora el mío, maravillada,

estoy de que mi ausencia te permita vivir.

Oh, mi madre y mi señora, haz que le pueda ver si de verdad me quieres.

Celestina le dice que no solo verle, sino hablarle también.

Melibéa dice que eso es imposible y Celestina le cuenta

que lo tiene todo pensado y que será por entre las puertas de casa de Melibéa

esa noche, a las doce.

Pues ve, mi señora, mil leal, amiga, y habla con él

y que venga sigilosamente a la hora que has ordenado.

Celestina se despide porque, además, ve venir a Alisa.

Antes de que llegue su madre, Melibéa le cuenta a Lucrecia

que le ha cautivado el amor de Calisto

y le pide que lo cubra con secretos ello

para que pueda gozar de tan suave amor.

Lucrecia le contesta que ya ya sabía su dolor y ha callado su deseo

y que ya no tiene Melibéa a otro medio, sino morir o amar.

Mejor es que es coja amar.

Cuando llega a Alisa, le dice a su hija que tenga cuidado con Celestina,

que es una gran traidora, que sabe con sus traiciones

mudar los propósitos castos y dañar la fama.

Con tres veces que entra en una casa, ya engendra sospecha

y le ordena que, si vuelve, no le dé la bienvenida ni la reciba.

Celestina se va directa a casa de Calisto.

Aunque en la Celestina no se haya intentado retratar

una ciudad española concreta, por más que sean propuesto

distintas posibilidades, como Salamanca o Sevilla,

si parece claro que los personajes, hasta cierto punto,

recuerdan a algunos sectores de la sociedad urbana castellana

de fines del siglo XV.

La aristocracia, la servidumbre, el mundo de la prostitución

y de la delincuencia, y el menor medida, el clero.

Así, por ejemplo, tanto Calisto como Melibéa,

son descritos como miembros de la aristocracia de la ciudad

o patriciado urbano, y en ambos casos se pondrá

su linaje y sus riquezas, si bien la familia de Pleberio

parece de posición más acomodada,

y tal vez de más antigua nobleza que la de Calisto.

Todo este día, señor, he trabajado en tu negocio

y he perdido otros en los que mucho me iba.

A muchos tengo quejosos por tenerte a ti contento.

He dejado de ganar más de lo que piensas,

pero todo sea en buena hora, pues tan buen recado traigo.

A Melibéa dejo a tu servicio.

Calisto se queda tan asombrado que no entiende

lo que Celestina quiere decirle.

Celestina le aclara que ya Melibéa es más suya que de ella misma,

que más está asumandado que al de su padre.

¡Explícate, madre, que dirán estos mozos que estás loca!

Melibéa es mi señora, Melibéa es mi dios,

Melibéa es mi vida, yo su cautivo, yo su siervo.

Y antes de que Celestina siga hablando,

Calisto le da una cadena de oro para que se ponga el cuello

y la llama cadenilla para escándalo de pármeno

que comenta por lo bajo con sempronio

que su amo ya no estima al gasto.

Sempronio le manda callar para que no le oiga a Calisto

o le va a pegar una paliza.

Le dice que oiga y calle, que por eso le dio Dios dos oídos

y sólo una lengua.

Pármeno sigue murmurando que se fijen como está Calisto,

colgado de la boca de Celestina, sordo, mudo y ciego.

Señor Calisto, te restituyo tu salud que iba perdida,

tu corazón que faltaba, tu seso que se alteraba.

Melibéa pena por ti más que tú por ella.

Melibéa te ama y desea verte.

Melibéa piensa más horas en tu persona que en la suya.

Melibéa se llama tuya.

Calisto le pide a sus criados que le pellizquen

para ver si está dormido, si es de día o de noche.

Y Celestina continúa contándole la cita que tiene

con Melibéa en su casa, dando el relolas doce,

para hablar con ella por entre las puertas de la casa

y que de la propia boca de Melibéa sabrá más de su deseo

y el amor que le tiene y quién lo ha causado.

¿Tal cosa es posible que me pase a mí?

Bueno, no soy capaz de tanta gloria.

No soy merecedor de tan gran merced.

No soy digno de hablar con tal señora.

Ahora que te certifico el fin de tu penar,

¿quieres poner fin a tu vida?

Dios te libre y te guíe.

Celestina dice que se tiene que ir a su casa

y que está muy contenta, que si la necesita,

ya sabe dónde está.

A Parmenó le parece sospechosa a la prisa

que tiene Celestina en marcharse.

Piensa que es porque no ve la hora de sacar la cadena de oro

de casa de Calisto.

No puede creer que la tenga en su poder ni que se la hayan dado

de verdad.

No se cree digna de tal don como Calisto de Melibéa.

Semprónio está de acuerdo.

Dice por lo bajo que una puta vieja alcahueta,

que suele hacer siete virgos por dos monedas,

después de verse cargada de oro,

lo único que quieres ponerse a salvo con la posesión.

Calisto se despide con cariño de Celestina.

A medianoche, Calisto, Semprónio y Parmenó,

armados, van para casa de Melibéa.

Andemos por esta calle, aunque demos un rodeo para ir más

cubiertos.

Las doce dan ya.

Buena hora es.

Calisto le pide a Parmenó que se acerque a la puerta de Melibéa

para ver si está allí su señora.

Y Parmenó le contesta que sería mejor que fuera Calisto,

quien se pusiera ante la puerta.

No sea que, viendo Melibéa a Parmenó,

piense que es toda una burla.

Calisto le da la razón y se va para allá mientras sus criados

se quedan atrás.

Cuando Calisto se va hacia la puerta,

Parmenó le dice a Semprónio que si se ha fijado en lo que

intentaba su amo, poner a Parmenó de escudo por si pasaba

algo.

De hecho, Parmenó no está muy seguro de que la vieja haya

dicho la verdad.

Se oyen voces.

Semprónio tiene miedo de que todo sea una trampa,

que les hayan traicionado y que no estén en la calle correcta

para oír.

Ese buchicio más de una persona lo hace.

Señora mía.

Lucrecia es la que está al otro lado de la puerta y hasta que

no oye la voz de Calisto, no avisa a Melibéa.

Pero Calisto ya se ha dado cuenta de que quien está al otro

lado no es Melibéa.

Oye, además, demasiado ruido, así que se cree perdido,

pero decide, viva o muera, no marcharse de allí.

Al otro lado, Melibéa manda a costar a Lucrecia y se acerca

al fin a la puerta.

Señor, ¿cómo es tu nombre?

¿Quién es el que te mandó ahí venir?

Es la que tiene merecimiento de mandar a todo el mundo,

la que dignamente servir yo no merezco.

No tema tu merced de descubrirse a este cautivo de tu gentileza,

que el dulce sonido de tu habla jamás de mis oídos se cae.

Me certificas ser tú, mi señora Melibéa.

Yo soy tu siervo, Calisto.

La sobrada osadía de tus mensajes me ha forzado a hablarte,

señor Calisto, que, habiendo habido de mí la respuesta

pasada a tus razones, no sé qué piensas más sacar de mi amor

de lo que entonces te mostré.

Desvías tus locos pensamientos de ti porque mi honra y persona

están seguras de cualquier mala sospecha.

Sólo he venido a despedirte, no quieras poner mi fama

en la balanza de las lenguas maldicientes.

Calisto, en ese momento, habla para sí mismo,

diciendo que le han burlado.

Hecha la culpa a Celestina, que no le ha dejado acabar

de morir vivificando su esperanza y se pregunta

por qué ha falseado la palabra de su señora.

Y así se dice, con su lengua, ha causado su desesperación.

¿A qué me mandaste venir aquí, o enemiga?

¿No me dijiste que esta mi señora me era favorable?

¿A quién creeré?

¿A dónde hay verdad?

¿Quién es claro, enemigo?

¿Quién es verdadero, amigo?

¿Quién os odarme tan cruza esperanza de perdición?

Césen, señor mío, tus verdaderas querellas,

que ni mi corazón basta para sufrirlas,

ni mis ojos para disimularlo.

Tú lloras de tristeza juzgándome cruel.

Yo lloro de placer viéndote tan fiel.

No, mi señor, y mi bien todo, que alegre estaría de poder

ver tu faz.

Pero ya que no se puede hacer nada más,

todo lo que te dijo te confirmo.

Limpias, señor, tus ojos, ordena de mí a tu voluntad.

Calisto siente un inmenso alivio.

Le dice a Melibé a través de la puerta que ella es la esperanza

de su gloria, el descanso y el alivio de su pena

y la alegría de su corazón.

Le da las gracias por la incomparable merced que le ha

querido hacer, dejando que un indigno hombre pueda gozar

de su suavísimo amor, del cual siempre se juzgaba indigno.

Señor Calisto, tú mucho merecer tus extremadas gracias,

tu alto nacimiento han dicho que después de que tuviera

noticia de ti, mi corazón te perteneciera.

Y aunque he pugnado por disimularlo,

no he podido evitar que, al traerme tu dulce nombre a la

memoria, esa mujer descubríase en mi deseo y viniese a este

lugar donde te suplico ordenes y dispongas de mi persona

según quieras.

Melibéa termina diciendo que las puertas impiden el gozo de

ambos y que ella las maldice por ello y que Calisto no

consiente a una madera que impida el gozo de los dos,

que si las abrasase un fuego como el que a él le quema,

con la tercera parte estarían ya hechas ceniza.

Pero que si ella quiere, le pedirá a sus criados que derriben

la puerta.

Parmenó al oírlo se queda de piedra y le pregunta a Sempronio

si lo ha oído y dice que él no piensa hacer nada para que le

detenga que esos amores empiezan mal y que él se marcha.

Sempronio le convence para que se quede y siguen escuchando.

Quieres amor mío, perderme a mí y dañar mi fama.

No sueltes las riendas de la voluntad.

La esperanza es cierta.

Conténtate convenir mañana esta hora por las paredes de mi

huerto, que si ahora quebrases las puertas, aunque en el momento

no se dieran cuenta, amanecería en casa de mi padre con la

terrible sospecha de mi hierro.

Sempronio es ahora el que empieza a preocuparse y dice que en

onramala han ido allí esa noche, que va a amanecer y que

aún teniendo suerte les van a terminar oyendo en la casa o en

el vecindario.

Parmeno dice que Calisto no hace más que desvariar, cree que no

es cristiano lo que la vieja traidora con sus hechizos ha

hecho y con esa confianza quiere quebrar las puertas, que si

toca la puerta al primer golpe le cogerán los criados de

pleberio que duermen cerca.

Sempronio le contesta que no se preocupe, que ellos están

lejos y que en cuanto sientan el bullicio saldrán huyendo, que

si Calisto lo hace mal será el quien lo pague.

Parmeno dice que está listo para salir huyendo como un

gamo del miedo que tiene de estar allí.

En ese momento se oyen ruidos de pasos y de armas.

Señor Calisto, ¿qué es esto que la calle suena?

¿Parecen voces de gente que va huyendo?

Por Dios mira que no estás en peligro.

Sempronio aliado el escudo y la espada con las correas para

que no se le caigan al correr y el casco a la capucha.

Echan a correr hacia casa de Celestina por si les atajan

por su casa.

Sempronio se pregunta si habrán matado a Calisto y Parmeno

dice que corre y calle, que lo que menos le preocupa es eso.

Pero de pronto Sempronio se da cuenta de que los sonidos no

son sino la gente del Algoazil que pasan haciendo estruendo por

la otra calle.

Señora, no temas que estoy muy seguro.

Deben de ser los míos que son unos locos y desarman a todo el

que pasa y alguno se les ha debido de escapar huyendo.

Melivia le pregunta si son muchos los que trae y Calisto

contesta que solo dos, pero que aunque sean seis sus

contrarios no les costará quitarles las armas y hacerlo

subir.

Melivia dice que le gusta que han de acompañado de gente tan

fiel.

En ese momento Parmeno, que ya no aguanta la tensión de estar

en la calle por la noche, le dice a Calisto que tienen que irse,

que viene mucha gente con hachas y que les van a ver y que no hay

lugar donde esconderse.

Oh, mezquino yo, a la fuerza, señora, tengo que alejarme de ti.

No temo a la muerte sino a tu besonra.

Vendré como ordenaste por el huerto.

Así sea.

Y vaya a Dios contigo.

En ese momento Pleberio se despierta huyendo ruidos

extraños.

Despierta a su mujer para preguntarle si no hay bullicio en

las habitaciones de su hija.

Alisa dice que sí y empieza a llamar a su hija Melivia.

Pleberio dice que no la oye y que él la llamará más fuerte.

Melivia al fin acude a la llamada de su padre que le pregunta

quién hace bullicio en su habitación.

Melivia le dice que es Lucrecia que salió a por un jarro de

agua para ella que tenía sed.

Pleberio se queda más tranquilo y le dice a su hija que se vaya

a dormir, que se pensaba que era otra cosa.

Lucrecia queda asombrada del pavor con el que los padres

hablan y Melivia se pregunta qué harían si supiesen a qué ha

salido en realidad.

El motivo fundamental de la celestina es el amor.

En los mismos preliminares se insiste de manera machacona en

que el gran objetivo ha sido hacer ver a los amantes los

peligros que encierra la pasión amorosa.

El personaje de Calisto es un reflejo fiel de lo que en la

época se consideraba un enfermo de amor.

Pero por otro lado, Calisto es una parodia de un modelo

literario, el amante Cortés.

El llamado Amor Cortés era una convención literaria medieval

en la forma de entender el sentimiento amoroso,

consistente en una sumisión total del amante a la amada.

Pero detrás de esta idealización del sentimiento

amoroso se esconde un descarado apetito sexual que no es

exclusivo de los protagonistas, sino que está presente en todos

los personajes de la obra.

Es el deseo de poseer físicamente a Melivia lo que obsesiona a

Calisto.

Mientras la paz y el silencio vuelven a reinar en la casa

de Pleberio y Alisa y vuelve a dormir emocionada, su hija

Melivia, llega a Calisto a su casa y él, en cambio,

ni descansar puede, aunque al fin se duerme.

Parmeno y Sempronio deciden ir entonces a casa de Celestina.

Cuando llegan, llaman a la puerta y dan voces diciendo que son

sus hijos.

¿Quién llama?

No tengo yo hijos que anden a Talora.

Ay, locos traviesos, entrad, entrad.

¿Cómo venís a Talora que ya amanece?

¿Qué habéis hecho?

¿Qué os ha pasado?

¿Se despidió la esperanza de Calisto o vive todavía con ella?

¿O cómo ha ido?

Sempronio le cuenta que si no fuera por ellos ya estaría el

alma de Calisto buscando posada para siempre.

Celestina le pide que le cuenten en qué tipo de afrenta se ha

metido y Parmeno le contesta que cosa larga pide,

que llegan alterados y cansados, que haría mejor en darles de

almorzar y que su única gloria sería hallar en quién volcar

la ira que no pudo soltar en los que salieron huyendo.

Celestina le pide entonces a Sempronio que se lo cuente y

Sempronio le cuenta que trae todas las armas despedazadas,

el escudo sin ar o la espada como sierra, el casco abollado y

que no tiene con qué salir con su amo cuando le necesite,

que quedó en ir esa noche a verse con ella por el huerto y

le mandó comprar todo de nuevo.

Pero no les dio ni un maravedí.

Pídese lo, hijo, a tu amo, que sabes que es persona cumplida,

que no es de los que dicen, vive conmigo y busca quién te

mantenga.

Él te dará para eso y para más.

Pero Sempronio dice que no quiere que digan de él quedándole

un palmo pide cuatro, que ya les dio las 100 monedas y después

la cadena, que deberían contentarse con lo razonable que

quien mucho abarca poco suele apretar.

Gracioso es el asno.

¿Estás tu enseso, Sempronio?

¿Qué tiene que ver tu premio con mi salario?

¿Tu soldada con mis mercedes?

¿Estoy yo obligada a soldar vuestras armas,

a cumplir vuestras faltas?

¿Que me maten si no te has agarrado a una palabrilla que te

dije el otro día viniendo por la calle?

Además, no es oro todo lo que reluce.

Dile a Alicia que te cuente cómo vine de tu casa.

La cadenilla que traje para que disfrutase con ella y ahora no

se acuerda de dónde la puso y no hemos podido dormir del

disgusto, no por su valor que no era mucho,

sino por la mala suerte.

Entraron en casa unos conocidos y familiares míos y temo que se

hayan llevado.

Yo quiero hablar con ambos y deciros que si algo vuestro amo

a mí me dio, debéis saber que es mío.

Pero aún con todo, si mi cadena aparece,

os prometo sendos pares de calzas de grana.

Y si no, os contentáis, peor para vosotros.

Sempronio exclama que no es la primera vez que dice que en

los viejos reina el vicio de la codicia y que la vieja,

que le dijo que se llevaría todo el provecho de este negocio,

ahora que lo ve crecido, no quiere dar nada como en el

reflán de los niños, de lo poco o poco, de lo mucho, nada.

Parmeno exige a Celestina que les dé lo que les prometió o lo

tomarán todo.

Y le recuerda a Sempronio que ya le decía a él quién era esa

vieja y no le creía.

Sempronio le pide a Celestina que le dé dos partes de cuánto de

calisto ha recibido.

No quiera que se descubra quién es.

¿Quién soy yo, Sempronio?

Calla tu lengua que soy una vieja como Dios me hizo,

peor que ninguna.

Vivo de mi oficio como cada cual del suyo, muy limpiamente.

Déjame en mi casa con mi fortuna.

Y tú, Parmeno, no pienses que soy tu cautiva porque sepas mi

secreto, si mi vida pasada y los casos que nos sucedieron a mí y

a la desdichada de tu madre.

A Parmeno no le gusta que le mienten a su madre y le grita que

no linche las narices con esas memorias a ver si va a enviarle

con ella de nuevo.

Elicia, Elicia, levantate de esa cama.

¿Qué es esto?

¿Qué quieren decir tales amenazas en mi casa?

¿Con una oveja mansa tenéis bravura?

¿Con una vieja de 60 años?

Señales de Gran Cobardía a cometer a los menores y a los que

poco pueden.

Sempronio la llama vieja a barienta, muerta de sed por

dinero y le pregunta si acaso no le basta con la tercera parte

de lo ganado.

¿Qué tercera parte?

Vete con Dios de mi casa y no deis voces.

No me hagáis salir de mis casillas,

no queráis que todos sepan las cosas de calisto ni las vuestras.

Sempronio le dice mientras saca la espada que le da igual que

grite o que deboces, pero que va a cumplir lo que prometió o

cumplirá hoy sus días.

En ese momento aparece Elicia, que le grita a Sempronio que

guarde la espada y luego le pide a Parmenó que le sujete,

que no la mates el loco.

Justicia, justicia, señores vecinos.

Justicia que me matan en mi casa, estos ruffianes.

A Sempronio le sienta mal que les llame ruffianes y la llama

hechicera y le dice que él hará que Celestina vaya al

infierno con cartas de recomendación y mientras le

clava la espada.

Ay, que me han matado.

Ay, ay, confesión, confesión.

Parmenó le dice a Sempronio que termine pronto con ella que

les van a oír.

Elicia le grita una maldición mientras llora la muerte de la

que llama a su madre.

Sempronio le dice a Parmenó que huya porque parece que llega

mucha gente.

Viene el alhuacil, alguien ha debido llamarle.

Parmenó dice que no hay por dónde salir porque la puerta

está tomada y Sempronio sugiere que salten por la

ventana o morirán en poder de la justicia.

Saltan los dos.

Cuando Calisto despierta, llama a sus criados y entonces le

cuentan la muerte de Sempronio y Parmenó.

Han sido degollados y están en la plaza por haber matado a

Celestina de más de 30 tocadas y le cuentan que su criada lloraba

su muerte diciendo que porque no quiso partir con ellos una

cadena de oro.

Oh, día de congoja, en que mi hacienda anda de mano en mano y

mi nombre de lengua en lengua.

Mucho había noche alcanzado.

Mucho tengo y perdido, pero no dejaré de cumplir el mandado de

aquella por quien todo esto se ha causado.

Los dos criados elegidos para acompañar a Calisto esa noche

a casa de Melibea son Socia y Tristanico,

que llevarán escalas porque son altas las paredes.

Calisto llega a casa de Melibea, tienden las escalas y allí sube

el enamorado.

Oh, mi señor, no saltes de tan alto que me moriré en verlo.

Baja, baja, poco a poco por la escala.

Oh, angelica imagen, oh, preciosa perla ante quien el mundo es

feo.

Oh, mi señora y mi gloria, en mis brazos te tengo y no lo creo.

Tengo en mi persona tanta aturbación de placer que me

hace no sentir todo el gozo que poseo.

Pero Calisto parece que no tiene interés en hablar y Melibea le

tiene que pedir que separe y que goce de verla y estar con

ella, pero Calisto le contesta que por conseguir esa merced ha

estado toda su vida y que no va a desecharla cuando se la dan,

que ningún hombre puede hacer tal cosa y menos,

amando como él, le dice que lleva toda su vida nadando por ese

fuego de su deseo.

¿No quieres que me arrime al dulce puerto a descansar de mis

pasados trabajos?

Por mi vida que, aunque hable tu lengua cuanto quiera,

no obren las manos.

Está te quieto, señor mío.

No te basta, ya soy tu, ya gozar de lo exterior.

No me quiera robar el mayor don que la naturaleza me ha dado.

Calisto le pide que perdone a sus desvergonzadas manos,

que jamás pensaron tocar siquiera su ropa y ahora gozan de

llegar a su cuerpo y a sus lindas y delicadas carnes.

Y luego empiezan a oírse gemidos, que no duran mucho.

Ay, mi vida y mi señor, ¿cómo has querido que pierde el nombre

y corona de virgen por tan breve deleite si mi madre supiese,

nos mataría?

Otra idora de mí, ¿cómo no miré primero el gran error que era

tu entrada al gran peligro que esperaba?

Está a punto de amanecer.

Melibéa le dice que las noches que ella ordene irá él a ese

mismo lugar a la misma hora.

Calisto se va antes de que amanezca y Melibéa regrese a

su habitación sin que la oigan.

Mientras, Areusa y Alicia están con un rufián llamado

Centurio, al que ruegan que venga la muerte de Celestina en

Calisto y Melibéa.

Centurio lo promete delante de ellas.

Pero lo que piensa hacer la próxima vez que Calisto y

Melibéa se vean en el huerto de pleberio es enviar un tal

traso el cojo y a sus dos compañeros para que vayan a dar

unos golpes con el escudo de forma que no consigan más

daño que molestar a los amantes y hacer huir a Calisto.

Esa noche, los criados de Calisto colocan la escala para

entrar en el huerto de pleberio.

Melibéa le recibe con palabras de amor deseosa de ver a su

enamorado.

Calisto la abraza apasionadamente.

Señor, ya que eres un dechado de cortesía y buena

crianza, no mandes a mi lengua hablar si tus manos no se

están quietas.

Mándalas estar sosegadas, que así como me es agradable tu

vista sosegada, me es enojoso tu riguroso trato.

Tus deshonestas manos me fatigan cuando pasan de la razón.

Deja tranquilas mi ropa.

Y si quieres ver si el hábito de encima es de seda o de paño,

para que me tocas en la camisa.

Disfrutemos detros mil modos que yo te mostraré.

No me destroces ni me maltrates como sueles.

¿Qué provecho te trae dañar mis vestiduras?

Señora, el que quiere comer el ave quita primero las plumas.

Al fin se pueden hablar, pero enseguida les interrumpe el

sonido de unas voces fuera, ruido de escudos y gran algarabía.

Calisto dice que el que grita es su criado sosias y decide

acercarse a ver qué pasa aprovechando que está un puesta

a la escala.

No se pone su coraza ni protección alguna y a Melibéa le

preocupa que vaya así, así que le echa su protección por encima

de la pared.

Cuando Calisto está arriba, Tristan le dice que no se

preocupe que ya se han ido, que era atraso el cojo y otros

bellacos que pasaban boceando.

De pronto, Calisto se resbala, no acierta a poner las manos en

la escala y se cae de cabeza desde lo alto de la pared.

Muertos hoy.

Confesión.

Tristan empieza a pedir ayuda diciendo que su amo no habla

ni se mueve, que parece estar muerto como su abuelo.

Melibéa lo oye.

No lo puede creer.

Tristan confirma en tres hoyozos que Calisto está muerto sin

confesión y sus sesos desparramados por el suelo.

Desconsolada de mí, qué es esto?

Qué puede ser tan áspero acontecimiento como oigo.

Ayúdame a subir Lucrecia por estas paredes.

Me haré mi dolor si no, hundiré con al arido.

Es la casa de mi padre.

Mi bien y mi placer todo se ha ido como humo.

Mi alegría está perdida.

Se consumió mi gloria.

Hola más de las tristes, triste.

¿Tampoco tiempo poseído el placer tan presto venido el dolor?

¿Cómo no goce más del gozo?

¿Cómo tuven tampoco la gloria que entre mis manos tuve?

Oh ingratos mortales, jamás conocéis vuestros bienes,

sino cuando de ellos crecéis.

Melibéa se rasga la cara, se mesa los cabellos en el suelo.

Lucrecia le dice que la van a oír sus padres.

La lleva a su habitación, pero Melibéa está muy mal.

Lucrecia llama a la puerta de la cámara de pleberio que le

pregunta al armado qué ocurre.

Lucrecia le mete prisa para que vaya a ver a su hija.

Pleberio correce a la habitación de Melibéa.

¿Qué es tu hija mía?

¿Qué dolor y sentimiento es el tuyo?

¿Qué novedad es esta?

¿Qué poco esfuerzo es este?

Mirame, que soy tu padre.

Hablame, por Dios.

Dime la razón de tu dolor para que rápidamente se ha remediado.

No quieras enviarme al sepulcro.

Ya sabes que no tengo otro bien, sino tú.

Abre esos alegres ojos y mírame.

Melibéa solo puede decir que siente un gran dolor.

Pleberio le pregunta cuál es ese dolor y Melibéa contesta

que pereció su remedio.

Pleberio le pide que le cuente qué siente y Melibéa le dice

que un amortal llega en medio del corazón,

que no le deja ni hablar.

Pleberio le contesta que la mocedad suele ser placería

alegría y le pide que se levante para ir a ver los frescos

aires de la ribera.

Melibéa entonces dice que sí, que quiere subir a la azotea

para desde allí gozar de la vista de los navíos

y así puede que afloje algo su pena.

Pero le pide a su padre que mientras ella sube,

vaya a buscar un instrumento de cuerda con el que tocar

un dulcesón.

Pleberio le dice que eso está hecho.

Lucrecia, amiga, la azotea está muy alta.

Ve a buscar a mi padre y dile que separe al pie de esta torre,

que le quiero decir una cosa que se me olvidó para que se la

diga mi madre.

Melibéa sube sola a la azotea.

Ha preparado así su forma de morir.

Siente alivio al pensar que pronto se reunirá con Calisto.

Cierra la puerta para que nadie pueda subir.

Cuando llega arriba, su padre ya está esperando abajo.

Le pregunta angustiado qué ocurre y por qué está cerrado

a la puerta y desde arriba.

Melibéa le cuenta la verdad, le cuenta sus amores con Calisto,

sus citas en el huerto organizadas por Celestina,

la pérdida de su virginidad, la muerte de Calisto.

Y luego, salta.

Su madre, Alisa, se despierta con los alaridos de Pleberio.

Corre hacia donde está su marido.

Noble mujer, nuestro gozo en el pozo.

Nuestro bien todo es perdido.

No queramos más vivir.

¿Ves allí a la que tú pariste y yo engendré hecha pedazos?

Mi hija y mi bien todo.

Crueldad sería que viva yo sobre ti.

Más dignos eran mis 60 años de la sepultura que tus 20.

Fárteme la vida, pues me faltó tu agradable compañía.

Oh, mujer mía, levántate de sobre ella.

Y si alguna vida te queda, gástala conmigo en tristes gemidos,

en quebrantamiento y suspirar.

Oh, duro corazón de padre.

¿Cómo no te quiebras de dolor?

Que ya quedas sin tu amada heredera.

¿Para quién edificé torres?

¿Para quién adquirí honras?

¿Para quién planté árboles?

¿Para quién fabricé navíos?

Oh, tierra dura, ¿cómo besos tienes?

¿A dónde hallará abrigo mi desconsolada vejez?

Oh, fortuna variable.

Ministra y mayor doma de los temporales bienes.

¿Por qué no ejecutaste tu cruel ira, tus mudables ondas

en aquello que a ti es sujeto?

¿Por qué no destruiste mi patrimonio?

¿Por qué no quemaste mi morada?

¿Por qué no asolaste mis grandes heredamientos?

Que haré cuando entre en tu cámara y retraimiento y la haye sola.

¿Quién me podrá cobrir la gran falta que tú me haces?

Ninguno perdió lo que yo el día de hoy.

¿Pero quién forzó a mi hija a morir si no la fuerte fuerza del amor?

Si amor fuese, amarías a tus sirvientes.

Si los amases no les darías pena,

si alegres viviesen no se matarían como agora mi amada hija.

La falsa alcahueta celestina

murió a manos de los más fieles compañeros

que ella para tu servicio en Ponzoñado jamás halló.

Ellos murieron de joyados, calisto despeñado.

Mi triste hija quiso tomar la misma muerte por seguirle.

Esto todo causas, dulce nombre te dieron,

amargos hechos haces,

bienaventurados los que no conociste o de los que no te curaste.

Oh mi compañera buena, oh mi hija despedazada,

¿por qué no que asiste que estorbase tu muerte?

¿Por qué no viste lástima de tu querida llamada madre?

¿Por qué te mostraste tan cruel con tu viejo padre?

¿Por qué me dejaste penado?

¿Por qué me dejaste triste y solo en este valle de lágrimas?

Y así les hemos contado la celestina de Fernando de Rojas.

Hemos seguido la edición de Penguin Clásicos

con edición de Santiago López Ríos

de la que hemos citado varios fragmentos.

Nos hemos permitido adaptar o modernizar en algunos momentos

el texto para facilitar la comprensión.

Gracias por estar ahí y gracias por leer.

Un libro, una hora, en la cadena ser.

Un programa escrito y dirigido por Antonio Martínez Asensio,

con las voces de Eugenio Barona, Elena de Maestu,

Laura Carreño e Íñigo Álvarez de Lara

y la participación de Olga Hernández,

ambientación musical de Mariano Revilla.

Edición y montaje de sonido de Pablo Arevalo

y en las redes Virginia Díaz Pacheco.

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Fernando de Rojas nació en La Puebla de Montalbán alrededor de 1470 en el seno de una familia de judíos conversos, y murió en 1541. Escribió 'La Celestina', cuya primera versión conocida apareció en 1499 con el título de 'Comedia de Calisto y Melibea', ampliada unos años más tarde como 'Tragicomedia de Calisto y Melibea', que podría haberse editado por primera vez en 1502.